Por Andrés Felipe Giraldo L.
Huyo de los fanatismos personalistas porque declararse súbdito es declararse esclavo. Me ahorro ponerle prefijos a mis preferencias políticas, porque sé que esa raíz, ese nombre que precede el “ismo”, me va a decepcionar hasta los confines del arrepentimiento. Pero si he de declararme algo, si he de convertir en persona mi deber ser de la política, no solo soy capaz de poner un nombre. Hasta le pongo el apellido. Y si me apuran un poco más, se me desliza hasta el apodo: José ‘el Pepe’ Mujica.
No sé si hablar del Pepe que tuvo que soportar doce años metido en las cloacas inmundas que los uruguayos llamaban centros de detención durante la dictadura, las cuales no pudieron doblegar su rebeldía. Solo sé que José tuvo que soportar maltratos, torturas y encierro hasta que su mente dijo basta. Pero también sé que su alma siguió conectada con el mundo de tal manera que el aire fresco de su chacra hizo regresar hasta sus ideas más nobles, cuando por fin la democracia, después de tanto tiempo, le devolvió la libertad.
Hoy me quedo con el Pepe viejo, con el José cálido, con el Mujica líder mundial al que se le están apagando los días, como el mismo lo reconoce con tanta ternura como resignación. Me quedo con ese filósofo, historiador y economista que no hizo carrera en las pomposas universidades del mundo, sino en plena lucha revolucionaria, recibiendo balazos en su cuerpo, a falta de libros para la educación popular, para esa educación que le fue tan esquiva porque no había plata. Y todos sabemos que, en los países pobres, si no tienes plata, estudiar se vuelve un desafío que pocos pueden conquistar. Solo lo logran los que quieren que todo siga igual, porque esa quietud les conviene, porque sus privilegios seguirán intactos, porque los pobres no sabrán cómo reclamar sus derechos, porque no pueden estudiar para saber cómo.
Pepe tomó las armas cuando no hacerlo era pecado. Cuando la indiferencia mataba a los más vulnerables, como siempre. Mujica defendió a su pueblo de la bota militar que pisoteó a toda América Latina por órdenes de los gobernantes gringos, celosos del fantasma comunista que se expandía por el mundo, especialmente en los pueblos con hambre. Mujica se hizo guerrillero a falta de democracia, porque no había otra manera de desafiar al poder establecido que no fuera con las armas robadas a los militares que masacraban con ellas a su gente. ¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo si el monopolio legítimo de las armas del que hablaba Weber solo servía para someter a culatazos la voluntad de las personas que gritaban justicia y libertad?
José, te tocó vivir en una época en la que no había opciones. O el pueblo se alzaba en armas o los milicos podrían violar a tu esposa, a tus hijas, a tus hermanas y hasta a tu madre ante tus ojos sin que pudieras hacer nada. Qué podía hacer el pueblo si los impecables uniformes verde oliva llegaban por las noches tumbando a patadas la puerta de tu casa para reclutar a tus hijos a la fuerza y después de eso te daban un balazo en la cabeza con total impunidad. Y, además, se molestaban porque la sangre les salpicaba la charretera. Miserables. Eso pasaba en el ayer de los sesentas y los setentas, todos lo sabemos, aunque los fachos de hoy lo quieran negar contra toda evidencia, contra toda lógica, contra todo testimonio desgarrador de los sobrevivientes traumatizados, y contra toda humanidad.
Entonces, quién soy yo para reprocharte algo, si gracias a personas como tú, que entregaron sus vidas para heredarle a las próximas generaciones un futuro más justo, hoy estamos en pie de lucha, con el recuerdo de sus gestas como inspiración, contra esta bestia desalmada que se apoderó de las almas de la gente, convirtiendo para siempre el amor en codicia y la esperanza en ambición. Así, con los frutos de tu lucha, Pepe, hemos construido conciencia y hemos ganado las elecciones que nos negaron por tanto tiempo los regímenes autoritarios, puestos como marionetas en los gobiernos de todos estos países hermanos del sur para obligarnos a ver el mundo de una sola manera. Su manera. La manera del imperio que proclamó, con un cálculo macabro, que América era para los americanos.
Gracias a personas como tú, que al final soltaron las armas para incursionar en la política, en este siglo luchamos un espacio legítimo en las urnas que nos han sido tan esquivas, como si de cuándo en cuándo sintiéramos espasmos de esperanza, aunque cada tanto sigamos perdiendo porque nos cuesta administrar un poder que jamás hemos tenido. Gladiadores como tú nos devolvieron esta democracia tan imperfecta, que al menos nos deja debatir con valor, sabiendo que el precio sigue siendo alto, pero con la certeza de que no nos verán nunca más vencidos, nunca más sometidos ni asustados. Quién soy yo para reprocharte algo, querido José, si gracias a personas como tú hoy en Colombia tenemos el primer gobierno de la izquierda revolucionaria y popular en más de 200 años de vida republicana. No ha sido fácil ni lo será. El establecimiento sigue resistiendo a la izquierda como si de verdad el comunismo existiera, y los privilegiados siguen viendo los fantasmas del comunismo muerto en los estertores del idealismo, donde solo hay pueblo exigiendo derechos que siempre les han sido negados.
Entonces, no te mueras, querido Pepe. No te mueras que lo mejor está por venir. No te mueras que aún nos quedan más siglos de las luces, de las luces progresistas de la izquierda que ilumina a la sociedad, esa luz que tú encendiste con una lumbre en la República Oriental del Uruguay y que hoy es un incendio imparable de ilusiones que recorre los ríos, valles, montañas, selvas y playas de esta América del Sur. No te mueras, José, que tu voz conmueve hasta los oídos más escépticos, no te mueras que tus palabras enseñan e inspiran, no te mueras que la revolución no es lo mismo sin ti. No te mueras, Mujica, que has creado un nuevo hombre, el homo austerus, ese que vive bien con poco, que no ambiciona y que no odia, que no guarda rencor en su corazón, que ama a su esposa con la que envejece; que es tan sencillo como un verso de copla, tan sabio como el más viejo de la tribu y tan humilde como los pedales gastados de tu escarabajo antiguo. No te mueras que este nuevo hombre ha nacido para quedarse y reproducirse. Seremos legión, Pepe, seremos miles de millones compartiendo nuestra austeridad con la exuberancia de la naturaleza, porque entendemos la simbiosis entre el aire limpio y nuestra mente sana. Porque respiramos justicia, paz y libertad.
No te mueras, José, aunque tu cuerpo cansado te lo pida. No te mueras porque ya has vuelto a nacer en nuestras luchas y en nuestras esperanzas. No te mueras que muchos te llevamos por dentro cuando nos llega el desespero de bregar y bregar y no lograr ningún cambio. Porque tú lo cambiaste todo a punta de paciencia y ejemplo, y nos enseñaste que no hay otro camino que el de la reconciliación y la paz. Porque la coherencia entre lo que haces, lo que dices y lo que vives es tan incontrovertible que te podrán atacar solo por lo que eres, pero no por lo que aparentas, porque en ti no hay apariencias. Solo sos un ser auténtico desde la cuna hasta la tumba, al que le da igual si cena en el Palacio de Buckingham con la Reina o en la mesa simple de su chacra con el campesino humilde de su comarca. Te da igual porque el honor es de ellos.
Y si te mueres, querido Pepe, vete, viejo querido, con la certeza de que solo se fueron para la eternidad tus huesos cansados y la piel que los forraba porque acá quedamos quienes nos declaramos tus hijos. Sos el padre de la revolución del siglo XXI, querido Mujica. Esta revolución se nos da natural, se nos da sin armas, se nos da con ideas; se nos da con la contundencia de tus convicciones y con la serenidad de tus palabras; se nos da con la inteligencia de quien ha vivido una vida completa con todos sus matices; se nos da con la mística de quienes queremos cargar tus banderas que jamás van a tocar el piso, pues acá estaremos listos para izarlas contra los peores vientos que no serán capaces de tumbarlas, porque serán tan fuertes que solo se sabrán desplegar con gracia para que el mundo entero las vea en lo alto.
Nunca te mueras, José, porque no habrá libro de historia que no te recuerde, porque al mundo le faltarán poetas para dedicarte versos y porque América Latina unida ha encontrado un faro inmortal, un hombre que se nos volvió leyenda en vida. No te mueras, Pepe, que los demócratas del mundo no te dejaremos morir, aunque tus cenizas sirvan de abono para las plantas de tu finca. Porque has sembrado hombres buenos, Pepe, y van a germinar generaciones invencibles de personas que lucharemos por los ideales que te hicieron sufrir en las mazmorras más miserables de Montevideo durante doce años, que no fueron en vano porque saliste vivo de allí para ser tú, lo que eres ahora, lo que eres para nosotros, querido Pepe: un líder inolvidable para la izquierda democrática, un modelo de lucha para los más vulnerables, el creador de un nuevo humano, el hombre austero que sabremos honrar con nuestros actos.
No te mueras, Pepe. Solo descansa, hombre gigante de larga historia. Solo descansa que ahora nos toca a nosotros luchar esta batalla contra el capitalismo salvaje que se está tragando al mundo con una soberbia sin límites, con una irracionalidad absurda y con una crueldad atroz. Esta gesta va por ti, Pepe. No te vamos a decepcionar guerrero. Cuando el cuerpo te lo pida, vete tranquilo que acá estamos tus hijos de lucha. Los que nos declaramos sin vergüenza y con amor “pepistas”, “josesistas” o “mujiquistas”, como lo prefieras. Somos Patria revolucionaria desde el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego. Somos el legado de José ‘el Pepe’ Mujica en el mundo nuevo del siglo XXI. Somos la lucha por la libertad de los esclavos, la justicia para los que reclaman equidad y la paz de nuestros hijos.
Somos América Latina unida contra el poder destructor de quienes se creen los dueños del mundo. En nombre de Pepe, el inmortal, llegamos para quedarnos a dar la pelea. Hasta que sea necesario. Hasta que nos devuelvan el planeta que creyeron comprar. Porque es nuestro. Porque Pepe nos dijo que esto es de todos y lo vamos a recuperar. Como lo hizo Pepe en los sesentas y los setentas. Sin pedir permiso y sin preguntar. Porque los derechos no se mendigan. Se exigen y se arrebatan, porque son nuestros. Son tan nuestros como el legado de José Mujica para la revolución que nace, mientras Pepe, el Pepe de todos, el Pepe querido de la gente, tristemente y sin remedio, se nos va.
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