Por Andrés Felipe Giraldo L.
Donald Trump está en el ocaso de su mandato. Su presidencia fue una oda a lo más detestable de la esencia de un gran porcentaje de estadounidenses que se identifican con su discurso y sus maneras. Por supuesto, no son mayoría, pero sí los suficientes para hacerse notar. Trump es el fiel representante del sueño americano, descendiente de inmigrantes alemanes que viajaron al nuevo mundo para hacer fortuna. Aún es un misterio cómo un outsider sin trayectoria política y con mucha más pantalla que imagen, hubiese ganado las elecciones del país “de la pluralidad, las libertades y la democracia”.
El mandato de Trump fue vergonzoso, permitió que se exacerbara la xenofobia y el racismo en los Estados Unidos, desconectó a la potencia mundial de los asuntos más sensibles del concierto internacional, renunció a pactos firmados y a organismos multilaterales, y ante el desafío de la pandemia por el COVID 19 dejó a su país con las cifras más altas de muertes y contagios. Sin embargo, Trump tuvo la particularidad de enaltecer la figura de las distintas ideologías supremacistas occidentales que vieron en él un referente, un modelo a seguir, la reivindicación de las corrientes segregadoras, discriminadoras y poderosas que han venido siendo cercadas por las constituciones que privilegian los derechos y las libertades para todos los ciudadanos, como debe ser en las democracias. Su estilo chabacano, su desparpajo y su cinismo brindaron fuerzas a sus seguidores dentro y fuera de los Estados Unidos para que sintieran por un instante que tenían de nuevo el mundo en sus manos. Por supuesto, esto reforzado por distintos gobiernos del mismo corte en lugares diversos del globo, como Bolsonaro en Brasil o Iván Duque en Colombia, que si bien no tiene un discurso abiertamente discriminador, el partido que lo respalda sí esgrime sin vergüenza ese talante.
En Colombia coincidió el mandato de Trump con el ascenso de Uribe al poder en cuerpo ajeno. Sin duda, esto representaba un espaldarazo de entrada para el gobierno de la extrema derecha criolla, porque de antemano sabían que contarían con el respaldo del imperio para implementar políticas autoritarias y violadoras de los Derechos Humanos, se volvería a narcotizar la agenda de las relaciones entre los dos países y la implementación de los acuerdos de paz pasaría a un segundo plano. El gobierno de los Estados Unidos en manos de Trump encajaba perfectamente con los intereses del entrante gobierno de Colombia.
Para nadie es un secreto que Colombia es un país sometido (y sumiso) a los Estados Unidos y que de la chequera del Tío Sam depende en gran medida el flujo de caja del gobierno de turno. Por lo tanto, contar con un Presidente aliado, desinteresado por los Derechos Humanos en Colombia y concentrado en la guerra contra el narcotráfico (que reduce las relaciones al apoyo militar y al aumento de la intervención de los organismos de inteligencia gringos en el territorio nacional), hacía que el pacto entre los gobierno de extrema derecha estuviera sellado. Además, Colombia asumiría la vocería para atacar al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, casi que como una representación diplomática adjunta de los Estados Unidos en la región para mantener el lenguaje beligerante y la presión permanente en contra de la dictadura del país vecino. De ahí los ridículos continuos de Iván Duque sentenciando “pocas horas” para que Maduro cayera del poder (de eso van casi dos años) y el aval irrestricto a un presidente interino como Juan Guaidó que lejos de fortalecerse se va diluyendo entre el absurdo y los escándalos de corrupción. Para completar, el desdén con el que Trump trató a la Organización de Naciones Unidas, garante del proceso de paz en Colombia, era funcional para un gobierno que poco a poco ha ido destrozando los acuerdos ante la impotencia de la ONU.
Ahora es evidente la sensación de orfandad del gobierno de Iván Duque y del uribismo en general ante la inminente salida del poder de Donald Trump. Si bien la política internacional de los Estados Unidos no varía mucho entre demócratas y republicanos, la agenda en este caso sí predice cambios sustanciales en la relación entre Colombia y los Estados Unidos. Las señales ya están apareciendo. El nombramiento del cartagenero Juan González como director senior para el hemisferio occidental debe estar preocupando al propio Uribe. González trabajó con el exmagistrado auxiliar Iván Velásquez en Guatemala y, por lo tanto, debe estar bien enterado del aparato de exterminio que montó Uribe como gobernador de Antioquia y como presidente de la república. Para los demócratas el tema de los Derechos Humanos no es secundario, y seguramente el gobierno entrante del imperio se va a interesar por temas que Trump engavetó durante todo su mandato porque sencillamente no le interesaron.
Además, la relación diplomática con el gobierno entrante pinta mal. La estratega del Partido Demócrata, Michelle Manat, anticipó que ese partido adelantará investigaciones para determinar la intervención del gobierno de Colombia en las elecciones de los Estados Unidos, una práctica que está prohibida expresamente por los convenios internacionales y que se considera una violación a los asuntos internos de ese país. Todo mal.
Es decir, el uribismo no solo se queda sin su principal referente de identidad y orgullo relacionado con su talante supremacista y discriminador, propio de personas como Paloma Valencia o Maria Fernanda Cabal, sino que se queda sin un aliado clave en la implementación de sus políticas arbitrarias al interior del país como la aspersión de glifosato, las restricciones a la protesta social y el maridaje criminal entre la Fiscalía General de la Nación en manos del gobierno y la impunidad sobre los procesos en contra de Uribe, que si bien son asuntos internos de Colombia, están interconectados entre sí y en el fondo develan las razones de por qué en el país asesinan líderes sociales y desmovilizados del acuerdo de paz casi todos los días.
A la estantería del uribismo se la cae una pata importante con la salida de Donald Trump del poder. El hecho de que Estados Unidos se interese un poco más por los asuntos de Derechos Humanos en Colombia debe tener temblando a más de un gendarme del uribismo que se alista para la carrera presidencial como el actual Ministro de Defensa Carlos Holmes Trujillo, que tiene muy pocas respuestas ante el desmadre de asesinatos y masacres que se presentan en Colombia. Es posible que veedurías internacionales más estrictas descubran que el asesinato sistemático de líderes sociales va más allá de simples líos de faldas y ajustes de cuentas entre mafiosos y así se empiece a descubrir la participación activa de las Fuerzas Militares y los organismos de seguridad del Estado en estos hechos. Es posible que los supremacismos clasistas, racistas, homófobos y xenófobos colombianos, tan emparentados con el uribismo, empiecen a sentir pasos de animal grande y que vean en un espejo gigante que también pueden ser derrotados por las mayorías que están cansadas de sus atropellos.
Trump se va del gobierno de los Estados Unidos con mucha más pena que gloria. Los nostálgicos del supremacismo blanco gringo y los discriminadores del arribismo colombiano lo recordarán con melancolía. Pero su legado para el olvido nos hará recordar que ni el hombre más poderoso del mundo es eterno. El arrogante y soberbio personaje que peleaba con el mundo en los escenarios más importantes para imponer sus ideas estrambóticas, ahora le está llorando a las redes sociales para que le devuelvan sus cuentas por las que esparcía odio y convocaba a sus gorilas para atacar la democracia y a las instituciones legítimas de su país. Trump se despide como el monigote que es, como el payaso neurótico que nunca debió ocupar un cargo de tanta importancia en el mundo, como el villano histriónico que despedía aprendices en un programa de televisión de quinta categoría. Ahora el despedido es él.
Estados Unidos recuperó algo de su dignidad derrotando a Trump en las urnas. Ojalá Colombia recupere un poquito de la suya derrotando al uribismo en 2022. No será fácil. Uribe no es Trump. Trump es torpe, banal, impulsivo, incapaz de hacerle mella a una democracia que se defiende con unas instituciones fuertes que garantizan el equilibrio de los poderes. Uribe se mueve entre las sombras, torciendo las estructuras del Estado para perpetuarse en el poder, acumulando riqueza y preparando a su linaje para devolvernos al feudalismo y a la monarquía, ante unas instituciones débiles y serviles al gendarme de turno. Pero al menos saber que no tiene a Trump de aliado en los Estados Unidos es un alivio. Para el 2022 la tendrá un poco más difícil.
Fotografía tomada de https://www.libertaddigital.com/
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