Por Andrés Felipe Giraldo L.
Ya perdí la cuenta de los domingos en los que despierto pensando con un profundo remordimiento que no escribí columna tampoco ese domingo. Son muchas semanas ya con la pluma en estado de hibernación, sin más razón que la profunda pereza que abarca mi ser desde que le perdí el gusto a la cotidianidad política y al debate público. La última columna que escribí, después de mucho tiempo, fue sobre el entreverado y fallido proyecto del Metro de Bogotá, que está haciendo la primaria para graduarse como el escándalo más decadente de la muy prolífica carrera de corrupción en Colombia. Esa columna quedó ahí, como una isla, entre dos ausencias prolongadas de la que algún día fue mi infaltable columna de los domingos.
Desde el sábado por la noche ya estoy pensando en la excusa para no escribir la columna del domingo. La principal, la falta de incentivos. Mientras muchos columnistas ganan algún dinero escribiendo genuinas estupideces pagados por los medios que ya tienen una línea editorial preestablecida y solo llenan renglones con la bilis de sus posturas tendenciosas, tergiversadas y maliciosas; yo escribo gratis mis posturas tendenciosas, tergiversadas y maliciosas. Y esta sensación me surge desde que escribir o enseñar a escribir se ha convertido en mi principal fuente de ingresos. ¿Por qué hago gratis lo que otros hacen cobrando? y ¿por qué lo hago bien cuando otros, cobrando, lo hacen tan mal? Pero no es más que una excusa. Desde 2017 he escrito columnas sin ningún tipo de incentivo, con el único propósito de estructurar una opinión que trascienda la facilidad de gritar en 280 caracteres sin más contexto que un par de frases adornadas con insultos. Escribir columnas me reta, pero también me cansa, porque tengo que pensar, hilar y argumentar, ejercicios mentales extenuantes porque exigen investigaciones y estudio para no decir estupideces, que no tienen más soporte que lo que nos sale de los cojones o el orto, lo que hacen la mayoría de opinadores. En este sentido, creo que mi mayor obstáculo ha sido la pereza. Lo debo reconocer con una inmensa vergüenza y con una devastadora honestidad. Me ha dado pereza pensar lo suficiente para escribir columnas de opinión. No hay otra verdad.
Dicen que el primer paso para superar un problema es reconocerlo. Pues bien, reconozco que la pereza ha arrasado mi voluntad para escribir columnas de opinión. Me anquilosé en la comodidad de las excusas y los pretextos para mandar al carajo una reputación bien lograda con sendos sacrificios dominicales de madrugadas a las cuatro de la mañana para cumplirle a un público imaginario que se convirtió sagradamente en retroalimentaciones y republicaciones en una cantidad respetable, teniendo en cuenta que ni la mayoría de los columnistas de los grandes medios llegaban a tanto. Así me forjé una reputación, desde una tribuna modesta que también me sirve para promocionar los cursos de escritura creativa a los que me dedico con un gran equipo humano y profesional, y para darle también alas a la inspiración literaria, tan escasa por estos días.
Por eso hoy me he alejado de la coyuntura tan prolífica de temas, hechos y acontecimientos actuales para concentrarme en este acto de contrición que me permita pedir perdón por esta pereza tan aterradora que me ha alejado de la disciplina sagrada de escribir cada domingo una columna y para hacer un compromiso serio con mis lectores, que han sido indulgentes con mis prolongadas e injustificadas ausencias.
Voy a forzar la voluntad, que es la única manera de domesticar el difícil arte de la disciplina. Por supuesto, no prometo escribir cada domingo desde las cuatro de la madrugada porque también intentaré honrar los domingos con el inevitable placer de dormir. Pero sí haré un esfuerzo por ir construyendo un texto en el transcurso de la semana que aunque pueda no ser tan actual, tampoco sea tan obsoleto. Procuraré trabajar más pausado, con tiempo, sin afanes, disfrutando el proceso y corrigiendo en el trayecto. Quiero forzar la voluntad sin romperla, sin generar angustias innecesarias, reconociendo que cada semana tiene siete días y que en cada uno se pueda avanzar un poquito para llegar al domingo con algo decente, sin prisa pero sin pausa.
Dicho esto, quiero agradecer a quienes me han motivado una vez más para que siga escribiendo, agradezco a quienes me han preguntado por qué no volví a escribir la columna de los domingos y de paso les pido perdón por no haber respondido, pero la respuesta me avergonzaba: Me daba pereza.
Dicho esto, que es un anuncio y un relanzamiento de mis columnas dominicales, haré este compromiso con la mejor intención de honrarlo. Ya he anunciado novelas que nunca he escrito y he escrito manifiestos comprometiéndome a cosas que nunca hago, como por ejemplo adelgazar. Intentaré cumplir con la más firme convicción de responder a las expectativas de quienes han creído en mis letras, y si no lo hago, espero su desprecio más sincero.
Me obligo también para refinar mi capacidad de análisis que se vuelve tan superficial en el frenesí de las redes sociales, para recuperar la habilidad de escribir con sensatez, sarcasmo y complejidad, para salir del redil conforme de la respuesta en caliente. Y no puedo mentir, vuelvo a escribir para que me lean, para ser una voz altisonante en estos momentos de convulsión mundial y de desinformación nacional. Voy a elevar mi voz nuevamente con la disciplina sagrada que requiere construir estos textos que me dan luz para poder construir mis propias posiciones y sentar mis propios argumentos.
Mis más sinceras disculpas por esta debilidad mental e intelectual que me alejó de la tribuna de los domingos por tanto tiempo, quizás imbuido en los laureles de un reconocimiento fatuo que se pierde en el olvido de los que creemos que nos hemos ganado algo. Haré mi mejor esfuerzo por acompañarles cada fin de semana con la intención de generar controversia, animar el debate, ponerlos a pensar, a disentir y a reaccionar con esta agitada realidad que nos arrasa con tanto frenesí y que no da tiempo para procesar tantos hechos plagados de confusión y sombras.
Una vez más, gracias por seguir mis columnas y nos vemos el próximo domingo con menos meaculpas y más análisis. Gracias por su paciencia, comprensión y cariño. Y a quienes no me quieren o les produzco fastidio, también gracias por llegar hasta acá aunque sea para esponjar la nariz, torcer la jeta y voltear los ojos. Bienvenidos y bienvenidas de nuevo a mi espacio dominical. Mi incentivo es que me lean. Gracias de corazón.
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