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El gobierno de unidad nacional que no fue

Por Andrés Felipe Giraldo L.

La gente suele confundir poder y gobierno porque casi siempre coinciden. Es decir, la regla es que los poderosos gobiernan. Cualquier situación ajena a este esquema es una anomalía, una excepción. Pues bien, en Colombia, después de dos siglos y algo de vida republicana, se presenta esta anomalía. Por primera vez gobierna un usurpador. O al menos, así lo ven los poderosos.

Gustavo Petro es uno de los pocos presidentes en Colombia que no viene de las familias de los dueños de Colombia y que no ponen como un títere los poderosos. Algunos pondrán ejemplos de presidentes que vinieron desde abajo y lograron llegar al solio de Bolívar. Citarán al General José María Melo, quien no fue elegido en democracia a mediados del siglo XIX, o a Marco Fidel Suárez, quien provenía de un origen humilde, pero que se formó políticamente en el elitista y excluyente Partido Conservador en los albores del siglo XX. Pero ninguno ha sido tan malquerido por las elites colombianas como el actual Presidente.

Y es que Petro creyó ingenunamente que podría gobernar con personas que pertenecen a esa oligarquía anquilosada de Colombia y que serían obedientes a su plan de gobierno. Pero se equivocó. Y se equivocó porque personas como Alejandro Gaviria, Cecilia López, José Antonio Ocampo y Alvaro Leyva, pertenecen a esa clase progresista que les gustan los cambios hasta que esos cambios tocan sus privilegios. Es decir, pueden ser progresistas para que les acepten a sus hijos gays en esta sociedad homofóbica, o para que no sean discriminados por su ateísmo de superioridad intelectual; pero nunca para que les pidan vender un pedazo de tierra improductiva, que el dinero de la salud se invierta realmente en los usuarios y no en las empresas que administran los recursos, o para que se le reestablezcan los derechos laborales a los trabajadores que les quitaron arbitrariamente durante el primer gobierno de Uribe. Ahí regresan a las huestes reaccionarias, porque a sus facetas de hacendados, empresarios y oligarcas no les gustan los cambios. Estos burócratas profesionales han trabajado para gobiernos con los que se sienten identificados porque son los gobiernos de las élites, como debe ser. Es decir, como ellos creen que debe ser.

Y Petro vino para desafiar ese poder establecido, el poder del que ellos hacen parte desde hace mucho tiempo. Por eso ese divorcio era inevitable, y como se está evidenciando, no ha sido un divorcio amistoso. Es un divorcio plagado de reclamos, exposición de infidelidades, repartición de males ante la ausencia de bienes y sacadas de trapos al sol propias de un culebrón en horario prime.

Los ministros que mencioné, más que a ayudar, llegaron para verificar que los cambios llegaran hasta donde comenzaban los privilegios de la oligarquía. Siempre fueron infiltrados, y solo lo reconocieron cuando ya estaban fuera del gobierno. Si lo notan, ninguno renunció. A todos los echaron. Se les llena la boca hablando de dignidad y de principios, pero no los tuvieron para dar un paso al costado por su propio pie. Fue Petro quien los sacó cuando era inevitable notar que estaban echados como vacas muertas en las carreteras del cambio, tirados ahí como obstáculos insalvables puestos por los gremios de sus propios intereses. Alejandro Gaviria, por ejemplo, olvidó la cartera de Educación cuando sintió amenazados los intereses de las EPSs para las que trabajó a brazo partido durante los ocho años que estuvo al frente de esa cartera en los dos gobiernos de Juan Manuel Santos. Y es que durante su administración, Saludcoop pasó de ser una EPS intervenida por malos manejos a ser absorbida por Cafesalud, que también debió entrar en liquidación por una pésima gerencia del gerente interventor-liquidador, y esta a su vez fue vendida y convertida en Medimás, otro desastre en la atención a los usuarios y en la gestión financiera, que cayó en una espiral sin fin de corrupción. Al final terminó como debió haber terminado desde el principio Saludcoop: liquidada. Le dio vida artificial a un esperpento que administraba recursos multimillonarios, para que unos pocos se enriquecieran a costa de la salud de los colombianos, para luego declararse en quiebra y ser liquidados sin asumir mayor responsabilidad. De toda esta cadena maldita, solo Carlos Palacino y su gerente financiero, Mauricio Sabogal, fueron condenados a 15 años de prisión como encargados de Saludcoop. Los que heredaron esos negocios turbios siguen impunes, los recursos perdidos, y las EPSs Saludcoop, Cafesalud y Medimás, sencillamente ya no existen. Se esfumaron.

No es casual que el Superintendente de Salud favorito de Alejandro Gaviria, Gustavo Morales Cobo, haya ejercido en ese cargo de 2012 a 2014 sin ninguna experiencia en el sector de la salud, pero que después de eso se haya vuelto tan experto que ha presidido la mayoría de los gremios del sector: presidente de AFIDRO (farmacéuticas) de 2015 a 2018, de ACEMI (EPSs) 2018 a 2021, y ahora de FASECOLDA (Aseguradoras) desde 2023, en esa puerta giratoria macabra que hace del sector público una herramienta de los intereses del sector privado. Muchos recordarán el tema de los famosos “bonos de agua” del ministro de hacienda de Iván Duque, Alberto Carrasquilla, quien elaboró un modelo de endeudamiento para los municipios desde el sector público sobre el tema de acueductos, y que luego capitalizó como consultor desde el sector privado, para cobrar las asesorías que brindaba para hacer uso de este modelo. Un asco.

Evoco estos ejemplos solo para mostrar que ese discurso que se inventan estos personajes salidos de las entrañas del poder y de la oligarquía diciendo que piensan en la gente, carecen de todo soporte y de toda credibilidad. Piensan en la gente que representan sus intereses. Piensan en la gente que siempre ha tenido el poder en Colombia, que siempre han acaparado las riquezas, las tierras, el poder adquisitivo y el poder político. Cómo creerle a una persona que estuvo ocho años al frente de un ministerio de salud, teniendo todos los recursos del Estado para mejorar la calidad de la atención, que ahora sí le importa la gente y los usuarios del sistema. El mismo ministro que permitió la venta de Cafesalud a Medimás, que fue un absoluto desastre, como ya lo señalé. Qué casualidad que solo como ministro de educación en 2022 y 2023 descifró las claves de lo que no pudo hacer en ocho años, desde 2010 a 2018. Cuánta hipocresía en una sola persona y qué mala elección de Petro. Por supuesto, él ya lo reconoció. Pero el daño ya está hecho. Ahora tiene un querubín con el ego herido paseando por las emisoras y en campaña política despotricando del gobierno, para hacer un nuevo ridículo en 2026, figurando como un opositor arrepentido, dentro de un bus de opositores al que ya no le cabe un alma más. 

Ese tal gobierno de unidad nacional al que le apostó el Presidente falló por una razón elemental: no se puede hacer un gobierno para la gente con ministros que representan intereses neoliberales tan marcados. No se puede gobernar para la gente cuando desde los propios ministerios se ponen palos en la rueda para que el cambio no avance con el pretexo de la “gradualidad”, “el cambio pausado” y otra cantidad de sofismas que lo único que pretenden es que nada cambie. Se perdió tiempo valioso con esta gente. Dicen con arrogancia que sin ellos jamás se hubieran ganado esas elecciones. Personalmente lo dudo, porque de la primera a la segunda vuelta de 2022, cuando llegaron todos estos camaleones a subirse al bus de la victoria, Rodolfo Hernández ya estaba haciendo la anticampaña más evidente de la que se tenga registro en cualquier elección. Rodolfo ni siquiera hizo campaña, se fue para Miami a que lo vieran en fiestas en yates y desgastó su imagen al punto en el que muchos indecisos se inclinaron por Petro por mera dignidad nacional. En fin, eso de que sin ellos no se hubiera ganado no es más que una especulación imposible de verificar y un bálsamo para su maltrecha reputación política.

El gobierno de unidad nacional que le queda al Presidente es directamente con la gente en las calles y en las urnas, si es que pasa en el Senado la Consulta Popular que está promoviendo para pasar las reformas que el Congreso le niega una y otra vez. A este gobierno popular solo le queda gente del común y poco tiempo. Hay que avanzar con paso firme y sin descanso para que queden legados perdurables. Por lo pronto, queda la amarga experiencia de saber, para la próxima, que más que unidad lo que necesita un gobierno es coherencia. Y la coherencia implica tener principios comunes y metas compartidas. Los gavirias, lópez, ocampos y leyvas no tenían ni lo uno, ni lo otro. Solo apetito burocrático e intereses particulares, como es usual en estos políticos.

Aún queda tiempo, ganas y gente. Vamos para adelante porque el pasado ya no se puede cambiar. Pero el futuro aún nos pertenece. No lo perdamos otra vez intentando cambiar la mentalidad de quienes creen que sus privilegios son derechos adquiridos y que los derechos de los demás son concesiones inmerecidas. Es al revés. Los privilegios son concesiones inmerecidas y los derechos son de todos en un Estado Social de Derecho. Vamos a seguir trabajando por eso. Sin pausa y con prisa.

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