Por Andrés Felipe Giraldo L.
Nunca antes un gobierno se había enfrentado al poder. Y la razón es sencilla: hasta ahora, siempre había gobernado el poder. Los presidentes de Colombia, desde que tengo memoria, con mis ya 50 años, siempre representaron facciones de poder. Como candidatos, fueron financiados por los grandes grupos económicos que acaparan la riqueza del país e hicieron campaña de la mano de los gremios más poderosos, que al final terminaban poniendo a los ministros de las carteras más importantes. La línea entre poder y gobierno siempre fue imperceptible. Para los poderosos, gobernar ha sido la regla, ya sea porque sus propios vástagos se han metido a la política o porque tienen títeres a la mano, dispuestos a gobernar para ellos a cambio de unos años de fama, algo de poder y los privilegios propios del Ejecutivo.
Por eso, el actual gobierno de Gustavo Petro se presenta como un fenómeno anómalo y disruptivo en la historia de Colombia. Petro no solo es el primer presidente de izquierda desde que inició nuestra vida republicana, sino que además no pertenece a las familias que encarnan los intereses de las élites en el país. Si revisamos, entre los mandatarios que gobernaron a Colombia desde el siglo XIX, se repiten apellidos como Santos, López, Pastrana, Lleras, Gómez, Samper, Ospina, Turbay, entre otros muy selectos, como si de dinastías monárquicas se tratara.
Petro no tiene abolengo. Es un exguerrillero proveniente de una familia humilde, que perteneció a un grupo armado surgido con el objetivo de reivindicar derechos populares y democráticos, en respuesta al robo de las elecciones de 1970. Sin embargo, ese grupo terminó provocando el más aterrador e injustificado ataque a la Corte Suprema de Justicia, que en su momento era de lo poco rescatable que quedaba en las instituciones del país. Sí, el M-19 cerró su historia en la ignominia de la insensatez, y no tuvo más remedio que entregar las armas y hacer política, en lo que, hay que decirlo, no les fue nada mal. Para la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, la Alianza Democrática M-19 fue la segunda fuerza política en ganar escaños, y sus propuestas quedaron plasmadas en la Carta de navegación nacional que nos rige hasta ahora. Fue por esa misma época que Gustavo Petro inició su carrera como congresista, ejercicio que desempeñó con brillantez, honestidad y resultados.
Pero quiso más. Se atrevió a más. En 2011 ganó la Alcaldía de Bogotá tras haber denunciado a sus excopartidarios Samuel e Iván Moreno Rojas, quienes se colaron en la izquierda democrática para aceitar sus maquinarias de corrupción. Ya venían causando estragos con su señora madre (la “Capitana”), hija del dictador de ocasión, el mismo dictador al que le robaron las elecciones en 1970 cuando quiso gobernar por la vía democrática. El establecimiento que lo puso en el 54 le impidió gobernar mediante la votación popular en 1970.
Ese mismo establecimiento, devenido en los hijos y nietos del robo de las elecciones del 70, convirtió la alcaldía de Gustavo Petro un verdadero martirio. Como es su costumbre, Petro no se preocupó por armar listas sólidas para el Concejo y debió gobernar sin el apoyo del cuerpo colegiado encargado del control político y la aprobación de sus proyectos. Además, también debió gobernar contra la prensa hegemónica de la capital, que es la misma del país, en un país tremendamente centralizado, en donde al Alcalde de Bogotá le adjudican “el segundo cargo más importante del país”, muy a pesar de Francisco Barbosa, quien se creía virrey de la Nueva Granada, mientras fue Fiscal General. Y también debió gobernar a pesar de un Procurador General fanático, que lo detestaba (y que Petro mismo ayudó a elegir como Senador), quien lo destituyó arbitrariaramente y contra toda lógica democrática. Petro fue Alcalde de Bogotá con todo en contra y, sin embargo, sus números al final demostraron que ejerció un mandato bastante decente y con resultados halagadores, aunque el siempre independiente, objetivo y imparcial Daniel Coronell quiso mostrar lo contrario, tergiversando las cifras, como suelen hacerlo los periodistas independientes cuando quieren tener la razón a como dé lugar. Porque no pueden independizarse de su ego, que les domina más que la ética y el rigor.
Estas son las paradojas del régimen que ha gobernado a Colombia. Porque en este país, los políticos de los partidos tradicionales, aliados con los grupos económicos dominantes, habían hecho todo lo que se les daba la gana. Hasta ahora. Hasta que Petro ganó las elecciones presidenciales en 2022, contra la voluntad del poder, pero apoyado por más de once millones de personas cansadas de los manejos turbios del Estado y de una prensa manipuladora y servil a los grupos económicos, porque además son sus dueños y benefactores. El Tiempo es de Luis Carlos Sarmiento Ángulo; la Revista Semana, de los Gillinsky, Caracol, El Espectador y Blu Radio son del Grupo Valorem, de los Santo Domingo, y La Silla Vacía es de Juanita León, que es hija de los dueños de Quala, esa empresa que tiene trabajando viejitos en la informalidad al agua y al sol en las calles, vendiendo Vive 100 y Bon Ice. Ah bueno, y Cambio, que presume no tener dueños poderosos, pero que defiende sus interes con más fervor que los demás, bajo la bandera de la imparcialidad, la independencia y la objetividad. Difícil creerlo, cuando uno de sus periodistas estrella tiene una empresa dedicada a lavarle la cara a financiadores de paramilitares y los dueños lo defienden. En fin.
Todo este recuento demuestra que Petro no gobierna para los poderosos, como todos los presidentes hasta ahora. Gobierna a pesar y en contra de los poderosos, y por eso la ha tenido tan difícil, porque en Colombia no existe la identidad de clase y el pueblo, esa ficción que Petro cree que lo respalda, no es más que una masa asalariada y dependiente de los dueños del país, esos mismos que pusieron presidentes hasta el año 2018. Por eso Petro tendrá que seguir gobernando como lo ha venido haciendo hasta ahora: con estoicismo, resistencia y resultados, aunque el establecimiento corrupto se los niegue porque no les conviene aceptar que la mayoría de las cosas se han hecho bien y se inventan un país violento, caótico e ingobernable desde los medios. Porque lo que muestran las cifras frías y claras es que aunque el desempleo baje, la economía se mantenga, el precio del peso sea cada vez más sólido, los narcotraficantes estén cada vez más golpeados y acorralados, la violencia del conflicto ceda en todo el territorio nacional y los grandes empresarios del país, esos que aborrecen a Petro, se hagan cada vez más ricos en este gobierno, los poderosos seguirán diciendo que nunca antes habíamos estado peor. Ellos saben que mienten y no les importa. Ellos saben que con Iván Duque los índices económicos de pandemia fueron de los más desastrosos del mundo, y que en varios ranking externos y serios Colombia fue vapuleado por los analistas, calificando a ese gobierno como uno de los que peor gestionó esta catástrofe mundial, porque le dieron el manejo de los recursos al sector financiero privado que hicieron lo que siempre hacen, enriquecerse a costa de las desgracias del pueblo, porque el sector financiero de Colombia, ese mismo que posee los medios de comunicación, es carroñero, aprovechado e implacable. Mientras la gente se moría poniendo banderas rojas en sus ventanas, para que les llevaran un mercado miserable, los bancos seguían contando sus utilidades en billones. Es la verdad y las cifras están disponibles, aunque los medios las oculten convenientemente para no incomodar a sus dueños.
A este gobierno solo le quedan 16 meses y poco a poco se van disipando las intenciones de derrocar a Petro que con tanto ahínco se promovieron desde el 7 de agoso de 2022. Ahora los gendarmes de la derecha, que siempre ha gobernado a Colombia (algunos disfrazados de ese “centro” que no existe), se preparan para las elecciones, porque muy a su pesar, Petro no ha dado la más mínima muestra de quererse perpetuar en el poder o de robarse las elecciones como lo hiciera el papá de Andrés Pastrana en 1970, y poco a poco se les olvida que tienen que seguir metiendo miedo, porque eso ya no les funciona. Petro no fue Chávez, ni salió dictador, ni coartó libertades, ni reprimió manifestaciones. Además, se dejó disciplinar por la Rama Judicial que lo fustigó sin descanso hasta para que se retractara de decir verdades, como que Vargas Lleras es un politiquero corrupto de marras, y que ha intrigado en todos los gobiernos locales y nacionales para sacar provecho en su interés particular. Esa es una realidad tan evidente en Colombia, que da risa que una alta Corte como el Consejo de Estado se preste para tapar el sol con un dedo. Pero así es. Y para terminar, le ordenan a Petro que no transmita más el Consejo de Ministros por los canales privados, cuando tuvimos que soportar capítulos ridículos de Iván Duque de “Prevención y Acción” sacando caritas bravas y contentas, y preparando Frutiño de naranja en horario prime, para el deleite de las mascotas que dejaban solas durante la jornada laboral de quienes salían tarde de las oficinas, porque nadie con un mínimo de inteligencia soportaba ese bodrio inútil e innecesario.
El gobierno de Petro no ha sido perfecto. Ni siquiera se ha acercado a la perfección. Y si somos autocríticos y reflexivos, como debe ser el progresismo si queremos perdurar, debemos reconocer que fue un gobierno tremendamente corrupto, acomodado y servil. Sin embargo, tranquiliza ver que la corrupción se denunció sin dilaciones y que el Presidente asumió el costo político sin derivaciones ni medias tintas. Más de una vez dijo “me equivoqué” y eso se le reconoce porque no es común que un Presidente en Colombia reconozca que se equivoca. Iván Duque, por ejemplo, jamás lo hizo. Y él mismo fue una equivocación de la historia democrática de Colombia, elegido solo por saberse la talla de los Crocs de Uribe, sin ningún otro mérito. Además, Petro no supo armar bancadas sólidas para el Congreso (como no lo hizo para el Concejo en Bogotá) y sus resultados legislativos pintan que van a ser un desastre. Pasaron muy pocas reformas porque no solo tuvo una bancada minoritaria sino inexperta. En cuatro años ni las boreales ni las zuletas ni los escafes fueron capaces de consolidar una bancada respetable. Entre escándalos, estupideces e inexperiencia no hubo quién respaldara las reformas del gobierno porque los que lo dieron todo como Mondragón, Esmeralda, Asprilla y otros tantos, no alcanzaron los votos necesarios para consolidar unas mayorías esquivas, chantajeadoras y manipuladoras que ahora también están en elecciones.
Por eso, hay que ser realistas. La consulta popular va a naufragar en el Senado, las reformas pendientes se van a hundir y a este gobierno no le queda más que proyectarse a unas elecciones en 2026 que seguramente se van a perder, pero que también van a servir para consolidar una oposición más robusta, más seria, más determinante capaz de construir leyes sólidas para el futuro porque poco a poco se nota que el poder Legislativo en Colombia es tan o más importante que el Ejecutivo. Entonces, no hay que claudicar ni llorar si se pierden las Presidenciales de 2026. Petro nos enseñó que se puede gobernar contra el poder y que allá se puede llegar por la vía democrática. Ese es su gran legado. Pero cuando volvamos a gobernar, tendremos que garantizar unas mayorías en el Congreso que hagan viable el cambio, que el partido único sea tan fuerte que no toque rogarle a los tibios que se unan, porque está claro que no son más que infiltrados de los privilegios, progresistas hasta que les tocan sus tierras, sus riquezas o su poder, y que los liderazgos estén tan perfilados que no sea una químera pensar en proyectos de largo plazo desarrollados en dos, tres o cuatro gobiernos consecutivos como sucede ahora en México que pasó de López Obrador a Sheinbaum con tanta fuerza que el PRI, tan dictadura perfecta durante 70 años, se ve ahora como una fuerza minoritaria.
Petro gobernó contra el poder y acabó con el mito de que la izquierda en Colombia jamás gobernaría. Cometió muchos errores pero fueron más los aciertos, que se verán pronto, cuando hasta los más reaccionarios extrañen su talante democrático y su respeto por la oposición y la independencia de las Ramas del Poder Público a los que solo les tiró posts de X, pero jamás gases lacrimógenos, balas o bolillazos, como el anterior gobierno, a quien nadie ha tratado de dictador. Estamos en las postrimerías del primero de muchos mandatos muy a pesar de los dueños del país. Esos dueños que le recuerdan casi a diario que “Petro no es el dueño de Colombia”. Porque solo les falta rematar con “porque los dueños somos nosotros, los de siempre”. Y lo sabemos. Pero vamos a luchar por un país sin dueños. Y eso es lo que les duele. Que Petro les desafió ese sentido de propiedad que nadie jamás les había desafiado. Ahora nos corresponde a los que venimos construyendo progresismo demostrarles que se puede seguir gobernando contra el poder. Porque el poder en Colombia pertenece al pueblo y se lo vamos a devolver. Colombia no tiene dueños. Y así como ustedes se lo recuerdan a Petro, nosotros se los haremos saber a ustedes, señores del poder en Colombia. Ustedes tampoco son los dueños del país. No se les olvide.
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