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Capítulo III: Benjamín el cantautor de la esperanza.

Por Hugo Rincón González

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«El tiempo lo cura todo, Yezit. Hasta el dolor más grande. En la medida en que pasen los días y luego los meses, la carga se nos va aliviando, sentimos menos peso, hasta no sentir lo que nos lacera», esto le decía Benjamín a su entrañable amigo, luego de que este persistiera en hablar de lo sucedido con su hermana. «Yo me he especializado en hechos que han destrozado mis sentimientos, situaciones que me sumieron en una profunda tristeza y que fueron quedando atrás, lento, despacio hasta no sentirlos, aunque debo admitir su existencia».

Estas conversaciones entre los dos amigos fueron dando sus frutos. Cada vez el compartir entre ellos fue dejando atrás el recuerdo doloroso de Ana y surgieron nuevos temas. Ambos eran jóvenes y no obstante vivir en la parte rural en una zona de alta montaña, en una época sin muchas alternativas de diversión, querían tener otras experiencias para ir llenando los días de otros motivos diferentes a la tristeza.

Un día Benjamín le dijo a Yezit que salieran a otras veredas a trabajar. Le propuso ir a las comunidades vecinas a vender el jornal por lo menos dos días a la semana para tener un ingreso adicional a lo que se ganaban con el trabajo en sus propias fincas. «Usted tiene que ir destetándose de su taita, hacer su propia platica para sus necesidades. Le ayuda con los gallos finos, pero con los jornales que haga, tendrá más independencia». El talento con las palabras era un potente elemento para la persuasión en Benjamín, hasta convencer a su amigo de vivir esta experiencia.

Un lunes, después de la habitual jornada de riñas de gallos el fin de semana, los dos muchachos emprendieron camino hacia la vereda vecina donde habían escuchado que necesitaban personas para ayudar en una rocería. Debían llegar temprano y con sus propias herramientas. Iban con machete al cinto y un azadón en sus hombros. Ambos llevaban un talego con su ropa y algunos elementos de aseo.

Recién llegaron al sitio, fueron abordados por un hombre mayor y de gesto adusto. Era un finquero con buen ganado. Su nombre era Gerardo, por su peso en la vereda todos le decían don Gerardo, en una mezcla de respeto y algo de temor. Rápidamente les planteó la necesidad de realizar una rocería en su finca y desbrozar la maleza más grande para que los animales pudieran comer más yerba. Pactaron el valor del jornal, el tiempo a trabajar en el día y lo referente a la alimentación y el alojamiento en la misma finca.

La negociación fue rápida y les dijo que se instalaran en una pieza al fondo de un caserón grande. En esa habitación había dos catres percudidos y unas cobijas de lana con poco aseo y peor olor. Ahí debían dormir y los alimentos se los aportaría el finquero. El desayuno lo servirían a las 6:30 am, el almuerzo lo llevarían al tajo donde estuvieran trabajando y la cena a las 6:00 pm porque deberían acostarse temprano, pues en la finca no había luz. El baño, les indicó, es un inodoro de hoyo y la ducha era en una alberca donde se depositaba un agua helada.

Por ser una experiencia nueva, los muchachos no pusieron ninguna resistencia al trato ni a las condiciones donde pasarían los próximos días de trabajo. Como era temprano, dejaron sus talegos en la pieza donde dormirían y los llamaron a que pasaran al comedor a tomar el desayuno. Se dirigieron al sitio que les indicaron a consumir los alimentos. Era un corredor largo con techo de zinc. Había un mesón largo de madera con varios taburetes de cuero y madera en el que fácilmente podrían sentarse a manteles más de diez personas. Semejante armatoste en condiciones precarias para que los dos muchachos recibieran su bocado de comida.

Los muchachos estaban expectantes a la llegada de los alimentos, cuando vieron acercarse a lo lejos a dos muchachas con unos platos en sus manos. Les llamó la atención el caminado de una de ellas. Era una cojitranca que venía acompañando a una joven que a ambos les pareció divina. Traían el desayuno para los dos. Venían en una sola carcajada por alguna ocurrencia de alguna de ellas. Cuando las tuvieron cerca era notorio el contraste entre las dos jovencitas. La cojita era poco agraciada, pero con una gran sonrisa y se notaba una gran personalidad. La otra era preciosa. De cabello largo, con un color de piel rosada, seguramente por el frío del sector, y un vestido de flores a la altura de la rodilla. Se podía adivinar que era cercana al patrón.

Benjamín sintió un latido violento en su corazón cuando la vio. Para él, que no se había preocupado hasta ese momento por fijarse mucho en una mujer, la aparición de esta jovencita cambió todo. Se miraron con Yezit de reojo. Su amigo igualmente estaba impactado. La observaba con timidez. Dirigía sus ojos al suelo y luego los fijaba en ella y nuevamente para el suelo. Ambos quedaron maravillados con su belleza y porte.

Las dos jóvenes sin dirigirles la palabra dejaron los platos con los alimentos en el mesón y procedieron a retirarse. Era como si no los hubieran visto. Fue todo rápido. Al verlas alejarse, los dos muchachos permanecieron ensimismados en los movimientos de cada una. Sonreían al ver los pasos desordenados y graciosos de la cojitranca en comparación con la elegancia y casi altivez de la otra joven.

No hablaron mientras cada uno desayunaba. Masticaban en silencio. Fueron consumiendo los alimentos cada uno con las imágenes de las dos chicas y el simpático contraste que generaban. Cada una de ellas los había ignorado. Fue como si fueran a llevar unos platos para un par de personas invisibles. Ellas estaban con su conversación, con sus risas y no se interesaron en ningún momento por los expectantes comensales.

Salieron al tajo, a la rocería. El potrero donde trabajarían estaba cerca de la casa. A media mañana, cuando la fatiga empezaba a hacer mella, nuevamente vieron al par de jóvenes acercarse con un balde y dos totumas. Era notable y gracioso como la cojita sorteaba el pasto alto sosteniendo el balde, mientras su compañera llevaba las totumas. Nuevamente se sintió la tensión de los muchachos con la llegada de ellas. Esta vez la coja les dijo: «les traemos agua de panela con limón, muchachos, para que no aguanten sed». Les sirvió en los recipientes mientras su compañera ni siquiera pronunciaba una sílaba. Era evidente la locuacidad y el temperamento extrovertido de una y el carácter reservado y enigmático de la otra. Al menos eso parecía en las primeras de cambio.

Benjamín y Yezit estaban encantados con la visita de las jovencitas. Les empezó a caer bien la manera de ser y la frescura de la cojita y por supuesto suspiraban desde ya en secreto por su compañera. Además de mirarlas, sobre todo a la joven hermosa, no dijeron otra cosa que «gracias». Estaban como pasmados y no fueron capaces de hablarles.

La rocería duró tres días. La rutina se repitió calcada. Los muchachos trabajaban, ellas llegaban con los alimentos y el agua de panela para la sed a media mañana. En ese tiempo fue evidente la cercanía de las jovencitas, su familiaridad. Ellos especulaban que podrían ser hermanas y por ello la compinchería, pero ninguno se atrevió a hablarles. A Benjamín parecía que se le había olvidado su arte en el manejo de las palabras y su iniciativa para componer, pues no se le ocurrió otra cosa que mirar a la muchacha preciosa. Estaba abrumado por la perplejidad como nunca le había ocurrido.

Una cosa empezó a ocurrir entre Benjamín y Yezit. Su amistad se percibía extraña. A pesar de compartir el mismo trabajo y sitio para todo en estos días, algo se había enfriado. Era como si imperceptiblemente hubiera surgido una competencia silenciosa entre ellos por el gusto compartido por la misma joven. Ninguno hizo algún comentario, pero ahora hablaban menos y muchas veces los silencios se prolongaban más de lo deseable, volviéndose incómodos y hasta dolorosos.

Don Gerardo quedó conforme con el trabajo de los muchachos y les propuso seguir las próximas semanas en la misma labor en otros potreros y otra finca que tenía en la misma vereda. Benjamín y Yezit inmediatamente le dijeron que contara con ellos, pues tenían la mejor disposición para continuar la labor.

Al regreso a sus fincas, cada uno se dedicó a laborar en lo suyo. Benjamín ya entendía el hermetismo súbito de su gran amigo. Les gustaba la misma mujer, pero ninguno se atrevió a decirle al otro lo que estaba sintiendo. Menudo lío porque Benjamín ya venía pensando que no podía seguir mudo ante la joven que le hacía dar saltos violentos a su corazón, pero no quería lastimar a su carnal.

Esos días deliberadamente evitaron un encuentro y solamente cuando debían regresar donde don Gerardo se volvieron a ver. La diferencia es que esta vez además del talego con sus cosas personales, Benjamín llevaba su guitarra. Cuando lo vio llegar, Yezit lo saludó fríamente y le preguntó por qué llevaba ese instrumento musical, dejando entrever su disgusto. Benjamín le dijo que para alegrar algunos ratos antes de acostarse y ya. Partieron y en el camino, guardaron silencio hasta llegar a la finca y el caserón. Se instalaron y pasaron al desayuno como la vez anterior.

Esta vez apareció con los alimentos solo la cojita, que los atendió con su sonrisa y desparpajo. Tomó la iniciativa y soltó la lengua. Les dijo que se llamaba Rosalía y era huérfana de padre y madre. Don Gerardo era su tío y la chica era su prima. No mencionó el nombre de ella, que Benjamín recuerda como algo curioso, pues Rosalía era locuaz para hablar de ella y bastante reservada para referir algo de su prima.

Yezit tomó la iniciativa y le preguntó por su prima, a lo que Rosalía le respondió que estaba visitando a otros familiares en la misma vereda. Benjamín tuvo claro que su amigo tenía interés en la misma persona que él y por ello en algún momento deberían hablar al respecto para evitar malentendidos y posibles fracturas en su amistad. Le gustaba la muchacha y haría lo necesario para conquistarla, pero no quería hacer sentir mal y menos lastimar a su amigo.

Al no estar presente en esta ocasión la jovencita hermosa, no hubo tensiones adicionales entre los dos muchachos. En las dos noches que pasaron, Benjamín rasgaba su guitarra e intentaba componer algo, pero siempre se le atravesaba la imagen de quien ahora era su propósito amoroso;  seguramente lo mismo le pasaba a Yezit, quien escuchaba en silencio la melodía de su amigo.

Antes de irse, los muchachos se enteraron por boca de la locuaz prima cojitranca que muy pronto se iba a hacer una fiesta con músicos, comida y bebida para la venta, organizada por la junta de la vereda. Ella se anticipó a decir que don Gerardo las iba a llevar y que sería bueno tener jóvenes en la fiesta para compartir y bailar. «Aquí fue», pensaron al unísono Benjamín y Yezit, era la ocasión propicia para hablarle a la muchacha y, por qué no, bailar con ella y enamorarla.

Al regreso, Benjamín le habló a Yezit de su interés de estar en la fiesta y del deseo de tener la oportunidad de conocer a la prima de Rosalía. Yezit lo miró serio y de una manera un poco tosca le hizo saber que él también tenía el mismo deseo por lo que le notificaba que iban a competir por ver quién podría avanzar más con la chica hermosa. Benjamín asintió y lo invitó a que esto no se fuera a convertir en el motivo de discordia que acabara con su amistad. Yezit estuvo de acuerdo y le manifestó que buscarían la manera de que eso no pasara.

Los días pasaron y Benjamín en las siguientes idas a la finca de don Gerardo se hizo amigo de Rosalía y empezó a compartir con ella más que con Yezit. Por fin supo el nombre de la chica de sus suspiros: María como la Virgen, por ser don Gerardo y su mujer muy católicos. Le llevaba frutas a la cojita y le pedía que las hiciera llegar también a María, diciéndole que era él y no Yezit el del detalle. Los presentes iban sin saber Benjamín qué decía de ellos su receptora. La chica hermosa en algún momento que se encontró con él en la entrega de sus alimentos le dirigió una mirada y una leve sonrisa. Benjamín sintió como si en su pecho su corazón galopara furiosamente.

Ambos muchachos se esforzaban por hacerse notar cuando Rosalía y María venían a atenderlos, pero mientras Rosalía se mantenía alegre y habladora con ellos, María se mostraba reservada y distante, aun sabiendo que los dos jóvenes se interesaban en ella. Era como si no quisiera mostrar favoritismo por ninguno, ni dar pistas si ella tenía simpatía por alguno. Esa incertidumbre para ellos era insufrible, pero así eran las cosas.

Pasó el tiempo hasta que llegó el momento de la fiesta. Fue un salón grande preparado por la organización veredal para recibir a los músicos y asistentes. Había viandas de todo tipo, bebidas tradicionales y cerveza. Los muchachos llegaron acicalados y estrenando pinta, Benjamín con su guitarra, Yezit con una amplia sonrisa. Apareció, como era costumbre, la gente de la guerrilla, que mantenía su presencia en todo ese sector, para garantizar el orden y evitar el surgimiento de cualquier furrusca. Se hicieron en la entrada para requisar y decomisar cualquier tipo de objeto que pudiera ser usado como un arma. Ejercían su autoridad con la aceptación de la gente.

Los muchachos estaban a la expectativa de la llegada de don Gerardo y su hija. Cuando llegaron, Benjamín y Yezit quedaron con la boca abierta al ver a Rosalía y María. Venían arregladas y cada una con trenzas en sus cabellos. María con un vestido de flores y su prima con uno azul. Era impactante para ellos ver entrar al salón a la que deseaban como su novia. Sintieron que el espacio al que había ingresado se iluminaba con una luz intensa por la mujer de sus sueños.

Arrancaron los músicos con la fiesta, hicieron sonar sus guitarras y la concurrencia rugió de alegría. Don Gerardo estaba con su familia ubicado en una mesa muy cerca de donde estaban los muchachos en competencia. Se levantó de la silla primero Yezit y se dirigió a don Gerardo con respeto a pedir permiso para poder bailar con María. Benjamín se había dejado ganar esta primera pieza por una nariz. Con el asentimiento de su padre, María salió a bailar. Benjamín no se quedó quieto y se dirigió a pedir permiso para bailar con Rosalía. Esta con una enorme sonrisa salió a la pista a demostrar que los gordos y los cojos bailan sabroso y que ella en particular venía con toda la actitud de disfrutar la fiesta.

Mientras bailaba con Rosalía, Benjamín no le quitaba la mirada a María. Veía como Yezit le hablaba, aunque el baile era a una distancia prudente. Sufría pensando en que seguramente le estaba endulzando el oído y cuando él tuviera la oportunidad le llevaría ventaja. La cojita le reclamó que se concentrara en el baile con ella, que ya vendría el momento para bailar con su prima y que le podía anticipar que María lo veía con gran simpatía. No pudo alegrarse más Benjamín quien desde que escuchó esto empezó a zapatear rítmicamente con Rosalía el resto de la canción que entonaba el conjunto de músicos.

Terminada la interpretación musical ambos muchachos llevaron sus parejas a la mesa. Vino el momento deseado por Benjamín. Un momento imaginado y soñado. Pidió permiso para bailar con María. Con la aprobación de don Gerardo, le tomó la mano a María y se dirigió con ella a la pista. Sentía sudar sus manos, el corazón palpitar con fuerza y temblar sus piernas. Finalmente empezaron a bailar. La miraba con una mezcla de timidez y deseo. Empezó a recuperar su talento para hablar, para expresar sus ideas, en muy poco tiempo le habló de él y de su interés por ella, de cómo le gustaría que fueran más que amigos. Él mismo se sorprendió de la velocidad para manifestar esto que tenía en su pecho, era como un dique desbordado que sabía que tenía una oportunidad y no la podía desperdiciar. Mientras le hablaba la miraba a los ojos para saber su reacción y su agrado o no a sus palabras y sus intenciones. Como respuesta María le sonrió y le dio un leve apretón de manos que Benjamín interpretó como una respuesta afirmativa a su intención.

Luego de esta pieza musical, Benjamín se sentía levitando. No le importaba que otras veces Yezit fuera a bailar con María. Podía sentir que ella solo lo miraba a él mientras bailaba con su amigo. Bailó muchas veces con la cojitranca y llegaron a acompasar sus ritmos sin importar lo aparatoso que en algunos momentos pareciera el baile de Rosalía. Tres veces más en la noche bailó con María. En algunos segundos trató de acercarla a su pecho para sentirla y poder percibir más cerca su olor. Le parecía estar en el cielo y se preguntó si el amor aletarga a las personas, puesto que sin tenerlo claro, él se sentía así.

En el momento en que el conjunto musical se fue a descansar, mientras preparaba su siguiente tanda, Benjamín cogió su guitarra y se robó el espectáculo con sus coplas, sus retahílas, sus gracejos y ocurrencias. La gente aplaudía, pero a él solo le interesaba la aprobación de María, su María como ya la sentía al ladito de su corazón. La observaba atenta a su presentación y a gusto de tener como pretendiente a un artista en ciernes.

Esta presentación selló la suerte de la competencia entre los dos amigos. Yezit sintió que había perdido la partida con Benjamín, que María había escogido y la escogencia no era para estar a su lado. Con resignación aceptó el veredicto y el resto de noche no volvió a sacarla a bailar, sino que se dedicó a azotar baldosa con Rosalía que a esas alturas del baile era una de las protagonistas por su alegría y su particular forma de moverse.

Por su parte, Benjamín se dedicó el resto de la fiesta a bailar con María y a halagar con bebidas a don Gerardo, preparando el terreno para el momento en que debía hablarle de sus sentimientos hacia su hija querida. El viejo, que no tenía un pelo de tonto, se había dado cuenta del agrado de su hija por el mozalbete que trabajaba con él y ante esa situación estaba dispuesto a permitir que ella escogiera lo que quería hacer. Pero como saben los viejos, todo en su momento.

Al finalizar el baile don Gerardo permitió que los muchachos los acompañaran a él, a su esposa, a Rosalía y a María a su casa y que pudieran quedarse en el cuarto de los trabajadores. Solo les permitió tres minutos para que se despidieran y entró a la casa. Benjamín aprovechó ese instante para hablarle de amor a María y estamparle un beso en la mejilla, mientras Rosalía, parada en la puerta de la entrada con Yezit, se aseguraba de que el viejo no se fuera a asomar. La cómplice y celestina perfecta.

Entradas las jóvenes a su casa, los dos amigos se dirigieron al sitio destinado para pernoctar y ambos sintieron que había llegado el momento de aclarar cosas y recuperar su amistad amenazada por el sentimiento que ambos profesaban por la misma mujer. La conversación fue cordial y Yezit en un abrazo a Benjamín concluyó: «Hermano, me ganó la partida limpiamente, lo felicito y espero que pueda conseguir lo que desea con María. Solo le falta convencer a don Gerardo. Le deseo lo mejor». Benjamín agradeció ese gesto y le confesó que temió por su amistad, especialmente porque lo consideraba un verdadero amigo y hermano, y le parecía que nadie podría interponerse en ese sentimiento fraternal.

Benjamín se acostó con una sonrisa en los labios y con el corazón tranquilo, solamente lo inquietaba el momento de la conversación definitiva con don Gerardo donde iba a plantearle sus intenciones con su hija adorada, la hija que era la niña de sus ojos, la que cuidaba y protegía como un tesoro. Se fue durmiendo, pensando en ese momento que deseaba llegara lo más pronto posible para poder conseguir a María como su compañera de vida. Al ir dejando el estado de vigilia se fue sumergiendo despacio en un estado onírico donde se daban todas las cosas deseadas, donde aparecían las imágenes de María con él, yendo juntos a presentarla con su madre para obtener su aprobación y bendición. Las veía juntas. El par de mujeres más importantes de su vida, reunidas en un escenario del mundo de lo inmaterial y desconocido. Las veía contentas y a él mismo pletórico, en una felicidad infinita de esas que uno desea nunca se vaya a extinguir.

*Ilustración: Nicolás Giraldo Vargas

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