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El valor de lo imposible

Por Andrés Felipe Giraldo L.

En septiembre de 2019 empecé a reportar el caso de un colombiano injustamente preso en Tanzania sobre quien me enteré en junio de ese mismo año. Entonces ¿Por qué si me enteré en junio solo reporté hasta septiembre? Porque estaba esperando la constancia sobre lo dicho por Juan Carlos Ballesteros, hermano de Andrés Felipe Ballesteros, acerca de que el reo había sido absuelto de los cargos y vuelto a apresar por los mismos hechos, violando uno de los principios universales del Derecho: No juzgar a una persona dos veces por los mismos hechos. En otras palabras, Andrés Felipe Ballesteros fue declarado inocente por un juez en Tanzania y nadie hizo nada por su libertad. Por el contrario, los servicios diplomáticos de Colombia presentes que venían desde Nairobi les permitieron a las autoridades tanzanas abusar de su poder para volverlo a apresar sin razón alguna en las barbas de los funcionarios consulares que no reaccionaron ante semejante injusticia.

Sin embargo, para mí era fundamental que la evidencia de la absolución llegara a mis manos para poder dar el reporte en el medio para el cual trabajaba en ese momento, Krak Media, un proyecto periodístico que, como tantos en Colombia que no pertenecen al establecimiento, sucumbió ante la falta de ingresos y financiación.

El rigor es fundamental en el manejo de la información y ese documento era imprescindible para confirmar lo dicho sobre la inocencia de Andrés Felipe Ballesteros. Una vez tuve ese papel en la mano, empecé esta lucha por la libertad de un colombiano que no solo yo sabía inocente, sino que había sido absuelto en un juicio con todas las formalidades en el que la Fiscalía tanzana había confirmado que no tenía evidencia para acusarlo. Así de simple. 

El oficio firmado por el juez Hon Matupa llegó a mi correo en septiembre de 2019 e inmediatamente publiqué la historia de una persona que ya llevaba, hasta ese momento, cinco años preso en Tanzania sin una evidencia solida, violando todos sus derechos procesales, sin la asistencia de un abogado defensor en las primeras audiencias y siendo juzgado en una lengua completamente ajena para él, el suajili. Supe desde ese momento que me sumaba a una causa justa, impregnada de un drama absurdo, teniendo en cuenta que Andrés Felipe tenía dos hijos, uno de la misma edad que llevaba él cautivo.

El oficio es este: 

Traducción de la parte sustancial:

La Corte es informada por el Director de Fiscalía Pública que ya no procederá con el procesamiento de este caso y por lo tanto desea entrar en Nolle Prosequi (expresión en latín para entrar en suspensión de la causa. Fuera de texto).

Orden:

De acuerdo con la decisión del Director de Fiscalía Pública de entrar en Nolle Prosequi bajo la sección 91 (1) de la ley de procedimiento criminal, al acusado se le levantan los cargos por el delito de narcotráfico que es contrario a la sección 16 (1) (b) de la ley de Drogas y Prevención del tráfico ilícito de drogas Cap. 95 del 2002, edición revisada de las leyes de Tanzania por las cuales se le presentaron cargos. Él deberá ser liberado de custodia inmediatamente.

Para mí era evidente que el camino sería largo, tortuoso, difícil y sin mayor apoyo del gobierno colombiano que desde el 2014 hasta el 2022 hizo entre poco y nada por la libertad de Andrés Felipe, a pesar de que gastaron millones en comisiones infructuosas de corbatas desde la Embajada de Colombia en Kenia a Dar Es-salam llevando calzoncillos con sobrecostos, noticias revejidas de Colombia y una que otra hamburguesa que presentaron como gran gesto humanitario.

Los funcionarios que pasaron por ese servicio diplomático, ninguno de carrera y todos recomendados, defendieron su tibia e infructuosa gestión hace poco ante la audiencia de un programa radial ratificando su incompetencia, su desconocimiento del sistema universal de Derechos Humanos y contando, como ya sabíamos, que de viajes, donaciones, notas verbales y hamburguesas humanitarias, no avanzaron. Para decir esas ridiculeces un medio del establecimiento, que no vale la pena ni mencionar, les prestó los micrófonos, como si con eso lavaran su imagen o salvaran la reputación del periodista mediocre y mal informado que les entrevistó. Pero la verdad es que esta fue una lucha huérfana de Estado, en donde unos funcionarios indolentes se dedicaron a hacer turismo a Tanzania y no lograron absolutamente nada, que cuando pudieron actuar jurídicamente ante una libertad decretada frustraron, entre el tímido silencio y la inacción, la posibilidad de sacar a un compatriota de la cárcel prolongando tres años más su agonía. Esa es la verdad, por más que ahora quieran maquillarla.

Esta lucha fue solitaria y constante. Una vez publiqué el primer informe la respuesta del publico fue nula. Pocos se interesaron por el caso. Fue después de un hilo de indignación en Twitter ante tanta indolencia y falta de solidaridad que por fin Catherine Juvinao, quien en ese momento trabajaba en el programa radial La Luciérnaga de Caracol, dio despliegue a la noticia. Después de esto el caso tuvo alguna relevancia e incluso uno de esos programas amarillistas de televisión que tienen audiencia de fines de semana sacó una nota extensa. Sin embargo, en Colombia la noticia de ayer es una noticia vieja, siempre hay un nuevo hecho escandaloso, doloroso y cruel que supera al anterior y así nos convertimos en una fábrica de desgracias de corta divulgación.

No quiero quedarme en el recuento de una historia que he repetido varias veces. Solo quiero resaltar la importancia que tuvo para mí el haberme unido a una causa y cómo esto transformó mi visión del periodismo y de la vida misma. En primer lugar, tener la certeza de que me estaba uniendo a la causa para la libertad de un inocente me incentivó profundamente. Todos esos principios del periodismo que pretenden hacerlo “objetivo” en mi caso se fueron al carajo.  Comprendí que los únicos principios inmutables del periodismo son la verdad y el rigor, el resto resultan ser poses muy convenientes pero poco útiles. Además, entendí que cuando el periodismo se convierte en una lucha específica que busca unos resultados concretos cumple de manera efectiva con una función social que va más allá de brindar información, algo que puede ser útil, pero que en últimas, no logra resolver problemas.

Invaluable ganancia en este proceso, además de lo señalado, fue conocer a Juan Carlos Ballesteros, el hermano de Andrés Felipe, quien con el tiempo se convirtió en mi amigo. A través de él, su lucha, su espiritualidad y su vida en familia, pude ratificar que estaba dando la pelea por personas buenas, sanas, alejadas de los intereses mundanos del poder, el dinero y las influencias y que esa, justamente,  era su maldición. Ser personas del común los alejó de los intereses de quienes son capaces de mover los hilos del poder y esto, a su vez, alejó a Andrés Felipe de la libertad.

Paradójicamente, fue un funcionario de un gobierno popular recién llegado quien por fin le dio a este caso la importancia que merecía y, moviendo los engranajes adecuados, encontró el camino de la libertad. Vladimir Fernández era un nombre desconocido para mí hasta el 5 de agosto que me llamó para decirme que quería ayudar en la libertad de Andrés Felipe Ballesteros y que asumiría como Secretario Jurídico de la Presidencia dos días después. Yo no le creí hasta que vi la noticia en algún medio. Pero sobre todo le creí cuando asumió esta causa como propia, como no lo había hecho ningún funcionario de los gobiernos anteriores. Y con tan solo un poco de voluntad política, exigirle a los funcionarios responsables que ejercieran su funciones como debía ser y asumir con seriedad la tarea, en poco más de dos meses aparecieron las llaves de la libertad. 

Este fue un caso de múltiples aprendizajes desde lo personal y lo social. Como periodista asumí que la información es valiosa pero las luchas son realmente fructíferas. Que cuando la información se une a un propósito existe la remota esperanza de que llegue a los ojos correctos, a los que pueden y quieren hacer algo. Este fue el caso, porque por fin un funcionario del gobierno asumió la responsabilidad de la información como una tarea pendiente. Y también aprendí que el periodismo es útil en la medida en que su propósito trascienda el mero hecho de informar y logre resultados concretos sobre las dolencias humanas. También aprendí que el periodismo puede ser un veneno si se usa para embelesar el ego, cuando es una herramienta de promoción del narcisismo de los periodistas a quienes poco les importa la verdad y cuyo único objetivo es tener la razón, aunque hablen desde la absoluta comodidad y el total desconocimiento. Ese periodismo es un periodismo de alcantarilla que le hace un flaco favor a la sociedad.

Pero al final, me quedo con el abrazo de Andrés Felipe Ballesteros con sus padres, con sus hijos y con su hermano. Un abrazo en libertad. Me quedo con la amistad entrañable de Juan Carlos y la admiración profunda y genuina por Vladimir. Me quedo con lo bueno de este proceso que es todo. La saña del periodismo es solo eso, un mal rato amenizado por un periodista sin causas ni logros, un mero transmisor de información sin contenido y sin propósito que vive refugiado detrás de un micrófono y que solo sale del estudio de radio a cocteles con sus patrocinadores y los gendarmes del poder que lo mantienen al aire. Ese periodismo es mejor omitirlo, evitarlo y lamentarlo.

Yo me quedo mejor con lo humano y lo cotidiano. Con esas causas que parecen imposibles pero que se vuelven luchas místicas alrededor de las cuales se van juntando personas valiosas y comprometidas y que al final se celebran con abrazos y lágrimas. Yo me quedo al lado de la gente del común y sus dolencias, sin grandes medios que los soporten ni los divulguen, escribiendo desde este portal desconocido para dar una lucecita de esperanza a quienes no la tienen. Yo me quedo con el periodismo que sublima a la víctima por encima del periodista, que se concentra en la noticia y no en el medio, que tiene un propósito que va más allá del rating y quedar bien con los patrocinadores. 

Yo me quedo con el periodismo de las causas imposibles, con esos gritos al aire que nadie escucha, con la carpintería de la información que trasciende datos y hechos para comprometerse con personas y tragedias.

Me quedo con la gran satisfacción de haber logrado algo que parecía imposible después de tres años de lucha. No soy de esos periodistas que aparecen después de hecha la tarea para ganar un protagonismo inmerecido con base en falacias, tergiversaciones e intereses. Lo logramos desde la gente común, empezando por el propio Andrés Felipe quien demostrará con su propia vida la valía de sus principios, sin reflectores ni audiencias en horario triple A. Con él y su lucha me quedo porque con él me comprometí desde un principio. Para comprometerse con el poder ya hay suficientes lamebotas.

Fue un camino arduo de resultados tangibles. Un padre recuperó a sus hijos. Unos hijos recuperaron a su padre. La libertad llegó de la mano de las personas adecuadas. Quienes nunca hicieron nada llegaron solo a manchar el momento. Pero no lo lograron. Porque esta felicidad no nos la arranca nadie. 

Por último, quiero agradecer a todos los que creyeron y aportaron con la confianza y la fe que solo tenía sustento en mi palabra y en tres años de trabajo honesto y desinteresado. A ellos y ellas debo mis notas, mis columnas, mi dedicación y mi sacrificio. Al poder no le debo nada porque nada me dieron ni a mí ni a Andrés Felipe Ballesteros. A esos miles de colaboradores debemos esta libertad. Gracias. Siempre gracias. Por ustedes seguiré haciendo el periodismo al que me dedico. Gracias de corazón.

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