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Carta desde las entrañas del infierno

Por Andrés Felipe Giraldo L.

En medio del fragor de las elecciones, los temas que algún día han llamado la atención de los medios de comunicación y de la opinión pública en Colombia pasaron a un segundo plano.

Andrés Felipe Ballesteros, el colombiano que sigue preso en Tanzania, sin que se resuelva su situación jurídica, a pesar de que en 2019 fue absuelto por un juez, y que inexplicablemente fue recapturado por la policía de ese país para abrirle un nuevo proceso por los mismos hechos, violando todos los principios jurídicos, sigue pudriéndose en la cárcel Keko en Dar es-Salam, la ciudad más importante de Tanzania. 

Este caso no solo se trata de una persona que ha sido privada injustamente de su libertad, sino del drama humano que debe soportar a diario para poder sobrevivir a pesar de todas las adversidades, y sin la menor esperanza de saber qué va a pasar con su futuro, porque a pesar de que lleva más de siete años y medio en esa cárcel, sin que sea declarado culpable o inocente en un segundo juicio que no llega, que no ha sido programado, y que parece, a nadie le importa, debe seguir afrontando la precaria y sufrida vida que le ha tocado vivir. A no ser que los medios de comunicación y la opinión pública se muevan de vez en cuando para recordarle al gobierno de Colombia que uno de sus compatriotas muere de a pocos en una cárcel de un inhóspito país de África.

Las gestiones de la Embajada de Colombia en Nairobi, Kenia, a cargo de las relaciones diplomáticas con Tanzania, en cabeza de Mónica de Greiff, han sido infructuosas. El 6 de agosto del año pasado, la Embajadora y el Cónsul hablaron con el Fiscal General de ese país, Sylvester Mwakitalu, quien, de acuerdo con lo manifestado por el cónsul César Augusto Castro, se comprometió a “avanzar en el caso”, sin que esto tuviera alguna connotación específica. El cónsul Castro también le anunció al hermano de Andrés Felipe, Juan Carlos Ballesteros, que la Embajada se pondría en la tarea de conseguir un abogado para atender este caso. Hasta el momento, la Cancillería colombiana no ha asignado ningún abogado para que atienda el caso de Ballesteros.

Pues bien, han pasado más de seis meses y ninguna de estas promesas se ha cumplido. Andrés Felipe Ballesteros no es llamado a juicio, su estado físico y mental se sigue deteriorando cada día, y las esperanzas para que salga de la cárcel se van diluyendo entre los trámites diplomáticos tibios y sin resultados, y la intransigencia de la justicia tanzana que no se interesa para resolver esta situación, después de siete años y medio de tener privado de la libertad a un ciudadano extranjero sin un fallo que le condene.

La última noticia que envió el Cónsul a la familia Ballesteros, fue que habían visitado a Andrés Felipe en la cárcel el pasado mes de diciembre de 2021. El cónsul Castro lo visitó en la prisión de Keko para verificar sus condiciones y le dijo a la familia que “lo vio bien porque sonreía”.

En febrero de 2022 visité a Juan Carlos Ballesteros en Ávila, España, en donde vive actualmente con su familia, para preguntarle por la situación de su hermano Andrés Felipe. Entre los documentos que me facilitó, encontró dos de las tres páginas de una carta que Andrés Felipe envió a sus padres a principios de enero de este año, pero que jamás llegó a su destino porque Juan Carlos quería ahorrarles un dolor más a estos padres que mueren día a día con su hijo, imaginándose todos los vejámenes por los que tiene que pasar en una de las cárceles más inhumanas del mundo.

Juan Carlos me contó que muchas de las cartas que escribe Andrés Felipe las escribe sobre el papel a tientas, cuando ya todo está a oscuras, porque las celdas están repletas y les apagan las luces a todos al mismo tiempo. Por esto le pedí a Juan Carlos que me permitiera publicar la carta, porque más allá de un asunto jurídico o diplomático, se revela una tragedia humana de límites inconmensurables, en la que un joven que llegó a sus 28 años a pasar unas vacaciones en los paisajes exóticos de Tanzania, terminó en una pesadilla que ya va para ocho años en la que predominan el dolor, la incertidumbre y el abandono.

De antemano, pido perdón a los padres de Andrés Felipe Ballesteros, don Guillermo y doña Luz Nelly, porque seguramente esta carta les llegará a través de este medio. Mi intención es sensibilizar al gobierno colombiano y a las autoridades encargadas de velar por los Derechos Humanos en el mundo para que entiendan que el drama que vive Andrés Felipe, y que viven muchas personas privadas de la libertad injustamente en las cárceles del mundo, va más allá de lo diplomático o lo formal, y se hunde en lo más íntimo de la dignidad humana, como nos lo cuenta Andrés Felipe en su carta. Quizás esta carta sea un poderoso legado para Nikolay, el hijo de Andrés Felipe, que tiene la misma edad de lo que lleva su padre en cautiverio, y que solo conocerá lo que vivió su padre en prisión a través de estos testimonios sentidos y necesarios.

Sin más preámbulo, publico la transcripción de la carta que generosamente me facilitó Juan Carlos para el conocimiento de Colombia y el mundo. Esta transcripción es literal y solo agregué unas tildes para facilitar su lectura:

“Amados padres!!!

Hoy les escribo para contarles la realidad de mi vivencia y lo que tiene que pasar para volver a sus brazos, pero antes quiero desearles un feliz año nuevo sin prometerles que estaré pronto allá, ya sabrán porqué.

Hoy llevo 7 años, 4 meses y 13 días desde que entré a este infierno. La vida aquí no es fácil, llevo más de 7 años torturado mentalmente incluyendo las palizas (que también son torturas). Paso a paso.

Somos tratados muchísimo peor de lo que es tratado el peor animal, la dormida es comparada exactamente como sardinas enlatadas y creo que las sardinas enlatadas tienen más espacios, sin contar que el calor adentro de las celdas es más que infernal, incluso me salen sarpullidos en todo el cuerpo como ahora. (acaso esto no es una tortura?). Desde que entré a este infierno, no he dormido ni una sola noche confortable, pues dormimos en el suelo en espumas que son como carpetas, no se imaginan mi espalda y mi columna cómo me duelen, no puedo dormir de lado mucho tiempo pues mis rodillas me duelen mucho debido a las palizas que me han dado. Sufro de asma (ahora no es muy seguido, antes tenía que usar pastas y el inhalador todas las noches). Estuve en una celda de castigo tres días, comiendo un pedacito de masa y lamiendo sales sin procesar (es como pedacitos de vidrio quemado) una vez al día, y solo en bóxers, durmiendo sobre el cemento pelado y lleno de mosquitos, en esa celda solo podrían dormir dos personas pero éramos nueve y para dormir solo podíamos de lado. Ese lugar es lo peor que una cárcel puede tener. La comida es horrible, cuando el Covid 19 entró a Tanzania y cerraron la cárcel empezó el real sufrimiento que jamás he vivido en mi vida. Descubrí que el hambre duele, el sentir hambre duele de verdad, comer masa con un sabor asqueroso y cuarenta granos de fríjoles que saben a cucaracha una sola vez al día, duelen en el alma y en el cuerpo (aquí empecé a entender a los pobres y mendigos). Aquí no hay derechos humanos, incluso cuando se compra la comida nos roban y nos tratan como mendigos. Por ejemplo, si hoy tengo 50 mil mañana aparecen 40 mil y si me quejo mucho me reducen la porción de comida que compro. Aquí somos tratados de maricas, hijuetantas y “concha de su madre”, esa es la traducción exacta de la palabra en suajili. Cuando Juan venía a visitarme, ellos hacían hasta lo imposible para que no nos pudiéramos ver y cuando me quería dar la mano para despedirse no nos dejaban. Aquí no nos permiten ningún contacto con el mundo exterior, vivir aquí es un estilo de vida al que me tuve que adaptar para no morirme o volverme loco…”

La tercera página no apareció. No sabemos cuánto más tenía por contarle Andrés Felipe a sus padres. Pero lo que está plasmado acá es suficiente para dimensionar el sufrimiento de un connacional que ha sido abandonado a su suerte en una lejana prisión de África, mientras él sigue luchando en estas condiciones infrahumanas día a día con la esperanza de amanecer un día al lado de los suyos, rodeado de dignidad y amor, para poder continuar su vida. Ojalá las campañas que aspiran actualmente a la Presidencia en Colombia tengan en cuenta la suerte de Andrés Felipe y velen por sus derechos una vez asuman los cargos del Ejecutivo, especialmente la Cancillería, que debe responder por el bienestar de los colombianos en el exterior, para que agoten todas las instancias diplomáticas ante las autoridades tanzanas y los organismos multilaterales con el fin de exigir que se le haga un juicio justo y pronto, y que por fin se tome una decisión en Derecho que le permita a Andrés Felipe Ballesteros regresar al fin con los suyos.

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