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La hora de la revolución

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Parece como si Colombia viviera en caída libre sin que aparezca el fondo. La situación de millones de personas se complica cada vez más por cuenta de la pandemia y el mal gobierno, que es otra pandemia. La gente resiste encerrada mientras ve cómo se van quebrando sus negocios, se incrementan las deudas y se desvanecen las oportunidades. La situación es desesperada para muchas personas que deben acudir a la solidaridad de amigos y familiares para sortear el temporal. Pero la ayuda también es temporal, porque las carencias se van contagiando a la velocidad del Covid y cada quién sobrevive como puede.

El descontento es generalizado y la falta de control político por cuenta de un Congreso eunuco, incapaz de sesionar presencialmente, ha otorgado facultades de facto a un gobierno débil e ilegítimo, cuyo mentor se encuentra subjudice, manejando los hilos de la justicia para salir impune mientras el país naufraga.

Mientras la vacunación va a ritmo de tortuga, los decretos inconstitucionales del gobierno avanzan como liebre. Por ejemplo, mediante decreto el presidente decidió que el Consejo de Estado sería la única Corte habilitada para tramitar las tutelas en su contra. Es decir, el presidente eligió a su propio juez, contraviniendo todos los principios del equilibrio de poderes, las jurisdicciones regionales y la independencia de la Justicia. Y esta decisión arbitraria se tomó con el claro interés de allanar el camino a la aspersión aérea con glifosato, suspendida por decisión de la Corte Constitucional ante la abrumadora evidencia del daño que este químico provoca sobre personas, animales y cultivos. Pero igual, el gobierno se pasó por el forro a la Corte y volverá con las aspersiones y el jugoso negocio que hay detrás de estas. Y por supuesto, la gente quedará vulnerable porque los jueces locales no podrán hacer respetar sus derechos en el tiempo en el que las tutelas viajen desde las regiones hasta el Consejo de Estado, en donde seguramente quedarán engavetadas entre dilaciones y trámites, mientras las avionetas del gobierno esparcen ese líquido maldito sobre comunidades enteras. Es cruel, pero mientras las vacunas escasean, el glifosato abunda.

Iván Duque está aceitando la máquina burocrática y corrupta para ganar con las trampas del gobierno lo que la democracia jamás le volvería a dar, otro mandato al uribismo. Mientras el país grita austeridad, el presidente insiste en robustecer la nómina de los entes de control, en poder del uribismo. 500 cargos para la Procuraduría, 1000 para la Registraduría y 1300 para la Contraloría, no podrían tener otro interés que terminar de cooptar las movidas fraudulentas de las elecciones legislativas y presidenciales de 2022.

Pues bien, estamos en las manos de un gobierno inexperto, ilegítimo y tremendamente débil. Pero también, tremendamente arbitrario y violento, como suele suceder con los regímenes autoritarios que ven pronto su final.

El 21 de noviembre de 2019 las protestas masivas en las calles, que se prolongaron hasta diciembre de ese año, fueron conjuradas por unos diálogos sociales programados para marzo que jamás avanzaron. Y era obvio que no avanzaran, nadie con algún interés genuino de atender reclamos sociales pospondría los diálogos por tres meses. Y para terminar de diluir el descontento popular en el tradicional chasquido de dientes y frustración general, el confinamiento encerró a todos los manifestantes con sus reclamos para poner trapos rojos en sus ventanas. Ha pasado más de un año de pandemia, de encierro y miseria y está claro que los únicos beneficiados en toda esta tragedia son los poderosos de siempre. En 2020 el Gobierno transfirió 40 billones de pesos a los bancos y vendió las reservas de oro al precio menos favorable. Aún así, dicen que no hay plata y que para conseguirla hasta morirse será un lujo, porque los servicios funerarios serán gravados con el IVA. Cuánta miserableza puede caber en la mente de alguien que pretende gravar los servicios funerarios con más de 400 muertos por día por cuenta de la pandemia, la mayoría de estos de bajos recursos. Eso solo se le podría ocurrir a un buitre o a una hiena, que se nutren de los muertos.

Mientras tanto, el designado por el Gobierno para adelantar los diálogos de marzo de 2020 con los manifestantes, Diego Molano, ahora funge de ministro de defensa y llama a los niños reclutados “máquinas de guerra”, se va para la frontera a provocar al vecino pobre, y le da por jugar a ser Rambo con las tropas del país, para liberar todos los complejos de un ser apocado y servil, que se encontró de repente con un puñado de poder.

El pueblo no aguanta más. No puede aguantar más. La revolución llama a gritos una renovación social, que se muevan los cimientos de este régimen feudal en el que el gendarme del país prepara a su primogénito para que asuma el poder como la más primitiva de las monarquías, y el séquito le hace barra, porque no hacen falta neuronas cuando para ellos el apellido Uribe lo significa todo. De qué sirve morirnos confinados en las casas o llenando las unidades de cuidados intensivos de los hospitales mientras los gobernantes desangran sin ninguna resistencia las arcas del Estado sin darle tregua a los proyectos que llenan los bolsillos de los de siempre. La enfermedad se convirtió en aliada del control de los gobiernos sobre sus sociedades, y sin desconocer que la enfermedad es real y además letal, no cabe duda que las medidas tomadas sirven más a los intereses autoritarios para poder gobernar a placer, que a los objetivos de la salud pública o el bienestar general. Mientras la gente está encerrada, los gobernantes hacen lo que se les da la gana.

Por eso es la hora de la revolución, hay que empezar a gritar en la medida de nuestras posibilidades y sobre todo de nuestro desespero. Los franceses en 1789 y los rusos en 1917 no se quedaron esperando “un mejor momento” para levantarse contra sus opresores. Mientras la mayoría del pueblo en Colombia está buscando el pedazo de carbón que se le mete a la nevera para poder calentarse, la representante del periodismo del establecimiento, esa cloaca en la que se convirtieron los medios cooptados por el régimen, y el Ministro de Hacienda, se ríen porque no saben cuánto cuesta una docena de huevos. No les importa. A ellos les sobran en la nevera los huevos que las faltan en el pantalón. María Antonieta desde Versalles le gritaba a la gleba sublevada, con hambre, que comieran pastel. Así se vieron Carrasquilla y Dávila celebrando su ignorancia sobre los precios de la canasta familiar.

Este no es un llamado a la violencia, de eso ya tenemos bastante, pero sí es un llamado a la defensa de los intereses populares, que se debe hacer con determinación y vehemencia, de manera consistente y firme, en las calles si es necesario, reventando los dedos contra las teclas para llamar a la reflexión y a la acción, para evitar a toda costa que los ricos se sigan enriqueciendo con nuestra miseria confinada. 

Estamos cerca de unas elecciones, que seguramente serán manipuladas desde el establecimiento como ya lo han hecho antes para defender los intereses de clase. En esta oportunidad el pueblo debe estar vigilante y atento, desde la militancia política y la acción popular, para hacer respetar cada voto, con la ayuda de los organismos internacionales y las veedurías nacionales, sin recular y sin titubear para hacer público cada fraude, con la certeza de que los organismos de control serán parte de ese fraude y que solo el pueblo unido podrá hacer valer sus derechos.

Es la hora de la revolución, una revolución democrática y pacífica, pero no por pacífica pasiva. Debe ser una revolución activa y deliberante, fuerte y consistente, que ponga a temblar los cimientos del establecimiento, que una por fin a los oprimidos no alrededor de los intereses de las élites sino de su propia clase, una revolución fraterna y solidaria, a pesar de nuestras diferencias. Es hora de asumir los liderazgos sin mezquindades, pero identificando bien cuáles son los intereses que se deben derrotar, cuál es la riqueza que se debe distribuir para que el bienestar deje de ser el privilegio de unos pocos, para que los estudiantes puedan volver a escuelas y colegios públicos dignos, para que la salud deje de ser un mecanismo de control social ofrecida desde la extorsión y el miedo.

Es hora de la revolución. No es hora de luchar por un país para nuestros hijos, ellos deberán dar sus propias luchas. Es hora de luchar por un país mejor para nosotros que bastante nos hemos jodido aguantando la hegemonía política de un genocida sin escrúpulos que hará lo imposible por aferrarse al poder para adueñarse de lo poco que queda de país.

Es hora de la revolución. Alisten sus carteles y sus zapatos, alisten sus vigilias y sus oraciones para el dios en el que crean, porque esta vez vamos unidos, vamos juntos, porque no nos van a poder matar a todos juntos, porque ya nos están matando separados. Vamos pues, esta es una revolución popular para quienes ya no le tenemos miedo a que nos llamen populistas. Porque esta es una revolución del pueblo y para el pueblo, como han sido todas las revoluciones de la historia que han conseguido algo bueno para sus naciones. Esta es la hora de la revolución. No la dejemos pasar otra vez. 

El pueblo unido jamás será vencido.

https://www.youtube.com/watch?v=Cuzl_QTBlWI

Fotografía tomada de DW.

 

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