Por Andrés Felipe Giraldo L.
Hoy escribo la última columna de este año. Me costó sentarme y concentrarme, mientras divagaba entre los recuerdos de un año difícil, extraño y retador. Recordé, por ejemplo, que en abril iniciando la pandemia, decidí volver a escribir cada domingo con rigor y disciplina, sin alargues ni excusas. Recordé cómo el miedo me invadió al sentirme lejos y abandonado, junto con mi esposa y mi hijo en un país extraño, sin la familia extensa que alarga los brazos para ayudar. Recordé también que lloré escondido en algún rincón, pensando en que esta enfermedad llegaría por alguno de los nuestros tarde o temprano.
Empecé el año con grandes proyectos en mi cabeza y terminé a gatas agradeciendo al menos estar vivo, sin mayores expectativas, esperando lo que viene con calma, contemplando los amaneceres y los atardeceres como un regalo divino que hay que aprovechar con tranquilidad y sosiego, como cuando se bebe la última botella un buen vino. Me metí tanto en la realidad y me esforcé tanto por interpretarla que me olvidé por momentos de lo importante que es ser consciente de uno mismo. Fue la enfermedad la que me metió a la fuerza en los contornos de mi alma, la idea de morir me involucró mucho más con los afectos. Imaginé, incluso, a la persona que quisiera tomara mi mano mientras me iba de este mundo. Y esa persona era mi esposa, de quien estaba separado justo cuando peor me sentía. Parece que la invoqué con los latidos agitados de mi corazón, porque a medida que la enfermedad se iba, ella volvió conmigo. Pensé que se me iba la vida y regresó el amor.
Soy consciente y asumo como una obligación que debo regresar a la militancia crítica, que tengo que evidenciar de nuevo los males de un sistema corrupto, de un establecimiento dominante, de un gobierno opresor. Sin embargo, estoy aún más presente en mi mente, descubrí que la lucha sin el espíritu de los afectos se convierte en un panfleto que se arroja al viento, y que se siente mucho más la lidia cuando nos hacemos energía y fuerza para las personas que queremos.
Por eso desde que estoy en pie he procurado reconciliarme con la vida a través de los afectos. Ayer estuve en el matrimonio de mi hermano, un romántico que jamás perdió la fe en el amor hasta que le llegó su recompensa. Una mujer en la que se le pierde la mirada mientras se le escapan sonrisas que ni siquiera él puede explicar. Con esos ojos hay que contemplar la existencia, la cotidianidad, a los paisajes a las personas y a los momentos. Sublimar el sentido de estar acá y ahora. Ser un destello tremendamente finito en el Universo nos debe hacer más conscientes de que nuestro trasegar en el mundo es fugaz y efímero y que por eso mismo debemos tratar de disfrutar a plenitud el privilegio de existir, porque la existencia es un propósito en sí misma que supera cualquier capacidad de comprender, entender o interpretar.
Me voy de este 2020 reconciliado con mi espíritu, seguro de que allí, en esa sensación etérea de que la vida es frágil, breve y vulnerable está toda mi fuerza. Ahora sé que no me quiero morir, como lo he pensado tantas veces, pero también estoy seguro de que la muerte es una posibilidad latente que nos acompaña ahí, tan presente como las respiraciones o los latidos que nos pueden abandonar en cualquier momento.
Siendo así, no me queda más que aferrarme a esos afectos que me sostuvieron en los momentos difíciles para seguir navegando por las tempestades de la rutina, de la lucha diaria y de la supervivencia que nos tiene en la búsqueda constante de las cosas más básicas. Y sin perder la perspectiva de esto, debo asumir las gestas trascendentales con la mística que imprime saber que el bienestar es mi derecho y el derecho de quienes me rodean, que la justicia social no es un concepto intangible sino que su materialización debe incidir en los proyectos vitales de las personas que quiero y que me quieren. Ahora no lucho en el vacío. Ahora lucho por las personas que me han sostenido la mano mientras la marea me llevaba.
Está terminando un año de experiencias y aprendizajes atípicos. En lo personal, he llenado de contenido el sentido de mis causas y mis azares, y ese contenido no es más que el abrazo de mis hijos, el beso de mi esposa, la llamada de mis hermanos, los momentos con mis amigos, la caricia de mi madre, los afectos de la gente, de la tribu, de esas personas a las que me debo.
Ahora voy sin prisas, contemplando este regalo que se llama vida, procuro comprender los ímpetus de mi espíritu antes que las fuerzas sociales que halan hacia la revolución y he descubierto que en mi espíritu está la fuerza de esa revolución silenciosa y persistente que habita en el alma de las personas afligidas que han encontrado en el sentido mismo de la existencia el propósito de su vida. Ahora soy un ser que habita el Universo con la gratitud de ser consciente del privilegio de la vida. Por ahora, eso me basta. Luego, a través de mis letras, mis palabras y mis párrafos, intentaré construir un mejor vivir para los recipientes de mis afectos. Gracias por estar ahí. Gracias por estar conmigo. Gracias por mantenerme vivo. Les amo.
Para quienes me leen, un feliz y venturoso 2021 con todo lo que traiga. Intenten llenar su espíritu de afectos y este se llenará de motivos para dar sus luchas, las de todos los días y las que los mantienen en pie por una causa. Amen sin límites y sin esperar nada a cambio. Ese es el mejor combustible para trasegar la vida. Porque el amor que dan es la fuerza de su alma. Abrazos fraternos y gracias por estar acá cada domingo. Gracias de corazón.
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