Por Johanna Bazurto
Nota: los nombres de los personajes han sido cambiados para proteger su identidad.
Existen situaciones e historias en las que es muy fácil justificar o al menos entender el porqué de la violencia. En un país como Colombia en el que no existe justicia, ni apoyo ni solidaridad, lo más fácil es arreglar las cosas por vías poco tradicionales, que al final terminan siendo más efectivas, o al menos dan la sensación de tranquilidad a quienes son víctimas del sistema de in-justicia en el país.
Hoy me encontré con Carolina, sus ojos estaban inundados en lágrimas, su esperanza pérdida, y la frustración a flor de piel, deseando tener a alguien de “la moto” para que haga justicia por ella, ya que los entes a los que les corresponde hacer respetar sus derechos le cerraron las puertas.
Carolina es, como la mayoría de las colombianas, una madre soltera que subsiste cada día en este país de absurdos e injusticia. No viven en pobreza extrema, pero le debe el alma al diablo o a los bancos que es la misma cosa.
Su pequeña hija, cada vez que los demás niños tienen cosas que ella no tiene, le pregunta “mami, somos pobres” y ella le responde “amor, qué te dije, la pobreza está en la mente y en el corazón” esa fue la estrategia que se ideó para apaciguar los antojos de la pequeña Linda. Carolina es profesional en artes, escogió esta carrera por pasión y convicción, en contra de la voluntad de su familia, ya deben saber lo que todos le dijeron “estudia eso para morirte de hambre” y aunque el hambre no la matado, sí se han ido apagando sus sueños y esperanzas de ejercer su profesión porque en lo único que se ha podido ubicar es en ventas.
Su hoja de vida carece de títulos y se desborda en pasiones, pero como de eso no se vive, ella vende su felicidad a una empresa que se usufructúa de su habilidad para interrelacionarse con los demás, de su capacidad de empatía para convencer a los clientes y vender, sin que nadie entienda su frustración y su aversión por lo que hace.
Todos los días se pone la máscara de “todo está bien” y sale a vender, con la esperanza de cumplir la cuota fijada para comisionar y no tener que echar a la suerte a quién o a qué entidad le va quedar debiendo ese mes o, lo peor, tener que sacrificar las clases de ballet que le paga a la pequeña Linda, para cultivar y apoyar su pasión.
Es una obviedad que les diga que su salario no le alcanza para cubrir una deuda más, pero a veces, por cosas que uno no puede explicarse, la vida envía limones y limones cuando ya nadie quiere limonada. Carolina, que para su edad es más bien ingenua, rayando a pendeja, le prestó sus datos a un “amigo de toda la vida” para sacar un plan de telefonía e Internet para su hogar. El buen amigo pagó las primeras 10 cuotas y un día le pidió a ella otro favor al que esta vez Carolina se negó, pues era un favor de índole económico. El buen señor, que se merece todos los apelativos concernientes a hijo de mala madre y padre desconocido, dejó de pagar el servicio de Internet y telefonía para desquitarse por la negativa de Carolina. Le dijo que ella debía asumir el costo de los meses que faltaban para la cancelación del servicio y que era una desagradecida por no ayudarlo, le hizo cuentas de todos los favores que alguna vez pudo hacerle en el tiempo que llevaban de conocidos, prácticamente le sumó hasta los saludos.
No satisfecho con esto, le empezó a escribir mensajes hirientes y ofensivos de cosas que él sabía sobre su vida y como conoce el nivel de sensibilidad de ella, sabe cuanto daño puede hacerle con estas ofensas.
Ella le escribió que ya estaba saldada la cuenta con el operador y que el servicio iba ser cancelado, que solo restaba que él hiciera la entrega de los equipos que presta el operador (módem y demás), con la sorpresa de que el “amigo” se negó a entregarlos y ahora la llaman a diario para decirle que si no los entrega o los paga la reportarán a centrales de riesgo.
Un reporte negativo en centrales de riesgo para alguien como Carolina es un perjuicio del nivel de la contaminación ambiental, pues está tratando de mantenerse al día con sus obligaciones para poder acceder a un crédito de vivienda, pero este anhelo se va a la basura con un reporte negativo en estas centrales.
Yo, que a veces suelo ser su amiga, le dije cuando me contó impotente y llorando “y para qué está la justicia, estás demorada en denunciarlo, no sólo te va perjudicar te está acosando con esos mensajes, ve a la policía o a algún ente gubernamental que te acompañe y le exija al tipo respeto para ti y tu integridad emocional, él se aprovecha porque te ve sola, pero seguro que con el apoyo de la justicia te quitas esa montaña de encima” tranquila, le dije, la justicia te ayudará.
No se imaginan la nostalgia y mi sorpresa cuando hoy la veía deshecha, llorando, desesperada, pues la supuesta justicia de la que le hablan a las mujeres, para que acudan cuando alguien vulnere sus derechos resultó ser peor que el mal tipo que la estaba haciendo sufrir este viacrucis.
Primero fue a una estación de policía y contó la historia, los señores agentes después de preguntarle hasta de qué color llevaba los calzones, le dijeron que no la podían ayudar, puesto que ellos no podían ingresar a ningún inmueble y que lo mejor era que tratara de hablar por la buena con el señor y convencerlo de entregar los equipos. Ella no se rindió ante esta negativa y aprovecho que estaba incapacitada por una gastroenteritis, que seguramente le produjo semejante situación, y se fue a una fiscalía.
En la URI que corresponde a la localidad donde vive el señor “amigo”, nuevamente contó la historia para que le dijeran que no la podían ayudar, porque no se podía interponer aún ninguna demanda ya que la primera instancia era la conciliación, que debía ir a la casa de la justicia más cercana y exponer el caso otra vez.
Como tenía todo el día libre se fue a la casa de justicia que le quedaba más cerca. Allí contó por tercera vez la historia para que le dijeran que en el momento esa casa de justicia no tenía servicio de conciliación y que debía ir SuperCade de la 30 o al barrio Restrepo e interponer la solicitud de conciliación, que de allí notificaban al señor a ver si él conciliaba y entregaba los equipos.
La pobre Carolina ya no tenía dinero ni energía para hacer un trámite absurdo, pues cuando preguntó al señor de la Casa de Justicia que si esta conciliación ejercía alguna obligatoriedad sobre el “amigo” le dijeron que no, que ellos no tenían ningún mecanismo para obligarlo a asistir y a entregar los equipos del operador de telefonía. Que, si el señor no se presentaba, ella podía volver a la Fiscalía e imponer una demanda por abuso de confianza, desde que tuviera todos los datos del “amigo”. Como se imaginarán, uno de los amigos se sabe todo menos el número de cédula, así que el señor de la Casa de Justicia le dijo que sin número de cédula no podía interponer ninguna denuncia.
Así termina una historia de asco en un país carente de justicia. Carolina definitivamente está sola, no tiene amigos de “la moto” y no la creo capaz de buscar esa opción, no tiene a nadie que vaya y le diga al buen amigo que devuelva los equipos, no tiene plata para pagar al operador de telefonía, que no le da opciones de pagar por cuotas, y no le queda más que esperar el reporte en centrales de riesgo y poner sus sueños de un crédito de vivienda en el mismo archivo donde dejaron su nombre registrado hoy, que no va a ninguna parte, que nadie revisa, que a nadie le importa y que no va a ser procesado.
Qué absurdo más grande, el que en este país osen de conjugar la palabra justicia, que inviten a las personas a acudir a los entes institucionales para hacer valer sus derechos, cuando lo único que hacen es engañar, tener una fachada mediocre que no actúa ni defiende a nadie.
Hoy una mujer llora a espalda de sus hijos, hoy una mujer desea tener más poder para hacer justicia por su cuenta. Hoy, posiblemente, ella que no aprueba la violencia bajo ninguna circunstancia, anhela acudir a ella para apaciguar la frustración impuesta por quienes deberían defenderla.
*Imagen tomada de pixabay.
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