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La combinación maldita para un fraude electoral

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Los temores de fraude electoral en Colombia no son infundados. Varios columnistas han hecho la tarea de explorar la meteórica carrera del Registrador Nacional Alexander Vega y han descrito la forma cómo ha logrado los contactos que lo han llevado a la posición que ostenta ahora. La coyuntura no podría ser más desfavorable para que alguien de las calidades morales y éticas de Vega esté al frente de un año electoral como el que se viene en apenas tres semanas. Por lo que se lee en cada una de estas columnas, el Registrador es un tipo sin escrúpulos, dispuesto a todo para lograr lo que se propone. Además, su desafiante frase cuando se le cuestionó sobre las garantías electorales para la oposición de “el que no sienta que hay garantías o crea que le harán fraude no debería presentarse”, no solo deja dudas, sino que pone en entredicho la imparcialidad de una Entidad que está allí justo para eso, para ofrecer garantías a todos los candidatos.

Sin embargo, no es suficiente que un fraude se materialice en la Registraduría para que mansamente los partidos de oposición y la propia ciudadanía se sometan al designio de los resultados oficiales. Para blindar un fraude electoral, se requiere de la participación activa de las Fuerzas Militares que acallen los brotes de protestas en las calles y se impongan al descontento popular con la recurrente excusa de defender la institucionalidad y “la democracia, maestro”. Las Fuerzas Militares en Colombia, especialmente la Policía Nacional, con la bendición y la complacencia de gran parte de las autoridades locales, han demostrado con creces la capacidad y saña que tienen para reprimir la protesta social. Decenas de muertos y desaparecidos en las manifestaciones de los últimos años lo confirman.

El Ministro de Defensa, Diego Molano, se ha caracterizado por su intransigencia y su indolencia ante la protesta social y su carácter belicista para reprimirla. Solo a alguien absolutamente desconectado de la realidad de un país vapuleado por la injusticia social, la desigualdad, la falta de oportunidades y la inconformidad, se le ocurriría la estúpida idea de construir un “protestódromo”, un lugar absurdo jamás imaginado, como si lo que necesitaran los manifestantes fuera terapia para el manejo de la ira y no soluciones concretas para reparar sus sufrimientos y suplir sus necesidades. Y ya sabemos que estamos ante un Congreso incapaz de hacer control político, en el que sus mayorías están siempre al servicio de los intereses del Ejecutivo, porque comen del mismo plato. En este sentido, es claro que Molano no tendría reparos en sacar las Fuerzas Militares para reprimir, una vez más, las manifestaciones populares que se derivaran de un posible fraude electoral, con ese carácter servil y pusilánime que le ha servido para trepar hasta ese Ministerio.

Además, no es un secreto para nadie la cercanía del partido de gobierno con militares activos y retirados, que son afines a la ideología uribista (si es que se le puede llamar así) y que consideran que en Colombia hay que “detener el comunismo” a como dé lugar. Son dinosaurios que aún siguen inmersos en las dinámicas de la guerra fría y que creen de corazón que la Unión Soviética todavía existe, como su mentora María Fernanda Cabal. Estos rambos ochenteros creen que le harán un bien al país deteniendo, aunque sea por las vías de hecho, al “castrochavismo”, ese fantasma que se inventaron los uribistas para que asustara a los de “centro”.

Por último, tenemos a la derecha de Colombia temerosa de perder sus privilegios que asumen como derechos, incluso aquellos que no los tienen, porque en Colombia hay arribistas de todos los estratos. Y frente a esto, existe una resistencia extendida que se niega a que la izquierda llegue alguna vez al poder, permeados por los fracasos de países como Venezuela o Nicaragua, que cayeron en dictaduras disfrazadas de democracia de gobiernos que destruyeron sus constituciones y la independencia de los poderes públicos para perpetuarse en el poder y empobrecer a sus naciones. En Colombia amplios sectores prefieren usar a Venezuela y a Nicaragua como ejemplo para repeler a los gobiernos de izquierda, pero omiten las alternancias que se han presentado en muchos países de América Latina, como Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y Ecuador, solo por mencionar algunos casos.

Pues bien, en Colombia no vamos por una ruta muy diferente de la de Venezuela o Nicaragua si se llegase a concretar un fraude electoral. La única alteración de la Constitución que se presentó en Colombia para que un Presidente se perpetuara en el poder no vino de la izquierda. Fue Uribe quien se hizo reelegir, mientras sus ministros compraban congresistas para que aprobaran el tal “articulito”, y se frustró su tercer período gracias a la Corte Constitucional. Es evidente que el partido de gobierno está desesperado porque presienten que van a perder el poder, no solo en la Presidencia, sino en el Congreso. Las pugnas internas del Centro Democrático así lo demuestran. El candidato de ese partido, Óscar Iván Zuluaga, no marca en las encuestas y sus patéticas apariciones, que rozan con el ridículo, lo alejan cada vez más de la posibilidad de ser el candidato fuerte que era en 2014.

Por eso es de prever que gran parte del uribismo se la jugará por el candidato que salga de la coalición “Equipo por Colombia”, que reúne a los grandes barones electorales que mueven las maquinarias más corruptas de las regiones del país. Allí está la fuerza del establecimiento, capaz de comprar votos y mover clientelas para retener el poder público en el que se han enquistado.

En resumen, la combinación para un posible fraude electoral es letal para los vestigios de democracia que aún quedan en Colombia. Un Registrador Nacional de ética dudosa, unas Fuerzas Militares más sumisas al poder de la derecha que a la Constitución, un Ministro de Defensa servil, un régimen desesperado porque va a perder el poder y unas maquinarias multimillonarias dispuestas a todo para moverse en función de los intereses de los privilegiados, se podrían juntar para impedir que en Colombia gobierne por primera vez la izquierda, ante un “centro” dubitativo y sin carácter, porque muchos preferirían detener al “castrochavismo” que sacrificar la legitimidad de unas elecciones.

El panorama es desalentador y por eso no está de más prender las alarmas para estar atentos y con los ojos bien puestos en los procesos electorales que se avecinan. Por primera vez en siglos el establecimiento tiembla porque un gobierno de izquierda podría desafiar sus privilegios y esto lo disfrazan los medios con el tremendismo de que se van a perder derechos y con el discurso rancio de que nos vamos a convertir en “otra Venezuela”. Ya bastante tenemos con ser la misma Colombia injusta y desigual de los últimos dos siglos. Lo menos que podemos exigir es que se respeten los resultados que se presenten en las urnas. 

*Fotografía tomada de la página de la Registraduría.

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