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Gobernando un país de godos

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Colombia en términos generales es un país de godos. Si bien hay algunos conatos de insurrección, muchos de los cuales quedaron plasmados en la Constitución de 1991 (algunos como letra muerta y otros como vanas esperanzas) todavía somos un país de godos. Camanduleros por vocación, arribistas de todos los estratos, discriminadores, racistas y taimados, así son, de una u otra manera, la mayoría de los ciudadanos de este platanal ubicado en un lugar privilegiado del globo terráqueo. Me pueden decir que no generalice o que en Colombia “los buenos somos más”. Pueden llorar o pueden gritar, como diría la mujer que más admiro en este país, pero una nación en la que eligen como concejal a un tipo procesado por dispararle a los manifestantes pierde todo mi respeto. Y sé que mi respeto poco puede importar en un país en el que nos acostumbramos a irrespetarnos todos los días, pero sí me avergüenzan estas elecciones que lo único que hacen es legitimar la violencia y ratificar que somos un manicomio repleto de orates y cavernícolas que ascienden políticamente matando gente. Y esta apreciación no tiene orilla ideológica.

Y si ya es difícil vivir como un ciudadano del común en esta jungla maldita, no me puedo imaginar cómo es gobernar a un país de godos teniendo ideas progresistas. Ideas “progres”, para que me entiendan los godos. De hecho, es increíble que hoy Gustavo Petro sea Presidente de Colombia, pero así de hastiados estábamos de lo godos que somos. Sin embargo, el hecho de que haya cambiado el Presidente, poco incide en el espíritu troglodita arraigado durante siglos en el ADN colombiano.

Los godos en Colombia se dividen en dos: Los que dicen que son godos y los que lo niegan. Los que lo reconocen son brutos pero decididos, saben a qué ideales responden y no les da pena decir que el país necesita fortalecer las instituciones mientras se pasan las instituciones por el forro y les disparan a los manifestantes usurpando y suplantando a las instituciones. Con esos no se puede discutir pero son más fáciles de identificar. Los que niegan que son godos se disfrazan de buenas maneras, aparentan ser abiertos mentalmente, se declaran afines a la pluralidad y a la divergencia hasta que les tocan sus privilegios. Ahí es cuando muestran los dientes y se vuelven más godos que los godos. Un biempensante es un sujeto buena gente y dócil hasta que se le meten con sus privilegios. En ese momento se dan cuenta de que más que a una clase social pertenecen a una casta de intocables y no tienen reparo alguno en aliarse con los godos para defenestrar cualquier intento por alterar el status quo. Porque Colombia es un país de un status quo inamovible, solo alterado por el arribismo que ha aflorado aún más con las economías ilegales que han encumbrado a personajes como el Ñeñe Hernández, célebre por tomarse fotos sonriente en campaña con Iván Duque mientras le fue útil, invitado de honor a su posesión, y luego asesinado en un supuesto robo en Brasil, llevándose a la tumba todos los secretos de esa financiación ilegal. Al pobre le hicieron creer que había ascendido socialmente porque se casó con una exreina de belleza y porque abrazaba expresidentes y candidatos, pero simplemente lo usaron.

Por eso el biempensantismo nacional, esos que se hacen llamar “de centro”, que no es más que el sofisma con el que cambian para la derecha y para la izquierda de acuerdo con su conveniencia, resultan al final los pilares más sólidos de esa pirámide social inamovible, porque saben manipular a las masas para hacer creer que cualquier cambio profundo en las corroídas estructuras sociales del país, van a alterar su bienestar. Y estos pululan en los medios de comunicación, se proclaman a sí mismos como la conciencia moral del país, y dan cátedra de perfección desde sus micrófonos exigiendo verdades de los gobiernos mientras llenan sus titulares de mentiras, verdades a medias y tergiversaciones para dar la sensación de que estamos en el peor de los caos, pero que ellos son capaces de revelar esas verdades para nuestra salud y remedio. Nos están salvando, según ellos, mientras se oponen a quitarle el monopolio de la administración de los recursos de la salud a privados, que han demostrado ser incapaces de brindar un servicio de calidad y que tampoco llegan a las zonas más vulnerables y apartadas del país porque allá no hay cotizantes y por lo tanto no hay un buen servicio. En algunos casos ningún servicio. Los biempensantes defienden negocios, no ideales, y usualmente han trabajado por y para esos intereses desde el sector público y privado. Solo hay que ver esas puertas giratorias inmensas que llevan a algunos funcionarios a defender los intereses de los oligopolios que dominan a Colombia unas veces desde los gremios y otras desde las instituciones del gobierno. Los ejemplos abundan.

Por eso en Colombia es tan difícil gobernar un país de godos taimados y biempensantes, que todos los días están prestos a echarse como vacas muertas en las reformas alegando que faltan más debates o que todos somos ignorantes y que solo ellos se saben todas las verdades, a los que les abren los micrófonos de los grandes medios de comunicación a diario para que nos enseñen a pensar, a vivir y a sentir mientras nos revelan como unas epifanías sus verdades absolutas, diciendo cada frase como si sus biógrafos les estuviesen escuchando para que dejen plasmada tanta lucidez para la posteridad. Es difícil, tremendamente difícil, gobernar un país de godos. Sobre todo gobernar en donde los godos que dicen que no son godos tienen el monopolio de los grandes medios de comunicación que responden a los intereses empresariales que los financian.

Como a los godos que se reconocen como tal ya no les funcionó el discurso de que Petro sería un dictador o que nos vamos a volver como Venezuela, porque no pasó ninguna de las dos, la posta la han tomado los biempensantes que minan a diario la legitimidad del gobierno hablando de una supuesta “crisis de la economía” mientras baja el desempleo, los índices de desarrollo económico se mantienen o mejoran y la moneda se considera una de las más sólidas de la región, se aprovechan para magnificar cualquier cosa por fútil que sea, exprimiendo los titulares tremendistas de la prensa de la derecha más radical para hacer eco de esto y dar sus propias interpretaciones acomodadas y tendenciosas, siempre con el objetivo de dar la sensación de que todo va mal, aunque a ellos les esté yendo mejor que nunca.

Finalmente, todos esos godos que dijeron que se iban del país si ganaba Petro nunca se fueron. Y no solo no se fueron sino que se quedaron para hacernos la vida imposible a todos, y mientras gozan de todas las libertades y derechos, porque en Colombia no se ha reprimido a nadie durante este gobierno, a nadie se le han sacado los ojos durante las protestas y el ESMAD no ha pasado por encima de los derechos de nadie, se aprovechan a fondo de la libertad de expresión, de prensa, de opinión y de pensamiento para manipular a la ciudadanía desde los grandes medios de comunicación que se han prestado como caja de resonancia de los intereses más mezquinos que han dominado a este país durante siglos. Y este es el precio que se debe pagar dentro de una democracia, porque mal haría el gobierno en censurar medios, pero además le piden, casi que le exigen que guarde silencio, porque cada vez que Petro se defiende sale la FLIP a decirle que está atacando a la prensa, como si ser periodista o pertenecer a algún medio les diera una patente de Corso para mentir impunemente sin que el Presidente se pueda pronunciar para rectificar o precisar la información falsa. Porque además la godarria tiene un espíritu de cuerpo a prueba de balas y prefieren defender sus mentiras públicas enarbolando las banderas de las libertades que hacer autocríticas serias y responsables en donde reconozcan al menos que usar los medios de comunicación para mentir y desinformar con el único fin de afectar la gobernabilidad de un mandatario no está bien.

A este gobierno aún le queda camino y no la tiene fácil porque está gobernando contracorriente. Está gobernando un país de godos que creen que estar a favor del matrimonio igualitario o de la despenalización de las drogas los hace menos godos, mientras defienden el establecimiento y a sus privilegios con uñas y dientes porque les gustan los cambios cosméticos pero aborrecen los cambios estructurales que garanticen más y mayores derechos para todos. Ellos creen que las políticas sociales son caridad y que es suficiente con dejar caer las migajas de la mesa para que los pobres se alimenten. Aún queda camino por recorrer, conciencias por tocar y mitos que derribar. Esa alianza entre medios de comunicación y biempensantes de academia todos los días profetizan el caos y se dan golpes de pecho mientras el gobierno da las peleas democráticas que debe dar para que las reformas pasen porque eso fue lo que votamos. Abrir los ojos y usar nuestras modestas tribunas para alertar sobre este contubernio también es nuestro derecho y defender el proyecto político que elegimos también es nuestro deber. Por eso me parece importante decir con claridad y sin ambages que es difícil gobernar un país de godos que no ven en el actual gobierno un mandato legítimo sino a un usurpador del poder que siempre le ha correspondido al mandadero de los grandes grupos económicos del país y que para ellos es mucho más cómodo lidiar con las críticas de forma que con las de fondo. 

Aún la cuesta está empinada y este es solo el principio de un camino que, históricamente, apenas está empezando. Por primera vez un gobierno popular está intentando hacer cambios. Quizás no se logre todo lo que nos proponemos. Pero hemos sembrado una semilla que va a germinar en una o varias generaciones. Pero hay que ser conscientes, estamos en un país de godos vergonzantes que se van a oponer a cualquier reforma que ataque sus privilegios. A esos hay que desnudar para que no mientan más. O al menos para que revelen de manera abierta sus verdaderos intereses. Eso también es legítimo. Pero que lo hagan sin más rodeos. 

*Fotografía tomada de redes sociales.

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