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La maldición del hijo bobo

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Parece una mala jugada del destino, para él, para Uribe. Nunca antes los astros se habían alineado de tal manera para que Uribe finalmente probara una muestra gratis de la precaria justicia en Colombia. Y lo más paradójico es que fue por él mismo, por su propia mano, sin que nadie tuviese la iniciativa antes con tanta determinación para llevarlo a los estrados. O al menos nadie que haya sobrevivido para contarlo.

En 2014 Uribe lanzó un petardo legal con toda la violencia de su ser, que no es poca, para cortarle las alas a las investigaciones que venía adelantando Iván Cepeda con el fin de develar los nexos del expresidente con los paramilitares. Para eso, Cepeda venía entrevistándose con varios paramilitares que conocieron a Uribe en su papel de líder de esas fuerzas en cárceles de Colombia y de los Estados Unidos. Por lo anterior, Uribe, envalentonado por su rol de jefe de bancada del Centro Democrático, el partido que se fundó para darle estructura política a sus aspiraciones de emperador, convertido en una fuerza electoral importante en todo el país, decidió jugarse la carta de la persecución judicial para neutralizar a sus contradictores en el Senado en 2014.

Lo que no sabía Uribe es que ese petardo súbitamente se convertiría en bumerán, porque dentro de las interceptaciones que la Corte Suprema de Justicia ordenó para determinar la responsabilidad en las conductas delictivas que le endilgaba a Cepeda, aparecería su propia voz en esa célebre conversación en la que dijo “Esta llamada la están escuchando esos hijueputas”. Y el cucho tenía razón. La Corte Suprema de Justicia le estaba escuchando y decidió cerrar el proceso contra Cepeda y abrir uno contra él, irónicamente, por el mismo delito y otros más.

Corría el año 2018, el maldito año 2018, en el que a Uribe se le cambió la suerte de una vez y para siempre. Uribe creía que la llegada de su hijito dilecto a la Casa de Nari, Iván Duque, pondría el viento a favor de las velas de su eterna impunidad. De hecho, una vez se conoció la apertura de la investigación contra Uribe por el caso Cepeda, el candidato Duque juró meter las manos al fuego por Uribe, y el Duque presidente insistió en la inocencia de su mentor (por no decir su titiritero). Con esa postura se la jugó pasando por encima de la independencia de las Ramas del Poder Público, específicamente de la Rama Judicial, esa que tanto reclama hoy la autodenominada oposición inteligente. Sin embargo, en 2020 la Corte ordenó medida de aseguramiento en contra de Uribe por los hechos investigados, la primera vez en la historia del país que un expresidente era cobijado por esa medida en toda la historia. El Gran Colombiano seguía haciendo méritos para quedar indeleble en la memoria nacional.

Justo en esta coyuntura se daba la nueva elección del Fiscal General de la Nación, cuya terna por Constitución la presenta el Presidente para que la propia Corte Suprema elija. Una encrucijada absoluta entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial. El primero, con su líder natural en líos con esa corporación, y la segunda, debiendo decidir quién ocuparía el segundo cargo más importante del país, según lo diría el propio Francisco Barbosa unos meses después de su elección en San Andrés (con unos traguitos en la cabeza), mientras violaba el confinamiento de la pandemia en compañía de su cómplice, amigo y Contralor General de la época, Felipe Córdoba.

Era el momento justo para que Uribe huyera de la Corte Suprema para rendirse a los pies de una Fiscalía General totalmente alineada a sus intereses. A pesar de que Uribe, el frentero, ya había dicho que no renunciaría a su fuero y que no huiría de la Corte, la medida de aseguramiento le aflojó los esfínteres, recluido en su cómoda finca de Rionegro, y prefirió buscar la impunidad de la mano de los suyos. El Presidente, quien elegía al Fiscal, ya había proclamado la inocencia de su amo y la disposición total de inmolarse a fuego lento para demostrarlo. La jugada de Duque fue tan estúpida como predecible. Envió una terna de uno para que Francisco Barbosa, su compañero de uribersidad y amigo personal, fuera elegido por la Corte. Los otros dos nombres de la terna son tan olvidables como el aburrimiento.

Con lo que no contaba Duque es que estaba eligiendo al más leal, pero al menos preparado jurídicamente de los tres que postuló. Aunque Francisco Barbosa inició su gestión dando explicaciones, que nadie le había pedido, sobre sus credenciales para merecer un cargo para el que todos sabíamos que no estaba preparado, su gestión comenzó con el pie izquierdo con ese bochornoso incidente de San Andrés que ya mencioné. Los delirios de emperador del lider de la secta ya lo habían poseído a solo días de su posesión, y sus vacíos en Derecho Penal se notaban a años luz cada vez que abría la boca. Así pues, Uribe caía en el peor de los mundos posibles por cuenta de una mala decisión de su hijo bobo, Iván Duque, quien prefirió jugársela por una defensa apasionada del dueño de su cargo, que por una defensa realmente técnica, fundada y jurídica. En otras palabras, Iván Duque pervirtió la Fiscalía General a través de un homúnculo sin carácter como Francisco Barbosa, para torcer la institucionalidad en función de la impunidad de Uribe. Los hechos subsiguientes hablan por sí solos.

Francisco Barbosa, como era de esperarse, delegó al más mediocre de los mediocres para ponerse al frente de la defensa de Uribe desde la Fiscalía. Gabriel Jaimes es totalmente coherente con su cara. Su fama de inepto, incompetente, acomodado y servil, ha trascendido por todos los cargos por los que ha trasegado. Varios periodistas, entre ellos Daniel Coronell, han demostrado con información verificable y verificada que la libertad de Uribe recaía en el peor de los mundos en manos de Jaimes.

Entonces, un Barbosa, totalmente ignorante del Derecho Penal, ponía en manos de Jaimes, totalmente incapaz para estructurar jurídicamente la preclusión de su “cliente” atípico, inconstitucional e ilegal, la difícil tarea de convencer a los jueces de que no existía mérito para continuar con esa investigación en contra de Uribe desde el ente que debía acusarlo. Una vergüenza. El resultado no podría ser diferente: fracaso total. El uribismo en pleno ignoró que ni siquiera los ocho años de mandato de Uribe, y la influencia descarada de Duque en su proceso, pudieron acabar con la institucionalidad en Colombia, ni con la independencia de la Rama Judicial.

Dos valientes juezas de la República negaron en dos instancias la solicitud de la Fiscalía General de Francisco Barbosa para archivar las diligencias contra Uribe Vélez, a través de un acto de preclusión tan ilegal como absurdo y antijudicial, porque las pruebas contra Uribe se rebosan como espuma del expediente. La segunda instancia fue solo un trámite en el que pusieron otro fiscal delegado más olvidable que los otros dos nombres de la terna de Barbosa y todavía más inepto que Jaimes. No voy a mencionar los nombres de estas gallardas juristas para evitar los perfilamientos de los que somos víctimas todos los que desnudamos los oscuros intereses de esa secta que lleva 23 años matoneando (y matando) detractores. Pero acá las llevo en mi corazón y en lo más sincero de mi gratitud porque le demostraron al país que aún hay esperanza. Las razones sobran por evidentes.

Así pues, lo que hoy está viviendo Uribe día a día en su juicio es culpa de su hijo bobo que se dejó llevar por los impulsos y no por las estrategias. Eligió al más incapaz para liderar su defensa desde la Fiscalía General, y mientras Barbosa se preocupaba más por su campaña presidencial, Uribe se hundía en el mar de los hechos incontrovertibles que hoy lo tienen enfrentando un proceso en calidad de acusado. Mientras Barbosa atacaba a Petro, el jefe de la secta se batía a muerte en los juzgados soportando la incompetencia de Jaimes y de ese otro delegado del que ya nadie se acuerda.

Por fin el eterno impune está enfrentando un juicio por el más venial de sus pecados, mientras sus pecados mortales salen a relucir uno tras otro ante la mirada atenta de un país que recuerda atónito que con Uribe no se sabe si para es una preposición, un prefijo o un adjetivo calificativo. Y esto se debe a la torpeza de Iván Duque, que tenía para presidente los mismos méritos que Barbosa tenía para Fiscal General. Ninguno.

Al final, los abogados de Uribe le están apostando a la prescripción, para lo único que sirvió alargar este proceso los cuatro años de gestión de Francisco Barbosa al frente del ente acusador, que en el caso de Uribe sirvió más como un complemento de una defensa confiada que creyó que los tentáculos largos de la intimidación, las amenazas y la presión de la secta iban a amilanar a las juezas que decidieron que el proceso debería continuar, como en Derecho corresponde. Pero ahora, con tan mala suerte para ellos (porque es afortunado para el país, para la Justicia y para la historia), que también se han encontrado con otra jueza valiente al frente del juicio, que ha sabido poner límites donde pocos se han atrevido a ponerlos, porque pocos sobreviven así a Uribe y sus hordas.

Cierro mi columna rindiendo un merecido homenaje a la valentía de la jueza Sandra Heredia y de la fiscal Marlene Orjuela. A ellas me atrevo a mencionarlas porque Granados y Lombana las han recusado tantas veces y las han atacado con tantas tutelas que es imposible ignorar sus nombres. Y las recusan, en parte porque le temen a la Majestad de la Justicia, que ellas representan, y a la que no están acostumbrados, y en parte, porque esto es funcional a sus intereses de dilatar y dilatar el proceso hasta que prescriba, la única salida legal que le queda a Uribe, el mismo Uribe que en 2014 denunció a Iván Cepeda creyendo que así lo quitaba del camino para siempre. Pues bien, de Uribe no queda más que una lánguida imagen del otrora frentero y berraco que hoy se ve apocado, temeroso, cobarde y acorralado, y de Cepeda queda este libro, resultado de sus investigaciones sobre Uribe y sus nexos con el paramilitarismo que no pueden dejar de leer si aún quieren saber quién es ese siniestro personaje que quedará en las páginas más infames de la historia nacional: https://ivancepedacastro.com/libro-a-las-puertas-de-el-uberrimo/

No importa qué pase al final de este juicio, Uribe no podrá salir bien librado. Si el caso prescribe o es declarado culpable, todos sabremos que sobornó testigos para que oculten su pasado criminal. Si es absuelto, todos nos resignaremos a su eterna impunidad con desaliento, pero con la certeza de que no salió ileso de este proceso, porque supimos no solo que es un cobarde, sino que la mayoría de los procesos que cursan contra él en la Comisión de Acusaciones, en la Corte Suprema y en la Fiscalía (más de 280) tienen algún fundamento. Uribe solo será el Gran Colombiano para esa facción vergonzante que él representa. Yo me quedo con la valentía de las juezas y de la fiscal, con la entereza de Cepeda y con la capacidad jurídica de la parte civil, la representación de víctimas y todos aquellos que le han puesto literalmente el pecho a las balas. Gracias por darnos esperanza, para que por fin cese la horrible noche del uribismo en Colombia. Gracias.

Y gracias a Iván Duque, porque sin su torpeza, ineptitud e inexperiencia, nada de esto hubiera sido posible. Gracias, aunque no lo merezca. Igual, tampoco merecía ser Presidente.

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