Servicios editorialesTalleres de creación literaria

El inicio del fin

Por Walther Millán

Ahí estaba yo, con mi dedo en el gatillo y en la mira tenía a nuestro peor enemigo. Aunque el arma era muy pesada, lo había logrado, no dudaría en disparar. Haría lo que fuera necesario para defender a Simón, en esta vida y en la otra. Y, ¿cómo podría ser diferente? si él me encontró cuando yo más lo necesitaba, cuando estaba completamente sola y destruida.

Mi relación con mi familia nunca fue buena, ellos nunca me entendieron. Mis padres constantemente juzgaban mis decisiones, mi forma de vestir, mis amigos y hasta los libros que leía, nada de lo que yo hacía resultaba bueno ante sus ojos. Por eso, tenía dos maneras de escapar de mi realidad: los libros, ya que mi amado abuelo sembró en mí el gusto por la literatura; y mis amigos, con los que salía a beber y consumir algunas drogas. Pero en una de esas noches de desconexión todo fue diferente. Uno de ellos me invitó a su apartamento a seguir la fiesta, yo accedí. Una vez allá el ambiente se enrareció, recuerdo la ira que le produjo que me negara a tener sexo con él y como se transformó, recuerdo sus manos apretando con fuerza mi cuello y como, sin aliento, no pude contar los golpes que me dio. Y la sangre, ese maldito olor a óxido que me ahogaba cuando todo se nubló y que luego se convertiría en la señal roja para identificar los lugares de mi cuerpo por donde ese hombre se paseó y se introdujo.

Así, sin esperarlo, el que era uno de mis escapes se convirtió en una horrible pesadilla para la que despertar no habría significado ninguna solución. Producto de esa violación quedé embarazada, y aunque dentro de mi plan de vida siempre había estado tener hijos, no iba a ser así, no de esa manera, no tan llena de odio, no con esos recuerdos. Durante varias semanas sentí una mezcla entre humillación, tristeza y rabia. Entre sueño y cansancio, entre dolor y náuseas. Después de unos días decidí contárselo a mis padres, pero pasó lo predecible, en lugar de solidarizarse con mi situación, recibí preguntas cómo: “¿Para qué se viste así?”, “¿a qué más se va al apartamento de un tipo?” o “¿eso no era lo que andaba buscando?” No lo podía creer, una vez más me juzgaban. Ellos creyeron que, de alguna manera, yo me lo había buscado, que esta violación había sido mi culpa. Aún los odio por eso.

Yo tenía la certeza de no querer ese bebé en mi vida, así que busqué ayuda en diferentes centros médicos para detener el embarazo, pero para autorizarlo debía ir con mis padres porque era menor de edad o mostrar pruebas de la violación. Mis padres no se involucrarían y yo nunca fui a la policía, me sentía avergonzada y culpable, así que no me lo practicaron. Pensé hacerlo de forma clandestina, pero no tenía el dinero para ello. Ahora era la misma sociedad la que me daba la espalda. Solo sentía frustración y desconsuelo. Una tarde, al volver a casa y ver la cara de decepción, asco y vergüenza de mis padres, decidí largarme de ahí. Ya lo había pensado antes, pero esta vez tenía que hacerlo. Después de todo, ellos nunca me apoyaron cuando más lo necesite, ya no tenía sentido seguir allí. No tenía a dónde ir, pero cualquier sitio sería mejor que ese infierno. Metí ropa y mis amados libros en una maleta y salí de la que había sido mi casa hasta ese momento. Salí  sin mirar atrás, para nunca regresar.

Sola, rota y sin ninguna esperanza, empecé a deambular por la ciudad en busca de refugios para personas sin hogar, para mi mala suerte, todos a los que fui estaban llenos. De un momento a otro sentí un fuerte dolor en el estómago y me sentí muy mareada, creí que me desmayaría, ”debe ser hambre” pensé, ya llevaba muchas horas sin comer, así que me senté en una acera para esperar que pasara un poco y poder seguir.

De pronto, se me acercó un hombre de unos treinta años, alto y corpulento, tez blanca, ojos azules y profundos y cabello rubio, largo y bien cuidado, vestía un pantalón beige, una camisa blanca y un gabán café oscuro. Me saludó, yo respondí a su saludo. Me preguntó:

—¿Se siente bien? —La incertidumbre e impotencia me invadían, así que no pude responder, cerré mis ojos, mis lágrimas cayeron sin que yo las pudiera controlar.

—¿Me puedo sentar? —me preguntó. A mí, en realidad, me daba igual. Él se sentó en el piso, a mi lado, noté un atractivo olor a cedro, muy varonil; su voz era suave y tranquilizadora y sus labios esbozaban una tenue sonrisa. Estuvimos allí sentados en silencio por largo rato, él resultó ser una de esas personas que inspiran tranquilidad y paz. De pronto, rompió el silencio para contarme una anécdota sobre cuando se quedó sin hogar, al final dijo algo gracioso, no recuerdo lo que fue, pero sí que disipó la atmósfera tensa que había, me hizo sonreír por un momento, no recuerdo cuánto llevaba sin reír.

—No tengo a dónde ir —dije sin meditarlo demasiado.

—Por eso Dios me ha enviado. A ayudar a una hermana desamparada —respondió sin titubear.

Yo lo miré un poco desconcertada, y él continuó:

—Sé que necesitas ayuda y yo estoy dispuesto a brindártela —dijo mientras me ofrecía algo de beber y comer. Yo estaba hambrienta y el dolor en el vientre seguía ahí, así que acepté.

Luego de un rato de estar charlando, él empezó a hablarme de lo espiritual. Me explicó que cultivar esa parte de mi ser me proporcionaría una energía extra para enfrentarme a la vida porque me permitiría ver las cosas de una manera diferente. Yo lo medité por un momento y concluí que quizás eso era lo que necesitaba escuchar en ese momento. Él complementó explicando cómo trabajar este aspecto lo había ayudado a trascender y ser una mejor persona. Yo me conecté casi inmediatamente con su mensaje, todo lo que decía era verdad, eso era lo que me hacía falta. Yo nunca fui particularmente creyente, pero esto fue distinto, él supo cómo ganar mi interés. Resultó ser un hombre empático, generoso con su actuar y su conocimiento, brillante, prudente y sensato. Así fue que me cautivó, apareció para ayudarme cuando todos los demás me dieron la espalda.

Después de una larga conversación en la que le conté toda mi situación y algunas infidencias, me ofreció un refugio donde estaría segura, yo lo necesitaba y no había duda de que algo en él me generó una confianza inmediata, así que acepté. Así fue como Simón me encontró y me acogió dentro de la familia del “Nuevo Resurgimiento”.

Para llegar al refugio del que me había estado hablando tuvimos que recorrer una larga distancia en medio del campo por caminos sin pavimentar. Mientras lo recorríamos, en una camioneta algo antigua, Simón me explicó las normas del refugio, me habló sobre las labores que asignan a cada persona, sobre el respeto que se debía tener a las jerarquías establecidas e incluso me habló sobre los castigos para los infractores. Pero lo que más recuerdo, fue que me resaltó insistentemente en que lo más importante es que todos nos debíamos a Dios. Me aseguró que el cambio sería un poco drástico y que los miembros estarían listos para ayudarme y guiarme cuando lo necesitara, pero me advirtió que siempre debía seguir las reglas o aceptar las consecuencias. Él fue muy claro, yo lo comprendí y lo acepté.

Al llegar, me encontré con una casa de dos plantas con paredes blancas, muchas ventanas, creo que nunca vi una casa tan grande antes. Alrededor se veían siembras de diferentes vegetales y algunos animales de granja. Al bajarme de la camioneta una brisa suave golpeó mi rostro. Inmediatamente sentí el olor a caballero de la noche, ese árbol tiene ese olor particular, y automáticamente me transportó a mis viajes a la finca de mi abuelo durante mi niñez. Él fue el único miembro de mi familia que siempre me amó, cuando murió me quedé sola. Ese olor siempre me dio paz y me acogió, estaba segura de que esa fue una señal de mi abuelo, así supe que estaba en un lugar seguro. Una vez dentro de la casa, la atmósfera era sobria y un poco oscura, sin mayor decoración y mucho silencio, transmitía mucha tranquilidad y paz.

La primera persona que conocí fue Mateo. Se presentó como un “legionario de la congregación” y era uno de los miembros más cercanos a Simón. Noté que iba armado. Era un hombre con una presencia muy imponente, alto de contextura similar a la de Simón, pero de ojos negros y una mirada intimidante, una de esas miradas que te quedan clavadas en la memoria. Él era el jefe de seguridad del refugio.

Mateo me hizo el primer recorrido por la casa, a decir verdad, fue más amable de lo que aparentaba ser. Iniciamos el recorrido por la edificación. En la primera planta había una cocina y algunas zonas comunes, en el segundo piso conté diez habitaciones, todas ellas iguales, grandes espacios con unos diez camarotes y un baño. Al final del pasillo noté una puerta con una decoración muy diferente a las demás, era clásica, hermosa y llamativa, era de un color blanco intenso, a diferencia de las demás puertas que parecían de un color hueso. Quedé como hipnotizada por unos segundos.

—Esa es la habitación de Simón, solo puedes entrar si eres invitada por él —dijo Mateo mientras me mostraba una de las habitaciones con camarotes—. Aquí es donde dormirás —yo asentí con la cabeza —. Recuerda —continuó hablando— hombres y mujeres deben dormir separados y usar los baños de su habitación únicamente, si tiene alguna inconformidad o duda debe dirigirse a mí o algún legionario, si no lo podemos resolver nosotros, se lo presentamos a Simón para que sea resuelta, ¿está claro? —Volví a asentir mientras dejaba mis cosas en un baúl de madera cerca de la cama. “Así que no se nos permite dormir juntos ni intimar demasiado”, pensé. Recordé que, como Simón me lo había dicho, todos nos debemos al señor.

—¿Tiene alguna pregunta?

— Sí —respondí tímidamente —, ¿por qué hay tantos hombres armados alrededor?

—Se trata de los vigías —Mateo me respondió con amabilidad, pero con mucha firmeza—. Son miembros que se han ganado la confianza y han sido designados para cuidar el templo de amenazas externas.

—¿Y los que están dentro? —insistí.

—Ellos son los responsables de garantizar que las reglas se cumplan, si se comporta, no tendrá ningún problema con ellos, pero si falla, ellos serán los encargados de castigarla —concluyó.

Me pareció un poco extremo, pero decidí aceptarlo, después de todo no tenía a dónde más ir. Solicité permiso para asearme un poco, Mateo me autorizó, pero me dijo que debía ser rápido, pues Simón nos esperaba. Me dirigí al baño, una vez ahí escuché dos mujeres que entraron y me concentré en su conversación.

—¿Cuántas horas trabajaste en el taller hoy? —dijo una.

—Ocho horas y es la primera vez que puedo salir al baño —respondió la otra—, entiendo que debemos apoyar a nuestra congregación, pero a veces me siento un poco asfixiada.

—Debes tener cuidado, que no te escuchen los vigías, tú sabes lo que te puede pasar.

—Sí, lo sé. A veces me siento asediada por esos vigías. No sé si Simón sabe lo que ellos hacen, a veces quisiera hablar con él, pero es muy difícil acercarse sin que esté Mateo alrededor.

Salieron del baño. Me pareció algo inquietante, luego me enteraría de que se referían a uno de los negocios de la congregación. Regresé a lo mío.

Al volver, Mateo me dijo que Simón ya había hecho los arreglos necesarios para mi aborto, en el camino al refugio yo le había confesado que ese era mi deseo. Me dirigió hasta una caseta alejada de la edificación principal, parecía abandonada. Al entrar sentí la precariedad, había una luz tenue y algo sórdida. El olor a humedad y sangre seca revuelto con desinfectante invadieron mis sentidos. “Cómo odio el olor metálico de la sangre” fue lo primero que pude pensar. Las paredes y el piso se veían manchados por exceso de químicos para limpieza y el gabinete de los medicamentos estaba viejo y desbaratado. En un escritorio desgastado y una silla que no le hacía juego estaba sentado el doctor que me atendería, también había una mujer que haría las veces de enfermera y parado en un rincón estaba Simón, que me dio la bienvenida. Su presencia me daba tranquilidad y su cercanía me dió la fortaleza que necesitaría.

Luego de un breve saludo, el doctor procedió con las preguntas médicas de rutina, quiso preguntar sobre las razones para querer abortar, Simón lo detuvo, una vez más quiso protegerme, me hizo sentir cuán especial yo era para él. Él obedeció y pasó a explicarme el procedimiento y el proceso de recuperación. Me pidió que me pusiera una bata, que se notaba claramente usada. Después me pidió que me recostará en una camilla improvisada

que estaba en la mitad de la sala. Antes de subirme la detallé, se encontraba en muy mal estado, tenía óxido y varias partes estaban aseguradas con cinta pegante. Una vez en la camilla, el doctor me preguntó si estaba lista, yo asentí. Simón me tomó de la mano, apoyándome y la enfermera procedió a aplicar anestesia local. Luego el doctor abrió mis piernas usando unas varillas que estaban a los lados de la camilla y usó una especie de pinzas para abrir mi vagina. Una vez abierta, introdujo unos palillos metálicos, yo solo sentía la presión en el vientre, pero desde el interior. Simón nunca dejó de sostener mi mano, nunca me abandonó en este camino. Después el doctor usó la manguera conectada a una máquina rústica para succionar mis entrañas. Cuando terminó, raspó manualmente con una pala y sacó los restos del fruto de mi violación. Había mucha sangre y restos de tejido en el piso, el olor me asqueó, pero al fin había terminado. Esa criatura que crecía dentro de mí ya no estaba. Esto era lo que más deseaba, pero nadie me habría apoyado para hacerlo, ni mi familia, ni ningún amigo, solo Simón.

Al pasar el efecto de la sedación sentí un fuerte dolor en mi vientre y vagina, los medicamentos apenas si lo apaciguaba, pero Simón me ayudó a ser fuerte. Después entendería que solo el dolor y el sufrimiento llevan a la santificación de nuestro espíritu y yo estaba dispuesta a afrontarlo.

La recuperación me tomó varios días en los que tuve que estar en cama y dormía mucho por los medicamentos. Una noche, sin embargo, me despertó un gran alboroto en las habitaciones de los hombres. Llegaron cuatro vigías y sacaron a la plazoleta, en frente de la casa, a un miembro de unos treinta años, todos salimos a ver qué sucedía. Mateo lo había visto salir del templo, lo siguió y lo descubrió pasando información de nuestro modo de vida a nuestros enemigos, a aquellos que nos asediaban. Simón estaba muy ofuscado, nuestros enemigos nunca nos entenderían y harían lo que sea para evitar que los elegidos ascendiéramos al reino de los cielos. Por eso él asumió ese acto como la ofensa máxima, la traición. Aunque el hombre decía ser inocente, Simón debió llenarse de valor para no dejarse confundir por sus palabras y lo expulsó de la congregación. Mateo y dos vigías lo acompañaron a recoger sus cosas y se lo llevaron para siempre. Simón notó que nos pareció algo drástico y nos invitó a orar, luego nos explicó que todo hace parte del plan divino. Todos lo comprendimos y lo aceptamos. Nos llenó de gozo saber que teníamos un traidor menos entre nosotros, eso hizo de nuestra congregación un lugar más puro. Como ese, hubo varios avisos de personas intentando escapar, personas robando provisiones o fuga de información, todos eran expulsados sin contemplaciones, la palabra de Mateo era ley. Y es que Mateo, que era muy entregado a la congregación, siempre estaba al pendiente para mostrar resultados. De hecho, se sabía que él y sus tres vigías más cercanos, conocidos como “los favoritos de Mateo”, eran los más efectivos identificando estos eventos. Pero era solo Mateo quien le entregaba los informes a Simón en reuniones privadas que sostenían dos o tres veces por semana. Desafortunadamente, casi siempre después de estas reuniones, Simón quedaba muy afectado y cansado, se encerraba en su cuarto para tener largas vigilias de oración y a veces se escuchaban gritos y golpes, eran ataques de ira. Nadie entendía por qué alguien querría traicionar a Simón, su frustración debía ser difícil de contener. Cuando empecé a notar la gran influencia de Mateo en Simón, quise ser vigía para así poder acercarme a él y poder llegar, eventualmente, a Simón para ayudarlo a manejar sus emociones. Y así sería, pero debía recorrer un camino doloroso primero.

Un día como cualquier otro renegué sobre mis responsabilidades, ya que nunca me gustó el trabajo de la cocina y justo ahí fui asignada al principio, uno de los favoritos me escuchó y fui sentenciada por rebeldía. Recuerdo que era un día nublado bastante húmedo y yo llevaba mucho tiempo cocinando y en un arranque de frustración tiré unos platos sobre un mesón y se rompieron, el favorito se dirigió a mí y me llamó rebelde. Yo le ofrecí disculpas e intenté explicar, pero no funcionó, me llevaron ante Mateo, su mirada penetró en mi cabeza a través de mis ojos y me heló la sangre. Después de un juicio en el que no fui escuchada, Mateo me condenó a recibir diez azotes en frente de la congregación y así fue. Me arrancaron la blusa y en frente de todos en la plazoleta, mientras dos vigías me sostenían los brazos un tercero me azotó diez veces, después del tercer azote sentí la sangre brotar de mi espalda, ahí estaba ese olor metálico de nuevo. Perdí el conocimiento por el dolor, lo último que recuerdo antes de desvanecerme fue a Mateo de pie, enfrente de mí, con esa mirada. Cómo me incomodaba esa mirada. Al terminar el castigo fui llevada con el médico que me hizo algunas curaciones, cuando desperté allí estaba Simón, nuevamente acompañándome a orar y guiándome a entender que incumplir alguna de las normas se castiga en público para que todos entiendan que los actos traen consecuencias. Al terminar las oraciones Simón me dijo:

—Creo que ya estás lista.

—¿Lista para qué? —repliqué.

—Llevas cuatro meses con nosotros, has mostrado lealtad y aceptación. Has hecho un buen trabajo en la cocina, aunque no te guste y has aceptado este castigo con humildad. Es hora de que asciendas. ¿Te gustaría ser una de mis vigías?

—Me encantaría —dije

—Perfecto, hablaré con Mateo para que esto pase inmediatamente, gracias por tu servicio hasta ahora —me dijo, mientras me daba un tierno beso en la mejilla.

Desde la primera noche siendo vigía se me encargó el patrullaje del perímetro. A duras penas había sido entrenada en el uso de armas y me entregaron un rifle de asalto que apenas podía cargar. Era una actividad muy difícil, ya que debía pasar la noche en vela y nunca vi nada sospechoso en el exterior, pero los informes a Simón eran bastante
diferentes. Ahí empecé a darme cuenta de que quizá los eventos sospechosos venían del interior.

Una noche pasó algo distinto. Como a las tres de la mañana se informó por uno de los radios de la llegada de un camión, Mateo autorizó su ingreso. Yo lo observaba desde la distancia. De él se bajaron 10 hombres vestidos con trajes camuflados, como del Ejército, pero con extrañas botas pantaneras, y entraron a un depósito que siempre estaba cerrado. Al salir empezaron a cargar el camión con cajas de madera, cuando terminaron uno de los hombres se acercó a Mateo y le entregó un celular, ese era el primer aparato electrónico que veía desde mi llegada. Mateo le entregó un sobre abultado y se dieron la mano. Los hombres se volvieron a subir y el camión se fue como había llegado. Sé que Simón sabía sobre esto porque lo vi en uno de los informes de seguridad. Esa noche me enteré de que uno de los negocios que se llevaban a cabo en la congregación tenía que ver con ensamble, almacenamiento y venta de armas. Ese era el famoso taller que había escuchado mencionar tantas veces durante este tiempo, siempre fue un secreto a voces. Lo que no vi en el informe fue lo del celular, consideré decírselo a Simón, pero Mateo lo sospechó y me dijo: “No estás autorizada a hablar con Simón sobre tu trabajo, si lo haces, será considerado traición y ya sabes lo que les pasa a los traidores”. Yo no me quería arriesgar a dejar solo a Simón, preferí callar y quedarme cerca, así lo podía ayudar más. Nunca supe si Simón se enteró de ese aparato prohibido.

Durante mis largas noches de patrullaje, además del transporte de armas, que pasaba una vez al mes, también noté que Mateo se reunía con sus favoritos en lugares apartados de la casa. Durante esas reuniones los cuatro usaban el celular para hacer largas llamadas y hablaban entre ellos durante horas, también se entrenaban en el uso de diferentes armas de asalto, rifles, pistolas y otras. Una noche logré acercarme lo suficiente para escuchar parte de una de sus conversaciones, en ella Mateo renegaba de que Simón lo escogiera constantemente para acompañarlo a su cuarto en las noches, los demás le hacían burlas al respecto. Además, mencionaba algo de contrabando que se estaba haciendo dentro de la congregación y de un “golpe” que le quería dar a Simón y como sus favoritos lo apoyarían. Mis sospechas sobre Mateo crecieron desde ese día, él no era tan leal como todos pensábamos. La verdad me asusté con lo que escuché, Mateo era la persona de mayor confianza de Simón y sabía que llevar esta información podría provocar su ira. Debía encontrar el momento exacto o, quizás, acercarme más a él.

Para poder estar más cerca de Simón debía convertirme en una de sus esposas. Esto solo podía pasar en la noche de “oración especial”. Esta solía ocurrir una vez por semana, aunque se hizo menos frecuente con el tiempo. En ella, Simón escogía a algún miembro de la congregación, hombre o mujer, que tendría el honor de ser invitado a su habitación y ser tocado por el espíritu de Dios. El sexo era un nivel de acercamiento espiritual superior, por ello las relaciones sexuales entre los miembros estaban prohibidas, no estábamos listos. Solo Simón las podía practicar. Dios nos ha revelado a través de Simón que solo él debía cargar con el peso de la reproducción de los elegidos y debía velar por el celibato de los hombres para que enfocaran toda su energía y vigor en la batalla que se avecinaba, excepto cuando él los escogía. Ser escogido era un privilegio y todos oramos para que nuestro turno llegara. Ya que después de esta bendecida noche, la mujer se convertía en una de sus esposas, y el hombre se convertía en un “legionario”. Ambas resultaban ser el honor máximo en nuestra congregación.

Al principio me costó procesarlo, porque podía escoger a cualquiera de nosotros, pero me conflictuaba cuando escogía hombres, casi siempre a Mateo. Además, una noche eligió a una pequeña de doce años, yo no estaba segura de que esto estuviera bien, oré mucho para poder comprender. Al día siguiente de esto yo estaba con Rosario, una mujer de unos cuarenta años que trabajaba en la cocina, cuando vimos a esta niña, que ya era una de las esposas de Simón, tenía un gran golpe en su cara, al verla nos sorprendimos y Rosario le preguntó:

—¿Qué te pasó?

—Nada —contestó.

—¿Qué te pasó en la cara? —siguió preguntando la mujer.

—No es importante, solo que no me comporté como debí. Quise decirle a Simón que no estaba lista, pero él se enloqueció. Empezó a gritar y darle puños a las paredes, cuando intenté salir del cuarto, él, sin querer, me golpeó, luego me hizo cosas, me lastimó —dijo con lágrimas en los ojos.

—Pero ¿estuviste con él?, ¿tuviste la fortuna? —insistió la mujer.

—Sí, sí pasó. No sabía que sería tan doloroso —respondió mientras seguía llorando.

—Probablemente Simón no te volverá a escoger, por tonta —reprochó la mujer.

—Espero al menos haber quedado embarazada —dijo mientras se alejaba.

Y así fue, ella daría a luz, nueve meses después, a uno de los elegidos hijos de Simón. Toda la situación me llevó a comprender que el género o la edad son solo convenciones impuestas arbitrariamente por una sociedad ciega, por eso el privilegio le puede llegar a cualquier miembro, sin distinción de sesgos impuestos por agentes externos, nosotros seguimos nuestro propio sistema de creencias.

Después de mucha espera, paciencia y oración, una noche él finalmente me escogió. Yo estaba muy feliz, pero esa felicidad se opacó un poco cuando vi a Mateo, que me observaba desde la puerta del salón, tenía una expresión irascible, él sabía que yo aprovecharía cualquier oportunidad para delatarlo. Decidí ignorarlo y prepararme para mi
gran noche, luego pensaría en cómo alertar a Simón.

Esta era la primera vez que entraba a su cuarto. Lo primero que percibí fue un olor a sándalo muy relajante, provenía de una vela de olor que había en una pequeña mesa en un rincón. Simón prendió las luces y me invitó a entrar, me ofreció algo de tomar y yo acepté, se acercó a un mueble donde había varios licores, me dijo que me pusiera cómoda. Mientras él preparaba mi bebida, yo observé alrededor. En el centro de la habitación había una cama muy grande con barandas delicadamente talladas y tendidos finos de color blanco. En las paredes había varios diplomas y certificados de estudio, así supe que Simón era teólogo, filósofo y abogado, egresado de prestigiosas universidades, además de muchos otros cursos de oratoria, literatura y cosas así. También había fotos suyas con diferentes personas, todas se veían sonrientes, es como si todos quisieran estar cerca de él. Me entregó la bebida y me dijo que iría al baño a alistarse. Mientras tanto, yo pude detallar una gran biblioteca que había del otro lado de la habitación, tenía muchos libros, entre los que estaban la Sagrada Biblia, El Corán, La Torá y el Libro Mormón; además, se leían nombres como Tomás de Aquino, Friedrich Nietzsche, Simone de Beauvoir, Platón y Aristóteles. Había uno en particular que llamó mi atención: “La Resistencia”, de Ernesto Sábato, yo había tenido la oportunidad de leerlo tiempo atrás y al parecer también Simón lo había leído. Cerca de la biblioteca estaba su escritorio, muy organizado, pude ver dos libros más, el primero llamado “Psicología de las masas y análisis del yo”, de Sigmund Freud y otro llamado “Crítica de la razón pura”, de Emmanuel Kant; además, un arma de fuego de un espectacular color plateado que habían diseñado especialmente para él. Por último vi su agenda de notas, me llamó la atención como las primeras líneas estaban escritas con una caligrafía impecable, podía leerlas sin dificultad, pero mientras avanzaba, su escritura se desordenaba, las palabras eran difíciles de entender y tenían poca lógica, “debe tratarse de escritura automática”, pensé. Cerca de la ventana, que tenía vidrios reforzados en caso de algún ataque, había un arma larga. En ese momento no las distinguía muy bien, pero se trataba de una AK-47, esto me puso un poco nerviosa, pero Simón apareció en ese momento me abrazó por la espalda y con sus palabras y atenciones logró tranquilizarme, él tenía ese efecto en los demás. No había nada qué temer, yo estaba en completo gozo por lo que estaba a punto de pasar.

Antes de empezar, Simón me aclaró que no usaría condón porque la intención era procrear a uno de sus hijos, me pidió que estuviera tranquila, él dirigiría todo para el logro del objetivo y yo no debía preocuparme por nada. Primero me pidió que me desnudara y lo desnudara, su ropa tanto exterior como interior olía muy bien. Su cuerpo era atlético y definido, con un aroma a eucalipto y cedro; yo había fantaseado antes con su cuerpo, lucía tal como lo imaginé, esto me excitó mucho. Tenía un tatuaje de una hoz y martillo en su brazo izquierdo y otro en su pecho que decía “¡Miren que vengo pronto! Traigo conmigo mi recompensa y le pagaré a cada uno según lo que ha hecho. Apocalipsis 22:12”. Una vez desnudos, él empezó a tocarme y besarme por todo el cuerpo, yo me sentía extasiada, me hizo sentir deseada. Me puso suavemente en la cama y siguió recorriendo mi cuerpo con sus manos suaves, luego me hizo el amor con mucha pasión y deseo. Aún recuerdo sus besos, sus caricias y su pecho palpitante junto al mío. Finalmente sentí como terminó dentro de mí, mi misión estaba cumplida. Al terminar me abrazó tiernamente. Mientras estaba entre sus brazos le hice un comentario sobre ese libro que teníamos en común, él se mostró sorprendido y empezamos una larga conversación sobre la creciente falta de valores de la sociedad actual y la deshumanización en la sociedad tecnológica. Al terminar esta entretenida discusión, me invitó a quedarme y dormir a su lado, esto se me hizo muy extraño, ya que él solía dormir solo, yo acepté encantada. No podía creer lo afortunada que había sido. Desde esa noche fui una de sus esposas, y frecuentemente acompañante de tertulias literarias.

Tal como lo planeé, intenté informar a Simón sobre mis sospechas acerca de Mateo cada vez que estábamos solos, pero me detuvo en seco cada vez, solía decir: “Hay batallas que no vale la pena pelear porque seguramente esas victorias tampoco te van a aportar gran cosa” y cambiaba de tema de forma cortante.

Mi preocupación sobre el plan de Mateo creció al ver que con el pasar de los días Simón se notaba más estresado y preocupado, ya casi no asistía a las jornadas de oración, se encerraba por largos periodos en su habitación y solo permitía que Mateo entrara y pasara las noches con él. Simón se volvió muy desconfiado y un poco agresivo, debía ser el estrés.También descuidó su aspecto físico e incluso su higiene, se notaba un poco en su olor. Pero todos entendimos que él debía centrarse en lo importante, salvarnos. Al final, las revelaciones a Simón le eran cada vez más frecuentes, a veces apariciones y otras veces solo voces, las voces del cielo que llegaban a su cabeza directamente y le decían que lo estaban vigilando, que su único aliado era Mateo. Al menos eso era lo que yo le escuchaba a Mateo contarles a sus favoritos, entre risas y burlas lo llamaban esquizofrénico. Cómo odiaba que se burlaran de él. Además, el estado de alerta de Simón crecía con la información que él le llevaba, información que yo sabía que no siempre estaba tan cerca a la verdad. Todo esto hizo que Simón empezara a ser más implacable con los que incumplían las normas, los latigazos debían ser más severos y ante cualquier sospecha de traición actuaba inmediatamente. Mateo siempre estaba a su lado para expulsar a quien fuera necesario. Esta situación empezó a poner nerviosa a toda la congregación, se vivía un ambiente de zozobra y miedo, sentíamos que pasamos de una comunidad de paz y armonía liderada por Simón, a un régimen autoritario de miedo liderado por Mateo. A pesar
de todo, yo me mantuve fiel a mi labor como una de las esposas, siempre traté de mantener a las personas tranquilas y ocupadas en sus labores diarias. Aunque a veces no era suficiente.

Mientras todos tratábamos de llevar nuestras vidas más o menos en normalidad, una noche llegó el final de todo, el apocalipsis. Esa noche, mientras nos encontramos en una jornada de oración, Simón escogió a Mateo nuevamente para acompañarlo a su habitación. Mateo no se vio muy feliz, pero lo aceptó. Salió del recinto y unos quince minutos más tarde entró corriendo y gritó: “Es hora, ellos están aquí”. Yo sabía que esa era la expresión que se debía usar para el inicio del apocalipsis. Simón se alteró, parecía fuera de sus cabales, nos llamó a todos a la plazoleta central, se nos dio la orden de formar como nos habían enseñado y nos entregó armas que la mayoría no sabían operar. Simón se vistió con un traje negro y un pasamontaña, igual que Mateo. La estrategia consistía en camuflarlo en caso de la presencia de francotiradores. Simón me dijo que me ubicara en el segundo piso para impedir e ingreso de enemigos que intentarán ir por él, me entregó un radio de comunicación, pero ese solo recibía, la transmisión estaba dañada. Solo Mateo, Simón y yo teníamos uno, pero yo solo podía escuchar. Yo me ubiqué estratégicamente, ya que podía observar la plazoleta y los alrededores de la casa desde la ventana. Simón corrió a refugiarse en su habitación que había transformado en un búnker difícil de penetrar, para acceder a él, la puerta debía abrirse desde adentro y todos en la congregación lo sabíamos. Mateo asumió el mando de toda la estrategia de defensa, él no se veía tan alterado como quien está esperando un ataque de dimensiones apocalípticas. Sin embargo, empezó a darórdenes a todos sobre ubicación y preparación. Cada quien empezó a moverse hacia los lugares asignados, dentro y alrededor de la casa, pero no se veía como un batallón organizado, más bien era un grupo de gente de todas las edades con armas sin saber muy bien qué hacer o a dónde ir. Hasta ese momento no se lograba escuchar nada diferente a lo que se esperaría de un grupo de personas en pánico, sin ninguna preparación para una situación de guerra.

De pronto, escuché que Mateo empezó a comunicarse con Simón por medio del radio.Primero le dijo que hombres armados habían entrado al terreno y estaban empezando a disparar a los miembros. Yo estaba muy confundida, miraba por la ventana y no veía nada de esto, solo a los favoritos de Mateo disparando al aire. También le dijo que necesitaba que abriera su ventana para que los cubriera desde su cuarto, que ese lugar era estratégico. Simón le obedeció e inmediatamente uno de los favoritos de Mateo disparó hacia Simón, ese fue el inicio del fin. En respuesta, se escuchó la primera ráfaga de una AK-47, venía desde la ventana de Simón, al menos unas tres personas en la plazoleta cayeron al piso, muertas. Nadie entendía lo que pasaba, todo se volvió confusión y caos. Mateo aprovechó y gritó que los enemigos se habían tomado la casa, lo que hizo que los miembros que se habían ubicado alrededor de esta empezaran a disparar en esa dirección. A su vez los miembros que estaban dentro al sentir el los disparos empezaron a disparar hacia afuera y así empezó un tiroteo inimaginable entre miembros de la misma congregación, se había desatado el infierno. Yo logré tirarme al piso y reafirmé mis sospechas: Mateo y sus
favoritos eran los traidores. Siempre había sido Mateo. Él era quien había empezado esta guerra, él era el causante del apocalipsis, él era quien estaba intentando matar a Simón. Como pude fui hasta la puerta de la habitación de Simón, tenía que decirle lo que pasaba, que no podía confiar en Mateo, pero fue inútil, él no abrió. Fui hacia la ventana para ver lo que sucedía y escuché la radio nuevamente: “Simón, es Mateo, tenemos un plan de escape, debes salir de la habitación y encontrarme en las escaleras”, Mateo quería cumplir su objetivo. Vi abrirse la puerta, salió Simón con su pasamontaña y su arma plateada en la cintura, corrí hacia él, debía decirle, estaba a mitad del camino cuando sentí como una bala impactó mi hombro y caí al piso. Mateo me había disparado, no iba a dejar que me interpusiera en sus planes. Simón intentó auxiliarme, pero Mateo lo llamó “Simón, es demasiado tarde para ella, no te puedes arriesgar” él atendió el llamado y se fueron juntos, yo me desmayé.

Cuando desperté parte de la casa estaba en llamas, el humo estaba por todas partes, lo que unas horas antes era una comunidad de oración y gozo se había convertido en un campo de guerra, un cementerio. Ese asqueroso olor a sangre estaba impregnado en mi nariz. Me asomé a la ventana y vi a Simón corriendo hacia el almacén de armas, sabía que era él porque a pesar de estar con el pasamontaña llevaba su arma plateada. No había duda, era él. Al tiempo vi entrar a la casa a Mateo, estaba viendo si quedaba alguien vivo, no vi su cara por el pasamontaña, pero solo ellos dos estaban vestidos así. Esa era mi oportunidad, el traidor debía morir. Así que, a pesar del dolor de mi hombro, me levanté como pude, apunté y cuando lo tenía en la mira grité “¡Traidor!” y él volteó, tan pronto lo tuve de frente le disparé. Le di en el pecho y cayó, aún consciente se arrastró como un animal, yo sufría de dolor, pero él también. Al caer el traidor Simón triunfaría y al fin ascenderíamos. Me regocijé de placer y satisfacción, dejé mi arma en el piso y me recosté sobre mi espalda para descansar. Mi hombro me dolía demasiado. Minutos después sentí que alguien entró a la casa y escuche la voz de Simón ahogada “Ayúdame, por favor”, giré para ver y vi como Simón apuntaba al traidor con su arma plateada, sin mediar palabra disparó directo a la cabeza, así debía ser, sonreí. Luego levantó su mirada quitándose el pasamontaña y despejando su rostro. No pude creer lo que vi, mi sangre se heló y las lágrimas cayeron de mis ojos. Era esa mirada, esa maldita mirada que penetraba mi mente sin tregua. Era Mateo, estaba de pie frente al cuerpo de Simón. Me sonrió, me apuntó con el arma plateada, me dijo “todo va a estar bien” y disparó.

Abro mis ojos, veo a mi alrededor, estoy en un cuarto de paredes blancas; no puedo mover mis brazos, trato de ver la razón, tengo una camisa de fuerza, no entiendo qué pasa, no sé dónde estoy. Mi hombro me duele por la posición en que mis brazos están sujetados. No sé qué pasó con Simón. Recuerdo que le disparé y después…oh… mi respiración se agita, mis ojos se llenan de lágrimas, siento angustia, mi corazón se acelera, lo siento palpitar en cada
arteria de mi cuerpo. No aguanto más y grito, grito lo más fuerte que puedo, siento cómo casi se desgarra mi garganta. Se me acerca una mujer, parece una enfermera

—¿Qué hago aquí? ¿Por qué me tienen amarrada? ¿Qué pasó? ¿Dónde está Simón? ¿Está bien? —pregunté sin detenerme.

—Tranquila —me respondió—. El doctor ya viene a verla, él tiene todas las respuestas, él la va a ayudar, pero tiene que estar tranquila.

—¿El doctor? ¿Cuál doctor? —No sé qué pasa.

De pronto entra un hombre a la habitación, se acerca. Veo sus ojos y en ellos esa mirada, esa maldita mirada que quiere enloquecerme, es Mateo. Yo no me puedo controlar, intento desesperadamente soltarme de mis amarres, es inútil, empiezo a gritarles a todos:

—Él, él es Mateo, él es el traidor, él es el causante de todo, tengo que detenerlo. Él mató a Simón, mató a Simón.

Las lágrimas no paran de salir y mi respiración suena como la de una bestia herida, tengo que hacer algo. Algo pasa, nadie parece escucharme o al menos no les importa. Finalmente, la enfermera me inyectó algo en el brazo izquierdo, el hombro me duele mucho. Yo empiezo a adormecerme y ella dice:

—Parece que retrocedió en el tratamiento, Doctor Smith. Amaneció muy alterada y tiene un brote psicótico. Tiene delirios con usted y está preguntando por el tal Simón.

—¿Simón? ¿No es el hombre que la trajo cuando sufrió el aborto en la calle? —preguntó el médico.

—Sí, ella insiste que él es su salvador.

—Y tal vez así fue, sin él, ella habría muerto sola en la calle, desangrada. Duplique la dosis y suéltala cuando esté dócil, ya veremos cómo amanece mañana —dice él mientras se me acerca, me clava esa fría mirada de nuevo y me fulmina con un “todo va a estar bien”.

Fin

“Ver morir a todos los que amas es doloroso, pero aceptable, ellos lo hicieron por un motivo, lo hicieron por su propia gloria, adoración y alabanza a nuestro Dios”.

Kathy Schroeder
Sobreviviente de la masacre a los Davidianos de la Rama
Waco – Apocalipsis en Texas

*Ilustración: Nicolás Giraldo Vargas.

Comment here