Andrés Felipe Giraldo L.
Pocos, muy pocos creían que un personaje tan grotesco como Donald Trump pudiera llegar a la Presidencia de la República de los Estados Unidos de América. Su campaña empezó en medio de risas y su presidencia ha sido un mar de lágrimas en un solo año de mandato.
Trump ha dividido su mundo entre la simpatía y el odio. Y los países del odio a su vez los divide entre los países del miedo y el desprecio. Los países de la simpatía son esas naciones cuyos índices de crecimiento económico y bienestar social parecen merecer la membresía a su club exclusivo y excluyente de “gente bien” que según él debe estar en la cúspide de la pirámide social del Planeta. Lo que no es capaz de ver Trump detrás de su detestable y ridículo copete amarillo es que sus homólogos de esos países lo ven como lo que es, un personaje pintoresco sin mayor inteligencia que sigue siendo un magnate, pero no un estadista. Por eso las discusiones internas en la Unión Europea giran alrededor de cómo fortalecer la economía del continente para hacer cada vez más prescindible la participación de los Estados Unidos en las decisiones multilaterales, por lo menos mientras un payaso como él esté al frente de las decisiones políticas de ese país. Y los resultados ya se están viendo. Ante la salida del Reino Unido de la UE con otro resultado electoral inesperado como el Brexit, Alemania y Francia han asumido las riendas políticas de la UE haciendo contrapeso al poder de los Estados Unidos que paradójicamente en el concierto internacional, cuenta con el respaldo de Rusia. Pero ese respaldo no es más que una jugada maquiavélica de Vladimir Putin, un verdadero zorro de la política mundial, que sabe que teniendo al oligofrénico de Trump de su lado podrá contrarrestar mejor el liderazgo político y económico creciente de la Unión Europea y China en el juego de poder mundial.
Los países del odio para Trump son aquellos que finalmente lo llevaron a ser Presidente de los Estados Unidos. Porque en el miedo y en el desprecio se está reconfigurando y fortaleciendo la nueva identidad de los estadounidenses. Por un lado, el hito de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 marcaron un antes y un después en la historia de ese país. El sueño americano se tiñó de pánico para ese país inexpugnable cuyos ejércitos desplegados por el mundo garantizaban que la desgracia no los alcanzaría de nuevo después de Pearl Harbor en su propio territorio, en donde además las guerras se daban a miles de kilómetros de distancia para alejar de sus fronteras a la amenaza comunista que se carcomía al mundo y en donde los pasos migratorios se abrían con menos reservas para quién desde su mismo lado en el mapamundi quisiera forjarse un mejor futuro en la nación de las oportunidades, garantizando de paso más soldados para sus ejércitos.
Pero una vez el comunismo dejó de ser viable en el mundo como sistema económico, político y social, se disolvió la Unión Soviética y cayó el muro de Berlín, algunos optimistas del futuro como Francis Fukuyama predijeron ríos de leche y miel en medio de una pujante paz mundial y otros más realistas como Samuel Huntington se convirtieron en profetas al predecir un choque de civilizaciones que sería netamente conflictivo y violento. Fukuyama se equivocó y Huntington acertó.
Entonces, los inmigrantes en los Estados Unidos dejaron de verse como esos forjadores en la construcción de una nación por definición pluricultural y multiétnica para definirse como “nosotros” y “ellos” al interior de sus propios límites. Los musulmanes empezaron a ser vistos con desconfianza y recelo y a los latinos se les empezó a complicar cada vez más su entrada a ese país. A los primeros por ser terroristas en potencia y a los segundos porque se estaban convirtiendo en un grupo étnico mayoritario, según el mismo Huntington, que amenazaría la identidad nacional de ese país, como si tuvieran una.
Por otro lado, la estrategia de los Estados Unidos fue la de exacerbar sus intervenciones militares en ultramar, principalmente en medio oriente y en Afganistán, para demostrar una vez más que su poder hegemónico era incontrovertible al haber derrotado en el campo económico y militar a su archienemiga, la desaparecida Unión Soviética, y que no importaba desde qué tan lejos viniera esa amenaza terrorista, hasta allá irían a combatirla, someterla y extirparla.
Pues bien, lo que se deriva de todos movimientos erráticos, desordenados y sin propósito de la política internacional de los Estados Unidos desde el ataque terrorista del 11-S, tiene un solo nombre: Caos.
Y no hay mejor aliado del miedo que el caos. Esa combinación nefasta fue la que llevó a Trump a ser presidente de los gringos en las elecciones de 2016. Por un lado, gran parte de los latinos naturalizados en los Estados Unidos decidieron tirar al piso la escalera por la que ellos mismos habían llegado a ese país para que nadie más pudiese alcanzar el objetivo por el que ellos lucharon durante años, votando por Trump, en un acto sin precedentes de egoísmo y arribismo propio de nuestros coterráneos. Por otro lado, la llegada de Trump al poder convirtió a los Estados Unidos en el “bully” del mundo después de haberse comportado como su aparente “protector”.
Pero no todos los países han agachado la cabeza a las pretensiones imperialistas del tío Sam y hasta países geográficamente chicos como Corea del Norte, liderada por un demente pueril como Kim Jung-un, ha plantado cara a Trump e incluso, ha llegado a amenazar a los Estados Unidos con una guerra nuclear. Un presidente sensato de los Estados Unidos hubiese reído en privado y lo habría ignorado en público, sin omitir las precauciones que se deben tener frente a un líder megalómano y desquiciado como Jung-un. Pero Trump, que tiene de sensatez lo mismo que un mandril de modales, ha preferido escalar la guerra verbal a límites peligrosos. Pocos creen que en la práctica Corea del Norte le pueda hacer algún daño significativo en un conflicto bélico a los Estados Unidos. Así como pocos creían que lo pudiera hacer Japón en la Segunda Guerra Mundial o la yihad islámica derribando los símbolos económicos y militares de los Estados Unidos con aviones repletos de pasajeros. En este sentido, el mundo entero está corriendo un riesgo real que se está tomando muy a la ligera.
En este contexto, Trump ha decidido que no solo existen unos países que admira y otros que odia con temor, sino que además hay “países de mierda” como Haití y El Salvador, entre los que, sin duda, estaría Colombia.
Pero ¿Qué son los países de mierda para Trump? Los países “de mierda” son aquellos en donde los Estados Unidos impusieron dictaduras militares a través de la operación Cóndor para evitar que el socialismo se hiciera al poder por la vía democrática cuando Salvador Allende prendió las alarmas en Chile en 1973. Los países “de mierda” son los que le han proporcionado la mano de obra barata a los empresarios gringos que han violado todos sus derechos laborales abusando de la ilegalidad de su situación migratoria. Los países “de mierda” son los que producen artistas de calidad como Shakira, Ricardo Montaner o Bacilos entre muchos otros que se van a vivir a sus ciudades esperando lograr un mejor mercado para su talento. Un mercado que al final va a dejar todo su dinero en ese país y no en los “países de mierda”. Los países “de mierda” son los que han tenido que soportar la intervención militar gringa primero, con la excusa de la amenaza comunista y luego, por el narcotráfico, fabricando guerras artificiales para vendernos sus armas y mantener su dominio militar, político y económico sobre cada país de esta parte del hemisferio. Y mientras tanto, en las calles de sus ciudades el consumo de drogas se incrementa sin control dejando sumas billonarias en los bolsillos de los dealers gringos poco perseguidos en comparación con las olas de sangre que se han derramado en países como México o Colombia por cuenta de los carteles de las drogas.
Así pues, es mucho lo que los Estados Unidos de América debe a esos “países de mierda” para que un tarado enorme y desteñido como Donald Trump se refiera en esos términos a pueblos sufridos, resilientes, abnegados y pujantes que han contribuido de manera mayúscula a la consolidación de los Estados Unidos como la potencia que es, y para que lo siga siendo, a pesar de que un absoluto estúpido en extremo ignorante que cada vez que abre su boca excrete sandeces, sea su Presidente.
Viví solo seis meses en los Estados Unidos en el año 2014 y sé que su pueblo es muy superior al idiota que eligieron en 2016. Además, estuve en un Estado que se caracteriza por tener flujos migratorios escasos comparado con los demás que es Ohio. Es decir, conocí a los estadounidenses típicos y puedo dar fe de su buen corazón, de su hospitalidad, de su sentido de otredad y de su reconocimiento respetuoso y sincero por la diversidad. Ojalá recuperen el rumbo en las próximas elecciones y reconozcan que elegir con miedo es elegir mal, que el voto debe ser un ejercicio consciente y racional y no emocional, menos aún, si la emoción que guía la mano hacia la urna es el pánico.
Mientras Donald Trump nos llama “países de mierda” y exacerba guerras por todo el mundo buscando terroristas y cierra sus fronteras con listas malditas y muros infames, sus propios ciudadanos en ataques de delirio criminal cometen las masacres más mortíferas que haya padecido Estados Unidos en toda su historia. Eso solo podría suceder bajo el mandato de alguien que tiene en el cerebro lo que dice que están hechos esos países a los que se refiere tan despectivamente.
“God save America!”… de Trump.
Fotografía de Upsol.
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