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Salir del clóset

Por Andrés Felipe Giraldo L.

El término “salir del clóset” se instaló en el inconsciente colectivo para hablar de las personas que ocultaron, contra su voluntad, preferencias sexuales contrarias hasta lo que hace poco se conocía como “la moral pública”, que no es más que un término que define las hipocresías de la humanidad a través de la historia. 

Por eso quiero resignificar el término, dándole a la connotación que me parece más plausible en la actual coyuntura. Uno de los derechos más vulnerados para cualquier ciudadano en la era de las comunicaciones es, justamente, el derecho a la libertad de expresión. Y no solo por actos deleznables como la censura, el acoso y la intimidación en contra de las personas que deciden expresarse libremente, sino por toda la manipulación mediática que convierte a la fantasía en realidad gracias al poder económico de los grandes conglomerados empresariales que compran medios de comunicación masivos para convertirlos en fábricas de propaganda política, siempre afin a sus intereses particulares.

Pero más allá de eso, hoy quiero referirme a la mordaza con la que vivimos los funcionarios públicos (lo soy desde marzo de 2024), que debemos calcular cada expresión usada, no solo por las reacciones de los malquerientes, sino por la autocensura misma de las Entidades para las que trabajamos o las directivas que se dan desde el alto poder Ejecutivo. Entre otras cosas, porque el cumplimiento de estas directivas atenta contra principios constitucionales que son la base del contrato social, y que de ninguna manera pueden acartonar la expresión de tal manera que quede reducida a formas y parámetros que claramente cercenan el derecho mismo. 

Si bien es deseable que en el debate público se eleve el nivel, se fortalezcan los argumentos, y se evite la exacerbación que lleva a la violencia, no se puede coartar la libertad de expresión de individuos que antes de ser funcionarios públicos son (somos) personas. Y personas que (sería deseable) tienen carácter y criterio para formar una opinión que merecen decir y que la sociedad también merece escuchar, dentro de los límites de una democracia que performa los derechos con leyes que en teoría deben ser estructuradas, coherentes y articuladas. Sin embargo, el funcionario público, en la mayoría de los casos,  siempre debe anteponer su necesidad a su libertad. Por eso hay tan poca resistencia a las imposiciones jerárquicas que desde la función pública se ejercen para controlar, de manera inconstitucional, la libertad de expresión.

El sentido común indica, y la mayoría de directices institucionales señalan, que un funcionario público, que no ejerce tareas de vocería de una entidad, no puede referirse a los temas que competen a esa Entidad. Tiene sentido, por supuesto, porque los roles y las expresiones se pueden confundir. Las relaciones internaciones, por ejemplo, están bajo la dirección del Presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores y todos los pronunciamientos oficiales deben emitirse desde sus Despachos. Sobre estas materias son los únicos funcionarios autorizados para emitir opiniones, que, por su carácter oficial, son las posiciones del Estado. Es decir, los funcionarios de la Cancillería en ninguno de sus niveles podría asumir la vocería del Gobierno saltándose las jerarquías que son funcionales a la comunicación pública. Sin embargo, opinar, explicar, desglosar conceptos y pronunciamientos sin interferir en el campo oficial desde donde se emiten las directrices del accionar del Estado, hace parte de la libertad de cada ciudadano, que debe moderarse por el respeto, la veracidad y la buena fe, que no solo obliga a cada funcionario público, sino que debería ser mandatoria para cada ciudadano, por el simple hecho de vivir en comunidad y responder a unas reglas mínimas de convivencia y de transparencia.

Por lo anterior, he asumido el riesgo de volver a exponer mis opiniones en las distintas redes sociales porque estoy convencido de que es mi derecho constitucionalmente tutelado y que no hay circulares que puedan ser jerárquicamente superiores a la Carta Magna. Por supuesto, dentro de los parámetros a los que me lleva la sensatez, el sentido común y la conciencia sobre los límites de lo correcto, lo permitido y lo sensato.

Dicho esto, después de mucho meditarlo, de ires y venires abriendo y cerrando mi red social de X, quiero manifestar que haré uso de mi derecho fundamental a la libertad de expresión con base en el respeto y el trámite de las diferencias elevando el nivel del debate público, pero aplicando mi potestad irrenunciable de bloquear a quien no responda a mis criterios para el diálogo constructivo y respetuoso que quiero, caracterice esta nueva fase de mi participación deliberante en una red social. Y bloqueo porque la red social me lo permite y porque mis cuentas en redes sociales son absolutamente personales, no institucionales, estaban antes de mi participación en la función pública y continuarán después de esta. Sobre mi papel en el Gobierno, continuaré cumpliendo a cabalidad mi rol de Consejero de Relaciones Exteriores encargado de las funciones consulares en Azerbaiyán, en donde ya casi voy a cumplir un año de una gestión comprometida, mística y entregada a miles de kilómetros de los míos, tratanto de representar de la mejor manera a mi país y al proyecto político en el que creo, porque por eso me sumé al Gobierno, porque confío en que, con aciertos, errores, defectos y problemas, siempre ha querido lo mejor para los ciudadanos de Colombia. Sin embargo, hacer parte del Gobierno no me exime de cumplirle a cabalidad a mis compatriotas sin importar sus preferencias ideológicas, sus creencias políticas o sus opiniones personales. A mi oficina entran colombianos y atiendo colombianos, de la mejor manera que puedo y con toda la disposición para hacerles la vida más fácil porque sé que comparten mis ausencias, mis añoranzas y mis nostalgias. Yo solo veo colombianos y con base en eso les doy lo mejor de mí. 

Pero el país no se me ha perdido en el mapa. A diario abro la prensa para asquearme de la capacidad de desinformación y manipulación de algunos medios masivos y me repugnan esas fábricas de miedo que se han instalado en la opinión pública para hacerle creer a la gente que nunca habíamos estado peor, mientras los hechos contradicen por lejos esta percepción fatalista y ruin de un país que lucha a diario por estar mejor, y que, para decepción de muchos, lo está logrando. Y no me puedo callar. No me puedo callar aunque a mis jefes no les guste lo que pienso o cómo lo expreso, aunque se escuchen por los pasillos de la Cancillería rumores sobre mis posiciones, aunque esto me traiga problemas que me compliquen la vida en la etapa más sosegada de mi existencia, porque mi voz se ha formado durante mis 50 años para estructurar pensamiento con honestidad y no considero justo aceptar censuras ni censurarme simplemente por la conveniencia de mantenerme escondido en el clóset de mi posición laboral mientras salgo de nuevo a la calle de Bogotá que me espera cuando termine esta labor. Soy en esencia una persona deliberante y agresiva. Procuraré fortalecer lo primero y erradicar lo segundo, para contribuir a un debate público de más altura, con mayores argumentos, con menos estrategia sucia y más elementos de juicio útiles para todos. 

Así pues, he decidido salir del clóset de la censura y la autocensura, he decidido abandonar el ostracismo del momento para regresar al debate público procurando mejorar mis argumentos, manteniendo el respeto y la calma y usando las herramientas que me puedan ayudar a evitar los malos momentos que son tan recurrentes en las redes sociales plagadas de anónimos cobardes, matones de teclado que se esconden detrás de una pantalla con una máscara para degradar la discusión a las cloacas de sus insultos, sus amenazas y sus chantajes disfrazados de militancia política. Yo asumo esta exposición con gallardía y altura esperando que la Entidad para la que trabajo sea comprensiva con el carácter humano de sus funcionarios y con la consciencia de que hay derechos que no se pueden restringir porque la Constitución prima sobre cualquier otra reglamentación en un Estado Social de Derecho.

Siento alivio, el alivio de quien se enfrenta al mundo aceptándose como es y sintiendo orgullo por lo mismo. Mi orgullo es saber que hay gente que me lee y que reflexiona a partir de mis pensamientos, ideas y planteamientos. Esta es mi esencia y no voy a renunciar a ella porque conozco los límites de lo permitido y de lo correcto porque sé hasta dónde van mis derechos pero también sé en dónde comienzan. Gracias a quienes me leen. Gracias de corazón. Acá voy de nuevo.

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