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La maldad

Por Adriana María Cañón Domínguez

Aquí estamos, en este puerto maloliente. No sé qué me desagrada más, si el olor a mierda, a orines de borracho, a pescado descompuesto o la mortecina que se te pegó en el cuerpo, al ayudar a desvarar el cadáver putrefacto de esa vaca que vino a parar precisamente en frente de este pueblo olvidado por Dios. ¡Llevas casi media hora afilando el cuchillo, hombre, basta!  Además, no creo que te atrevas. No lo vale, en esta ocasión te aconsejo que empieces por aprender a perder. Sí sí, sé que piensas que llevas perdiendo desde que saliste del vientre de tu madre. 

Hoy el sol no quiere dar tregua. Qué tendrá este pueblo que amaña a tantos, será el calor, el plátano y el pescado o, más bien, lo escondido que queda en medio de estas montañas, que solo este río impetuoso logra surcar por completo, él va de paso llevándose todo lo que encuentra, en ocasiones sin aviso previo con sus repentinas crecidas. Arrastra la tierra negra de las minas de esmeraldas, si no fuera por eso, creo que su color sería más bien rojo, de tanta sangre que lleva. A veces pienso que deberías irte a otras tierras, ¿no lo has pensado? Siempre te refugias en mí. 

Solo cuando nacieron tus hijos brilló una pizca de alegría en tus ojos y después se te metió en la cabeza construir un país más equitativo para ellos, no pudiste conformarte con ser solo un campesino; ¿no sería más bien que te alejaste de ellos para que esa oscuridad que te acompaña no los alcanzara? Igualmente te hubieran matado pronto, tu arrogante ser introvertido, silencioso y a la vez correcto no te hubiera dado tregua. Menos en estos tiempos donde las armas sobrepasan los azadones y los que tienen las armas están divididos, dejando en medio a los campesinos y sus familias.

  El estúpido sentido del honor que tienes te va a llevar a caminos tenebrosos, aún más de los que ya has andado y va a haber una vez en la que no te podré salvar, la astucia que traes no te va a alcanzar. Los tiempos cambian y te estás quedando rezagado como los restos de esa vaca en este río traicionero y negro como tu alma. ¿Acaso crees que eres el primero al que engañan?, pues no, a usted lo que le duele es que esa gacela esbelta, a mi parecer ni tan esbelta, pero hueca y dañada por dentro, esa por la que cambiaste a tu esposa, tus hijos y tu hogar, se cansó y quiso probar otras mieles.  Vamos, hombre, tienes muchas cuentas por saldar, incluso a mí me debes unos cuantos muertos más, eres mi mejor soldado y no me vas a defraudar. 

Que conste que fue el mundo el que te hizo cruel, empezando por tu madre, no te atrevas a culparme a mí. Se necesita tener un corazón podrido para abandonar a una criatura de meses, amarrada con trapos a un árbol, en la soledad del bosque, a riesgo de ser devorada por algún animal salvaje. Vinieron a ser las hormigas, animalitos tan diminutos, que empezaron a comerte, si no hubiera sido por tu abuela, que le guardaba algo de temor a ese Dios esquivo en tu familia, las hormigas se hubieran dado su festín completo. Te rescató y te crio como mejor pudo o como su pobreza se lo permitió. Espanta ese sentimiento de culpa que a veces te hace prisionero en tu propio cuerpo. La culpa es de las circunstancias, tú eres un sobreviviente, un guerrero, adaptándose. Has presenciado la muerte, como no debería pasarle a ningún niño. 

De veras que a veces creo que yo llegue a ti como herencia en tus genes, pues bien sabes que tu abuelo, porque tu padre ni se supo quién era, no fue una mansa paloma; verte impávido el día en que encontraste su cuerpo macheteado y sangrante a la orilla del camino, con tan solo seis años de edad, fue lo que me llevó a seguir contigo, ese día vi tu fortaleza y potencial. Sé que no lo recuerdas, pero cuando tenías tres años te alcanzaron a velar y poner en una caja de tablas, algunas rezanderas hicieron unos cuantos rosarios. Mas tu abuelo te quiso tanto, y mira que ese hombre no quería a nada ni a nadie que no se viera azul, nunca entendí cómo aceptó casarse con tu abuela, ella debió ser la excepción de su derechismo extremo. El caso es que sacó a madrazos a todos de la pieza, las mujeres se santiguaban al escucharlo, pero nadie se atrevió a decir nada, ellas te miraron con recelo a partir de ese día. Tu abuelo hizo un pacto con el jefe para que te devolviera a la vida, ese día debió estar generoso, pues se lo concedió y de paso me nombraron tu madrina.  

Nunca se supo quién mató a tu abuelo, pero si somos coherentes, se las debía a muchos, él era godo hasta los tuétanos, ya te imaginarás. Los hombres necios encuentran cualquier excusa para matarse unos a otros. Algunos por política, dinero, religión, poder, amor o simplemente gusto. Sé de tus luchas internas. Lo que escuchaste de tus mayores, eso que te enseñaron en tus dos años de escuela, no te convence del todo, ¿cierto? Me compadezco de ti. No podías hacer más con tus condiciones de pobreza extrema, abandono, desamor y, para rematar, esa miserable educación que te dio ese curita José María, avaro y conveniente. Te enseñó a odiar al prójimo solo por ser de izquierda. Debe estar revolcándose en el infierno al verte ayudando a esos que te enseñó a odiar. 

Creo que la balanza en tus creencias la equilibró tu abuela, tu pobre abuela, tiene las marcas en su cuerpo de los malvados, yo estuve ahí cuando de niña masacraron a su familia, y a ella, siendo un bebé, tomada y mecida por los pies, como quien mece un tejo en su mano para tener más precisión, finalmente la lanzaron por un cafetal partiéndole varios huesos que tardaron en sanar, otros nunca sanaron. Se casó con un godo obligada, tuvo que aguantar varios años de sufrimiento. Lo mejor que le pudo pasar fue quedarse viuda. Yo solo existo como el aire, desde siempre, desde que han existido humanos algo anda mal, me harto de tanto sufrimiento, pero es mi alimento y no puedo prescindir de él. Y este día huele mal desde antes de aclarar. 

Cuántas aventuras a tu lado, ay, berriondo berriondo, has de reconocer que tu vida ha sido un baile. Mujeres, poder y trago. Improvisando y andando, recorriendo caminos. Disfrutas el respeto que te ganaste a pulso, todos saben que debajo de esa aparente nobleza, de esa voz suave y persuasiva, está un hombre de palabra que jamás ha desenfundado el arma solo para lucirla, al contrario, respetas tanto las armas que hasta yo me conmuevo por el cuidado que les profesas. Siempre a favor de las causas justas, soy testigo que lo intentaste con las fuerzas del Estado, pero te diste cuenta de que ellos están más podridos que los que persiguen y te fuiste a luchar al lado del pueblo.  

Te ves tan cansado como si llevaras sobre tus hombros bultos de sal. Levanta la vista, ¿ves a esos hombres armados?, vienen por ti, ¿ves al del medio?, ese ayudante flaco, alto, de bigote, que echaste por tus celos la semana pasada, te vendió. Quién iba a creer que al final un lío de faldas te llevaría a la tumba, semejante toro bravío, que no conoció el miedo y mucho menos rajarse… Ummm, tal vez llegó tu hora y termines acompañando a la vaca hasta que sus últimas partículas se hayan desintegrado, al igual que las tuyas, en este cementerio líquido. Yo veré, debes darte un final digno. Muere libre, yo estaré contigo siempre.

Fotografía tomada de Pixabay.

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