Por Francisco Javier Méndez Giraldo.
Como todo ser humano, a lo largo de mi vida he hecho muchas estupideces. Pero hay una en particular que me trajo bastantes problemas: salía, hace varios años ya, con un amigo de un “toque” en Chapinero. Ambos teníamos un alto grado de alcohol en la sangre, cuando se nos ocurrió la ridícula idea de agarrar piedras y lanzarlas contra los paraderos de bus, con la intención de romper el cristal que protege la publicidad. No teníamos ningún motivo, no había explicación coherente alguna, simplemente éramos dos bobos con iniciativa caminando por las calles de Bogotá. Alcanzamos a romper un vidrio, íbamos por el segundo, cuando llegó la policía. Nos esposaron, nos metieron en una patrulla y nos llevaron a un CAI. En términos generales, se puede decir que -como se afirma coloquialmente- la saqué barata. Más allá de un puño en el estómago, un par de calvazos y doce horas en la UPJ, el hecho no tuvo mayor repercusión sobre mi integridad física. En cuanto a lo económico, fue diferente, porque nos tocó pagarle el vidrio a la empresa encargada de ponerlo, como corresponde.
No es este el lugar para ahondar en detalles sobre lo sucedido en esa ocasión, pues la intención del presente texto es otra. Basta con decir que aquella noche actué como un “vándalo” o un “delincuente”, si se quiere, y fui capturado por ello. Sin embargo, esa ha sido la única ocasión en la que he quebrantado la ley, o más bien, en que he quebrantado la ley a ojos de esas “personas de bien” que no compran un álbum de música, una película o un libro original ni en chiste y que tienen el computador lleno de material descargado de páginas ilegales que violan la normativa en cuanto a derechos de autor. No voy a explayarme en argumentos sobre el porqué no me considero una mala persona, ni voy a poner mi historial de buenas acciones posteriores a ese hecho para justificar que no merecía ser asesinado o torturado por lo que hice. Solo diré que en Colombia no existe la pena de muerte y que la tortura es delito.
Ahora estamos en medio de un estallido social por cuenta, entre otras cosas, del uso desmedido de la fuerza que la policía ejerce sobre la población de manera arbitraria. Los casos son escabrosos: asesinatos, torturas, violaciones. Y duele, duele ver cómo una institución que se jacta de proteger a los ciudadanos los violenta de tal forma. Pero lo que más duele es ver personas comunes y corrientes respaldando estas acciones bajo el pretexto de que “algo habrán hecho” o escarbando en el pasado de las víctimas para defender lo indefendible, incluso, con mensajes y cadenas de Whatsapp de dudosa procedencia, en los que se busca encochinar a quienes han padecido estas atrocidades.
Y es ahí donde me pregunto si estas personas, que justifican tan campantemente un homicidio a manos de la fuerza pública, jamás se han salido del marco normativo. Si nunca han participado de una riña, si nunca han dañado el bien ajeno, si nunca se han drogado, si nunca han hecho un escándalo en plena vía o si nunca han conducido en estado de embriaguez; entre tantas otras cosas que hacen los colombianos en el día a día que están por fuera de las reglas establecidas. Quiero invitarlo, a usted que lee esto, a que reflexione sobre sus propias acciones y se pregunte si alguna vez ha actuado sin acatar al pie de la letra la legislación vigente. De no ser así, lo invito a que se cuestione sobre la actitud que está tomando ante la situación presente. Ya es cliché decir que todos cometemos errores, los hay de diferentes calibres, pero no creo que el hacer un grafiti o estar borracho sea motivo suficiente para perder el derecho a la vida -consagrado en la Constitución como inviolable- a manos de quienes se supone deberían protegerlo. En teoría, el castigo por cometer un delito o una contravención debe ser proporcional al daño causado y, reitero, en Colombia la pena de muerte está expresamente prohibida en el artículo 11 de la Constitución y la tortura en el 12.
Quizás algunos de los que lean esto me conozcan, e incluso me aprecien, quizás no, pero si usted opina que los asesinatos de seres humanos como Javier Ordoñez, Dylan Cruz o Diego Becerra son justificables, para usted, yo debería estar muerto y, posiblemente, usted también.
Crédito de la fotografía. Fotógrafo: Juan Sebastián Zapata.
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