Por Andrés Felipe Giraldo L.
Cuando viví en Alemania, en la hermosa ciudad de Stuttgart, el Partido Verde alemán dominaba las elecciones regionales. Cabe decir que el Partido Verde era realmente verde: Ecológico desde el discurso y la acción y representaba una tercera opción frente a los dos partidos tradicionales en ese país, los socialdemócratas y los demócratas cristianos (estos últimos el partido de gobierno en aquel entonces con la gran Angela Merkel como Canciller de ese país). Es decir, el Partido Verde era respetable, coherente y necesario para formar la coalición de gobierno, tan difícil de consolidar en los regímenes parlamentarios.
Por eso ver lo que representa el Partido Alianza Verde en Colombia genera realmente escozor. En primer lugar, no podría considerarse ecológico un partido cuya representante más notable, la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, insiste en un modelo de ciudad plagado de buses pegados, legado por el alcalde menos ecológico de la historia de la Capital, que le puso tapetes sintéticos a hectáreas enteras de la ciudad, y cuya congresista “animalista” cree que todos los animales se resumen en perros y gatos. Es decir, el Partido Verde colombiano de verde no tiene nada, así como el Centro Democrático no tiene nada de democrático y Cambio Radical no tiene nada de cambio. A pesar de eso, este es el menor de los detalles.
El Partido Alianza Verde en Colombia ha querido vender dos discursos principalmente: El primero, que son un grupo de “centro”, esa ficción política que consiste en pendular hacia a la derecha y hacia la izquierda sin ninguna consistencia ideológica y con toda la conveniencia política, como si eso fuera una virtud. Y lo segundo, que son un movimiento “anticorrupción”, porque en teoría son la alternativa de los partidos tradicionales y los clanes políticos. En este sentido, hace algunos años promovieron una inútil consulta anticorrupción, cuya votación no alcanzó el umbral para convertirse en iniciativa legislativa. Hoy las dos principales gestoras de esta iniciativa, las esposas Claudia López y Angélica Lozano, están en el centro de controversias relacionadas con corrupción. La primera, cerrando un mandato desastroso de Bogotá, con una campaña plagada de mentiras que se revelaron durante el gobierno, y la segunda, enredada con escándalos familiares que comprometen a su hermano y a su padre, sobre los que no ha expresado una sola palabra, evadiendo el debate público que implica, al menos en el caso de su hermano, contratos millonarios otorgados por la administración de su cónyuge. Esto sin contar con que las dos ocupan altos cargos en dos ramas diferentes del Estado. Angélica como senadora es la principal escudera de la administración distrital de su esposa. Por supuesto, de ese Partido no se puede esperar mayor control político sobre lo que sucede en Bogotá. Y quienes lo han hecho, como el representante Inti Asprilla o el concejal Diego Cancino, son marcados como se hacía en el medioevo con los apestados y las maquinarias del Partido les dan la espalda, relegándolos electoralmente, como sucedió con Cancino en las últimas elecciones regionales. Ni siquiera el avezado Ariel Ávila, reconocido por sus denuncias contra los clanes políticos en todo el país, valiente y decidido en otros casos, se ha atrevido a decir una sola palabra ni ha iniciado una sola investigación que pueda implicar a sus madrinas mágicas o a algún miembro de su partido político. Y como colofón de la hipocresía, es el partido del actual presidente del Congreso Iván Name, proveniente de una reconocida casta política liberal de la Costa, célebre por la corrupción y las alianzas con los paramilitares. El periodista Yohir Akerman, en una reciente columna, evidenció los nexos entre ese senador con el grupo delincuencial de los rastrojos y Yahir Acuña, un reconocido cacique regional en el norte del país, alianza de la que Name se habría beneficiado económica y políticamente. Sin embargo, el Partido Verde lejos de abrir alguna investigación o pronunciarse sobre el asunto, mantuvo el respaldo a la hija para aspirar al Concejo de Bogotá, siendo reelegida para un cuarto periodo en esa corporación. Afortunadamente Akerman está haciendo el trabajo que convenientemente Ávila no ha querido hacer.
Sobre ser de “centro”, el Partido Alianza Verde es aún más risible. El “centro” se caracteriza por enarbolar el discurso de la izquierda en campaña para gobernar como la derecha una vez se hacen al poder. Claudia López es el mejor ejemplo de esa ficción política. Es difícil recapitular todas las mentiras que dijo en campaña, pero algunos han hecho la tarea, como el concejal del Polo Carlos Carrillo. Pero no vale la pena detenerse en lo evidente. Lo realmente crítico en este gobierno y en la coyuntura actual, es que están torpedeando desde el Congreso las reformas que necesita promover Gustavo Petro para consolidar su gestión y cumplir el programa de gobierno. En campaña para la segunda vuelta, y después del descalabro estruendoso del candidato de su coalición, Sergio Fajardo, quien llegó solo a un 4% de los votos, la mayoría de militantes del Partido Verde, con contadas excepciones, se subieron a la campaña de Petro, incluyendo a Angélica Lozano, a pesar de las graves denuncias que hiciera Claudia López, su esposa, contra Petro y Bolívar, a quienes acusó de ser los principales instigadores del terrorismo en las jornadas de protesta y de ser los financiadores de las primeras líneas en las manifestaciones. “El centro” suele dar esas increíbles volteretas en campaña porque la inconsistencia ideológica se los permite. Una vez Petro ganó las elecciones y el Congreso empezó a sesionar, el Partido Alianza Verde se declaró como partido de gobierno. En la ley de bancadas estos roles están claramente definidos y se supone que los partidos de gobierno están allí justamente para apoyar las iniciativas del gobierno y así comprender desde el principio con qué votos se cuentan, porque todas las iniciativas en el Congreso se votan. Esto hace parte de las dinámicas políticas y legislativas. Por eso el gobierno confió en que el Partido Verde sería un respaldo para las reformas y no el palo en la rueda. Pero no ha sido así.
Para explicar esto, es necesario referirse a tres congresistas que se han pasado de facto a la oposición. El primero, el senador JP Hernández (devenido de youtuber en congresista con la mayor votación del país al Senado), apalancado en su popularidad virtual y su supuesto respaldo a las manifestaciones en contra del gobierno de Iván Duque. A pesar de ser un aleluyo consagrado, reaccionario visceral y odiador oficial de Gustavo Petro, el Partido Verde le dio el aval que desde el vamos ha usado contra el gobierno, a pesar de pertenecer, en teoría, a la bancada oficialista. Pero al menos este ha sido coherente con su odio, en su momento se unió a la campaña de Rodolfo Hernández y jamás ha mostrado ambigüedades en cuanto a su repudio a Petro. Detestable pero coherente. De otro lado, las representantes a la Cámara Catherine Juvinao y Katherine Miranda, sí hicieron campaña al lado de Gustavo Petro, pero poco a poco han ido mutando sus intereses a otros más empresariales, digamos. Las dos representantes a la Cámara se han plegado a la oposición para oponerse a las reformas escudadas en el derecho que les asiste mantener su criterio a pesar de ser de un partido de gobierno. En el caso de Catherine Juvinao y su recalcitrante oposición a la reforma a la salud es que parece que la hubieran cambiado por otra, como suele suceder con los candidatos del Partido Verde una vez son elegidos, salvo contadas excepciones. Juvinao se hizo célebre por atacar a las EPSs desde la red social que la hizo famosa, Twitter (ahora X). Ahora, mansamente, parece que sí le gustan y las defiende. Se opone a la iniciativa del gobierno que propone quitar la administración de los recursos de la salud a esas empresas que antes criticaba y se convirtió de un momento a otro en su más acérrima defensora. Es decir, la Juvinao militante no es la misma Juvinao congresista. ¿Por qué? Vaya usted a saber. Por su lado, Miranda súbitamente dejó de hablar de “abudinear” y su discurso se diluye tímidamente en victimizarse y en culpar a los petristas de todas sus desgracias y, por supuesto, en la fórmula más confiable: que la atacan porque es mujer. No Miranda, la atacan por haberse plegado a la oposición habiéndose hecho elegir con el discurso del gobierno. Si fuera hombre le dirían traidor y no traidora. Esa es la única diferencia.
En otras palabras, Juvinao y Miranda no leyeron el programa de gobierno cuando se hicieron parte de la bancada de gobierno. Las reformas están allí planteadas desde el principio, no hay ninguna sorpresa. La sorpresa es que ahora les sorprenda y les parezcan terribles. La sorpresa ahora es que aparezcan gritando arengas contra el gobierno junto con los representantes de Cambio Radical y el Centro Democrático. Esa es una sorpresa que ya no sorprende, porque es mucho más fácil ver a Claudia y a Angélica sonriendo con Paloma Valencia mientras le dicen hijueputa a Gustavo Bolívar o ver a Catherine Juvinao abrazada en un paseo con Miguel Polo Polo que buscando sacar las reformas adelante.
Ya no sorprende que la mayoría de congresistas del Partido Alianza Verde estén pidiendo declararse en independencia al Gobierno, una fórmula intermedia que les permite mantener las entidades que ya tienen como el Sena o el Icetex, porque si se declaran en oposición, perderían la participación burocrática que se pacta con el gobierno justamente porque hacen parte del partido de gobierno. No sorprende que los verdes otra vez asuman una posición tibia y no se declaren directamente en oposición, porque reptan entre lo que realmente quieren y lo que les conviene, porque a pesar de que sus mayorías se comportan como políticos tradicionales aún hay valientes en sus filas que hacen ruido como Inti Asprilla, incómodo para el resto pero leal a sus principios.
Mañana el Partido Alianza Verde deberá tomar una decisión y lo mejor es que sean coherentes y salgan de una vez de la bancada de gobierno para que Petro pueda recomponer sus fuerzas para sacar adelante las reformas. Se ha perdido año y medio en la hipocresía de los que se subieron al tren de la victoria pero que se dejaron obnubilar por las veleidades del poder en el Congreso. El Partido Verde no es un partido sino un repartido. Repartido entre el discurso de lo que dicen ser y lo que realmente son. Ni son anticorrupción ni son de “centro”. Son un grupúsculo más de intereses particulares unidos por los apetitos políticos y las ambiciones de poder que tiende a fragmentarse por incoherentes, taimados y mentirosos, una fábrica de avales disfrazada de pluralidad cuando no son más que nuevas maquinarias plagadas de todo lo que dicen combatir. En serio, bien idos. Las reformas profundas que necesita este país lo menos que necesita es de un Partido que representa lo más bajo de la política, el uso de las ilusiones populares para encumbrar los egos de personas que algún día parecían decentes, pero no lo son.
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