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Sangre de ángeles

Por Samuel Villamil.

Habían sido unos bellos años, suaves y fugaces, pero eso ya era historia. Mikael debía hacer algo, su madre no estaba aquí para protegerlo más, y había todo un mundo que domar, tanto miedo, tantos riesgos, tantas oportunidades. Todo al alcance de su mano, todo al alcance de un rey. 

Con esto en mente, el joven príncipe caminó el regio Palacio de su madre, alfombras blancas amortiguaban cada paso, las doradas columnas y el blanco mármol de las paredes le daban un aire de orgullo y grandeza. Eso era suficiente para alzar el espíritu de Mikael, pues hoy era el día, el día de su nombre. Fue sacado de sus pensamientos una vez vio una figura luminosa acercándose a él. 

-¿Listo?- preguntó su hermano mayor. Vestía una túnica azul, que ondeaba ante la menor brisa, y llevaba un cinturón de seda del mismo color, abrochado con un emblema de dos alas extendidas hecho de plata. Lucifer siempre había tenido cuidado con la ropa y la imagen, mientras que Mikael se conformaba con una túnica ligera y un jubón de cuero blando o, si se sentía particularmente ostentoso, uno de terciopelo.  -Hoy es el gran día hermanito, ¿estás listo?- volvió a preguntar con una sonrisa, -Nací para esto- dijo Mikael confiado, -Espero que esta vez sí te comportes en la gala, los lamebotas de la Corte están esperando etiqueta y reverencia- respondió Lucifer, aún sonriente pero con algo de vergüenza en sus ojos negros, -La última vez casi le cortas el cuello a un serafín, ¿por qué no te dejas la espada?- ofreció suplicante, como si pudiera ver un futuro trágico en la gala de la mañana. -No la tengo conmigo, no después de lo del serafín- dijo Mikael divertido, -Pero sí tengo un puñal- Lucifer suspiró cansado. -Vamos entonces, pero por favor, no toques el vino, ya sabes lo que pasa-.

El camino hasta la sala del trono fue más largo de lo esperado, pero no en el sentido convencional, eran los mismos pasos que Mikael siempre había dado para ver a su madre sentada en aquella silla, la misma distancia y el mismo Palacio. El tiempo parecía ir más lento, el universo se detenía y se inclinaba a su paso. El miedo tomó posesión de su orgullosa actitud, sin su madre, sin alguien que lo guíe, el mundo se convertiría en un lugar peligroso y tanto él, sentado en ese gran trono blanco, como su hermano, serían dos leones en un nido de víboras. 

Una vez se abrieron paso a la sala del trono, el viento se convirtió en una hermosa sinfonía. La música suave, los bailes al son de la luz del sol y el olor a vino, incluso en la mañana, era elegante y embriagador. Al llegar, Lucifer le dio una palmadita en la espalda, para aligerar su expresión preocupada. -Lo harás bien, hermanito, estoy aquí siempre- Mikael hubiera respondido algo sarcástico, pero en ese momento, unas palabras de alivio eran un hermoso regalo. -¡Siempre!- Mikael se limitó a pensar, mientras miraba la gigantesca sala del trono, con una cúpula de oro como techo y unas ventanas arqueadas como las de una catedral. Las risas, los cantos y el olor a comida recién servida inundaban el ambiente. Sin embargo, una vez los vieron, todo eso terminó y fue reemplazado por la voz de su buen amigo Gabriel, algo chillona y pretenciosa -¡Los príncipes han llegado!-  Hubo un aplauso general y, mientras su hermano ponía su sonrisa amable, se erguía para lucir presentable y maravillaba a la muchedumbre de ángeles con su elocuencia y carisma, Mikael no quería ser visto.

La música se reanudó, los cantares volvieron a dar ambiente al ya ruidoso salón, y Mikael desesperadamente buscaba a sus amigos, quienes siempre venían a acompañarlo (y a veces a atormentarlo) durante estas fiestas. Cuando, de repente, olió el amargo aire del humo. Aquel aroma pertenecía a un amigo suyo en especial. -No hay nada más aburrido que una fiesta- dijo Azrael, posando su mano en el hombro del príncipe. Usaba su larga capa negra que le cubría el torso hasta los tobillos; sus ojeras prominentes y una pálida tez le hacían parecer un cadáver. Tenía sentido, era el ángel de la muerte, después de todo. -¿Y a ti quién te invitó? Recuérdame ejecutar al muy idiota- le respondió Mikael con una sonrisa, -Entonces tendrías que decapitar al príncipe Mikael, mejor dicho, al futuro rey. Aún faltan tres horas y no creo que un magnicidio sea lo mejor en estos momentos- Azrael dijo sin miedo, como si no supiera que a quien le hablaba pronto sería su monarca.

-¿Viniste por algo en especial? ¿O solo querías arruinar mi día?- dijo el príncipe de dorados cabellos, soltando una carcajada. -Arruinar tu día siempre ha sido un placer, pero, en realidad, quiero mostrarte algo-. Mikael fingió desinterés, a pesar de que la curiosidad había nacido dentro de él -Lo que sea, por salir de aquí- murmuró. Mientras, un brillo espectral se formaba en los ojos del ángel de la muerte y aunque se veía sospechoso, y un tanto espeluznante, Mikael había entendido hace muchos años que era la forma en la que Azrael mostraba su buen humor. Por desgracia, siempre hay un verdugo para la diversión, y en este caso, era un joven ángel de nombre Gabriel. Con sus rizos color arena y aquellos ojos azul marino, su expresión era relativamente amable, hasta que vio a Azrael. Esos dos nunca fueron muy cercanos. -Su alteza no debería juntarse con compañía tan detestable- dijo, sin saludar ni dirigir la palabra al ángel vestido de negro. -Su alteza puede hacer lo que le venga en gana- respondió Mikael divertido, aunque le molestaban las órdenes de un subordinado. -Permítame, mi señor, escoltarle de nuevo a la fiesta, todos le esperan-. Mikael tenía la intención de responderle educadamente, pero Azrael tomó la palabra -No, gracias, vamos al Jardín- dijo el ángel de la muerte relajado, mirando al joven con desconfianza. 

-La reina dio órdenes detalladas de no acercarse al Jardín sin su per…- El joven ángel mensajero fue interrumpido por la voz irreverente del ángel de la muerte -La reina no está aquí, tiene que verlo-. Gabriel se puso rojo, obviamente odiaba desobedecer órdenes directas, pero sabía que Azrael tenía razón, un rey debe conocer su reino. Y en todo su tiempo ahí, Mikael nunca había escuchado hablar de un jardín prohibido. -Al menos permítame acompañarlo, mi señor, no queremos dejar que un ser siniestro, como su amigo, intente hacer algo indebido con usted- dijo el joven ángel con un tono prepotente. -¿Qué insinúas?, idiota- le preguntó el ángel de negro, que estaba perdiendo la paciencia. Antes de que la situación escalara aún más, Mikael le puso un freno. -Puedes ir, niño, pero que no se entere Lucifer-, Gabriel asintió emocionado. Azrael lo miró mortificado, no soportaba al niño, en realidad, no le gustaba mucho la gente. Por eso Mikael le dedicó una sonrisa maliciosa. Azrael suspiró -bien, agárrense fuerte de mi capa, no quiero que el rey se pierda en el abismo- miró a Gabriel con ojos cansados -tú puedes soltarla, si quieres-. 

En ese momento, Mikael escuchó un pequeño chirrido, como un grito ahogado, y las blancas paredes del Palacio desaparecieron para convertirse en un mundo de humo negro, el aire le faltaba en la garganta y la infinita oscuridad le daba miedo. De un momento a otro pensó, -¿Es este el poder de la muerte? tal vez… sea demasiado-. De repente, todo el escenario cambió, la oscuridad se había disuelto en el humo negro. Azrael se veía más cansado de lo normal y Gabriel se veía aterrorizado, como si todo su mundo hubiera desaparecido. El príncipe, por su parte, estaba tranquilo, esto seguía siendo su reino. Pero era una parte de este desconocida y gigante; las plantas crecían por todos lados, con un orden caótico y salvaje. Aparecieron pájaros y animales que jamás había visto; las flores y frutas que crecían eran de colores vibrantes, pero eso no terminaba de gustarle al futuro rey. -¡Su alteza!, ¿qué está haciendo aquí?- Era una voz femenina, cálida y enérgica. Era la voz de Uriel. Esta no se molestó en saludarlo a él o a Gabriel, porque, como Azrael, era irreverente hacia todos. -¿Puedes ser más idiota?- le preguntó ella sarcásticamente al ángel de negro, que la miraba con una expresión tranquila, incluso tierna, a los ojos del príncipe. Pero ella no tenía nada de tierna, lo que quedó claro una vez lanzó un manotazo a la cabeza de Azrael. -¡Nos dieron órdenes!, ¡no podemos traerlo aquí!- dijo Uriel enojada. -Órdenes de alguien que no está aquí- se excusó Azrael haciendo caso omiso a las protestas de Uriel. -¡No es rey hasta dentro de tres horas!- dijo ella decepcionada. Esos dos nunca estaban de acuerdo, la vida y la muerte no eran enemigas, pero tampoco aliadas.

Uriel suspiró frustrada, era obvio que Azrael haría algo así solo para molestarla, pero esta vez tenía razón. Ya habían pasado dos meses desde aquella fatídica noche, donde la reina desapareció sin dejar rastro. Y solo el príncipe mayor se había dignado a visitar los viejos proyectos inconclusos de su madre y, por alguna razón, Mikael no había recibido noticia de la existencia del jardín. -¿Qué es este lugar?- preguntó el príncipe, curioso por entender aquello que le rodeaba, pero sin demostrar mucho interés o emoción por ello. -El jardín, mi señor- respondió Uriel educadamente, mientras le dedicaba una mirada molesta al ángel de la muerte. -Sé lo que es un jardín, pero esto no es lo mismo…- respondió el príncipe con un tono prepotente. -Es una exposición. Una representación pequeña de algo más grande- respondió Uriel, escondiendo su frustración e intercambiándola por reverencia. -¿Algo más grande?- Mikael no entendía aquellas palabras crípticas. -¿En realidad creíste que la reina solo se limitó a un reino? Un ser como ella es capaz de mucho más- respondió Azrael. -¿Para qué sirve la muerte en un mundo sin mortales? ¿Nunca te detuviste a pensarlo? ¿Alguna vez has visto la muerte?- preguntó el ángel ojeroso.

Mikael se detuvo a pensar, la muerte para él era solo una palabra, una idea abstracta sin concepto o existencia. Era el fin de las cosas, la oscuridad y el frío, pero en un mundo como el suyo, nada de eso era real. -¿Crees que tu madre me dio un trabajo inexistente? Pensé que eras más inteligente-. Mikael le habría gritado a Azrael por su insolencia, pero había algo en aquellos ojos grises y tormentosos que infundía terror en su corazón. -Síganme- dijo Uriel de mala gana. Mikael no se atrevió a responder o protestar, y siguió sus órdenes. Ella los llevó hasta un claro donde no había ni árboles ni animales, solo una pequeña fuente con un líquido azulado. Uriel extendió su mano hacia Azrael, haciendo nacer una pequeña flama, las llamas danzaban en la palma de su mano como doncellas en un baile de otoño. Azrael movió su mano suavemente hacia la de la chica, hizo crecer una especie de aire negro en su palma, demasiado grueso para ser humo y demasiado etéreo para ser fuego. Mikael veía maravillado, nunca había visto algo así. El ángel de la muerte posó su mano sobre el fuego, generando un cambio de color, el viento negro había desaparecido en las llamas y estas habían cambiado sus tonos rojizos a un azul espectral del mismo color del líquido en la fuente. Ambos ángeles sumergieron la llama en el agua, pero esta no moría, solo se hacía más fuerte. -Como te decía, este lugar no es más que un espejo, o un prototipo de otro proyecto-. Mikael todavía no comprendía lo que estaba pasando, hasta que un destello cambió el claro donde estaban por una estepa helada. Allí Mikael pudo ver una belleza más salvaje de la que había visto jamás, igual que el jardín en sus partes más frondosas, pero esta vez, un manto frío y nevado lo cubría todo. Árboles gigantescos rodeaban la escena. El príncipe  vio un animal agitado, de cuatro patas y astas gigantes, estaba jadeando, sus ojos negros mostraban miedo puro. Mikael no entendía nada, -¿Qué es eso?-  preguntó a Uriel, quien lo miraba con una sonrisa triste. -Un venado- respondió Uriel sin dar paso a más comentarios. -Es hermoso- exclamó Gabriel, que contento trató de acercarse a la criatura. -No puede verte, técnicamente no estás allí- dijo el ángel de la vida sonriente, mientras posaba una mano en el hombro del joven chico. -Hay varios de estos aquí, ¿por qué no vas a verlos?- El niño interior de Gabriel sobrepasó su necesidad de reverencia y salió corriendo, en busca de un nuevo amigo.

La sonrisa de Uriel murió al instante cuando Mikael preguntó, -¿Para qué me trajeron aquí?- Uriel se tomó la molestia de explicar. -En dos horas serás coronado rey de los cielos, señor de la ciudadela y guardián del reino. Y aunque esos títulos bonitos suenan a alguien sabio y fuerte, no conoces tu reino, conoces solo el Palacio-. Azrael se limitó a mirar la escena con el venado, mientras su mano volvía a cubrirse de ese aire negro y frío. Su capa se movía levemente junto a su cabello y sus ojos no mostraban ningún signo de emoción. -Mira- dijo suavemente. Un silbido a través del aire llamó la atención del futuro rey; de un momento a otro una flecha perforó el cuello del animal, causando que cayera y se retorciera de dolor, -¡Haz algo!- exclamó el príncipe de dorados cabellos, -Míralo- dijo Uriel con una pequeña lágrima formándose en su ojo derecho. 

De los arbustos emergió una figura, era parecida a un ángel que, sin embargo, parecía más rudimentario, primitivo y salvaje. Empuñaba un arco con dos flechas enfundadas en un carcaj. El hombre miró al animal con una expresión malvada y sádica, alegre de ver el dolor en la criatura. -Eso es un humano, son como ángeles pero sin magia y sin alas- dijo Azrael, mientras miraba la escena con frialdad. Otro humano se acercó al lugar y, mientras el cazador desenfundó el cuchillo para asesinar al venado de una vez por todas, su compañero levantó una piedra y lo golpeó en la cabeza, derramando sangre por toda la nieve alrededor.

El cazador cayó muerto inmediatamente, pero el asesino, más flaco y ligero, continuó golpeando el cadáver. Mikael miraba aterrorizado, mientras el humano atacaba y destruía. Huesos, carne, sangre. Todo lo hizo con una sonrisa. El aullido de otra criatura asustó al hombre y el asesino escapó con la presa, sin consecuencias por su acto. Ahí fue cuando Azrael intervino, caminó entre la gélida nieve con su mano sumergida en aquella penumbra. -Esto es morir, la vida puede terminar, Mikael- dijo con calma, mientras acariciaba el lugar donde el venado había muerto. Su mano absorbió una especie de brisa azul, parecida al fuego de antes. -La muerte puede ser ser muy dual; es dócil, tranquila y rápida- dijo el ángel de negro mientras alzaba aquella brisa azul hacia el cielo, donde se elevó y desapareció. Acto seguido, absorbió la del hombre muerto, que se convirtió en una llama en su mano. -También puede ser cruel y despiadada- dijo cerrando el puño al tiempo que las tinieblas alrededor de su mano devoraban la frágil luz. Mikael quería vomitar. -¿Qué es esta herejía? ¡Es una ofensa contra el trabajo de mi madre!- exclamó asqueado. El estómago le daba vueltas y la imagen de ese hombre asesinando a su compañero, alguien de su misma estirpe, se repetía en su mente.

-Este es el trabajo de tu madre y ahora es tu reino- dijo Uriel afligida. Mikael dio un paso atrás, no podía ser, su tierna y dulce madre no podía ser la autora de esta obra de muerte y destrucción. -¡No! ¡Esto no es mi reino!, ella me entregó las llaves del paraíso, no de esta abominación-. Azrael se acercó a él, volviendo a la normalidad y a su tono cansado pero alegre. -Esta es la vida, la verdadera vida, no la eternidad. El paraíso es la mentira que hizo para protegerte, amigo, ahora tú debes proteger a tu reino de sí mismo para hacerlo mejor-. Uriel le sonrió con una mirada esperanzada. Sin embargo, Mikael no sentía ganas de mejorar nada, eso era un insulto a todo lo que su madre había hecho, pero guardó silencio sobre ello. 

Faltaban las últimas horas antes de su ascenso al trono; Uriel junto con Azrael trataron de elevarle el ánimo, mostrándole las maravillas del jardín. Pero Mikael estaba impactado y solo podía pensar en sangre, la sangre de hombres y animales, sangre que no debía ensuciar el recuerdo de su madre. -¡Anímate! ¡Es el día de tu nombre! Y no todos los días recibes el mandato de toda una nación- Azrael dijo calmado mientras le daba una palmadita en la espalda. Pero algo en su tacto hacía que Mikael sintiera un pequeño escalofrío en su columna, como un relámpago que le indicaba peligro. -Este viaje no resultó muy bonito. Nunca había visto tanta sangre- respondió el príncipe sarcástico, aún enojado por lo que le habían mostrado. -Lo dice el que no puede beber sin derramar sangre-. Mikael cerró el puño preparado para castigar al ángel negro, pero una voz femenina le impidió lanzar su puñetazo. -No le hagas caso, puede portarse como un idiota- dijo Uriel con una risita. -Como si no lo conociera, linda, no puede ser peor-. Uriel dejó su risa musical inundar el ambiente, pero la cara de Azrael se veía más sumida en la sombra de lo normal. -Hablas con sabiduría, querida. Serías una excelente reina-. Para este punto el ángel ojeroso había perdido aquel color gris tormenta de sus ojos y miraba a su amigo con una sonrisa, su iris y pupilas compartían el mismo color abismal: un negro tan oscuro como el carbón a medianoche. -Estoy seguro de que eso te gustaría, ¿no?- preguntó Azrael mirando al príncipe, con aquella sonrisa tóxica, mientras posaba su mano en el hombro del futuro rey, apretando ligeramente, suficiente para causar un dolor molesto, pero sin la fuerza para generar un grito.  

Mikael habría visto esto como insolencia e insubordinación. Pero esta presencia oscura se hacía tan poderosa y amenazante como la de un lobo persiguiendo a un pequeño conejito. -Creo que ya deberíamos irnos- dijo Uriel con una voz un poco temblorosa, como si supiera que algo se avecinaba. Se acercó cautamente al ángel ojeroso, cuyos ojos mantenían aquel velo negro muerto, mirando fijo a los ojos marrón almendra del príncipe. Pero una vez la doncella habló, el gris tormentoso volvió levemente al iris de Azrael, aún manteniendo algo de oscuridad. -Encontremos al niño y larguémonos de aquí. Suficiente naturaleza por un día- declaró el ángel de la muerte mientras tornaba su mirada lejos del príncipe.

Azrael los llevó de vuelta a la sala del trono, donde Lucifer esperaba a Mikael enojado. -¿Dónde estabas?- le preguntó a su hermano, quien lo miraba con rabia y frustración. -En el jardín- dijo Mikael desafiante, sabía que Lucifer había estado allí y le había mentido. -Entonces ya conoces la verdad- le dijo el ángel de cabello negro y túnicas azules. -Lo que vi no era precisamente una verdad muy gratificante-. Lucifer le sonrió, sus ojos tomaron un brillo rojizo que nunca había visto antes. -Lo siento, hermanito, el jardín era mi sorpresa para ti. Pero ya que Azrael se tomó la molestia de arruinarla, supongo que debería mostrarte en lo que he estado trabajando-. Mikael sonrió, su hermano siempre había sido muy celoso acerca de su trabajo y lo mantenía en misterio. Si iba a mostrárselo, entonces no había que enojarse con él. Su hermano solo quería darle una sorpresa. ¿Pero sería la sorpresa aquella imagen de la muerte? No podía ser, Lucifer no era un ser cruel como los llamados humanos. 

La última hora pasó rápidamente, más rápido de lo que Mikael hubiera querido, la sala del trono estaba perfectamente preparada, el trono de mármol de su madre había sido reemplazado por dos tronos, uno de plata blanca y otro de acero negro. Los hermanos caminaron juntos hacia aquellas sillas que, tan glorificadas, estaban en el centro de la sala. Mikael se arrodilló frente al más viejo de los ángeles, Sariel, o trueno, era su nombre. La reina había destinado a Sariel al cuidado de sus preciados hijos, como su guardia. Pero en ese momento, Sariel hacía las veces de emisario de la reina y a sus dos lados, sobre los tronos, reposaban coronas: una blanca y una negra. -Nuestra reina una vez más demuestra su generosidad, brindándonos un futuro brillante de la mano de sus hijos. Su voluntad ha dictado que ambos príncipes reciban la corona, ya que su sangre virtuosa es la que nos guiará hacia la victoria y la prosperidad-. El viejo ángel sonrió con su barba negra canosa y su cabello crespo del mismo color. Bajo su mirada orgullosa veía aquellos príncipes que crio desde pequeños, que entrenó y educó como un padre. -Arrodillaos, príncipes, y emerged como reyes- dijo mientras tomaba la corona negra, y la ponía suavemente sobre la cabeza de Lucifer. Acto seguido tomó la corona blanca y la colocó sobre la cabeza de Mikael. El peso era mucho más de lo que había esperado, el solo tacto de la corona se sentía frío e incómodo, como si no fuera una corona sino una espada afilada y letal. Mikael miró hacia arriba donde los ojos color ámbar del viejo guardián le miraban. -Igual que los reyes, la reina ha designado a un Consejo para ellos, el Consejo de los siete arcángeles les brindarán guía y camaradería hasta el final de su reinado-. Mikael miró a Azrael, quien tenía una sonrisa cansada, aunque orgullosa. Pero cada vez que intentaba recordar que este era su amigo de toda la vida, volvía a ver a aquel humano asesinando a su propia estirpe, ensuciando todo con sangre.

Varios ángeles emergieron de entre la multitud, entre ellos, Mikael reconoció a Azrael, Uriel y Gabriel; eventualmente Sariel se unió al grupo. -¡Levantaos, reyes de los cielos, señores de la ciudadela y guardianes del reino!- Mikael acató la instrucción y se dio vuelta para ver a sus súbditos. La multitud aplaudía alegremente al recibir a sus nuevos monarcas, mientras Mikael tomaba asiento en el trono blanco que le correspondía. Le dedicó una sonrisa emocionada a su hermano, pero Lucifer no lo miró, este dejó su largo cabello negro caer sobre sus hombros y su sonrisa se veía más que feliz, como si estuviera tramando algo y se estuviera acercando a su objetivo. Mikael no le dio mucha importancia, Lucifer siempre había sido enigmático y hoy no sería la excepción. Entonces se dedicó a disfrutar de la tarde y las primeras horas de su reinado. Una vez la fiesta se reanudó, Lucifer le dirigió la palabra con una sonrisa. -Sígueme, tengo que mostrarte algo-. Mikael no se sorprendió, Lucifer ya le había hablado de esto, le mostraría su trabajo finalmente.

Los nuevos monarcas caminaron por los pasillos del Palacio una vez más, que en la tarde se veían mucho más oscuros, hasta que llegaron a una escalera oculta detrás de los barriles de la cocina. Lucifer guio a su hermano hasta el piso inferior, cada paso, en cada escalón, hacía dudar a Mikael de que le fueran a mostrar algo bueno. Tanto secreto nunca era una buena señal. Al llegar, solo había una sala oscura, con una fuente igual a la del jardín. -¿Con Azrael y Uriel viste la llama azul?- preguntó el rey de la corona negra, -Sí…- se limitó a decir Mikael, que ahora estaba realmente incómodo. -Nuestra madre le brindó a esos dos una gran fracción de su poder, la capacidad de combinar la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, el fuego y el frío, para crear el alma- dijo Lucifer, mientras se reía. Cuando se volteó,  Mikael vio sus ojos negros transformados en orbes rojos color sangre. El rey negro hizo aparecer una especie de líquido rojo al rededor de su mano, del mismo color de sus ojos, ¿acaso podía ser… sangre? Lucifer sumergió su mano en la fuente, aquel dispositivo que escapaba de su comprensión, y que sin falta le mostraba a Mikael todo lo que no quería ver. Un destello salió disparado de la fuente y le permitió observar varias escenas: guerras, muerte, violencia, y en todas y cada una de ellas, sangre. En todas ellas el sufrimiento y la depravación de la vida llegaba a niveles inimaginables y terribles. Todo estaba sucio, todo estaba roto, todo era una abominación y nada tenía arreglo. -¿Qué es esto? ¡Es un insulto al trabajo de nuestra madre! ¿Tú causaste esto?- Lucifer se agarró el cabello con fuerza. -¿Acaso no lo entiendes, hermanito? ¡La sangre es nuestro camino, podemos ser como ella, podemos ser dioses!- 

Mikael dio un paso atrás, -No… no quiero que esas cosas se acerquen a la obra de mi madre, están sucios, manchados, corruptos, merecen morir, merecen ser destruidos- dijo el rey blanco. -No te quiero aquí, no mereces ser un rey- espetó Mikael desenfundando su puñal y atacando a su hermano, logrando clavar el arma en su hombro. Lucifer no se quedó atrás y le dio un puñetazo en un ojo que lo dejó sangrando. -¡No eres un rey, eres un niño! ¿No entiendes lo que podríamos hacer con el poder de la reina? ¡Podríamos evitar masacres, salvar vidas; solo unos cuantos sacrificios, unas cuantas almas para Azrael y seríamos intocables!-  Mikael no intentó atacar de vuelta, se levantó y miró a su hermano a los ojos. -¡Eres una vergüenza, No mereces ser un rey, eres un maldito demonio!- Exclamó Mikael temerario. -Vete, y si te vuelvo a ver, voy a matarte- murmuró el rey blanco en un tono lleno de resentimiento y dolor. Un grito ahogado se formaba en su garganta mientras toda la imagen que previamente tenía de Lucifer se derrumbaba. -Yo soy el único dispuesto a hacer algo por este reino- expresó Lucifer sin demostrar ninguna emoción, con aquellos ojos rojos espeluznantes. -Si quieres que me vaya, entonces sácame de aquí. Y con mi madre de testigo juro, que si es así, solo la muerte podrá salvarte-.

Ilustración aportada por el autor.

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