Por Andrés Felipe Giraldo L.
Los esfuerzos de la izquierda y de “el centro” por encontrar caminos hacia la unidad están naufragando en un mar de hostilidades. Es evidente que la mayoría de personas que se autodenominan de centro se resisten a la idea de votar por Gustavo Petro porque consideran que es un mal tan perjudicial como el propio Álvaro Uribe, el otro extremo de la polarización, según ellos. ¿Por qué? No sé, porque es una equivalencia difícil de sostener desde la historia reciente, la lógica y el simple sentido común. Pero acá el tema es otro.
Además, es evidente que gran parte de la izquierda ve a Petro como la única opción para postularse de nuevo a la Presidencia después de la votación histórica que obtuvo en 2018, más, teniendo en cuenta los fuertes indicios de fraude que llevaron a Duque a la Presidencia. En otras palabras, “el centro” no votaría por la única opción de la izquierda. Allí está el cuello de botella de la cuestión, porque la mayoría de la izquierda no está dispuesta a jugársela por ninguna otra opción. Este nudo gordiano parece imposible de desatar. En este orden de ideas, no habrá unidad ni consensos entre “el centro” y la izquierda de cara a las elecciones de 2022.
Las pretensiones de unidad de los sectores alternativos para hacer frente al uribismo empotrado ahora en el Gobierno y a los partidos políticos tradicionales como la encarnación de la politiquería y la corrupción, está generando todo lo contrario: enfrentamientos agrios y señalamientos mutuos. Hay muchas más razones para oponerse a la unión y el argumento simple y solitario de que hay que derrotar al uribismo parece insuficiente para sacar la banderita blanca de la paz.
En el fondo las diferencias entre “el centro” y la izquierda son mucho más irreconciliables de lo que parecen. Representan visiones de país distintas. Mientras los cambios a los que aspira “el centro” están mucho más concentrados en la forma, la izquierda la apunta más al fondo. Me explico: al “centro” no le molesta el sistema, muchos de ellos apoyan o hacen parte del establecimiento y su lucha se concentra primordialmente en atacar la corrupción y en recuperar los principios y valores de una sociedad que se orienta por los principios liberales establecidos en la Constitución de 1991. Es evidente que sus representantes políticos más emblemáticos tienden puentes con mayor facilidad hacia la derecha. En contraste, la izquierda le apunta a cambios más profundos, que debilitan el status quo y que incomodan al establecimiento. No es casual que cuando Duque y Petro pasaron a segunda vuelta en la foto de Duque aparecieron César Gaviria en representación de los partidos tradicionales, Luis Carlos Sarmiento en nombre del poder económico del país, además de los representantes de las élites políticas, económicas y sociales en pleno. Se sintieron amenazados en sus privilegios y a pesar de las diferencias cerraron filas para demostrarle al país que pase lo que pase ellos seguirían siendo los dueños de esa finca llamada Colombia. Los derrotados candidatos de “el centro” se marginaron de contienda y prefirieron mirar a un lado, sabiendo y sin que les importara, cuáles serían las consecuencias. Finalmente ellos también hacen parte de los privilegiados del sistema y del establecimiento. Poco o nada les interesa que algo cambie más allá de lo cosmético, de las formas, porque sobre el status quo del que viven y que les favorece no tienen mayor que cosa que aportar o cambiar. Mientras Fajardo se fue a ver ballenas, a De la Calle le tocó hacer una vaca.
El único consenso claro que existe entre la izquierda y “el centro” es que hay que continuar con los esfuerzos por la paz para salvar los acuerdos. Por eso es imperativo sacar al uribismo del gobierno, para poder darle un nuevo aire a la paz. Pero insisto, están equivocando la estrategia.
Yo preferiría que “el centro” y la izquierda cambien esa estrategia de la unión estéril de cara a las elecciones de 2022 y dejen de buscar coaliciones inviables o acuerdos hipócritas. Si el objetivo es derrotar al uribismo en 2022 se deberían preparar con seriedad, estructura y propuestas por separado, evidenciando las diferencias que las convertirían en alternativas atractivas y viables para los electores. El uribismo no tiene mucho más qué ofrecer, es un movimiento tan desprestigiado, decadente y demente como su líder, y eso se hace evidente en la deprimente gestión del aprendiz Iván Duque, a pesar de los grandes esfuerzos que hacen los medios tradicionales en Colombia por mejorar su imagen retorciendo la realidad.
El uribismo está haciendo lo que sabe hacer: Buscando alianzas soterradas con los corruptos de siempre, con los clanes políticos regionales, con los gremios que despojan tierras, con los comerciantes que explotan a sus empleados, con los grupos armados de sus afectos, con los narcos que cantan vallenatos. El Centro Democrático representa la podredumbre de este país y está haciendo tantos estragos que, más allá de todos los votos que se mueven con la corrupción y las maromas que pueda hacer el Registrador de su bolsillo por adulterar los resultados, no les veo mayores posibilidades.
Es el momento preciso para que la izquierda y “el centro” construyan sus propuestas y busquen consensos internos que les permitan armar listas robustas a las corporaciones públicas y mecanismos de selección de candidatos incluyentes, plurales y representativos. Me gustaría ver una contienda previa entre Gustavo Petro e Iván Cepeda, por ejemplo, que consolide la unión de esos dos grandes representantes de la izquierda democrática en Colombia y que, por supuesto, lleguen unidos a las elecciones en 2022. Espero que Fajardo entienda que le haría un daño inconmensurable a “el centro” si se vuelve a autoproclamar como candidato único sin proceso de selección alguno como lo hizo en 2018, ofreciendo la vicepresidencia a quien le haga sombra a cambio de conformarse. Yo no quiero ver a “el centro” y a la izquierda unidos para derrotar a un partido decadente. Los quiero ver fortalecidos, activos, propositivos y brindando alternativas reales a los alternativos.
Lo que sí espero y pido es que los debates se den con argumentos. Es deprimente ver cómo personajes emblemáticos de “el centro” se comieron el cuento del castrochavismo que se inventó el uribismo y ahora lo usan como lo hizo el uribismo en 2018. Comparar a Petro con Chávez es ridículo, tan ridículo como comparar a Colombia con Venezuela. Chávez surgió de la entraña de las Fuerzas Militares de Venezuela y lo apoyaron desde que asumió la Presidencia. De hecho, siguen apoyando a su régimen, incluso después de muerto. El régimen chavista es esencialmente militarista. No civil. Desde el principio Chávez contó con mayorías en la Asamblea Popular y pudo cambiar la Constitución de Venezuela sin mayor resistencia porque era un clamor popular. Chávez no tuvo ninguna resistencia para convertirse en el dictador que se convirtió. En contraste, el riesgo con Petro tiene características muy distintas y tiene que ver con su gobernabilidad, es decir, con que lo dejen gobernar. Si como alcalde llegaron a destituirlo con base en un complot confesado por sus malquerientes y contratistas afectados, con los organismos de control en su contra y con la gran prensa haciendo más activismo para derrocarlo que la oposición política, no sé cómo le podría ir de Presidente con las mismas adversidades pero a escala nacional, lo que incluye muy seguramente una enconada resistencia de las Fuerzas Militares. Además, cualquier alianza a Petro le implica renunciar a una eventual reforma constitucional que le dé poderes que pongan en peligro la estabilidad de la enclenque democracia colombiana, como pasó con las promesas talladas en mármol en 2018 para que algunos de “centro” lo apoyaran. La Constitución de Colombia ya se reformó una vez para perpetuar a alguien en el poder y no fue precisamente la izquierda la que hizo eso. Si no fuera por la Corte Constitucional, Uribe hubiera completado al menos doce años como presidente.
La alternativa de los alternativos no es la unión. Es la altura en el debate, los argumentos estructurados, las propuestas políticas de gobierno sobre la mesa, los mecanismos democráticos para elegir candidatos que aglutinen. Quizá eso les haga tan fuertes que en 2022 no estaremos rogando para ver quién va a derrotar al que diga Uribe en segunda vuelta sino que estaremos escogiendo en esa segunda vuelta entre el candidato de “el centro” y el candidato de una izquierda unida. Hay que creer y convencerse de que el uribismo es una fuerza política en el ocaso. No hay que pensar cómo se derrotan, como si fueran el único enemigo a vencer, sino cómo los sacan del camino como el movimiento anacrónico, troglodita, discriminador, indigno y violento que es. Es hora de que la democracia en Colombia recupere opciones dignas aunque no nos gusten, con la confianza de que se pueden construir alternativas que compitan dignamente desde la diferencia. Dejar de meter al fantasma del castrochavismo para darle altura y argumentos serios al debate, sería un buen comienzo.
Por eso invito tanto a los movimientos de izquierda como al autodenominado centro a concentrarse más en las propuestas y en los procesos para elegir sus candidatos que en seguir forzando una unidad hipócrita e inviable. Seguir insistiendo tercamente en la unidad es darle al uribismo una importancia que ya no tiene. Hay que sacar al uribismo en primera vuelta, para decidir en segunda qué rumbo quiere el país entre “el centro” y la izquierda. Ese sería un gran triunfo para lo poco que queda de democracia en Colombia. Piénsenlo.
Fotografía tomada de la Agencia de Información Laboral https://ail.ens.org.co/
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