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Por fin

Por Andrés Felipe Giraldo L.

El 30 de julio del presente año llegó un mensaje directo a la cuenta de Twitter de este portal. Era un mensaje sobrio, sencillo y directo. Un tal Vladimir Fernández, perfil de esos pocosfollowers, sin foto ni señales particulares, pedía que yo le respondiera sobre el caso de Andrés Felipe Ballesteros, colombiano preso en Tanzania desde 2014, caso que he documentado con frecuencia desde 2019, cuando supe de la existencia de esta tragedia.

Quien recibió el mensaje fue mi socio, sobrino y parcero del alma, Francisco Javier Méndez, quien ahora, orgullosamente, dirige Linotipia.com. Cuando Javi, como cariñosamente le digo al hijo de mi hermana, me contó sobre esta solicitud, casi de inmediato le dije: “debe ser otra persona que nos va a regalar sus oraciones. Están bien las oraciones, me alegran las oraciones, amo las oraciones, ¡aleluya las oraciones!, pero ya necesitamos que aparezca alguien que de verdad haga algo. Un día de estos respondo. Ahora estoy muy ocupado. Gracias Javi”. Sin prestar mayor atención, dejé la respuesta para el tal Vladimir Fernández en la larga lista de pendientes que aún tengo por resolver. El 3 de agosto volvió a escribir Vladimir Fernández a la cuenta de Twitter solo cuatro palabras: “Hola, Andrés no apareció”. Mi sobrino, diligente como siempre, respondió que me recordaría dar la respuesta y así lo hizo. Yo, displicente y escéptico como el que más, le dije a Javi que sí, que tenía ese pendiente, y que respetaría rigurosamente la lista hasta que llegara el momento, sin prisa y sin afanes. Finalmente, el viernes 5 de agosto, mientras llegaba a una cita de negocios con un amigo en el centro internacional de Bogotá, justo a la hora de almuerzo, decidí enviar un mensaje al número que el tal Vladimir Fernández había dejado para contactarlo. Yo solo saludé, indiqué que era yo y le pregunté a esta persona que qué quería saber sobre el caso de Andrés Felipe Ballesteros. Debo reconocer que fui cordial pero cortante. Honestamente, quería que me respondieran cuántos rosarios rezarían por nuestro compatriota y ya. Yo lo agradecería como lo hago siempre que me contactan con este fin y seguiría mi camino sin más para almorzar con mi exalumno y amigo, ahora convertido en un prestigioso empresario del país.

Vladimir, en un tono amable me respondió que quería ayudar en este caso. La conversación exacta naufragó en un celular que se me dañó hace poco sin darme chance a rescatar ninguna información. Para ahorrarme el tecleo, le envié a Fernández una nota de voz en la que agradecía su generosidad y le pedía que me concretara en qué podría ayudar. El interlocutor, como quien cuenta que va a almorzar churrasco en pleno medio día, me respondió con total naturalidad y sin ningún aspaviento: “es que yo voy a ser el nuevo secretario jurídico de la Presidencia y quiero asumir este caso para gestionar todo lo que pueda con respecto al colombiano preso en Tanzania”. Es decir, una persona que en dos días estaría acompañando a Gustavo Petro para su posesión presidencial en la primera fila, me estaba buscando afanosamente para hablar sobre un caso que había reposado en el desinterés absoluto de ocho años de gobierno, cuatro de Juan Manuel Santos y cuatro de Iván Duque. Por supuesto, pensé para mis adentros: “lo único que me faltaba, pasamos de los aleluyos a los loquitos. Pobre tocayo, preso y asediado por desocupados.” (discúlpame Vladimir cuando leas esto).

Yo quise ser cordial y seguirle la corriente al demente hasta que se aburriera de responder mensajes insustanciales. Sin embargo, dada la curiosidad periodística, busqué inmediatamente en Google “secretario jurídico de Petro”. La respuesta me dejó entre libido y aturdido: “Vladimir Fernández será el nuevo secretario jurídico de Gustavo Petro”. Desde que la mamá de mi mejor amigo me sorprendió vomitando en medio de una borrachera en el lavaplatos de su casa en 1989, jamás había sentido tanta vergüenza.

Por supuesto, mientras pasaba colores, que afortunadamente no se dejan ver por las notas de voz, me tomé en serio al personaje que estaba al otro lado del WhatsApp y le dije con un tono seguro y desprevenido que disculpara mi escepticismo inicial y que estaría atento sobre los pasos a seguir. Vladimir, sencillo y cálido, me dijo que por favor documentara el caso y que le enviara toda la información lo más pronto posible, la siguiente semana, cuando él ya estaría despachando desde el palacio presidencial. “Si quieres ven y me visitas a la oficina en Palacio si quieres”, me dijo, como quien invita a un viejo amigo a su nueva oficina.  Yo solo le respondí, para ocultar que pensaba que era un loquito, que disculpara que no le dijera “doctor”, pero que yo a nadie le decía “doctor”, lo cual es parcialmente cierto, aunque quizá el Secretario Jurídico del Presidente lo mereciera. En fin, hasta ahora le sigo diciendo Vladimir.

Después de la conversación subí a la oficina de mi amigo en el piso 12 del edificio Fénix y me senté a esperarlo en el lobby de su despacho, porque estaba en medio de un trancón capitalino de esos que convirtieron la dimensión del tiempo en un drama urbano. En el entretanto, aproveché para enviarle un mensaje al hermano de Andrés Felipe Ballesteros, Juan Carlos, para contarle lo que acababa de pasar. Sin embargo, en ese preciso instante llegó mi amigo, por lo que solo alcancé a decirle: “amigo, te tengo una gran noticia. Yo tampoco me lo creo. Te hablo en la tarde para darte los detalles. Solo te adelanto que por fin nos escuchó quien nos tenía que escuchar”. Juan Carlos Ballesteros en estos tres años dejó de ser una simple fuente periodística. Ahora es mi hermano de espíritu en esta lucha denodada por la libertad de Andrés Felipe. 

No quiero llenar esta crónica de detalles porque los recuerdos de lo que sigue cuentan ahora su propia historia que seguramente compartiré en un libro. Solo puedo decir que el 5 de agosto de 2022 fue uno de los mejores días de mi vida, escasamente superados por los momentos más valiosos del ser humano, como el nacimiento de sus hijos, los matrimonios, las citas románticas y un etc. tan corto como ocasional. 

Solo puedo concluir diciendo con emoción hasta las lagrimas que por primera vez el Gobierno de Colombia se ha tomado en serio el caso de Andrés Felipe Ballesteros Uribe y que el propio Secretario Jurídico de la Presidencia ha asumido el liderazgo en esta cruzada por la libertad de mi tocayo, de mi hermano en cautiverio, de la persona más valiente y resiliente de la que he tenido noticia en toda mi existencia.

Quisiera acá contar todos los desplantes que desde la Cancillería de Juan Manuel Santos e Iván Duque le hicieron a Juan Carlos Ballesteros, mientras que para otros casos como el de los mercenarios de Haití despilfarraron recursos y esfuerzos para rescatar a criminales confesos que fueron capaces de asesinar un Presidente en ejercicio. Pero no quiero amargar este momento dulce con los malos recuerdos. Prefiero dejar este testimonio acá con mi profunda gratitud al Secretario Jurídico de la Presidencia, Vladimir Fernández, quien ha asumido por su cuenta esta lucha que ha sido como gritarle a las montañas para que solo se nos devuelva el eco de nuestros propios lamentos. Como se lo dije a Vladimir, no sé si este sea el primero de 10, 100 o un millón de pasos. Pero estoy seguro de que es el primer paso en la dirección correcta para llegar a la meta, la libertad de un colombiano injustamente preso en Tanzania desde hace ocho años sin que ningún funcionario del Gobierno se haya condolido realmente con su caso. Gracias por ser el primero. Y de corazón, gracias por la libertad de un padre de dos hijos que se han perdido del merecido abrazo de la persona que fecundó el óvulo que les dio la vida.

De mi parte, mi abrazo más sincero a Andrés Felipe. No habrá barrotes que me impidan traspasar el Atlántico y casi toda África para llegar hasta su prisión en Dar Es-salam para decirle que lo vamos a lograr. Lo vamos a lograr hermano. Solo sigue teniendo fe. Nosotros haremos el resto. #LibertadParaAndrésFelipeBallesteros.

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