Por Andrés Felipe Giraldo L.
La opinadora de Semana, Maria Andrea Nieto, quien comparte con Vicky Dávila aparte del panel de discusiones un odio visceral por Juan Manuel Santos, se atrevió a decir en uno de sus programas que existía una estrategia coordinada por parte de influenciadores en redes sociales para ridiculizar al presidente, a propósito del bochornoso e indolente acto de Iván Duque de presentarse en un CAI en Bogotá con la chaqueta de la Policía Nacional, después de los hechos ya conocidos. A Nieto le pareció muy oportuno y coherente ver al presidente con la chaqueta de la Policía acompañando a los uniformados, después de que al menos dos de ellos acribillaron a un ciudadano reducido e indefenso a punta de taser y golpes, y que eso desencadenó una serie de disturbios en la ciudad que dejó trece muertos más, muy probablemente por balas de policías a quienes se les vio disparando indiscriminadamente contra las personas en diferentes puntos de Bogotá y Soacha los días 9 y 10 de septiembre.
No es necesario coordinar a varias personas para que vean y describan lo mismo, si lo que se ve es tan notorio. A Iván Duque no hay necesidad de ridiculizarlo, el solo hecho de que sea presidente, ya es ridículo. Es fácil notar, como lo han hecho muchos columnistas de opinión sin ponerse de acuerdo entre sí, que el único mérito de Duque para ser elegido presidente, fue ser el que dijo Uribe. Su carrera de burócrata internacional mediocre y una curul en el Senado obtenida dentro de una lista cerrada en la que el único nombre que le importaba a los electores era el de Álvaro Uribe, además de saberse la talla de los Crocs del líder de la secta, le fueron suficientes para enarbolar las banderas de esa facción de país reaccionario y violento que añora la Constitución confesional, centralista, discriminadora y conservadora de 1886. Y todo por una razón, porque todos los que eligieron a Duque sabían que Uribe sería el poder detrás del trono. Hasta la BBC le dedicó un reportaje a Iván Duque por su primer año de gobierno explicando por qué en Colombia se le llama “subpresidente”.
Iván Duque, siendo presidente electo en julio de 2018, visitó al Rey de España. En el evento abierto a los medios, se veía un Rey un poco incómodo, atento al protocolo y a las cámaras, mientras Duque a su costado parecía como esos niños que ubican al lado de los futbolistas antes de saltar a la cancha. Felipe VI mide casi dos metros. Duque, tratando de ser agradable, le dijo al rey de España frente a todos los medios “Le mandó muchos saludos el presidente Uribe, que lo quiere mucho. ¿Sabe quién le mando también saludes? El presidente Pastrana, hablé con él esta mañana.” Era como un estudiante de colegio cuando lo invitan a la casa de un amiguito y le lleva los saludos de sus papás a los padres del amigo. El rey solo asintió y fingió una sonrisa sin decir mayor cosa. La verdad no sé qué esfuerzo o coordinación entre influencers u opinadores hay que hacer para notar que ese episodio se vio ridículo.
Corrían los primeros días de febrero de 2019 cuando Iván Duque afirmó con toda vehemencia en un evento público que “a la dictadura de Venezuela le quedan muy pocas horas”. Más de 14 mil horas han pasado desde que Duque lanzó esa sentencia y Nicolás Maduro sigue allí, en el poder en Venezuela, mientras la figura de Juan Guaidó como autoproclamado presidente interino se pierde entre memes y burlas. Que me diga Maria Andrea Nieto qué necesidad hay de montar toda una estrategia para hacer notar que Duque hizo y sigue haciendo ridículo con este tipo de afirmaciones, que desconocen todo el contexto de la política internacional.
La lista de furcios y salidas en falso del presidente es interminable. Cómo olvidar cuando dijo en un foro de la Unesco en París que los principios de la economía naranja eran siete porque había muchas cosas importantes con siete. Por ejemplo, los siete enanitos. En un foro internacional, en inglés y ante un auditorio especializado. ¿En qué lugar clandestino, según Maria Andrea Nieto, habría que reunirse para complotar y notar que esto es ridículo? La Colombia con P mayúscula, los emoticones de enojado y alegre para combatir la pandemia del COVID-19 y un largo etcétera han hecho de Duque el hazmereír de Colombia, algo que no tendría mayor impacto y no dejaría de ser una anécdota si él no fuera presidente. Pero lo es.
Y el hecho de tener un presidente ridículo le está pasando una factura muy alta al país. Porque trasciende los linderos de lo ridículo que un presidente ignore la independencia de los poderes públicos para proclamar la inocencia de una persona investigada y procesada por diversos crímenes, por más que ese sujeto sea su líder político, su mentor y prácticamente su jefe. Duque no puede coaccionar a la justicia con sus opiniones personales sobre el político al cual le debe su puesto, porque es el representante del poder Ejecutivo y su deber es respetar las decisiones judiciales. Va más allá de lo ridículo no solo que diga que los siete pilares de la economía naranja son siete por los siete enanitos, sino que haya creado un viceministerio con esta etiqueta. Hoy gran parte del país no sabe qué es la economía naranja y muchos menos han reportado algún beneficio de esa entelequia de la economía, mientras su gobierno aprueba un crédito por 370 millones de dólares para una empresa como Avianca, que ni siquiera paga impuestos en Colombia. Va mucho más allá de lo ridículo y pone en riesgo el equilibrio de poderes que el gobierno de Iván Duque se haya encargado de cooptar todos los entes de control del Estado. La Fiscalía, la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo, la Contraloría y la Registraduría, todos, por convicción o por conveniencia, están alineados con los intereses del uribismo. No por nada Uribe estaba desesperado porque sus procesos pasaran de la Corte Suprema a la jurisdicción de la Fiscalía General, y hasta sacrificó su curul en el Senado, porque allí está uno de los mejores amigos del presidente, lo que garantiza la impunidad para quien Duque ya declaró inocente. Este fenómeno que afecta gravemente el sistema de pesos y contrapesos entre las ramas del poder público propios de cualquier democracia no es ridículo. Es preocupante.
Unido a lo anterior, el daño que le ha hecho el gobierno al proceso de paz que se pactó en La Habana con las FARC en inconmensurable. El desgano y la negligencia con las que el gobierno Duque está avanzando en la implementación de los acuerdos está mandando al traste lo pactado, los grupos armados ilegales en todo el país se están rearmando, reorganizando y fortaleciendo, y la seguridad, sobre todo en el campo, está cayendo en picada, dejando un reguero de muertos que Duque ha definido como “homicidios colectivos”, un eufemismo para reemplazar la palabra masacres. Acá cabe anotar que los eufemismos son otro ingrediente de la receta de ridículos sucesivos de Iván Duque.
Para terminar, excede lo ridículo y raya en el irrespeto y el desafío a una sociedad indignada y dolida por los abusos policiales, que Iván Duque no haya asistido a la ceremonia de perdón y reconciliación con las víctimas que programó la Alcaldía Mayor de Bogotá, y que a los pocos días Duque apareciera en la posición típica del escudo de su partido político posando en un CAI vestido de policía.
Así como a mediados del siglo XVI el imperio ruso tuvo al zar Iván el Terrible, sobrenombre que se le puso con todos los méritos porque mató hasta a su propio hijo con un bastonazo en la cabeza en un ataque de ira, la Colombia del siglo XXI tiene a su Iván el Ridículo, que es capaz de ponerse una chaqueta de policía en un CAI después de que estos acribillaron a golpes a un ciudadano indefenso y que están bajo sospecha de haber asesinado a bala a trece ciudadanos más.
La verdad me cuesta entender cómo es que Maria Andrea Nieto puede deducir que hay una estrategia o un complot en algo que es simplemente una descripción de hechos que están a la vista de todo el mundo, que pasaron, que son innegables, sobre los cuales ni siquiera hay que opinar para darse cuenta de que son ridículos. No hay necesidad de reunirse en lugares oscuros y húmedos para decir lo que ya está a la luz. No hay necesidad de ponerle malicia, perspicacia ni de criminalizar a quienes hacemos evidente que estamos en manos de un gobierno inepto, ineficiente, radical y peligroso que está dividiendo a la sociedad entre “la gente de bien” y “la gente de mal” como lo hace el Ministro de Defensa en cada una de sus alocuciones, con base en si se está de acuerdo o no con lo que hace el gobierno. Lo que sí es ridículo y realmente peligroso, es que a quienes opinamos sobre lo que se ve, nos incluyan en listas intimidantes del gobierno con el rótulo de “negativo” y se nos clasifique dentro del grupo de “los colombianos de mal”. Y eso más que ridículo es preocupante, porque personas como Maria Andrea Nieto con estos comentarios que parecen desprevenidos, que hablan de estrategias y complots sin una sola prueba que les soporte, nos está poniendo en la mira de esas fuerzas oscuras del Estado que acaban con el disenso a punta de amenazas, intimidaciones y bala.
Fotografía tomada de El Tiempo.
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