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Humillar

Por Christian Bitar Giraldo

“Lo importante no es ganar sino humillar” fue una frase que escuché desde niño. Se decía en los juegos de cartas, la decían los padres a sus hijos antes de un partido en el colegio, inclusive era normal escucharla por los comentaristas deportivos que narraban los partidos de fútbol —el único deporte televisado de la época—, como un grito de guerra que esperaba darle fuerzas a los luchadores que estaban a punto de iniciar una justa.

Es extraño que este sentimiento, esa palabra, no se le dijera a una chica antes de comenzar una presentación —de baile, de patinaje, de matemáticas o incluso en los pocos partidos de fútbol que jugaban las mujeres y que no eran televisados—, por lo que podríamos afirmar que humillar al otro es un sentimiento machista. Sin embargo, algunas mujeres lo han heredado y lo han hecho parte de las novelas latinoamericanas: “Nunca me vas a volver a humillar, Estefanía” era una línea común en las novelas colombianas de finales del siglo XX.

También tiene una connotación específica, tiene la finalidad de anular al otro. No es analizar un juego donde se podrían decir cosas como “los equipos están mejorando, el rival jugó mejor en esto o en esto otro, nos queda como aprendizaje que…”. Lo importante es humillar, darle a entender al otro que no tiene cabida en este mundo, mostrarle que nosotros existimos y ellos no —una frase común del hincha argentino es “no existís”—. Es interesante relacionarlo a las prácticas coloniales: la humillación a las mujeres que intentan romper con lo hegemónico, la humillación a los indígenas por cómo piensan, actúan o van vestidos, la humillación a los hijos para que aprendan a respetar. La humillación afirma al que humilla y desaparece al humillado.

La humillación, desde mi punto de vista, es la base de la violencia en Colombia. Los de “izquierda” quieren resarcir años de humillación, los de “derecha” no quieren pasar nunca por la humillación de perder —por eso le dijeron a Petro durante muchos años que nunca iba a ser presidente, porque eso era una humillación—. Los indígenas quieren dejar de ser humillados, aunque algunos también quieren humillar al ser retrógrado que ha mandado en Colombia y que los ha humillado durante cientos de años.

El día de la madre y navidad son los días más violentos en Colombia. Generalmente desatan la ira de familiares, vecinos y amigos, que se ven por obligación moral, y que al son de unos tragos se comienzan a sacar en cara las humillaciones. “Te quedaste con el lote de mi mamá y a mí me tocaba la mitad”, “¿todavía sigues con el imbécil ese?”, “no me voy a olvidar como me humilló aprovechándose que era el hermano mayor”, hasta “hermano, meterse con mi novia de tercero de bachillerato fue la peor humillación que me pudo hacer”.

Si bien esta afirmación puede ser compleja en términos de reducir un problema gigante, quiero hablar de cómo la humillación está en el centro de la violencia de género. Porque las mujeres son también un otro que ha sido conquistado y que debe ser humillado para que entienda su lugar; cuando una mujer se libera del patriarcado, cuando no le hace caso al hombre, lo humilla. La sociedad patriarcal a su alrededor, la madre, el padre, los amigos, entre otros, dirán cosas como “¿usted es marica?, se dejó de una mujer, nadie lo respeta, se dejó humillar”, estas palabras retumban en la cabeza del hombre, se las repite todo el día, sueña con ellas; al poco tiempo no puede ver a ninguna de estas personas que le transmitieron la humillación —sí, como una enfermedad—, y cuando menos se da cuenta, ni siquiera se puede ver a un espejo sin sentir un dolor intenso, sin sentirse humillado. De esa figura en el espejo a la imagen de la muerte de la persona que ejerció la “humillación”, a perseguirla con un revólver por Unicentro, a liberar esa humillación con un disparo, primero para ella y luego para él, hay un pequeño paso.

El respeto es lo contrario. Cuando una persona se siente respetada puede fallar o ser “derrotada” y salir de esto con un pequeño dolor que pasa con unas palabras de aliento, y lo más importante, de la derrota sale el aprendizaje, no la humillación. El respeto hace niñes alegres de ser quienes son, rompe las diferencias, hace un mundo donde quepamos todes. El respeto dirime un conflicto en una palabra amable, en un consenso, en un consejo; el respeto permite que las personas que están en un conflicto se puedan ver de nuevo sin necesidad de un abogado o un policía, y puedan resolver los problemas, hasta inclusive, haciéndoles fuertes para enfrentar en equipo los otros problemas que vendrán.

Esta palabra “humillar” fue el centro de los titulares después del partido Real Madrid – Manchester City: “Manchester humilló al Real”, “Humillado un grande”, “Ancelotti y su equipo son humillados en Manchester”. ¿Por qué usar esta palabra? Porque da rating, atrae al público, da satisfacción a los humilladores y morbo a los humillados. Por eso mismo decidí titular este artículo Humillar, porque seguramente eso traerá más lectores. Intentemos titular cosas como “Gran partido de Bernardo Silva”, “Los de Ancelotti llevaban años jugando muy bien, ahora es tiempo de reflexionar”, “Después de este partido quedan muchos aprendizajes”, o qué tal, “Niñes esto del fútbol es efímero, lo importante es hacer un mejor mundo para todes”.

*Ilustración: Nicolás Giraldo Vargas.

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