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El arranque de Petro

Por Andrés Felipe Giraldo L.

A escasas siete semanas de la posesión de Gustavo Petro como nuevo Presidente de Colombia, ya se puede hacer un balance preliminar de su gestión, sin apasionamientos ni grandes expectativas, en donde ha habido más aciertos que desaciertos, pero, hay que decirlo, tales desaciertos son muy desafortunados.

En primer lugar, cabe decir que el gabinete que nombró Petro desarmó a quienes lo acusaban de radical, intransigente e incapaz de armar un gobierno de coalición. Principalmente, el nombramiento de Alejandro Gaviria en la cartera de educación permitió vislumbrar la apertura mental del nuevo mandatario al entregar uno de los temas más sensibles en el país a un neoliberal confeso como el exministro de salud. Además, demostró sus dotes de conciliador, al nombrar justamente en el ministerio de salud a Carolina Corcho, acérrima detractora del propio Gaviria con quien ahora debe compartir mesa en el consejo de ministros. Sin embargo, no todos fueron aciertos en los nombramientos de los ministerios.

El desacierto más clamoroso del gabinete fue el nombramiento de Guillermo Reyes en la cartera de transporte, un político sin mayor recorrido y con nulo conocimiento del sector para el cual fue designado, además de ser un “plagiador en serie” como lo ha demostrado Rodrigo Uprimny en varias de sus columnas sin que esto hubiera mosqueado al Presidente, lo cual indica que para él es mucho más importante cumplir con los acuerdos politiqueros que con la probidad de sus subalternos. Tampoco es de mi agrado Alfonso Prada en el ministerio del interior, un gobiernista de todos los gobiernos, cuyo traje de camaleón solo es comparable con los de Roy Barreras y Armando Benedetti. En nombramientos como los de Reyes y Prada se va desmitificando el carácter incorruptible de Petro, a quien se le ve tremendamente pragmático “corriendo las líneas éticas” en función de una gobernabilidad que debe consolidarse pronto y sin mayores resistencias, sumando mayorías en un Congreso famoso por su sumisión al Ejecutivo desde siempre, en donde ni siquiera un Presidente de izquierda tiene mayor inconveniente en lograr sumar apoyos de sus más enconados rivales, como el partido Conservador. En otras palabras, es evidente que la tal mermelada en el gobierno Petro tampoco va a faltar. Algunos lo ven como simple estrategia, yo lo veo como un decepcionante “más de lo mismo” o el tan cacareado “el fin justifica los medios” que jamás escribió Maquiavelo.

Otro nombramiento “polémico”, por decir lo menos, fue el de Mauricio Lizcano en la Dirección del Departamento Administrativo de la Presidencia (DAPRE) un cargo con demasiado poder para entregárselo a un corrupto. Mauricio Lizcano, hábil como el que más, dio un paso al costado en su carrera política justo cuando Pirry iba a demostrar sus actos de corrupción relacionados con unos predios en el departamento de Caldas, donde tiene su mayor fortín político. Escondido tras bambalinas durante un buen tiempo, esperando a que sus escándalos se enfriaran, regresó al ruedo político de la mano del ganador, Gustavo Petro, y se coló en el Pacto Histórico entre palmaditas de espalda y “acá no ha pasado nada” para hacerse con uno de los cargos que más burocracia administra en el Estado, incluyendo el círculo más cercano del Presidente. La impunidad en las investigaciones contra Mauricio Lizcano es evidente y la laxitud de Petro al nombrarlo sin mayor reparo es preocupante, teniendo en cuenta la cercanía del cargo de Lizcano a los temas más sensibles del manejo íntimo del primer mandatario.

Superado este asunto de los nombramientos, sobre los que no tengo mayor reparo en el resto de los nombres, y que me causan más tranquilidad que preocupación, resaltando con especial admiración la designación de Iván Velásquez en la cartera de defensa por la temeridad de Petro al confrontar las Fuerzas Militares con un probado líder en contra de la corrupción y el favor de los Derechos Humanos, quiero abordar al Petro político, al de los discursos, lo eventos y las cumbres, que me ha dejado gratamente sorprendido.

Petro ha abordado los escenarios más hostiles con lomo de estadista, sabiendo de qué habla, con discursos magistrales que han desarmado a sus más enconados contradictores. Basta recordar su discurso en el Congreso Empresarial Colombiano frente a los industriales, comerciantes y empresarios del país (y frente al mismo Bruce Mac Master, presidente de la ANDI), explicando de manera muy retórica pero muy efectiva la importancia de las reformas que pretende adelantar en materia económica, deslizando entre los renglones un trasfondo histórico y filosófico difícil de refutar:  https://www.youtube.com/watch?v=6DpzvCid5eA. Acá pueden ver el discurso completo. Y ni hablar de su discurso más reciente en la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York, cuando por fin un Presidente de Colombia plantó cara a la comunidad internacional sin ambigüedades ni tibiezas sobre temas tan álgidos como la lucha contra las drogas o el cambio climático desde una perspectiva netamente progresista. Magistral. Acá pueden ver el discurso completo: https://www.youtube.com/watch?v=1T46oAkrydg.

Así pues, en las primeras siete semanas del nuevo gobierno se ve a un Petro pendulando entre los discursos esperanzadores y un pragmatismo repugnante, en donde cimenta sus proyectos de cambio en generarse un ambiente favorable entre la ciudadanía pero también entre los políticos más rancios y tradicionales del país. Esta alquimia es supremamente difícil de conciliar en el análisis, porque será emocionante para las personas de a pie escucharlo en la ONU, pero para quienes hemos luchado contra la corrupción desde distintos frentes exponiendo nuestra propia vida resulta en exceso frustrante verlo de la mano de tanto hampón impune y descarado.

De otro lado, causa mucha curiosidad el afán de Petro por iniciar algunas reformas con la mayor celeridad y otras con tanta parsimonia. Es claro que la reforma tributaria está dentro de sus prioridades inmediatas porque los cambios que quiere lograr son supremamente costosos no solo desde el punto de vista económico, también desde los frentes sociales y políticos. Y sin recursos, es imposible ejecutar cambios tan trascendentales como los que tiene Petro en la agenda. Pero no se entiende por qué programas que requieren acciones inmediatas como el de la superación del hambre andan tan anquilosados, cuando la malnutrición de los niños en Colombia es apremiante y esta es la hora en la que no se sabe cómo ni cuándo van a empezar a ejecutarse políticas efectivas en esta dirección, siendo esta no solo una promesa de campaña, sino un anuncio explícito en el discurso de posesión. En diciembre de 2021, hace apenas unos meses, según las cifras oficiales en Colombia había 560 mil niños con desnutrición crónica, crisis agravada por la pandemia y que hasta la fecha no cuenta con una política clara y concisa establecida por parte del Estado para su mitigación. 

En resumen, el arranque de Petro es interesante desde lo retórico pero aún muy corto en las ejecutorias. Si bien apenas lleva menos de dos meses en el poder, es necesario avanzar en hechos concretos que trasciendan los anuncios y empiecen a enderezar el rumbo después de veinte años de uribismo fuerte en el gobierno y en la oposición. Ahora Petro tiene la gran oportunidad de convocar un gran acuerdo nacional para sacar adelante sus reformas. El ambiente se presta. La paupérrima y patética oposición a su gobierno se lo facilita. La oposición actual da entre tristeza y rabia y solo permite formular la pregunta ¿Cómo fue posible que gobernaran una vez más bajo el liderazgo de un homúnculo sin carácter ni criterio como Iván Duque? quien ahora no es más que un fantasma regordete y barbado que se la pasa en los medios nacionales e internacionales de la derecha tratando de recoger los pasos de su pésimo gobierno.

Gustavo Petro Presidente oscila entre las grandes aspiraciones de cambio y un pragmatismo que corre hasta más allá de los límites las líneas éticas. Es contradictorio impulsar los cambios de la mano de quienes se han favorecido con la corrupción tradicional anclada en un sistema que la permite de manera estructural. Seguramente Petro irá encontrando la manera de que ese pragmatismo sea funcional a sus grandes obras tal como lo hizo Santos con el proceso de La Habana, decepcionando a sus antiguos aliados hasta el extremo del odio visceral, pero apaciguando el dolor de un conflicto de 65 años ininterrumpidos. No soy de los que cree que el fin justifica los medios. Por el contrario, creo que los medios castran los fines porque los terminan absorbiendo hasta hacerlos imperceptibles. Pero comprendo que hay que conciliar el pragmatismo con las necesidades sociales para poder sacar las reformas adelante. No soy tan iluso ni tan ingenuo para creer lo contrario. Ojalá nuestro presidente alquimista logre depurar las impurezas de su mandato desde lo profundo de las reformas para su mandato haya valido la pena. De lo contrario, estaremos ante un nuevo fracaso de la izquierda en el gobierno, como ya ha sucedido a nivel local y regional en tantas partes.

Buen viento y buena mar Presidente Petro. De mi parte, los mejores deseos. Pero acá estaré para pisarle los callos con toda mi fuerza para que recuerde que tiene la responsabilidad histórica de garantizarle a Colombia la alternancia que tanto bien a las democracias y que si usted siembra una buena semilla es posible que en 2026 estemos de nuevo celebrando el triunfo de la izquierda democrática con alguno de los representantes de una fuerza que crece y se consolida. Ojalá no sea inferior a los retos de la historia y no se quede deslumbrado por el poder como Ícaro cuando ascendía hacia el sol con sus alas de cera. Ojalá su legado perdure más por lo que dice en sus discursos que por lo que demuestra en sus nombramientos. Yo lo seguiré criticando mientras las libertades me lo permitan. Y sé que usted es un garante de ellas. En eso confío y por eso le di mi voto. Pero no mi conciencia.

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