Por Andrés Felipe Giraldo L.
Según algunos, Colombia es otro país desde el 7 de agosto de 2022. Según algunos, antes (sin especificar cuándo, pero antes) estábamos muchísimo mejor. Otros, un poco más sensatos, recuerdan que no éramos Suiza tampoco, pero sí algo mejor de lo que somos ahora como país. Pero el común denominador de esos, esos que dicen que Colombia está cada vez peor, al menos a quienes conozco, es que cada día están mejor. Y no solo ellos.
De acuerdo con la Revista Forbes Colombia, en su última edición (que no se caracteriza propiamente por ser progobierno), los más ricos de Colombia se enriquecieron aún más en 2024. El artículo completo lo pueden leer acá: https://forbes.co/2024/04/12/editors-picks/los-mas-ricos-de-colombia-de-2024. Lo más paradójico, es que en esa lista, la mayoría, son feroces detractores de Gustavo Petro. Aparecen los dueños de la Revista Semana y del Canal RCN, por ejemplo, que dedican kilómetros de papel y días calendario de emisiones a despotricar sin piedad de lo que para ellos es “el peor gobierno de la historia”. Sin embargo, se siguen enriqueciendo sin control en el peor gobierno de la historia. Qué suerte tienen.
Para muchos, Colombia es el país del caos, la corrupción y el desgobierno desde que Petro es presidente y extrañan, sin sonrrojarse, a su inmediato antecesor, Iván Duque. Dicen que las comparaciones son odiosas. En mi opinión, las comparaciones son tremendamente necesarias para desmentir a los mentirosos, acomodados y tergiversadores. Aún más, si tienen de megáfonos a todos los grandes medios de comunicación del país, como lo son RCN, Caracol y todas sus cadenas afiliadas del Grupo Prisa y Revista Semana.
Es memorable cuando, el día de votaciones de la segunda vuelta presidencial, el 19 de junio de 2022, María Andrea Nieto decía en un panel de Semana, la revista de los Gillinsky, que “el dólar se cotizaba a cinco mil pesos en las casas de cambio del aeropuerto”. La pseudoperiodista no tuvo ni siquiera le precaución de notar que era el domingo de un puente festivo y que el precio del dólar en las casas se cambio se mantiene estable hasta el siguiente día hábil. Es decir, que era sencillamente imposible que el precio del dólar cambiara en ese momento. Por su parte, Oswaldo Ortiz (un exinfluencer cristiano ya caído en desgracia), decía que el dólar subiría hasta los diez mil pesos. Pues bien, el precio del dólar el pasado viernes en Colombia (porque hoy domingo no cambia de precio, Maria Andrea) es de 4.106 pesos, después de dos años y nueve meses después de la supuesta debacle del dólar en Colombia. El 7 de agosto de 2022, cuando Iván Duque le entregó la Presidencia a Gustavo Petro, el precio del dólar era de 4.337 pesos. En conclusión, en todo este tiempo el precio del dólar no solo no subió, por el contrario, bajó más de 200 pesos. Y ha bajado más.
Pero este es solo un ejemplo del tremendismo de la oposición que siempre cae en lo falso, lo patético y lo estúpido. Y decir que desde 2022 Colombia es el país del caos, la corrupción y el desgobierno no solo es mentira, además desconoce de qué caos, corrupción y desgobierno veníamos con Iván Duque. Por eso describiré brevemente estos tres elementos para que entiendan el parangón:
Caos: Con Iván Duque tuvimos dos grandes estallidos sociales en 2019 y 2021. Las razones de los estallidos son bien conocidas y no son objeto de esta columna. Sin embargo, sí vale la pena decir que los dos estallidos fueron “controlados” con la Fuerza Pública y que el resultado al final no pudo ser más salvaje y desolador. Muchos jóvenes que salieron a las calles terminaron muertos, desaparecidos o lisiados para siempre. La cifra de muchachos tuertos por impactos del ESMAD es terrible. El ESMAD y la Policía se hicieron tristemente célebres por agedir de manera cruel a los manifestantes con actos que incluyeron violaciones sexuales y vejámenes de todos los talantes. Las grabaciones de esos días recuerdan a las peores dictaduras de América Latina de los años 70s y 80s. Represión pura, incapacidad total para el diálogo e inexpertos como Iván Duque y Diego Molano asumiendo roles militares, con un saldo que no pudo ser peor. Hasta civiles se vieron disparando a los manifestantes con total impunidad en Cali. Tan impunes, que uno de esos hoy es concejal gracias al voto de “la gente de bien”, ese sofisma que se inventaron en Colombia para referirse de otra manera a los paramilitares. Eso es caos, desolación y muerte.
Con Gustavo Petro la protesta social retomó su dignidad. No ha habido un solo herido en las marchas que se han hecho contra su Gobierno. La oposición ha podido salir a las calles a manifestarse libremente, incluso para decir que lo van a derrocar o paseando impunemente un ataúd que lo representa, sin que la Fuerza Pública haya intervenido. Podría extenderme explicando por qué hablar de caos durante el gobierno de Gustavo Petro (adicionalmente usando como ejemplo al gobierno de Iván Duque) es ridículo, y haría esta columna demasiado extensa. Apelo al criterio de cada uno para que busque mejores ejemplos y saque sus propias conclusiones. Pero, para terminar este pequeño barniz, es claro que el caos se define en este contexto como la incapacidad para manejar las crisis. Y la evidencia habla por sí sola. La protesta social en el gobierno de Gustavo Petro ha gozado de todas las garantías. Dirán que es porque marchan por el andén sin hacer ruido. Falso. La oposición en Colombia marcha todos los días socavando la institucionalidad desde los grandes medios, el Congreso, los clubes sociales de los privilegiados e inflitrando las entidades del Estado sin que la represión los alcance porque no hay represión. Es simple. Eso nada tiene que ver con sus supuestos “buenos modales”, que no es más que el pánico que les da ganarse un bolillazo en la calle. Porque son buenos para pedir bolillazos para los demás, pero ven una cachiporra y se hacen en los pantalones. Perdón.
Corrupción: Negar la corrupción durante el gobierno de Gustavo Petro es como negar al sol de una mañana sin nubes en el trópico. Este creo que ha sido el gran lastre del presente mandato. Todos los días, la corrupción se rebosa por las noticias y las redes sociales, que denuncian tanto, como un grifo que no cierra, sobre los recursos del Estado que se pierden. Tan innegable es la corrupción, que el gobierno no la niega. Por el contrario, la denuncia. Salvo el escándalo de los carrotanques de la Guajira, que es de la entraña misma de la izquierda representada por Olmedo López, los demás escándalos vienen, todos, de gobiernos anteriores. Y sobre Olmedo solo debo decir que es un corrupto agazapado en cualquier partido político. Es decir, siempre fue primero corrupto que político. Desafortunadamente, fue el Polo donde creció, así como crecieron los Moreno Rojas y otros tantos que disfrazaron sus intereses mezquinos de izquierda democrática. Sin embargo, esto no excusa al Presidente de haberlo nombrado a la cabeza de un organismo que maneja tantos recursos por contratación directa. Imperdonable error que ha tenido un costo político incalculable para su mandato. Y lo seguirá teniendo. Porque los corruptos tapan sus fechorías con mentiras. Son un círculo vicioso de trampas y engaños.
Y dirán que estoy evadiendo descaradamente el caso de Nicolás Petro. Pero no. No lo evado. Solo creo que esa corrupción no es atribuible al Gobierno. A lo sumo Petro deberá aceptar que cometió un error habiéndole dado las banderas del progresismo a Nicolás en el Atlántico sin más mérito que ser su hijo. Los resultados de ese desatino saltan a la vista. Pero Nicolás decidió ser corrupto por él mismo, se quedó con una plata cuyos cuestionados donadores creyeron que era para la campaña y se la robó para darse vida de millonario. Ese dinero ni siquiera entró a la campaña y Nicolás está asumiendo sus delitos procesado por la Fiscalía, como cualquier otro delincuente, como debe ser. Petro no salió a defenderlo ni dijo “mi hijo Nicolás no es un vago con sueldo”, para tapar todas sus fechorías, como algún otro expresidente, que valga decir, está en calidad de acusado en un juicio penal por estos días.
Y para terminar con este ítem corto e incompleto, debo decir que me es imposible explicar el nombramiento de Armando Benedetti como Ministro del Interior de manera honesta. Por eso lo haré con la única opción que me queda, de manera deshonesta. En mi opinión, Benedetti está ahí para hacer componendas políticas, repartir mermelada a lo que marca y pasar las reformas a como dé lugar. Porque es que si el Gobierno no pasa las reformas no tendrá legado alguno para la posteridad. Petro le ha apostado al peor de los mundos para lograr que su gestión legislativa no quede en casi en ceros después de cuatro años de mandato. El país, sus electores y los problemas estructurales del país, no se lo perdonarían. Entonces se jugó la carta del mal menor. De hecho, aceptó a personajes como Benedetti y Roy Barreras, gobiernistas de todos los gobiernos, para que hagan lo que hacen: Política del más bajo nivel, corrupción en su más pura expresión, intercambios que se hacen en todos los gobiernos en función de eso que los más pragmáticos llaman “gobernabilidad”, que no es más que el arte de la transacción política entre favores, recursos, puestos y votos en el Congreso. Simple y directo. ¿Es corrupción? Sí. ¿Se hace en todos los gobiernos? Sí. ¿Este es el gobierno del cambio? En ese aspecto, no. Desgraciadamente no. Y no me siento orgulloso de escribir esto. Por el contrario, como simple ciudadano pero, sobre todo, como empleado público, me avergüenza terriblemente. ¿Qué hago? Decirlo, denunciarlo, no callar, alzar mi voz a través de mis columnas para que los señores de la Casa de Nariño se enteren de que acá tienen a uno de los suyos terriblemente indignado. Eso hago. ¿Ha habido consecuencias o represalias contra mí por alzar la voz? No. Claramente no. Todo lo que he querido decir lo he podido decir con absoluta libertad y lo agradezco. Porque me dieron una responsabilidad y un salario, pero no una mordaza. Y lo agradezco de corazón, porque en eso consiste la verdadera democracia.
Desgobierno: Así como debo reconocer que la corrupción es innegable, también debo decir que en mis cortos cincuenta años de vida jamás había sentido tanto la presencia de un gobierno. Y lo digo para bien. Totalmente. Es un gobierno que hace presencia en las regiones y no en los medios. Que prefiere los retos del campo a los retos rockeros. Que se le ha metido de frente a la compra de tierras improductivas para repartirlas entre los campesinos desposeídos, despojados y desplazados, con resultados que saltan a la vista, pero que por supuesto no se harán visibles a través de los medios de los Gillinsky, de los Sarmiento Angulo o de los de los Ardila Lülle. Un gobierno realmente popular que repudian en los escenarios de los conciertos y en los estadios, pero que aplauden en los salones de las juntas comunales, en los mitines campesinos y en las mingas indígenas. Un gobierno capaz de parársele firme a uno de los hombres más poderosos del mundo a las tres de la madrugada para que devuelva a unos aviones con colombianos encadenados, para que entreguen ciudadanos libres y dignos a la Patria que los vio nacer. Ese sí es un Presidente del cual me pueda sentir orgulloso.
Con Iván Duque tuvimos que esperar meses a que la primera dosis de las vacunas contra el COVID llegara porque Colombia estaba en los últimos lugares de las prioridades de las farmacéuticas y los buitres de siempre aprovechaban las desgracias para llenarse los bolsillos. En enero de 2021 el Instituto Lowey en Sidney evaluó la respuesta de 98 países frente a la pandemia y Colombia obtuvo la deshonrosa medalla de bronce de abajo hacia arriba. Se ubicó en el lugar 96. Bloomberg también dio pésimas calificaciones al manejo de la pandemia en Colombia. El Gobierno, sin ningún pudor, cedió la soberanía de la administración de los recursos para el manejo de la crisis a los bancos a través de varios decretos para la gestión del erario y, oh sorpresa, el sector financiero fue el único que generó utilidades exorbitantes mientras la gente se moría por la enfermedad y por todas las precariedades económicas de no poder salir a trabajar. Un desastre de gobierno para enfrentar una catástrofe mundial. La peor de las combinaciones.
Además, mientras Duque hacía el ridículo a nivel mundial hablando de los siete enanitos, proclamando que al presidente de Venezuela le quedaban horas en el poder (todavía está ahí), haciendo conciertos insulsos, reconociendo presidentes de papel y tumbando muros de Berlín imaginarios, el país se le desbarataba a pedazos entre los estallidos sociales, la corrupción de su propio gobierno y la falta de liderazgo que trató de suplir con emisiones larguísimas e infumables jugando con caritas felices y caritas bravas, o sirviendo jugos de naranja en vivo y en directo que a nadie le importaban. Le soltaron la Casa de Nariño a un párvulo sin experiencia que creyó que por ser el ungido del gran lider de la secta podría gobernar por el simple hecho de contar con ese respaldo. No gobernó. Aguantó cuatro años aferrado a las lavadas de cara de la gran prensa, el chantaje y la extorsión de los grandes grupos económicos del país, y el secuestro de su propio partido, que le dejó la cuerda cortica para que solo obedeciera a los intereses de su amo, que, dicho de paso, se la pasó esos cuatro años tratando de zafarse de ese proceso por el que está a punto de irse preso, mientras el Presidente le ponía un Fiscal General de bolsillo. Todo mal.
No hablen entonces de desgobierno después de esos nefastos cuatro años de Iván Duque. No sean obsecuentes ni descarados que a algunos todavía nos queda criterio para distinguir a alguien que se ha formado durante treinta años para ser Presidente de otro que se ganó la lotería porque se sabía la talla de los Crocks de su amo. Respeten un poquito la inteligencia de la gente que no todos los colombianos pertenecemos a la misma secta.
Así pues, mientras los ricos más ricos de Colombia se siguen cocinando en la ira de sus propios jugos biliares por cuenta de que un presidente mamerto les quitó más de 200 años de hegemonía elitista en el Gobierno, se siguen enriqueciendo por cuenta de una economía cada vez más sana, cada vez más solida y cada vez más popular. Porque los grandes empresarios en Colombia más allá de su mezquindad no han entendido que darle buena calidad de vida a los pobres es tener mejores trabajadores, más motivados, más leales y más agradecidos. Porque mientras en los foros gremiales tipos como Mac Master o Jaime Alberto Cabal le juran la guerra ideológica a Petro, el Presidente se esmera para que las condiciones económicas se mantengan igual o mejor para que los empresarios se puedan seguir enriqueciendo. Y los resultados están a la vista. Se están enriqueciendo. O al menos se están enriqueciendo más los más ricos, como lo señala Forbes.
Entonces, el tal país del caos, la corrupción y el desgobierno no es tal. O sí lo es, pero no en las dimensiones que los profetas de la catástrofe lo han venido anunciando con las trompetas del apocalipsis. Colombia sigue siendo un país con enormes retos y dificultades, con una corrupción cada vez más desbordada, pero que ahora, por lo menos, es visible desde el gobierno mismo. No estamos en el mejor de los mundos, por supuesto. Pero tampoco estamos en el peor como nos lo quieren vender los medios de los Gillinsky, los Ardila Lülle y los Sarmiento Angulo. Estamos en un camino mucho más alentador que el que se vivía en el anterior gobierno, sin duda, y contamos con todas las puertas de la democracia y de las vías electorales abiertas para que en 2026 la gente elija lo que quiera, porque Petro tampoco se quiere perpetuar en el poder ni está amenzando la democracia. Quiere que el progresismo gane en 2026, como cada facción quiere que gane uno de los suyos. Es lo legítimo. Es lo que se disputa cada cuatro años en elecciones. Es la democracia.
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