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Los vidrios y la fachada, mejor sería nada

Fotografía tomada de https://co.marca.com/claro/trending/2020/05/09/5eb5fc03268e3e242d8b4592.html
Por Andrés Felipe Giraldo L.

La señora Edy Fonseca fue prácticamente obligada por sus empleadores a permanecer por un mes encerrada en el edificio de un barrio de clase alta de Bogotá en el que trabajaba como vigilante. La retuvieron allí en unas condiciones inhumanas, mal alimentada y con pésimo descanso, con el pretexto de que debía estar confinada en su lugar de trabajo por la cuarentena. Esta situación le provocó un deterioro grave en su estado de ánimo y por supuesto en su salud, tanto, que debió salir del lugar en ambulancia al borde de un coma diabético. Un hecho reprochable desde todo punto de vista, que además debe ser investigado y sancionado por las autoridades competentes.

La indignación ciudadana no se hizo esperar y las voces de solidaridad con Edy Fonseca fueron masivas. Los medios de comunicación cubrieron la noticia y en una de las emisiones se dio la dirección exacta del inmueble en donde la vigilante fue vejada por el presidente de la junta de propietarios y por la administración del edificio. La idea de romper vidrios y pintar la fachada de ese edificio se fue deslizando como una insinuación por las redes sociales. Una vez más el espíritu vengativo del colombiano promedio se hizo presente como un fantasma para “hacer justicia”. El mismo espíritu que celebra que los landronzuelos sean linchados en la calle para que dejen de robar. Por supuesto, los niveles de impunidad que hay en Colombia y la lentitud del poder judicial para actuar hace que muchos perdamos la fe en los canales institucionales. Pero eso de pretender reivindicar la justicia por vías de hecho solo ratifica que Colombia está lejos de construir una civilización de paz.

El caso de Edy Fonseca desnuda la estructura de un sistema opresor, en donde una persona es sometida porque desconoce sus derechos y quien tiene el poder se aprovecha de esa ignorancia. Sin duda, hechos como este hacen necesario comprender que ese sistema es injusto y que hay que cambiarlo, que la educación es fundamental para que las personas sean conocedoras de sus derechos y que la opresión de los poderosos sobre los desvalidos hay que combatirla desde una perspectiva estructural y no coyuntural, porque la falla es del sistema mismo y tiene raíces culturales e históricas. Pero romper unos vidrios y pintar una fachada no resuelve nada, no es aleccionador, no repara a la víctima, no sanciona directamente a los responsables y no reivindica los derechos afectados a doña Edy Fonseca. Es simplemente una venganza, que seguramente llenará de satisfacción a los vengadores, pero que no tendrá otro efecto que hacer de los victimarios de Edy las nuevas víctimas de unos vándalos anónimos. 

Es difícil confiar en la eficacia de los medios pacíficos para lograr cambios estructurales cuando la opresión se mantiene firme por la inmensa capacidad de coerción que da el poder y porque, además, el Estado (y el monopolio legítimo de las armas) está cooptado desde siempre por el establecimiento. Mucho más difícil aún cuando la violencia revolucionaria ya probada desde los 60’s terminó siendo un prolongado y absoluto fiasco en la búsqueda de la justicia social que dejó muchas víctimas y ningún cambio de fondo. Además, la institucionalidad no ayuda, la confianza de los colombianos en sus órganos de control es casi nula y los resultados tienden a favorecer al sistema con todos sus vicios. Solo hay que ver las prebendas judiciales y los privilegios de reclusión con los que los políticos corruptos pagan sus condenas, en comparación con los presos comunes, para hacerse una idea.

La reacción violenta lo único que ha logrado es que los medios tradicionales, que también hacen parte del establecimiento, se aprovechen de los desmanes para desprestigiar, minimizar y ocultar las causas objetivas de la protesta social. También para que personas sin ningún propósito ideológico, más allá del marketing personal y la necesidad de figurar, se valgan del caos para darse pantalla. Por ejemplo, personajes tan pintorescos como “Epa Colombia”, a quién le pareció muy simpático destrozar con un martillo una estación de Transmilenio y filmarse en el acto, en el marco de un paro nacional.

Es claro que la desigualdad social, la injusticia, la opresión, la explotación y el hecho de que a los ricos les sobren privilegios mientras que a los pobres carecen de muchísimos derechos, da rabia, ira y ganas de reaccionar para incendiarlo todo y volver a construir un proyecto de nación en Colombia que desde su propia gestación resultó fallido. Porque Colombia como República se construyó en el siglo XIX sobre criterios discriminadores, elitistas y excluyentes, profundamente ligados a la religión católica y a la cultura española, que perdió los territorios pero no la hegemonía cultural ni el modelo de organización social sobre los terrenos conquistados.

Pero la violencia siempre ha sido funcional al establecimiento. Siempre que ha habido un conato de revolución el aparato militar y paramilitar del Estado ha reaccionado con toda contundencia para masacrar y someter a aquellos quienes han alzado su voz con armas o sin ellas. Por eso aquellos quienes consideramos que el sistema es injusto e inequitativo desde sus raíces, tenemos que ser inteligentes para comprender que la violencia, venga de donde venga, favorece más al opresor que al oprimido. Porque el opresor tiene todas las herramientas de dominación a su alcance, incluyendo una violencia sistemática y bien coordinada que apaga por las malas los focos de insurrección.

Sé que mi propuesta (si es que la hay) es etérea, vaga e ilusa. Poética, como me dijera alguien esta semana. Pero estoy convencido de que ir al edificio en donde trabajó Edy Fonseca para romper vidrios y pintar la fachada será mucho más útil y funcional a sus abusadores que a ella, por las razones que ya expuse. Colombia tiene una herramienta maravillosa para empezar a dar un giro hacia la reivindicación de los derechos populares que aún no ha sido ponderada ni explotada en toda su dimensión. Hablo de la Constitución de 1991, que sin ser perfecta, representa avances significativos en el camino de las garantías y las libertades para todos los ciudadanos y que trasciende el carácter centralista, confesional y discriminador de la Constitución de 1886 que performó los comportamientos sociales y culturales que aún padecemos. 

La lucha pacífica puede ser mucho más lenta y decepcionante que la lucha armada. Pero de lucha armada van más de 200 años y lo único que se ha logrado por este camino es que las revoluciones fallen mientras el establecimiento se fortalece. Y para que los reaccionarios se llenen de motivos para resistir el cambio, válidos o no. Por la vía pacífica Mandela logró derrumbar el apartheid, Gandhi marcó la ruta de la independencia de la India y de Pakistán, y Martin Luther King hizo visibles los derechos del pueblo afroamericano en los Estados Unidos. ¿Cuál es la fórmula? No sé. Pero sí me genera algo de esperanza ver que los movimientos alternativos ganen un espacio así sea pequeño a través de la democracia electoral, a pesar de todos los vicios y la corrupción que rodea a una democracia débil y servil a los intereses de los más poderosos en Colombia. Me ilusiona ver tantas organizaciones en defensa de la paz y percibir los pasos en la dirección correcta de muchos desmovilizados para reconstruir su vida de manera positiva y alrededor de ellos su tejido social, a pesar de que la mano oscura del Estado los esté aniquilando.

Creo en la paz. Y considero que defender la paz con violencia es un contrasentido que le quita fuerza y credibilidad a la lucha misma. Insisto, esta lucha no es fácil. Pero debemos ser creativos, innovadores e inteligentes para dar la pelea. En el caso de doña Edy, será mucho más útil hacer un seguimiento de los procesos judiciales, que se garantice la reparación por parte de quienes la perjudicaron y velar por la reivindicación de sus derechos. Eso es más útil y efectivo que ir con antorchas a ese edificio a romper vidrios y pintar la fachada. En ese caso, mejor sería nada.

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