Por Andrés Felipe Giraldo L.
La lucha contra la corrupción se convirtió en un cliché de campaña política que lo usan hasta los más corruptos.
Solo basta escuchar a Iván Duque con su vacío e insulso eslogan de “el que la hace la paga” para notar la superficialidad y el sinsentido de la expresión, teniendo en cuenta que para el Presidente la justicia solo es deseable sino se mete con los suyos. Por ejemplo, pasa por encima de la independencia de las Ramas del Poder público y proclama a los cuatro vientos la inocencia de su presidente eterno, obviando de manera deliberada lo que se va descubriendo mientras la Fiscalía de su mejor amigo hace todos los esfuerzos para precluir la investigación en contra de Uribe, lo que se ha convertido en las arenas movedizas del proceso, porque entre más luchan porque Uribe salga impune, más detalles se conocen que comprometen la inocencia de quien cobardemente renunció a su curul en el Senado para dejar que el mejor Fiscal del multiverso haga todo lo posible para que las acusaciones mueran en el olvido. Y ni hablar de la lavada de manos a lo Pilatos de Duque con el caso de la exministra Karen Abudinen y el retorcido contrato con Centros Poblados para dotar de internet a los colegios y escuelas del país, que terminó en el robo de 70 mil millones de pesos, que aún siguen embolatados. La defendió hasta que la evidencia hizo insostenible la presencia de Abudinen en la cartera del MinTic, y una vez su ministra renunció, como debía ser, dijo que en Colombia les encantaba “comer ministro asado”. Cuánto descaro. No Presidente, en Colombia nadie come ministros asados, si así fuera, Diego Molano no estaría en el cargo hace mucho tiempo, porque a él sí que le gustan los manifestantes asados. Y no es una metáfora.
En fin, en esta época de cierres y balances, una de las grandes satisfacciones que me queda de este año es que como periodista trascendí el discurso contra la corrupción para entrar en el verdadero campo de la lucha contra la misma. Porque es que luchar contra la corrupción es mucho más que transformar una habitación en oficina y ponerle un nombre pomposo, como por decir cualquier cosa, “Instituto Anticorrupción” y desde allí enviar derechos de petición para pedir a los ministerios las minutas de las porterías para ver quién entró y quién salió. Quizá eso sirva para hacer algunas inferencias, unas con sentido y otras no tanto, pero con muy pocos réditos en términos concretos de denuncias y resultados. Al final, estas rimbombantes instituciones de garaje terminan con contratos millonarios con entidades del Estado y lo único que consiguen es continuar desangrando las arcas de la función pública a cambio de logros pírricos y algo de exposición en los medios de comunicación.
Por el contrario, descubrí que la lucha contra la corrupción lo primero que debe hacer es deslindarse de los intereses de los gobernantes de turno que llevan su propia agenda, su propia corrupción. Porque al final, quienes obtienen contratos del Estado con el discurso de la lucha contra la corrupción, terminan endosándole su alma a quien los contrata. Por eso la verdadera lucha contra la corrupción no se vende ni busca contratos, es un esfuerzo que surge de la misma ciudadanía sin ataduras con el poder, justamente para contar con el criterio y la independencia suficientes para denunciar sin miedo y sin compromisos.
En segundo lugar, descubrí que la lucha contra la corrupción es un esfuerzo mancomunado entre las víctimas, los profesionales del Derecho y los medios de comunicación. Un ejemplo claro de esto es justamente la denuncia de la periodista de Paola Herrera de la W sobre el contrato entre el MinTic y Centros Poblados. Su tenacidad, entrega y profesionalismo, permitieron que no se perdieran más de un billón de pesos que era el precio total del contrato. Sin embargo, ella no habría logrado esto sola. Sus fuentes le dieron información fiable, veraz y verificable, mucho más concreta, diciente y específica que las minutas de las entradas y salidas del Ministerio.
En mi experiencia personal, en esta titánica lucha que hemos emprendido desde Linotipia contra el Cartel de los Liquidadores de la Superintendencia Nacional de Sociedades, mucho más lenta en dar resultados por la cobertura de un medio apenas en ciernes, y la falta de voluntad política y mediática de muchos por unirse a esta labor por los intereses que hay en el medio, puedo decir con conocimiento de causa que la participación de las víctimas y sus abogados para descubrir este entramado complejo y bien diseñado desde la institucionalidad, para robar empresas enteras, ha sido fundamental en la búsqueda de la verdad sobre la perversidad de la ley en la promoción abierta, legal y descarada de la corrupción. Porque un detalle fundamental que se debe saber de la corrupción, es que está lejos de ser sinónimo de ilegalidad. Por el contrario, es en el propio Congreso en donde se cocinan las normas que mejor traducen los intereses de los corruptos. No es gratuito que este Congreso tenga niveles históricos de desaprobación y que en toda la historia republicana haya sido sinónimo de arbitrariedades en donde lo privado ha primado sobre lo público, porque en últimas, el Congreso, salvo contadas excepciones, encarna la representación nacional y regional de la corrupción privada y pública, elaborando leyes que les favorezcan a sus mentores. Por eso, si hay algo corrupto en Colombia, es la Ley.
En tercer lugar, es importante ponerle rostro a la corrupción, desenmascararla, porque la corrupción no es etérea, es concreta, no está desprovista de humanidad, es de carne y hueso. Este es uno de los grandes defectos de la lucha contra la corrupción, sobre todo de las campañas políticas. Los mayoría de los candidatos hablan de “la lucha contra corrupción”, pero jamás han hecho una denuncia concreta, nunca se han enfrentado contra las grandes mafias y, por el contrario, son dóciles y permisivos con los corruptos. No todos, por supuesto. Algunos han dado luchas titánicas que el electorado les reconoce. Pero otros no son más que mero discurso, que mientras con la boca dicen que “se debe luchar contra la corrupción”, roban o dejan robar a manos llenas. Por eso las denuncias contra la corrupción deben basarse en hechos y sujetos, la información debe ser concreta y soportada con documentos, testimonios y pruebas. Con esto se evidencian las fallas de la justicia, porque usualmente llegan primero a los escenarios de corrupción los periodistas que los fiscales. Y cuando llegan los fiscales, es muy probable que hagan parte del entramado de corrupción y no de la justicia. No todos, por supuesto. Hay fiscales y jueces valientes. Pero muchos de ellos terminan en el desprestigio, el exilio o la muerte. Solo hay que ver el destino que corrió el juez Andrés Rodríguez Cáez, quien grabó las conversaciones que tuvo con el Senador Eduardo Pulgar ofreciéndole sobornos para torcer procesos y favorecer a terceros amigos suyos. Rodríguez terminó en el exilio y la pobreza, sin poder ejercer su profesión y con su carrera truncada. Pues bien, este es el destino de la mayoría de los honestos en un país terriblemente corrupto como Colombia.
Y por último, las luchas contra la corrupción son luchas místicas, de vocación, casi que un apostolado. Quienes luchamos contra la corrupción no aspiramos a la riqueza, porque justamente la génesis de la corrupción es la ambición desmedida. Por supuesto, necesitamos sobrevivir y nadie trabaja gratis. Pero detrás de la lucha contra la corrupción no puede haber corrupción. Parece una obviedad, pero no lo es. Muchas veces la corrupción se disfraza de su némesis, como el famoso “dos caras” en “Batman, el caballero de la noche”. No son pocos los casos de “justicieros” que terminan en la cárcel por corruptos, porque detrás de su ropaje inmaculado se ocultan intereses nefastos. Por eso no es raro que el Jefe de la Unidad contra la Corrupción de la Fiscalía termine preso por corrupto, que existan carteles de la Toga o que los Secretarios de Transparencia salgan de sus puestos en medio de escándalos por ejercer sus cargos de manera déspota y con resultados vergonzosos, anunciando candidaturas reales o imaginarias, enarbolando las banderas contra la corrupción sin haber hecho nada concreto ni real por combatirla.
Las verdaderas luchas contra la corrupción son discretas, certeras y productivas. Quien lucha de corazón contra la corrupción no pone su nombre antes que la noticia porque lo que importa son los resultados, no el ego ni el prestigio personal. Por eso me siento orgulloso de lo que logramos este año con el equipo que me acompañó detrás de estas publicaciones del Cartel de los Liquidadores, verdaderos profesionales, verdaderos dolientes de estas causas que se han enfrentado cual David contra el enorme Goliat de la corrupción del Estado avalada por la Ley, las instituciones y los intereses oscuros de quien usa a la cosa pública para desangrar las arcas de la Nación.
Ha sido un honor trabajar con ustedes compañeros. El año que viene seguiremos dando de que hablar, sin aspavientos, sin mayor pretensión que la de reivindicar a la justicia y los derechos de las víctimas. Buen trabajo señores. Seguiremos en esta lucha responsable y comprometida en contra del mayor mal de Colombia, aunque nos cueste sangre, sudor y lagrimas. Gracias por confiar en mí. No los voy a defraudar. Es la forma de honrar los diplomas de mis padres que aparecen a mi respaldo y todo lo que me enseñaron.
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