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La gran estafa

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Escribo esta columna entre dolido, indignado, molesto y avergonzado. Me estafaron. Esto es algo normal en Colombia, pero que se lo hagan a uno, avergüenza. Confiar al entregar dinero, y más por una página de internet, es de pendejos, y así me siento. Colombia debe ser el país con más hijueputas por kilómetro cuadrado y con más malparidos por cada cien mil habitantes. Eso nos convierte a los porfiados, tontos y abanderados de la presunción de la buena fe (más conocidos como güevones) en presas dóciles y vulnerables de los estafadores.  Y bueno, a pesar de que creo tener buena intuición para no caer en cualquier rifa que me vendan o en no comprar tenis a una cuenta de X después de cien mil advertencias de fraude, esta vez sí caí tan fácil que el estafador me debe estar buscando para tumbarme otra vez.

El jueves debía salir de viaje con mis hijos por tierra y noté que el seguro obligatorio del carro (SOAT), estaba vencido hace unos días. El carro lo compré con el seguro vigente, por lo que no me había fijado en la fecha de vencimiento y se me pasó. Teniendo en cuenta que solo me quedaban unas horas para emprender camino, busqué cómo comprar el seguro por internet. Varios conocidos habían hecho este trámite sin ningún inconveniente, de manera segura y en páginas confiables. Yo empecé la tarea a las 8:00 p.m. y en la mayoría de páginas solo me harían la venta al otro día en horario laboral. Además, me habían advertido que el seguro solo tomaría vigencia después de la hora cero del siguiente día, por lo tanto, me urgía comprarlo en ese momento. En una de las primeras páginas en el listado de Google, sino la primera, apareció esta página aparentemente confiable. Todas las páginas hacen la cotización del SOAT, algunas derivando la solicitud a un chat de whatsapp y otras la envían al correo electrónico que uno da cuando suministra una información  básica. Esta página tenía el chat el línea, como lo hacen la mayoría de compañías que tramitan quejas y reclamos en línea, por lo que me dio más confianza. El sujeto al otro lado del monitor me pidió unos datos y me envió la cotización. Poco más de 400 mil pesos. Mi carro es de motor pequeño. Le pregunté qué debía hacer y me dijo que me enviaría un enlace para hacer el pago y que en unos minutos más me enviaría la póliza por ese mismo medio. No noté nada raro, la transacción era por PSE como en la mayoría de casos que pago cosas por internet. Debí haber notado que aunque la póliza era de Seguros del Estado, el recaudador era una empresa llamada Global 66. No es extraño tampoco que el recaudo para algunas compañías lo hagan otras compañías, por eso seguí sin notar nada especialmente anómalo. 

Pagué, envié el comprobante y a los pocos minutos me llegó la póliza tal como se ve en la fotografía del encabezado. Sinceramente, no noté nada extraño. Hasta agradecido me sentí porque me atendieron por fuera del horario laboral y de manera ágil. Me acosté tranquilo, pensando que al otro día mi viaje no tendría inconvenientes con la Policía, tan diligentes y activos por estas épocas navideñas.

Al otro día, en la mañana, tenía un examen médico programado antes de emprender el viaje. Mientras estaba en la sala de espera, me llamaron de Global 66 para preguntarme cómo me había ido con la transacción. Le respondí a la señorita que me llamó que muy bien, que me había llegado la póliza sin problema, que excelente servicio. El silencio de más de tres segundos de mi interlocutora me inquietó. Me dijo, tratando de matizar la situación, que una persona llamada Alexander no sé qué, usaba la plataforma de ellos para hacer el recaudo con el cual estafaba a la gente. Yo le respondí que me había enviado la póliza, que creía que todo estaba en orden. La señorita me replicó que esa póliza era falsa. Nunca me dijo que me habían estafado, creo que por respeto, porque en Colombia a los estafados se nos conoce como pendejos, idiotas, confiados, güevones o “echeverris”. Me sentí todas las anteriores. La señorita prosiguió con que yo debía poner la queja para que ellos pudieran proceder con la denuncia en la Fiscalía porque parece que este sujeto usa esa plataforma de recaudo para estafar frecuentemente. Yo tenía que entrar a la cita médica y debía cortar la llamada, por lo que le pedí devolver la llamada una vez culminara la cita. La chica me respondió que ese era “un número de no retorno”, es decir, que nadie me iba a contestar de vuelta. Insistió en que pusiera la queja en su página, a lo cual respondí que iba a poner la denuncia directamente en la Fiscalía. Ella se notaba preocupada porque no implicara a Global 66. Y yo, antes de colgarle, le dije que las responsabilidades las debería establecer la Fiscalía, que ellos deberían averiguar cómo funcionaba la estafa y colgué. En mis adentros sabía que la Fiscalía escasamente toma la denuncia y deja morir eso en los anaqueles de los procesos que prescriben con el tiempo. En un país con el 94% de impunidad que estafen a un güevón por internet es parte de la cotidianidad que no merece una investigación. El estafado es un cliente y el estafador un emprendedor dentro de nuestra cultura carente de principios y valores, en donde al “avispado”, el “vivo” y el “astuto” se le premia con risitas cómplices y palmaditas en la espalda. Este es el tipo de especímenes a los que premia nuestra atmósfera traqueta y nuestra precaria institucionalidad.

Me robaron 400 lucas que me habrían servido para pasarla mejor con mis muchachos, pero no me frustraron el viaje. Mi mamá me prestó su carro y así pude viajar. Mi carro quedó estacionado en su garaje y a la vuelta debo comprar otra vez el SOAT para poder sacarlo. La plata duele. Pero algún día se recupera. El tal Alexander debe estar complacido de haberse robado esas  400 lucas a cambio de un papel chimbo y mañana seguirá robando hasta que se encuentre con alguien que le pegue un tiro porque en Colombia los malos no esperan a que la justicia actúe, cobran por sus propios medios, porque para cada hijueputa hay un triplehijueputa.

Yo iré a la aseguradora directamente a comprar el SOAT y pasaré por la Fiscalía a poner el denuncio para alimentar las cifras de impunidad porque voy sin ninguna fe, sin ninguna esperanza de justicia ni reparación, pero me siento con la obligación de sentar el precedente para hacer lo que debo a pesar de que los demás no lo hagan. Me siento idiota por haberme dejado estafar, pero estoy aún más compungido por pertenecer a una sociedad que se acostumbró a esto, que enaltece al estafador y se burla del estafado, que se edifica sobre la mierda de los tramposos y se extraña porque una vicepresidente pide un crédito para construir su casa y no se roba la plata del erario para eso. Acá los valores están invertidos, nuestros héroes son los hampones que han llegado al poder de la mano de otros hampones y a eso le llamamos “berraquera”.

Sigo dolido, indignado, molesto y avergonzado. Pero me tranquiliza haberme desahogado. No pretendo contarles esto para que no les pase ni voy a posar ahora de que me las sé todas. Me tumbaron. Me tumbaron miserablemente y no puedo más que lamerme las heridas y seguir adelante. No me arrepiento de haber confiado porque no me puedo seguir dando palo por confiar en la humanidad, en esta humanidad de mierda en la que seguiré confiando con las debidas precauciones porque no hay más. Mi escrito es solo para evidenciar mi malestar con esta sociedad en la que hemos criado estafadores para que vivan de nuestra ingenuidad y a esto le hacemos odas que hacen parecer que esto es parte de la vida. No me acostumbro y no me voy a acostumbrar. Prefiero actuar bien aunque esto implique conseguir las cosas con esfuerzo. Lo seguiré haciendo a pesar de todo porque esta es la única manera de incidir realmente en la sociedad: con el ejemplo. Mis hijos no me han visto ni me verán robar a nadie. Con eso para mí es suficiente. Al tal Alexander que la vida le dé lo que se merezca. Solo espero no volvérmelo a encontrar nunca más ni en internet ni en la realidad.

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