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Mala suerte

Por Francisco Javier Méndez

A Rosalía la mató una bala perdida. La niña, de diez años, estaba jugando en su habitación cuando el proyectil entró por una de las ventanas y le impactó la cabeza, provocándole la muerte. La noticia se difundió rápidamente entre los vecinos y se convirtió en uno de los temas recurrentes de conversación. Aunque todos lamentaron la prematura partida de Rosalía de este mundo, y los más sensibles derramaron algunas lágrimas, nadie pareció sorprenderse por este trágico suceso. Doña Marina, la madre de Rosalía, era famosa en el barrio por su mala suerte. Sin ir más lejos, su hijo Juan había muerto hace un par de años de una extraña enfermedad y era habitual que ella llegara con alguna fractura de su trabajo. Algunos decían que esto se debía a que se había ganado el desprecio de una bruja; otros, que era un castigo de Dios por algún pecado cometido durante su juventud, e incluso doña Tulia, la señora que residía al lado de la casa de Marina, se atrevió a afirmar que en las noches escuchaba ruidos extraños provenientes del otro lado de la pared y pensaba que se podía tratar de algún ritual satánico practicado por su vecina con regularidad. Con el pasar de los días, los miembros de la comunidad acordaron tácitamente que la muerte de Rosalía había sido culpa de su madre. Nunca se lo dijeron y ella, devastada, tampoco habló del tema.

Sin embargo, en medio de tanta habladuría y chismerío, a todos los vecinos se les olvidó un detalle que a ojos de un observador externo hubiese sido de vital importancia: para que Rosalía muriera, alguien, en algún lugar, tuvo que haber disparado un arma.

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