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Las encrucijadas del silencio

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Mi última columna de opinión, de hace un par de meses y algo, trataba sobre mi alejamiento de los medios y las redes sociales para desempeñar el cargo que me fue encomendado por el Gobierno de Colombia y la Cancillería en Azerbaiyán. Creo (y aún lo creo), que mi deber ético es el de abstenerme de emitir mis opiniones políticas teniendo en cuenta que la actual investidura me impone servir desde un cargo diplomático a todos los colombianos que requieran de mi servicio sin considerar las posturas políticas. Y esta consideración la he materializado en cerrar mi cuenta de X definitivamente y en abrir una nueva, sin seguidores, en la que persisto en no emitir mis opiniones de tinte político o ideológico (eso sí, reservándome el derecho de bloquear cuentas que no me interesan o que no son de mi agrado, porque en esa cuenta no ejerzo ninguna función pública ni es de uso oficial. Es personal y solo me rijo por las normas de la red para administrarla). Sin embargo, debo reconocer que el sacrificio es tremendamente difícil, teniendo en cuenta que, además, la libertad de expresión es un derecho que no debería estar limitado para ningún ciudadano, incluyendo a los funcionarios públicos. Mantengo la idea de que el cargo que desempeño requiere evitar las controversias para permitir una interacción fluida con la ciudadanía que, finalmente, es la beneficiaria del servicio público, y aún más en el servicio diplomático, que debe velar por el bienestar de todos los colombianos en el exterior. Por supuesto, existen otros cargos del Estado que requieren no solo del servicio ciudadano, sino también de la militancia política, considerando que estamos representando además un proyecto político con el que comulgamos, lo que hace aún más coherente nuestra participación en los cargos del actual gobierno. Pero no es mi caso. La gestión de la oficina consular en Bakú no requiere manifestaciones públicas de apoyo al Gobierno, porque eso no hace parte de mi rol como funcionario diplomático, más allá de mis apreciaciones como miembro de la sociedad a la que pertenezco y de mis afinidades con este proyecto político, que han sido públicas en el pasado.

Sé que este comienzo corresponde a explicaciones no pedidas, reacción natural de los culpables o los atormentados. Lo mío es más de lo segundo. Y lo es porque a pesar de que mi compromiso con el silencio prudente sigue en vigencia, esto no hace que me pueda abstraer de la información (y la desinformación) que bombardea a diario desde la prensa tradicional y las redes sociales a la opinión pública, porque, aunque haya decidido voluntaria y libremente apartarme del debate público, me es imposible apartarme de pensar, deliberar y opinar para mis adentros, llevando hasta el límite mi necesidad de plantear este tormento interno de la manera más congruente y sensata posible, sin vencer mi inquebrantable compromiso con el cargo y con el país. Mi aislamiento del debate público no tiene el propósito de evadir las controversias propias de trabajar para este Gobierno en la actual coyuntura, con todo lo que ello implica. Traigo esto a colación solo para señalar que no tengo la menor intención de hacerme invisible para evadir los problemas, pero sí tengo el convencimiento de que mi puesto exige evitar las distracciones de las controversias para poder ejercer de la mejor manera mi labor en función de los colombianos y del país en general.

Sin embargo, ya que he decidido no ejercer el derecho a la libertad de expresión en función de mi misión actual, también he decidido, y como un acto de desahogo sano para el espíritu, plantear la dificultad natural de mantener este silencio, aunque no pueda ser ajeno a la realidad y al entorno del que sigo haciendo parte, porque es evidente que la agitación política actual es tremenda y que requiere de posiciones firmes, deliberantes y argumentadas para que la posverdad y la desinformación no arrasen con la sensatez y, en últimas, con los pocos vestigios de la democracia en Colombia. Porque parece que a algunos solo les sirve la democracia cuando ganan. No es fácil acceder a los medios a diario y ver cómo se manipula a la opinión pública y quedarse indiferente. No es fácil hacer este voto de silencio como monje de claustro ideológico para privilegiar la prudencia por encima de la rabia o la indignación que genera ver cómo se socava a diario la gobernabilidad y la legitimidad de un gobierno elegido democráticamente en las urnas. No es fácil.

Por eso creo que el precio de mi silencio no es menor. Cerrar mis fauces voluntariamente cuando mi naturaleza es cáustica, combativa e irreverente es en extremo complicado. Notar que esa cuenta de X que forjé desde hace diez años con paciencia y que llegó a más de 50 mil seguidores (sin ninguna estrategia ni publicidad, bloqueando compulsivamente porque la red lo permite y porque honestamente creo que es un derecho inviolable salvaguardar la tranquilidad mental) se cerró para siempre, deja un halo de melancolía porque esa era mi tribuna más visible y la trinchera desde la cual fijaba mis pensamientos más genuinos y firmes. Además, era el canal de difusión de estas columnas, a las que hoy vuelvo como naufrago que saca la cabeza del agua para tomar una bocanada de aire sin saber a dónde le llevará la marea, solo para respirar una vez más.

Dicho esto, no vengo acá para cambiar mi postura o anunciar que mi silencio termina. No. Vengo a ratificar que mis convicciones siguen inalteradas con respecto de la naturaleza de mi misión y la necesidad de mantenerme prudente y callado. Sin embargo, este silencio no implica apatía o inacción. Este silencio me obliga a pensar y a repensar cada elemento de la realidad que me circunda para darle piso a mis convicciones y luchas, que por ahora están suspendidas, pero a las que no claudico por ningún motivo y a las que volveré cuando sea menester hacerlo. Por el contrario, este retiro del debate público y la deliberación me ha permitido robustecer las conversaciones con mi esposa que a veces actúa como mi propia conciencia, haciéndome notar las debilidades de mis posiciones o los vacíos en mis argumentaciones. El silencio conlleva a la sabiduría porque la mente no puede volverse un caos sin forma ni anclajes. El silencio obliga a que los diálogos en la mente estén mejor hilados y que la extensión que se pierde en la interpelación de los debates, se convierta en tratados más estructurados que surgen del análisis íntimo y un extenuante ejercicio mayeútico para encontrar la verdad en uno mismo y en sus propias reflexiones, que se alimentan de lecturas más sosegadas y sesudas, porque el silencio permite leer sin el ánimo de reaccionar, y esos impulsos reactivos se convierten en insumos de análisis más detenidos y serios.

Consideré necesario escribir esta columna porque siento que un silencio sin explicaciones no es más que un abandono. Y yo no abandono ni a la lucha social que va mucho más allá de mí ni a las personas que me han creído y que confían en mi criterio, que son mucho más que una cuenta de X. A mis lectores solo les puedo decir que este es un mientras tanto muy enriquecedor para mí desde el punto de vista emocional, profesional, personal y vital, porque lo que estoy conociendo y aprendiendo de esta oportunidad es absolutamente invaluable y abarca más de lo que mi comprensión podía alcanzar hasta este momento. Cuando el mundo se amplía, crecen también el criterio y el carácter, elementos indispensables para poder entender mejor a la humanidad y sus matices. Espero que este silencio sea funcional a una madurez intelectual que a veces me es esquiva en el frenesí de la respuesta rápida y creativa, que busca más impacto que profundidad. No quiero desaparecer como si estuviera cautivo, pero sí espero de todo corazón que comprendan mis motivaciones para persistir en este silencio que, no lo puedo negar, me agobia. Me reconforta saber que muchos más han tomado la posta para defender al proyecto en el cual creemos, me tranquiliza percibir que algunos se han tomado el trabajo de argumentar sus posiciones para trascender el insulto fácil y la mentira hartera y me alegra ver desde la distancia que la mayoría perciben el momento histórico con la seriedad que la coyuntura amerita, y que además han decidido levantar las banderas de la causa con vehemencia, mística y decoro.

Yo seguiré cultivando los aprendizajes de esta labor que pronto se convertirán en experiencias sin más ambición que la de cumplir a cabalidad con el trabajo para el cual he sido contratado, y con la incertidumbre de saberme en un entramado complejo que quizás me supera, pero que debo aprender a comprender para saber cómo funciona y qué intereses lo atraviesan. Ver al país desde esta perspectiva plantea retos apasionantes y también inmensas contradicciones. Abstenerme de descifrar estas cuestiones que me confrontan en público también hace parte de mi silencio.

Como siempre, mi compromiso es con la gente. Como siempre, procuro ser consecuente con el momento histórico y con los estándares de la misión que me corresponde en cada momento. Y en este momento me corresponde guardar prudente silencio para que las puertas de mi oficina permanezcan abiertas sin ninguna prevención para ningún ciudadano que requiera de mis servicios, como lo indica mi profesionalismo y la convicción sobre lo que es conveniente para el país.

Por lo demás, quiero agradecer a las personas que siempre llegan hasta mis letras para escudriñar mis pensamientos y emociones como quien acompaña a alguien en la silla del parque para que no se sienta solo. Aprecio mucho que me lean y que se interesen por mis cuitas que algunas veces soy incapaz de mantener en privado. Sentí la necesidad inmensa de compartir el malestar que me provoca este silencio, pero bien vale el orgullo que me produce sustentar por qué lo mantengo. Los sacrificios siempre deben tener una base lógica y esta es mi explicación. Pero quiero que sepan que sigo pensando y que sigo escribiendo con la expectativa de que todas estas enseñanzas contribuyan a enriquecer el debate público y mis propias convicciones ideológicas y políticas. Seguiré dando brazadas para no desfallecer convencido de que la orilla está en alguna parte y que, cuando la alcance mi voz, se va a escuchar hasta el cielo en donde está mi padre.

Besos para ellas y abrazos para ellos. Gracias por llegar hasta acá y por acompañarme en esta diatriba contra este silencio necesario. Mientras tanto, alcen la voz ustedes que pueden. Háganlo sin miedo.

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