Por Andrés Felipe Giraldo L.
Me ha costado levantarme hoy a escribir la columna. Desde hace semanas vengo rengueando en la búsqueda del ánimo y el tema para expresar mis opiniones. Creo, que como la mayoría de las veces, un pesimismo vital me invade y la depresión es más fuerte que mis ganas de botar la bilis a través de mis dedos. Y quedo inmóvil, con la mente en blanco, sin saber qué decir ni cómo decirlo. No es falta de tema. En el mundo (y especialmente en Colombia), cunden los temas. Es falta de inspiración.
Y es que cuando al fin empezamos a levantar la cabeza después de dos largos años de pandemia, la humanidad, esta humanidad gris, opaca y sin remedio, nos sorprende con una nueva guerra, una guerra de esas que pensamos que jamás volvería a pasar. Una guerra en Europa, que revive los recuerdos infames de dos guerras mundiales que dejaron millones de muertos en los países que se definen a sí mismos como “civilizados”. Porque los países desarrollados se acostumbraron a los conflictos bélicos en los países no desarrollados. Lo ven como algo normal (y hasta deseable), porque a esos países es que venden las armas que cambian por recursos naturales y drogas, las primeras, para seguir consumiendo las materias primas que requiere “la civilización” y las segundas, para achicharrar la mente de millones de jóvenes que ya no quieren pensar.
No quiero ser apocalíptico, para qué. No quiero incluir la superstición religiosa en mi diatriba. Porque además creo que la arrogancia de una especie (que apenas está de visita en el planeta por una breve temporada) natural e inevitablemente nos va a llevar a la extinción, porque la humanidad prefirió adorar a dioses invisibles que proteger los recursos visibles que requiere para sobrevivir. Además, creo que tal adoración no es más que la hábil manipulación del más allá, de ese terreno inhóspito y desconocido llamado muerte, a la que todos estamos condenados (gracias a dios), pero a la que la mayoría tiene miedo. Y no hay nada más fácil para los que tienen el poder, que son pocos, que manipular un miedo de las mayorías con una mentira.
En fin, claramente estoy divagando. Justo porque no sé qué decir. Me acabo de despertar con la noticia de que hay varios muertos por el enfrentamiento de dos barras de equipos mexicanos. Dicen que las imágenes son espeluznantes. No las quiero ver. Sin embargo, al final del día estarán tan posteadas y reposteadas en las redes sociales que será difícil no encontrárselas y no sentir esas ganas de vomitar que se le van llevando a uno la vida a diario. La gente no encuentra más espacios para liberar su ira que un pinche partido de fútbol, define a quien odiar si lleva otra camiseta, se ensaña con rabia contra desconocidos a quienes golpea hasta la muerte, y creen que con eso están reivindicando algo, logrando algo, satisfaciendo algo.
Creo que hoy me desperté más por falta de sueño que por el deber que siento cada domingo de madrugar a escribir la columna. El insomnio me ayuda a estar acá tecleando sobre por qué me cuesta escribir. Y es que he llegado al punto de querer quedarme debajo de las cobijas esperando a que los días se me vayan uno a uno hasta que no me despierte más. Pero la curiosidad, ese motor que me mantiene activo, me da patadas para levantarme de la cama para ver cómo se derrumba el mundo.
Es que deprime ver tantas cosas. La institucionalidad debe ser descubierta por el periodismo para que reaccione. Un delincuente, que acá me toca llamarlo “presunto” hasta que se le condene, sale de su reclusión como Pedro por su casa con sus custodios como sirvientes y con su abogado como cómplice. Y salen algunos abogados penalistas (que dan pena) a decir que la ética nada tiene que ver con el Derecho, como lo consignara en mármol el más lobo de sus representantes. Estoy acá esperando a que esos memorables jurisconsultos se inventen esa frase en latín y la incluyan en sus memoriales. Qué asco.
Vienen las elecciones, ese breve lapso en el que abundan las ilusiones para caer en profundas decepciones. Los que dicen ser el cambio buscan a los de siempre para hacer alianzas. No quiero ahondar en esto. Me da más pereza de la que tengo por el sueño que no me da. Solo diré que quería votar por Cepeda, pero para eso tenía que meter obligatoriamente a Roy. Las tripas no me dan para comer tanto sapo. O mejor, tanto camaleón.
Voy a parar acá, no sin antes disculparme. No quiero hacer más extenso mi tedio ya que he abusado de su paciencia. Estoy acá tratando de obligarme por eso que me es tan esquivo que llaman disciplina. El próximo domingo espero estar más animado, más agudo; menos cáustico y decepcionado. Espero encontrar algo de inspiración esta semana para no llegar a la madrugada del domingo con este desaliento tan espantoso. Pero no tan espantoso como la guerra, los fanáticos que matan a otros a patadas, las elecciones que no dan esperanza o la ética de algunos abogados.
Comment here
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.