Por Andrés Felipe Giraldo L.
La principal característica del extremo inconsciente en Colombia es que la mayoría de sus militantes se autoproclaman de “centro”, pero muy pocos van a reconocer que son militantes, porque la palabra “militante” les parece fuerte, radical, de extremistas. Por alguna razón, su mundo es dicotómico, todo se divide en blancos y negros, pero lo que les rodea (a un lado y al otro), es equivalente. Por supuesto, ellos son los grises y los matices. Para ellos todo está “polarizado” y “polarización” es su expresión favorita.
Les parece, por alguna extraña razón, que ser discriminador, xenofóbico, homofóbico, camandulero e irrespetuoso de la libertad de credos y cultos de los demás (por ejemplo), es igual que oponerse con vehemencia a todo ello, porque confunden la vehemencia con la intolerancia y creen que cualquier manifestación de intolerancia es símbolo inequívoco de polarización. Se la pasan enarbolando la bandera de la paz como si les fuera un bien exclusivo. Todos los demás son violentos y agresivos. Y le van poniendo etiquetas de “paracos” o “guerrillos” a sus contradictores ideológicos, de acuerdo con el espectro en el que los ubiquen. A veces son un poco más indulgentes y se limitan a llamar “progres” a unos y “fachos” a los otros, como para entrarle al debate y a la discusión, como si se bajaran en un acto de humildad del pedestal de la autoridad moral que se han construido. Su debate es tremendamente pedagógico. Ellos le enseñan a la gente a pensar y a discernir con apostólica paciencia porqué estar en los extremos es malo y porqué su posición es la correcta, la equilibrada, la del justo medio aristotélico que lleva indefectiblemente a la perfección.
La condescendencia es su arma favorita. Cuando uno discute con ellos puede sentir unas paternales palmaditas en la cabeza que oscilan entre la lástima y la rabia contenida, porque resienten que sus valiosas enseñanzas no hayan sido lo suficientemente asimiladas por nosotros, los mortales extremistas. En momentos de ira e intenso dolor no dudan en decir que petristas y uribistas son exactamente iguales. Obviamente, con ello quieren herir exclusivamente a los petristas, como si fuesen uribistas.
Reaccionan indignados cuando se les enrostra el voto en blanco de la segunda vuelta de 2018, tal como lo hicieran Sergio Fajardo y Humberto De La Calle, los llamados “candidatos de centro”, porque el voto en blanco es una expresión legítima de la democracia. Tienen razón. Como tienen razón los que evidencian que dicho voto es inútil y que sencillamente no cuenta. Pero para ellos es más importante salvar su conciencia que al país, porque la única realidad objetiva, la que no cambia por más que quieran, es que uno de los dos candidatos que pase a la segunda vuelta va a gobernar como presidente, duélale a quien le duela.
Últimamente, algunos se han atribuido como propia la derrota de Trump, pasando (por el arte de la interpretación y la comparación forzada) a Biden como un candidato de “centro”, omitiendo características tan importantes como el bipartidismo arraigado en los Estados Unidos que cambia completamente el panorama y que lleva a los límites de la insensatez tal analogía.
Otra característica del extremo inconsciente es que están del lado del establecimiento al que llaman “institucionalidad”. Claman, independientemente del escándalo, por la preservación de las instituciones porque son el soporte de la democracia, como si tales instituciones fueran meros edificios y no personas que ejercen sus funciones surfeando en mares de corrupción. Son bastante tibios para criticar a los poderosos si son de sus afectos. Anteponen el gusto particular al análisis político. Y son, sin duda, proclives a mantener el status quo porque de alguna manera les favorece, porque, aunque en su gran mayoría no tienen los mismos privilegios que las élites, se conforman con las migajas que se le caen de la mesa a estos, y agradecen con venias su generosidad.
El extremo inconsciente jamás va a reconocer que es un extremo. Creer que están en el “centro” les ha hecho perder la perspectiva para notar que, si la tal polarización existe, ellos son solo un extremo más en ese juego de los egos, y que no estamos hablando de dos fuerzas antagónicas equivalentes y nocivas que se enfrentan con ferocidad entre sí, sino que ellos tensan aún más la cuerda de los odios desde la sobradez y el desdén con el que analizan a los demás con una pretendida imparcialidad y objetividad que es tan postiza como innecesaria.
En mi opinión, y una vez más lo ratifico, el “centro” político no existe. Lo que existen son personas que oscilan entre posiciones variopintas y disímiles que van en una dirección u otra de acuerdo con sus preferencias ideológicas e intereses particulares. Eso no está mal, por el contrario, creo que la mayoría de personas sin partido ni militancia alguna navegamos en esas aguas. Lo que no está bien es seguir clasificando al mundo entre amigos y enemigos, entre buenos y malos, de acuerdo con su percepción infalible del mundo. Quizás cuando reconozcan que puede ser igual de nocivo renunciar al futuro e irse a ver ballenas en vez de asumir una posición constructiva ante una debacle inminente, habrán tomado la conciencia necesaria sobre los grandes retos que tiene Colombia para contener de una vez por todas a la extrema derecha que está carcomiendo los cimientos de la democracia y el equilibrio de poderes entre las ramas del poder público.
Por lo pronto, bienvenidos al mundo de los extremos. Ustedes están allí. Así no lo puedan ni lo quieran ver.
Fotografía tomada de Revista Semana.
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