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El poder popular

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Las plazas y las calles se llenaron. El pueblo atendió al llamado, como lo hace siempre. Se le acusa a Petro de ser “populista” por convocar a la gente a marchar cuando los otros poderes del poder público le hacen notar con claridad que no están ni estarán de su lado. Los proyectos propuestos por este gobierno han sido saboteados una y otra vez en el Congreso. De todas las reformas impulsadas, solo ha pasado la reforma pensional. El resto naufragan sin siquiera ser discutidas, como la reforma laboral, que fue archivada sin dar el respectivo debate. Una reforma justa y necesaria, que solo busca retornar la dignidad a los trabajadores que merecen mejores salarios y lo que corresponde por trabajar horas extras, domingos y festivos. No se le está pidiendo nada extraordinario a los empresarios, solo que le devuelvan a los trabajadores los derechos que les quitaron en el gobierno de Uribe con la excusa de generar más empleo. Pues bien, más de 20 años después la supresión de los derechos laborales no generaron más empleos y sí precarizaron la calidad del trabajo formal, haciéndolo más oneroso para el trabajador en beneficio del empleador. Se le siguen ahorrando costos a los empresarios mientras los trabajadores sufren para llegar a final de mes. Y los senadores encargados de estudiar esa reforma, la hundieron sin siquiera debatirla, con el pretexto de una supuesta encuesta que hizo un partido político cristiano sin niguna metodolgía, análisis, ni rigor. ¿Qué esperan de una clase trabajadora que se siente explotada mientras los empresarios se enriquecen gracias a la complacencia descarada de los legisladores?

La oposición insiste en que la gente sale a marchar intimidada, pagada u obligada. Prefieren hundir la cabeza en la tierra como el avestruz en especulaciones, conjeturas y teorías de la conspiración, como si la voluntad de la gente no existiera, como si el pueblo no estuviera despertando, como si 200 años de anquilosamiento no hubieran sido suficientes para reaccionar y tomarse las calles para exigir derechos y alzar la voz por las poblaciones más vulnerables de Colombia. Podrán seguir haciendo encuestas amañadas y satanizando la protesta social para quitarle fuerza a lo evidente, pero las imágenes no mienten. Que los indígenas apoyen masivamente a este gobierno no tiene que ver con prebendas económicas. Es que por primera vez hacen parte de un gobierno y se suman a él. La ministra de medio ambiente luce con orgullo sus atuendos indígenas porque de verdad lo es. No está fingiendo. No se está inventando un personaje. Es indígena y es ministra. Nunca antes estas poblaciones habían estado tan cerca del poder, cuando lo más cerca que veían a la autoridad era al ESMAD tirándoles gases y dándoles bolillazos en la vía Panamericana, para ver si alguno de esos gobiernos de derecha, que gobernaron durante dos siglos, se acordaban de ellos. Porque mientras los idiotas y los neoliberales (que son esencialmente lo mismo) se preguntan qué le aportan los saberes ancestrales a la humanidad, haciendo alarde de la ignorancia disfrazada de soberbia, los indígenas arman sus cambuches en las universidades para mostrarles a los estudiantes, a los profesores que los quieren escuchar, que son los garantes del cuidado de la biodiversidad de un país selvático en el que se produce una gran cantidad de oxígeno para el mundo, un bien más preciado que el oro o el dinero, que no se pueden respirar.

Nuestros indígenas son los que han convertido la botánica en medicina, los que protegen el medio ambiente y la biodiversidad y los que apoyan con vehemencia este primer gobierno popular, que los ha incluido como una población esencial para el equilibrio del desarrollo y no como un problema que hay que resolver a punta de gases y bolillo. Por eso nuestra indiamenta se moviliza con este gobierno para apoyar al Presidente, sus políticas y su forma de gobernar, porque ahora se sienten parte de ese poder popular que ha estado relegado desde la oligarquía, que hoy se sienten usurpados porque esa indiamenta se toma las calles, las universidades y las plazas, que también les pertenecen, porque también son colombianos, aunque a las élites y al arribismo propio de las ciudades les cueste verlos incluso como humanos.

Los tibios biempensantes del país reducen la polarización en Colombia a que desde algunos sectores se anime “la lucha de clases”. Como si la lucha de clases fuera una ficción o un invento teórico sin manifestaciones en la realidad. La lucha de clases no es más que la lucha del proletariado por sobrevivir en un país elitista, discriminador, segregador y violento, cuyo pueblo ha sido dividido desde la oligarquía misma, que someten a sus empleados y peones como siervos o esclavos para que luchen por la riqueza de ellos, haciéndoles olvidar de su identidad de clase, que es tan necesaria para reivindicar derechos. La lucha de clases no es un invento del resentimiento sino un anhelo necesario para la equidad, la justicia y la paz de un país. La lucha de clases es la lucha de los que no tienen derechos para que los que tienen todos los privilegios les vean y cedan esos privilegios, de unos pocos, para que todos tengan derechos. La lucha de clases, tan mal vista por la oligarquía y por las élites, es la lucha de unas mayorías desposeídas, pobres y vulnerables para lograr un mínimo de bienestar que les haga la vida digna. En vez de hablar de la lucha de clases como si fuera el cáncer de la sociedad, reconozcan que la deuda histórica con las minorías, los pobres y la diversidad, es aterradora. Reconozcan que en los gritos de las plazas y las calles apoyando las reformas hay un país cansado de tener dueños, acaparadores, opresores y explotadores que se llevan a la gente por delante con total impunidad. La lucha de clases es producto de la bota militar que oprime la cabeza del que protesta y del empresario que se niega a pagarle lo justo a sus empleados. Para la lucha de clases se necesitaba con urgencia la identidad de clase, que ustedes han despertado con su desprecio por el pueblo. Porque por fin el indígena, el trabajador y el campesino se miraron a los ojos para ser uno. Este es el poder popular. Este es el poder de una masa que nadie podrá detener ni en las plazas, ni en las calles ni en las urnas. Ustedes despertaron al pueblo después de joderlo tanto con un palo para ver si estaba vivo o muerto. Pues bien, el monstruo que ustedes tanto temen se ha despertado para luchar y ahora, además, tiene un gobierno que le respalda. Ese pueblo, al que ustedes llaman vándalos o bárbaros, ha despertado para luchar por lo que le pertenece: sus derechos, un mínimo de bienestar, las mismas oportunidades y la capacidad de gobernar que a ustedes tanto les duele, como si la muchacha del servicio, como la llaman, se hubiera sentado con ustedes a la mesa del comedor. Por supuesto que vemos un pueblo resentido. Y está resentido porque los dueños del país les han atropellado una y otra vez. ¿Qué esperaban? Este pueblo ya no tiene amos. Dénse cuenta y obren en consecuencia. Respeten.

No importa que los medios controlados por los grandes grupos económicos sigan tergiversando la verdad para hacerle creer al país y al mundo que el Presidente es un dictador, porque cualquier persona sensata sabe que no lo es. Un dictador no acude al apoyo del pueblo para que lo respalde contra los otros poderes públicos que lo atacan. Un dictador somete al pueblo y acapara los poderes públicos. Y este no es el caso. Tanto los partidarios del gobierno, como los de la oposición, han podido manifestarse en paz. La fuerza pública no está para dispararle a los manifestantes como en el gobierno anterior, sino para protegerlos. La oposición ha amenazado con derrocar al Presidente y hasta han sacado ferétros simulando su muerte sin ninguna retaliación. Los medios todos los días denigran de Gustavo Petro, lo tratan de drogadicto y le inventan chismes sin que nada se les oponga, sin que nadie les detenga. Nunca antes la oposición ni la prensa habían contado con tantas garantías para despotricar sin tregua de un gobierno sin más consencuencia que el Presidente use sus redes sociales, y no el ESMAD o la inteligencia del Estado, para defenderse. Por más que digan que Petro es un tirano o un peligro, lo único cierto es que podrán seguir diciéndolo con total libertad porque nadie les está persiguiendo para que no lo hagan. Son libres para decir lo que quieran. Pero el pueblo también es libre para decirles que mienten, que sus dueños son unos manipuladores y que el poder popular también tiene voz, no en los micrófonos, pero sí en las calles y en las plazas, y se los están demostrando.

La paranoia corroe la sensatez. Petro desenvaina la espada de Bolívar y dicen que es como Chávez. Chávez ya habría cerrado los medios y habría cambiado la Constitución para amañar las elecciones. La verdad es que en 2026 la gente podrá salir en libertad a votar por los candidatos de su preferencia, porque si algún patrimonio se ha recuperado en Colombia es el de la democracia. Si quieren castigar al pueblo por reclamar lo suyo, háganlo en las urnas, pero no usando los medios para mentir. Los candidatos cimientan sus campañas atacando al Presidente sin deslizar una sola propuesta, sin brindar alternativas, todo su discurso es decir, con odio, que el gobierno promueve el odio, que compra a los manifestantes y que gasta la plata en publicidad. El gobierno solo gobierna con los recursos que tiene a la mano, y se resiste a los ataques persistentes de una oposición que juega sucio y sin escrúpulos, usando al periodismo como una herramienta hostil de desinformación, bulos y mentiras, contra las que hay que alzar la voz sin miedo, porque miedo nos quieren meter.

El poder popular ha despertado y se ha levantado para ganarse un espacio legítimo en el mapa político de Colombia. Esto no es cuestión de ganar elecciones sino de ganar unos derechos y mantenerlos para que las élites nunca más se sientan usurpadas cuando la izquierda llegue al poder. Ahora deben entender que el pueblo puede gobernar con los indígenas, los campesinos y los trabajadores cuantas veces los votantes lo decidan, y que ya tienen que compartir la Casa de Nariño, que creían tan suya. El poder popular está reclamando un derecho que se ganó en las urnas y en democracia. En 2026 quizás otros inquilinos lleguen a gobernar, y las calles seguirán siendo testigo de una masa que se moviliza para hacerse sentir, como es su derecho y como lo consagra la Constitución Nacional. Porque la protesta está consagrada como una expresión legítima de la gente para apoyar o rechazar las acciones de las ramas del poder público. La semiótica relacionada con la espada de Bolívar, no es para intimidar a nadie, es para recordarle a todos los colombianos que la libertad de España se ganó para conservarla, para que el pueblo reclame sus derechos sin miedo y para que rompamos las cadenas que nos siguen sometiendo a ese esquema feudal de la colonia, en donde aún se discutía si los indígenas tenían alma o no. Nuestra indiamenta no solo tiene alma, también tiene razones para dar luchas justas y en eso están, viniendo desde los lugares más lejanos de Colombia para apoyar a su gobierno. No hay necesidad de comprar a las comunidades indígenas cuando ellos están de este lado de las decisiones y por eso el Presidente les llama, porque son de los suyos, porque a ellos se deben porque para ellos gobiernan. Sigan creyendo que nuestros hermanos mayores llenan las plazas porque los obligan o los compran. Sigan creyendo que esos votos valen menos que los de la gente divinamente de Bogotá. Sigan subestimando el poder popular, que ellos están allí para seguir llenando las plazas y las calles, para recordarle a su Presidente que no está solo, ante la mirada incrédula de un establecimiento que se cae a pedazos, porque está cada vez más lejos de las necesidades reales de la gente, asqueados de tener que compartir sus espacios en este país que se avergüenza de sus orígenes.

Desenvainar la espada de Bolívar no es ninguna amenaza. Es una promesa. Decirle a los oligarcas, oligarcas, no es un insulto, es una descripción de una sociedad en la que unos pocos acaparan poder, tierra y riqueza y le hacen creer a los demás a través de los medios que eso está bien porque eso es estabilidad. Este gobierno también tiene derecho a apoyarse en el poder popular porque el poder popular lo eligió. No fueron los grandes grupos económicos ni los partidos tradicionales ni los gamonales de pueblo. Fue la gente cansada de ver impávida cómo se robaban el erario público a punta de corrupción, como se normalizó que los gobiernos estuvieran predestinados para unas pocas familias y cómo cada protesta era reprimida con total salvajismo como en las peores dictaduras, sin la menor transacción ni acuerdo para escuchar el clamor de la gente reclamando sus derechos.

Colombia ya nunca será la misma. La calle y las plazas han hablado. Por supuesto, todavía hay mucho por aprender, mucho por avanzar y mucho por corregir. Pero no crean que esta será la última vez que la izquierda gobierne, porque se ha protegido el valor superior de cualquier sociedad, la democracia y el derecho a elegir, por los que seguiremos luchando para competir en las urnas por lo que se nos fue arrebatado por la violencia. Parece que la oligarquía colombiana ha olvidado que todo un partido político fue aniquilado y que tres candidatos presidenciales fueron asesinados, postergando este momento que, inevitablemente, habría de llegar. Pues bien, ese amanecer llegó, y el ocaso está lejos. Comprendemos que la lucha es pacífica, pero no ingenua. Sabemos que la inercia de la historia no se revierte en cuatro años, y que muchos de los males que aquejan a la sociedad seguirán haciendo estragos. Pero por eso mismo, vale la pena insistir. No subestimen el poder popular reduciéndolo a la satanización de la lucha de clases. Entiendan que hay una clase que ha encontrado su identidad y está dispuesta a dar la pelea por unos derechos que son justos y necesarios para todos, para una mejor sociedad, para el bienestar de todos y no solo de unos pocos. En eso consiste el poder popular, no en invisibilizar la lucha de clases, sino en encontrar sus razones, argumentos y justificaciones, para que las élites comprendan, de una vez por todas, que a punta de gases y bolillo no se desaparecen las diferencias ni la pluralidad de un país. Se trata de escuchar, por fin, a quien grita. Y acá estamos para eso, para gritar hasta que las cosas cambien y tengamos una Colombia con justicia social para todos.

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