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El «teatro del castigo» montado por los medios

Por Carlos Mora

En 1975, el filósofo francés Michael Foucault publicaba su obra Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Grosso modo, este texto hace un análisis sobre la pena/castigo y su ejecución en la historia francesa. En la primera parte del libro, Foucault señala cómo es el sistema penal durante los siglos XVII y XVIII, donde el castigo se formaba como una especie de teatro. Para que esta verdad fuera presentada al público, el delincuente debía aceptar de antemano su propio crimen, puesto que desempeña el papel de la verdad viva. Esta acusación o confesión debía ser aceptada por todos: la institución, el delincuente y la comunidad, pues el condenado era el único culpable y representaba el crimen en carne propia. Sin embargo, la confesión tenía un problema, pues este elemento probatorio semivoluntario se obtenía por medio de un juramento que hacía el acusado antes de su interrogatorio; de cometer perjurio, atentaría ante la justicia humana y la divina. Y por medio de la tortura, violencia física que se usaba para arrancar la verdad del cuerpo del condenado y para que se constituya como prueba, la confesión debía repetirse una y mil veces ante las instituciones y la comunidad; como ya comenté esto era un teatro y desde el principio debíamos saber el final. Para muchos estos aspectos solo obedecen al pasado, a una falta de «razón» en nuestros antecesores, pues nuestros modernos sistema judiciales y penales, según está escrito, cumplen con su función de garantizar la justicia y libertad para todos. Pero tengamos esta idea un momento en suspenso.

Para Colombia, hace algunos días el caso de Andrés Felipe Ballesteros se volvía tendencia nacional, sin embargo, aquellos que seguimos al antituiter y este medio (Liniotipia), conocíamos hace 3 años la difícil situación que vivía Andrés en Tanzania desde el 2014. El cual, después de ser absuelto en el 2019 por la justicia de ese país, fue detenido de nuevo y encarcelado sin razón alguna. Hace unos días, Ballesteros se enfrentó de nuevo a la justicia tanzana y como nos narraba el antituiter, este se tuvo que declarar culpable para que le fijaran la fianza ($25.000 USD) y así obtener su libertad o, de no hacerlo, seguir en un limbo jurídico en el cual llevaba ocho años. Al aceptar los cargos, Ballesteros se enfrentaba a otro reto, que sus familiares y amigos pudieran conseguir dicha suma de dinero antes del tiempo pactado o enfrentarse a otros veinte años de cárcel. Gracias a la gestión de la Cancillería del actual gobierno colombiano, a la difusión de Andrés Felipe Giraldo y a la solidaridad de muchos colombianos, se pudo recolectar el dinero y de esta manera Andrés Felipe Ballesteros pudo recobrar su libertad.

Sin embargo, el 24 de octubre, el periodista Juan Pablo Calvás puso en tela de juicio la inocencia de Ballesteros y la transparencia del proceso de recolección del dinero para pagar la fianza. Durante la entrevista realizada por la W a Andrés Felipe Giraldo, recordé mucho el texto que he comentado al principio. Calvás señalaba que Ballesteros era culpable porque este se había declarado culpable y eso era la prueba irrefutable de la «farsa» que se había formado en torno a este caso. A pesar de esto, si nos vamos a la definición que nos daba Foucault sobre el proceso de confesión, no nos queda más, sino dudar; si bien no sabemos si Andrés Felipe Ballesteros fue sometido a maltratos físicos para obtener su confesión, lo cual esperamos que no, sí sufrió de una tortura psicológica, estar encerrado ocho años en la cárcel por un crimen que no cometió,  de la cual solo podría quedar libre si reconocía esa verdad que la justicia tanzana querían arrancar de su cuerpo, la cual también Calvás quería escuchar durante toda su entrevista, «soy culpable» o en este caso «es culpable».  De igual manera, con su hashtag #EsUnaFarsa, Calvás y la W, al igual que el «teatro del castigo», daban por anticipado su veredicto, asumían la confesión y, por tanto, quería anunciar la condena de Ballesteros a sus oyentes.

El comportamiento de Calvás no es nuevo dentro de los medios de comunicación colombianos. Miremos el caso del profesor de la Universidad Nacional de Colombia, Miguel Ángel Beltrán, cuando se le acusó de pertenecer a las extintas FARC; de igual manera, la acusación que hicieron los medios de la participación de Sigifredo López en el secuestro de sus compañeros magistrados en Cali. Y, finalmente, y para no hacer esto más largo, tenemos el caso de Mateo Gutiérrez, estudiante el cual también fue señalado y condenado por la fiscalía y los medios de comunicación de pertenecer a un grupo al margen de la ley. En estos tres casos las acusaciones y pruebas que se presentaron reiteradamente en los medios de comunicación terminaron siendo falsas.

La inmediatez mediática, en este caso la competencia por el rating o la chiva, ha impedido que la información dada dentro de los medios de comunicación se vuelva digerible, cuestionable y analizable, no solo para el público en general, sino también para los periodistas. La necesidad de ir tras el «escándalo» solo ha permitido que detrás de este se dejen unos chivos expiatorios, los cuales deben pagar y saciar la necesidad de «sangre» de esos dedos acusadores que apuntan a esa víctima unánimemente. Dedos que son incitados a levantarse por una falta de rigor al momento de la investigación periodística y de la presentación de los casos en los medios de comunicación masivos. Esta instigación nunca llega a apagarse, la falta de responsabilidad de los medios ha fomentado un linchamiento social del cual no pueden escapar estas personas y su único remedio es condenarse a sí mismos al exilio o vivir con el estigma de ser culpables a los ojos de la comunidad. Hace algunos días, en un texto publicado en este mismo portal, los invitaba al silencio, es en estos casos donde la necesidad de estas reflexiones se hace tangible. Lo de Ballesteros fue la forma en la que extendimos nuestra mano a ese otro desconocido, del cual no teníamos un rostro, pero que clamaba por nuestra ayuda.

Texto una invitación al silencio: https://linotipia.com/una-invitacion-al-silencio/

Fotografía tomada de pixabay.

 

 

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