Por Francisco Javier Méndez
Me asomé por la ventana y vi, al otro lado del cristal, a una oruga retorciéndose en una telaraña, tratando de soltarse sin éxito. Pensé en salir a liberarla. Me estaba dirigiendo con paso perezoso hacia la puerta cuando caí en la cuenta de que, si le salvaba la vida a la oruga, posiblemente iba a dejar a una araña sin comida y además iba a destruir el tejido que con tanto esfuerzo había construido. Me devolví a la ventana, con la esperanza de que la oruga estuviera muerta y ya no hubiera nada que hacer, pero la oruga seguía viva, dando vueltas en el aire. La respuesta a mi dilema llegó como caída del cielo o, más bien, literalmente caída del cielo: empezó a llover. No tenía ganas de mojarme. Así que giré sobre mis talones y dejé que la naturaleza se encargara del asunto.
Fotografía tomada de Pixabay.
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