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La carta de Leyva

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Esa carta pueril, desprolija, mal escrita, con errores de digitación, redacción, ortografía, sintaxis y congruencia, habla mucho más de Leyva que de Petro. Y el circo subsiguiente armado por los medios, aprovechado por la oposición, por supuesto, habla mucho más de la debilidad y de la falta de seriedad del debate público en Colombia, que de los problemas reales del país.

Leyva desliza, por una parte, unas suspicacias grotescas y, por otra, unas afirmaciones irresponsables y temerarias, sin sustento alguno. No vale la pena ahondar en ello, porque la carta igual está a disposición de todo el mundo, porque se nota que es una carta escrita deliberadamente para hacer daño y afectar la reputación del Presidente con saña, y no de alguien que quiera ayudar a otro, como falsa e impostadamente quiere hacer parecer el exministro.

No hay que ser muy perspicaz para notar que el mayor propósito de esa carta era acusar a Petro de drogadicto y, a través de ello, evidenciar las molestias que tiene el suscribiente de la misma con Armando Benedetti y Laura Sarabia. La carta es tan torpe, que no logra ninguno de los dos propósitos, porque mezcla temas, escenarios y personajes de una manera delirante, desestructurada e inverosímil, que parece más un libreto de la Rosa de Guadalupe que una denuncia seria y verificable. Hubiera sido interestante que los reparos de Leyva sobre Benedetti y Sarabia se hubieran expresado con claridad y argumentos, desarrollando las ideas más allá del titular barato y tremendista de “tienen secuestrado al Presidente”. Leyva bien podía explicar por qué es inconveniente mantener a un tipo como Benedetti en el gobierno (y no le faltarían razones), pero prefirió disfrazar su malestar personal juntando las adicciones confesas de Benedetti con las que se le inventó a Petro. Sobre Laura Sarabia dejó traslucir que lo que le corroe es una tremenda envidia de no permanecer ahí, en ese cargo para el que estaba destinado plácidamente para los cuatro años del ocaso de su vida laboral, haciendo insinuaciones mendaces sobre la relación Sarabia – Petro, que no pasan ni por la más pervertida de las imaginaciones.

Así Leyva perdió la oportunidad de plantear verdaderos asuntos de Estado sobre temas en los que se ganó toda una vida de respeto, como la paz, y se quedó en el rumor fácil, en el chisme hartero, en la cocina de Palacio tan visitada por todos los exministros que fueron instrascendentes o nefastos en sus respectivas carteras, y que ahora alientan a las huestes de la oposición a punta de especulaciones, infundios y comentarios cargados de resentimiento de aquellos huerfanos de poder, que creyeron que podrían seguir haciendo desde un gobierno progresista lo que habían hecho en todos los gobiernos precedentes: gestionar los privilegios de las élites y cooptar al sector público para sus propios intereses burocráticos.

Esa carta de Leyva lejos de enriquecer el debate público o llamar a la reflexión, es un panfleto que cambió el anonimato por la decadencia y la intrascendencia. Parece que el mismo Leyva olvidó que le inventaron que era un acosador sexual cuando era Canciller, también un chisme de pasillo lanzado al aire sin pruebas ni contexto, y que la gente hizo con eso lo que había que hacer, no darle importancia y seguir la vida, que tiene problemas mucho más graves que las habladurías de la gente con la única intención de dañar a los demás. Ahora Leyva queda reducido a eso, a ser la balconera del pueblo con los codos gastados de recostarlos sobre una baranda para imaginarse la vida de los vecinos que pasan por el frente. Triste ocaso para una persona que vivió tantos procesos de paz, que padeció varios exilios y que acercó a contrarios enfrentados para encontrar acuerdos. De ese Leyva solo queda la imagen de un tipo gruñón que sancionó la Procuraduría, porque parece que Leyva tampoco recuerda que quien lo suspendió fue la Procuraduría de Margarita Cabello y no el Presidente, quien lo mantuvo en el cargo hasta cuando pudo, dilatando el acatamiento de esa orden hasta que se hizo insostenible. Leyva ataca a un Presidente que le brindó su respaldo sin más razón que la de no haberlo esperado indefinidamente, en una cartera que no admite interinidades prolongadas, por la misma naturaleza del cargo.

Sin embargo, hay que decir que el daño que hace esta carta es tan momentáneo y circunstancial, como el daño que han pretendido otros ya antes. María Jimena Duzán ya había salido con otra carta a Petro, igual de mentirosa, pero aún más condescendiente, y el Presidente la rebatió como lo debe hacer, no dándole importancia. El país siguió su camino, como lo va a seguir ahora, y todos esos que pensaban que un chisme podría tumbar a un Presidente, solo por la credibilidad del chismoso, se quedaron con los crespos hechos. Pocos creyeron los delirios tiernos de María Jimena, y su prestigio quedó mucho más aporreado que la reputación del Presidente. Era obvio, porque más allá de conjeturas, suposiciones y especulaciones, no ofreció una sola prueba sobre las tales adicciones de Petro a las drogas. Por un momento pareció que Maria Jimena confundió su rol de periodista con el del policía bueno, que quiere sacar verdades a punta de mentiras, y creyó que Gustavo iba a responder con otra carta pública, envuelto en lágrimas, agradeciéndole por haberle dado el impulso para su proceso de rehabilitación. Maria Jimena ignoró que lo que se espera de una periodista son hechos verificables y no rumores imaginados desde una amistad inexistente, porque es claro que Petro no tendría amigos periodistas, y mucho menos si tienen estos alcances, con ese juego ambiguo de la sensibilidad humana, mediada por la visibilidad que requiere un personaje mediático, poniendo primero el interés personal que el rigor profesional.

Por supuesto, Maria Jimena también se subió de nuevo en esta ola artificial que levantó Leyva para ver si reencauchaba su carta. Pero tampoco. Las dos cartas se van a hundir juntas, y todas las que vengan, porque acá lo único que se pierde es tiempo y la credibilidad de los mentirosos, que no dejarán de serlo hasta que puedan aportar algo que controvierta la verdad que se ve de Petro a diario, un tipo tremendamente ocupado, que prefiere las reuniones con el pueblo en las regiones, que los encuentros con los dueños del país o los oportunistas de ocasión, que solo lo abordan para inventarle cosas, tratar de minar su mandato y apuñalarlo por la espalda mientras le sonríen.

A este gobierno le queda poco más de un año y los pendientes no son pocos. Diluir el debate en los chismes malintencionados de Leyva no es una opción. Ya anunció una nueva carta. Y quizás después de esa vengan otras más. Siendo así, el exministro Leyva debería mover sus contactos y hacerse a una columna de esas revistas del corazón para que siga publicando su basura sin importancia, mientras el gobierno continúa gestionando sus reformas, manteniendo una economía estable, avanzando en los procesos de negociación que tanto necesita el país para menguar el conflicto, y enfrentando los procesos electorales que se vienen como un vendabal, porque ahora hasta los más inverosímiles quieren ser presidentes.

El Presidente ya dio sus explicaciones, la “inteligencia francesa” solo es una ficción inverificable que menciona Leyva para darle un poco de solemnidad a sus pobres conjeturas, y lo único que se puede constatar al respecto es que Petro tiene a su hija y a sus nietas en París, algo mucho más sustancial para atender que el malestar que podría sentir el buen Álvaro porque su jefe “se le perdió”, como si el Presidente le debiera informar a un subalterno qué hace con su tiempo personal. 

Mientras la oposición le sigue inventando a Petro amantes transexuales, con historias fabricadas con videos de pésima resolución, contraviniendo todo decoro; mientras siguen conjeturando sobre chismes, rumores, infundios y calumnias, sobre una vida privada del primer mandatario que se inventan en los corrillos de los clubes, los salones de belleza y los cócteles de la gente de bien del país, Petro encuentra voces de apoyo entre la gente común del campo y de las ciudadaes con las que comparte todos los días. Las élites de Colombia están asustadas, y en vez de preguntarse por qué un Presidente puede gobernar sin ellos y con la gente, lo atacan de la forma más rastrera, usando a los más pusilánimes de sus miembros, esos exministros que pasaron por el gabinete de Petro creyendo que lo podrían manipular, someter y controlar. De ahí salen estas fábulas cargadas de tergiversaciones, falsedades y mala leche, para darle de comer a los esbirros de los dueños del país, que ahora están en campaña.

Qué bajo ha caído la oposición y qué degradados están sus argumentos que tienen que acudir a estratagemas que ataquen directamente la vida personal del Presidente, mientras su familia lo abriga, lo protege y lo respalda. Como dijo Petro, son víboras expeliendo veneno. Nada más. Nada bueno ni constructivo puede salir de esto. Nada reparador ni útil. Solo la putrefacción de un régimen anquilosado en sus privilegios que se cae a pedazos mientras el pueblo descubre que tiene derechos y que puede pelear por ellos, porque la democracia y las instituciones, que se mantienen sólidas, se los permite. 

El gobierno del presidente Petro tiene que seguir adelante con sus políticas, con sus reformas y con sus enfrentamientos justos y necesarios. Las buenas formas ahora son secundarias cuando hay que llamar a las cosas por su nombre para abrirle los ojos a los ciudadanos más vulnerables, a los que les han pasado por encima durante siglos. Qué duro le ha dado a la oligarquía este gobierno popular y cómo pelan el cobre cuando ven amenazados sus privilegios.

La carta de Leyva es una muestra de ello. Un burocráta profesional de la alta aristocracia que posó de moderado hasta que le llegó la orfandad del poder. En las postrimerías de su vida sabe que no tiene nada que perder. Está quemando las naves porque ya aseguró su patrimonio y su pensión, porque sabe que puede alegar demencia cuando se descubran sus patrañas y sus intenciones, y porque el poco prestigio que le quedaba decidió empeñarlo en sus propios caprichos delirantes, y no en construir país. Allá él. Esa será la imagen que deje al final.

Lo que se nota es que algo le está fallando a las élites. Si tienen que acudir a estas estrategias para minar al gobierno, están equivocando el camino. Estos escándalos inanes y sin fundamento desgastan los propósitos más importantes del debate político que le debe apuntar a las soluciones estructurales de los problemas del país. En eso está concentrado el gobierno, mientras el establecimiento y su aparato mediático le quiere hacer daño a punta de chismes y mentiras. El país también necesita una oposición digna y de altura, que haga reflexionar a la sociedad entera, no estos episodios patéticos que corresponden más a batallas de una farándula degradada y ridícula que de gente seria construyendo país. Suban el nivel del debate señores. Pongan en la agenda temas que realmente valgan la pena. El país necesita discusiones de altura, no chismes de pasillo. Hagan el esfuerzo. Ustedes pueden. O al menos lo pueden intentar.

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