Por Andrés Felipe Giraldo L.
La senadora Maria Fernanda Cabal dijo el 4 de febrero de 2023 en un foro público y abierto en Medellín, capital mundial del antipetrismo, la siguiente frase: “el desafío de nosotros es que Petro no se quede cuatro años”. Pues bien, a un año y tres meses de que el Presidente termine su mandato, el desafío no se ha cumplido. Sin embargo, es evidente que las palabras de Cabal no eran solo una amenaza, sino la confesión expresa sobre el saboteo sistemático, coordinado y masivo de diferentes actores del establecimiento para sentar un precedente nefasto: que la izquierda, que ha sido democráticamente elegida para gobernar, puede ser defenestrada uniendo todas las formas de lucha de la derecha reaccionaria, porque su poder les ha sido usurpado. Que Petro no se quede los cuatro años para los cuales fue elegido, sería la demostración palpable de que en Colombia las instituciones tienen dueños, y que están dispuestos a hacer lo que sea para recuperar al Estado, porque creen que les pertenece. Es claro que el establecimiento no ha ahorrado esfuerzos para desestabilizar al gobierno superando los límites de lo tolerable, y jamás se habían visto tantos estamentos organizados en el propósito de hacer inviable la gobernabilidad durante un cuatrienio presidencial.
Petro ganó las elecciones de manera diáfana en primera y segunda vuelta. Las mayorías, si bien no fueron abrumadoras, sí fueron amplias y suficientes para que obtuviera la Presidencia sin atenuantes. Es decir, Petro se ganó legítimamente el derecho a gobernar, aunque el Consejo Nacional Electoral meta terror sin fundamento sobre la ligitimidad de esta elección. Más ruido para cuestionar al Presidente, nada más. Sin embargo, gobernar se convirtió en un verbo inconjugable para este periodo porque el sabotaje contra Petro ha sido bajo, ruin, sucio y masivo. Los medios de comunicación han sido la punta de lanza de toda una estrategia de desestabilización que dificulta de manera peligrosa la administración de la rama ejecutiva del poder público que, como su nombre lo dice, se encarga de ejecutar las políticas públicas. Y así la oposición, que más bien parece una maquinaria de ataque brutal contra la estabilidad del Gobierno, se ha atrincherado en todas las ramas del poder público, en los gremios, los clubes sociales, los bancos, los medios de comunicación y hasta los grupos armados ilegales, no solo para dar un golpe blando, sino para amordazar, inmovilizar y asfixiar a Gustavo Petro mediante toda clase de estratagemas, arremetidas e infundios, lo que ha hecho de su mandato un suplicio contra la corriente de más de 200 años de gobiernos de derecha proestablecimiento y prooligarquía.
La razón es simple. Para las élites en Colombia en la Casa de Nariño no hay un Presidente sino un intruso. Un hijo de vecina que se metió a un lugar sagrado reservado solo para algunos apellidos con abolengo en este país. Un guerrillero venido a más, sin el derecho divino de los ungidos que han gobernado a Colombia con la bendición de las cinco familias que acaparan el poder económico y unas cuántas más, que están predestinadas a gobernar. Y esto se les ha hecho insoportable. Por primera vez la voluntad popular superó al servilismo de los empleados y peones, a las maquinarias políticas llamadas partidos tradicionales y al poder de intimidación de los dueños del país que usaban las urnas como una notaría para legalizar su poder político. Después de haber profetizado con total soberbia que Petro jamás sería Presidente, 2022 les sorprendió acabando con más de dos siglos de hegemonía camandulera, terrateniente, gremial y colonial, abriendo a través de los votos una puerta de cambios que no están dispuestos a soportar.
Lo que vemos es la guerra de los privilegios contra los derechos. Mientras los empresarios se enriquecen precarizando a los trabajadores cada vez más explotados, y los mercaderes de la salud defienden un sistema corrupto, obsoleto e inhumano a costa del bienestar de los pacientes, en el Congreso se hunden todas las reformas que presenta el Gobierno para favorecer al pueblo, al ciudadano de a pie. Y se hunden de las formas más grotescas inverosímiles y descaradas.
Lo que acaba de pasar con la reforma laboral es elocuente. La comisión séptima del Senado la hundió sin siquiera debatirla, y cuando el gobierno quiso convocar al pueblo para avanzar con esta reforma a través de una consulta popular, el Senado se le volvió a atravesar con una votación al menos controvertida, para negar de tajo la participación ciudadana. Es evidente que lo que sufre el gobierno es un saboteo sistemático de su gestión, una desacreditación permanente de los medios de comunicación y ataques rastreros de los huerfanos de poder que creyeron que podrían seguir usando el poder público para satisfacer sus intereses particulares, sus apetitos burocráticos y sus aspiraciones políticas, como Álvaro Leyva o Alejandro Gaviria, que hicieron parte del Gobierno más como infiltrados que como ministros.
A este gobierno solo le queda resistir porque no hay otra opción. Porque el país entero debe saber que lo que tanto le costó a la izquierda conseguir por la vía democrática, después de haber padecido la segregación, la aniquilación, la persecución del Estado y el desprestigio de los medios, no se lo van a arrebatar así se junten todos los poderosos de Colombia en ese propósito. Por supuesto, este gobierno está lejos de ser perfecto. Ha cometido errores que muchos no podrán perdonar. Insistir en mantener un personaje tan nefasto como Armando Benedetti en el gabinete a costa de gente valiosa y honesta como Luis Carlos Reyes o María Angela Buitrago, va a tener un costo político enorme y va a dejar unas fisuras difíciles de reparar. Sin embargo, esos son efectos de tener que negociar la gobernabilidad con los sectores corruptos del país que además son intransigentes y violentos. Personajes como Benedetti o Roy están ahí para servir de puente entre ese país carcomido por las viejas prácticas clientelistas y la necesidad de lograr cambios profundos desde lo legislativo. Evidentemente esas transacciones no están funcionando, el tiempo se acaba y los mercenarios de la política no dan resultados. Afortunadamente. Porque quedan las derrotas pero también quedan las experiencias. En la medida en que la izquierda se fortalezca estos personajes serán prescindibles y podrán dar el paso al lugar que corresponden: el desprestigio, a órdenes de la justicia y al olvido, de donde no deberían regresar para seguir haciendo daño.
Pero este proyecto es mucho más grande que un par de camaleones oportunistas. Es el sueño de toda una clase que ha visto relegados sus derechos y que requieren una hoja de ruta sólida, unos cuadros respetables y unas dinámicas internas democráticas, incluyentes y participativas, con las cuales se pueda prescindir del bolígrafo de Petro y de Bolívar para construir listas que realmente representen las ilusiones de un pueblo oprimido y no a la farándula electorera de ocasión.
Resistir es la consigna. Apoyar a nuestro gobierno hasta el último de sus días y al proyecto progresista hasta que la vida nos alcance. Porque el primer paso para consolidar una fuerza de izquierda consistente se ha logrado. Por fin ganamos, por la vía democrática, el derecho a gobernar. Un derecho que se nos ha negado sistemáticamente, por lo que he explicado. Pero el saboteo no será superior a la inercia de la historia. Ya se le quebró el espinazo al establecimiento y nunca más volverá a ser igual. Después de décadas de despreciar a una izquierda incapaz de conformar mayorías, no solo llegamos al gobierno, sino que, por primera vez, somos una fuerza determinante, aunque aún no mayoritaria, en el Congreso. Y seguirá creciendo. Seguirá creciendo como lo hizo MORENA en México, siguiendo las reglas institucionales pero demostrándole a los dinosaurios del PRI y del PAN que la izquierda no solo puede gobernar, sino lograr mayorías consistentes para legislar, avanzar en nuevos liderazgos, y entrar en la disputa por el poder sin temores y sin complejos.
El Presidente tiene pueblo. Pueden seguir cuestionando los respaldos que le brindan los indígenas, los campesinos, los sindicatos y la gente de a pie en cada una de las marchas. Se pueden seguir desgastando los medios inventando millonadas para comprar voluntades porque no entienden que esa gente también hace parte del gobierno, porque por fin han tenido el chance de hacer un uso del poder que jamás habían experimentado. Defienden a su Presidente, porque lo eligieron y lo respaldan. Al establecimiento le cuesta entender porque esto nunca había pasado. La gente antes se manifestaba contra los gobiernos y por eso sacaban al ESMAD y al Ejército a violentar multitudes. Hoy eso no es necesario, porque ese pueblo que antes levantaban a bolillo es el mismo pueblo que respalda a alguien que ellos eligieron. Esa es la diferencia. Por eso hoy los manifestantes regresan contentos a sus casas, con los dos ojos en sus órbitas y sin haber sido agredidos, asesinados o desaparecidos. Cómo le duele a la oligarquía que la chusma se levante para respaldar a este gobernante que ellos ven como un vil usurpador. No lo superan.
Por eso el Presidente debe resistir. Su mandato termina el 7 de agoso de 2026 muy a pesar de Maria Fernanda Cabal y todo el séquito de golpistas que sueñan viendo al Palacio de Nariño en llamas como estuvo el Palacio de la Moneda en Santiago en 1973. Eso no va a pasar. Acá no hay pueblo que se vaya a esconder y este país no soporta una guerra más. Los rambos de teclado se quedarán masticando su frustración mientras pasa este año largo como ya han pasado casi tres. El usurpador seguirá poniendo cuadros en los pasillos de Palacio con sus gestas. Aunque le digan drogadicto, aunque estén dispuestos a venderle el país a los Estados Unidos para que nos cuelgue como una estrella fea en su bandera, poniéndole quejas a Trump como niños de colegio, Petro se queda hasta el último día de su mandato.
Podrán seguir atravesados evitando que el país avance. Seguirán resguardados detrás de sus posesiones y privilegios. Seguirán discriminando y amenazando a la clase trabajadora de Colombia, pero hay algo que ya no podrán hacer: ni devolver la historia ni quitarle al pueblo el terreno que ha ganado. Nunca más volverán a ver a la izquierda como un apéndice de la democracia o como una minoría inofensiva. Dijeron que Petro nunca llegaría a la Presidencia, y lo logró. Se propusieron que no terminara su mandato, y lo va a terminar. Y ahora muchos dicen que la izquierda jamás volverá a gobernar, y es un hecho que no solo volveremos al poder, sino que lo haremos mucho antes de lo que los profetas del caos lo suponen.
Vamos a resistir con todo y los errores porque esto no se trata de la perfección sino de la perdurabilidad. Una nueva Colombia ha nacido aunque los provida la han querido abortar. Y esa Colombia ya no se arrodilla ni se repliega. Esa nueva Colombia resiste, se reinventa y lucha para que nunca más vean a nuestros gobernantes como intrusos ni usurpadores sino como democrátas que se han ganado un derecho legítimo en las urnas que nunca más nos vamos a dejar quitar. Llegamos para quedarnos y nos quedaremos para gobernar. El cambio llegó, no como quisiéramos. Podría ser mejor. Y va a ser mejor. Pero por ahora, con lo que hay, se queda hasta el 7 de agosto de 2026. Porque así lo decidieron las mayorías en las urnas y así lo ordena la Constitución Nacional de Colombia. Punto.
*Fotografía: César Melgarejo (El Tiempo)
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