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La tribu

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Este año no terminó siquiera cerca de cómo imaginé que iba a transcurrir. Los planes y proyectos se fueron al caño. Fue un año de profundas adversidades y tristezas, pero también de grandes experiencias y aprendizajes. Ninguno de los planes que tenía se cumplió y al final solo estaba rogando por llegar vivo al 2021.

Creo que para muchos fue un año complicado, retador, desafiante y lleno de angustias. Esto, quizá, me hizo creer en una humanidad un poco más sensible, más empática, más solidaria y más fraterna. Pues bien, dentro de mi percepción, estas expectativas fueron completamente frustradas. Yo sigo viendo la misma ciudadanía inmersa en sus preocupaciones y necesidades de una manera egoísta. Salvo gran parte del personal sanitario que se ha puesto la diez para salvar a la humanidad, siento que el resto de la sociedad sigue en el frenesí de sus días, de sus pretensiones, metas y ambiciones. Como que ni esta hecatombe mundial ha servido para hacer un pare que nos permita repensar a la humanidad como una especie vulnerable y susceptible de fenecer en un planeta acostumbrado a ver el ocaso de los seres vivos. A medida que la rutina vuelve con las dinámicas propias de una sociedad inmersa en el consumismo y en las apariencias, la gente vuelve paulatinamente a sus trincheras de confort mezquino carente de solidaridad.

Sin embargo, esta frustración social que simplemente ha reafirmado el escepticismo que le tengo a las personas como ese etéreo llamado gente, me ha acercado mucho más a las personas de mi entorno, a las que me rodean, a las que me han visto crecer y decrecer en la vida. Con estas personas he fortalecido los lazos afectivos y sobre todo he profundizado la comunicación, en un esfuerzo íntimo por comprender nuestros tiempos y avalar la necesidad de estar más unidos, más pendientes el uno del otro, en una red de protección fraterna en la que prima la confianza y el desprendimiento, dispuestos a la ayuda incondicional en donde son claves el espíritu de equipo y el sentimiento de entrega. A fuerza de comprender los riesgos que acechan en el ambiente y de la necesidad que tenemos por sobrevivir juntos, nos hemos convertido en una tribu convencional, con principios básicos pero férreos, en donde es esencial la protección del colectivo y la supervivencia de todos.

Casi que hay cazadores y recolectores, los que van a mercar para todos, los que proveen lo básico para que a nadie le falte nada, los que velan por el bienestar de todos en turnos rigurosos para garantizar el descanso y el sosiego de la comunidad. Es un compromiso mutuo por evitar los factores de riesgo con el fin de no poner en peligro al resto de los nuestros y de velar porque al miembro de la tribu caído en desgracia no le falte nada, pero que tampoco sea un foco de contagio o peligro para los demás.

Es complejo equilibrar esta visión cavernícola de la supervivencia comunitaria con el frenesí del capitalismo salvaje que es esencialmente individualista. Pero lo hemos logrado, hemos logrado compaginar las necesidades de cada uno con las demandas básicas de nuestra pequeña comunidad espontánea. Todos sabemos de todos, estamos atentos para suplir las carencias colectivas y para mitigar los dolores individuales. Nos hemos unido, las redes afectivas se han fortalecido, los abrazos virtuales no pueden faltar y las palabras de aliento van impregnadas de un cariño especial.

No sé si a esto es lo que llaman “nueva normalidad”, pero le agradezco al Dios en el que creo que me permita compartir estos nuevos y difíciles tiempos con personas tan especiales. Hemos construido un refugio seguro entre todos los que pertenecemos a nuestra tribu, hemos firmado un compromiso tácito en dar la vida por el prójimo de ser necesario, nos hemos jurado salir vivos completos y juntos de este trance, hemos resignificado el sentido de la palabra amor para que abrace a más personas, para que llegue más lejos, para que nos alcance a todos y a todas sin excepción.

Lo que he llamado “la frustración social”, al ver cómo se van rompiendo los lazos dentro de una ciudadanía apática, agresiva y hostil, lo he compensado con el cariño y protección de la tribu a la cual pertenezco, mi pequeño refugio de afectos, mi protección y abrigo de las personas cercanas con las cuales me abrazo para no desfallecer, para no dejarnos solos, para lograr juntos superar todas las adversidades de las plagas apocalípticas que van cayendo desde el cielo.

Por eso siento que el gran legado de este 2020 está en tomar consciencia sobre esta tribu fuerte, solidaria y fraterna que nos permite mantenernos vivos, amados y unidos. Algunos la llaman familia. Yo he extendido el concepto hacia los amigos y las personas cercanas que se preocupan por nosotros y en reciprocidad nosotros convertimos el agradecimiento en preocupación genuina y ayuda también para esas personas. Creo que el 2020 me llevó a vivir en el reino de los afectos y me fortaleció el carácter para evitar e ignorar a esa masa amorfa e insensible llamada gente. Poco me importa qué suceda fuera de mi tribu. Por supuesto, quisiera que todos estén bien. Pero he perdido la confianza entre estafadores y conspiranoícos y he decidido aferrarme a los brazos conocidos que me han ayudado a llegar a la orilla en otras ocasiones.

Me siento bendecido por pertenecer a una tribu, por hacer parte de un grupo de seres humanos que están dispuestos a dar su vida por mí, lo que correspondo igual, por estar cada semana conectado a una pantalla viendo sus rostros, disfrutando sus sonrisas, abrazándonos sin brazos y amándonos como parte de un todo que nos va a llevar por el camino de la supervivencia afectuosa de personas que se quieren y se valoran entre sí.

Le doy gracias al 2020 por haberme permitido identificar a las personas que hacen parte de mi tribu. Le agradezco al 2020 por haberme permitido expresarle a cada una de estas personas que las quiero. Le agradezco al 2020 haber estado enfermo para sentir el calor de mi tribu, de mi familia, de mis amigos y de esos conocidos que lo quieren ver a uno bien. Le agradezco al 2020 porque fortaleció mi capacidad para amar y para recibir tanto afecto. Le agradezco al 2020 por todos los aprendizajes a pesar de los intensos dolores. De eso se trata, de vivir, como podamos, ojalá con una tribu tan linda y amorosa como la mía. Gracias a todos y a todas por haber estado allí. Les debo la vida. Gracias 2020. Gracias tribu querida.

Feliz navidad para todos y todas mis lectores y lectoras. Abracen a sus tribus lo más fuerte que puedan. Ahí está la garantía de su supervivencia. Y por supuesto, de su felicidad.

 

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