Por Andrés Felipe Giraldo L.
La libertad de Uribe no debería sorprender a nadie. Justamente era lo que pretendía su defensa con el cambio de jurisdicción que se produjo al renunciar a su curul como Senador, con lo cual el expediente pasó de la Corte Suprema de Justicia a la Fiscalía del mejor amigo del Presidente, su subalterno, ese subalterno sin carácter que lo ha proclamado presidente eterno y que no duda de su inocencia ni siquiera por lo que Uribe pueda hacer en el futuro.
Aunque en agosto de 2018 Uribe le pidió al Presidente del Congreso del momento, Ernesto Macías, que se abstuviera de tramitar la renuncia que había presentado, con el pretexto de que “por razones de honor” quería que la Corte siguiera conociendo del caso por el cual le habían citado a indagatoria, a Uribe finalmente se le acabó el poquito honor que le quedaba y renunció a su curul hace un par de meses, cuando descubrió que la Corte Suprema hablaba en serio, y la Sala de Instrucción de esa Corporación le dictó medida de aseguramiento consistente en detención domiciliaria.
Pues bien, por un asunto de procedimiento, Uribe tuvo que ser dejado en libertad. De acuerdo con la Ley 906 de 2004, por la cual se está procesando a Uribe en la Fiscalía, no se puede privar a una persona de la libertad hasta que no se le imputen cargos. La jueza de control de garantías no tenía otra opción en Derecho que proceder así. Sin embargo, el escepticismo de la mayoría de los colombianos sobre lo que pueda pasar con este proceso en la Fiscalía es evidente. Y las razones son obvias. No vale la pena reiterarlas en cuanto a lo jurídico.
Sin embargo, vale la pena analizar por qué Uribe goza de tanta impunidad, por qué los procesos en su contra naufragan en el olvido y en trámites engavetados que no avanzan y, cuando por fin aparece un vestigio de justicia para que rinda cuentas por alguno de sus actos turbios, que son muchos, tiene la capacidad para manipular la institucionalidad a su antojo, y así se sale del redil de los jueces que han logrado atar los cabos de sus crímenes y se refugia en la Fiscalía que está cooptada por sus aliados.
A esto se suma el intrincado entramado político que mantiene a Uribe en la impunidad. Es ingenuo pensar que mientras el Gobierno de turno esté en sus manos, alguna institución del Estado pueda esclarecer los hechos por los cuales se le investiga. A pesar de que en la Constitución Nacional está claro que se debe respetar la autonomía e independencia de los poderes públicos, la intromisión del Gobierno, empezando por el presidente Duque, desafía todo el sistema de pesos y contrapesos con los que está concebido el Estado para que ningún poder se imponga sobre otro. Además, desde el propio diseño constitucional se le da una ventaja absurda a la Rama Ejecutiva para apropiarse de la Rama Judicial, especialmente de los entes de control.
A esto se suma una poderosa y coordinada campaña mediática para absolver a Uribe desde los micrófonos y las pantallas, independientemente de la evidencia que repose en los expedientes. La mayoría de los medios tradicionales, que siempre han hecho parte del establecimiento y que representan más sus aparatos de propaganda y divulgación, que ser canales imparciales de comunicación e información, han cerrado filas en la defensa del expresidente. Es impresionante (y hasta grotesco) ver cómo periodistas como Vicky Dávila o Salud Hernández, han asumido la defensa de Uribe como sus más férreas abogadas, tergiversando y manipulando la información, elaborando suposiciones y conjeturas que van más allá del delirio, y que ni siquiera los propios abogados de Uribe han usado para la defensa de su cliente porque no existen fundamentos jurídicos para usar dichos argumentos como ciertos. Un ejemplo de esto, fue la famosa finca de la esposa del testigo Monsalve, que quisieron presentar como parte de la recompensa que Iván Cepeda dio a ese testigo por declarar en contra de Uribe. Varios periodistas, el propio Monsalve y su exesposa, han demostrado que la finca la compró Deyanira Gómez con recursos propios y varios años después de que Monsalve hubiera declarado contra Uribe. Pero la labor de estas periodistas no es revelar la verdad, sino sembrar las dudas que favorezcan a Uribe, así estas sean infundadas hasta para las propias partes del proceso.
Y por último, es innegable que Uribe cuenta con un gran respaldo popular. Historiadores, antropólogos y sociólogos podrán hacer un mejor diagnóstico que el mío, pero para mí es claro que Uribe representa una cultura que ha ido carcomiendo los valores y los principios de la ciudadanía en Colombia. Uribe es lo que en la cultura popular se define como un “berraco”, un “vivo”, un “avispado”, que no es más que esta clase de personas que logran todo lo que se proponen sin importar las maneras ni los medios, y sin que importen tampoco los costos y las implicaciones a nivel ético, político y social. Y además, Uribe encarna la Colombia de la Constitución de 1886, de la que el país todavía no se puede zafar por la inercia de la tradición y el rigor del status quo que ha dominado a Colombia durante dos siglos. Uribe es camandulero, conservador, terrateniente, aferrado a las tradiciones y a una organización casi que feudal que ha caracterizado a la pirámide social en Colombia desde la colonia, en donde los señores feudales tenían amplios séquitos de lacayos y numerosa servidumbre, todos igual de fieles y leales, sin importar que les quitaran los derechos, les restringieran las libertades y les pisaran la cabeza cada vez que al noble se le daba la gana. Y por supuesto, ese monarca es Uribe, tanto, que cuando cayó en desgracia y lo encerraron en su finca de 1500 hectáreas, el partido de su líder salió a ungir al primogénito Tomás para que se preparara con el fin de asumir como rey de la secta, de ser necesario.
Colombia para Uribe es una gran finca, es el Ubérrimo extendido desde San Andrés hasta Leticia, en donde él impone su ley y maneja las instituciones a su antojo, en donde tiene ejércitos regulares e irregulares a su servicio, en donde todo el establecimiento le juega el juego, le paga favores y lo mantiene contra viento y marea, en donde hasta el presidente le rinde cuentas y pleitesía porque ese presidente no tiene más mérito que ser su elegido.
Uribe se rescata a sí mismo con todas las herramientas que tiene a disposición de las garras de la justicia. Al país democrático y deliberante le va a ser muy difícil evitar la impunidad judicial en cualquiera de los 286 procesos que se le adelantan en la Comisión de Acusaciones de la Cámara, la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía General de la Nación. Pero sí hay algo que la ciudadanía tiene que rescatar a toda costa y es la democracia, la única que puede evitar que Colombia siga siendo la finca de Uribe, en donde hace lo que se le da la gana con absoluta impunidad y con todos los beneficios que le representa hacerse dueño del Estado. A Uribe es casi imposible castigarlo en los estrados judiciales pero es imperioso castigarlo en las urnas, quitarle por fin ese poder siniestro que ha detentado durante veinte años y eso no se puede hacer de otra manera que saliendo masivamente a votar en las próximas elecciones por aquellas fuerzas que, más allá de sus diferencias ideológicas y convicciones políticas, están dispuestas a respetar la institucionalidad y la independencia de los poderes. Está demostrado que los jueces poco o nada podrán hacer contra Uribe. Entonces, le corresponde a los ciudadanos de a pie manifestarse masiva y enérgicamente para demostrarle al uribismo que son minoría. Pero esto no se puede hacer si los niveles de abstención siguen por encima del 55% y si la apatía se sigue corroyendo la democracia electoral en Colombia. Por supuesto, el riesgo de que la Registraduría incida en los resultados es tangible, y por eso hay que acudir a las veedurías internacionales para que se respete el mandato popular que se derive de las elecciones. Pero es claro que si no se salva la democracia, este régimen, que da cada vez más visos de autoritarismo y represión, se va a enquistar en el poder como pasó en Venezuela. En ese caso, la democracia no será más que un anhelo, Uribe seguirá siendo el dueño de esa finca llamada Colombia, y la oposición tendrá que batirse entre ser víctimas de la persecución feroz del régimen, el desprestigio, el exilio, la cárcel o la muerte. Ya sabemos que Uribe es un tipo sin honor. Y quien no tiene honor no le importa nada. Ni nadie.
Fotografía tomada del portal Verdad Abierta.
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