LiteraturaReflexiones

Estoy vivo y escribiendo

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Sin prisa y con pausas. Sin establecer plazos perentorios ni yugos en la espalda. Despacio y con buena letra. Cuando haya ganas, de lo contrario, procrastinar sin remordimientos.

Padecí durante veinte días los síntomas de un COVID que ni siquiera tuvo la indulgencia de aparecer en las pruebas. Algunos médicos espontáneos de redes sociales, de esos que aparecen de la nada a dar sus opiniones no pedidas, redujeron todo a la sugestión, otros a la hipocondría y algunos más me diagnosticaron cáncer. En ese momento comprendí que lo más sensato era alejarme de las redes sociales y concentrarme en mi recuperación. Acepté que era necesario abrir ojos y oídos a los profesionales de la salud y alejar a los teguas que quizá con muy buena intención, pero nulo conocimiento, quieren orientar el camino de las dolencias cuando no pueden ni siquiera con las propias.

Fueron días difíciles, de comer mal, respirar con dificultad, sentir el cuerpo arder con fiebres de más de 39, desfilar al baño permanentemente, dormir poquito y despertar entre mares de sudor. No sé si todo esto haya sido producto de alguna sugestión no invocada, pero yo lo sentí muy real. En algún momento creí que podría morir y me deprimí mucho, porque uno invoca a la muerta hasta que llega a la puerta. Ahí ya no nos gusta tanto y queremos, entre lágrimas, que se vaya.

De verdad, sentí que las fuerzas no me iban a dar para nadar hasta una orilla que desconocía. Mi familia me rodeó con toda la solidaridad que les alcanzó y una enfermera llegó a acompañarme para hacer el seguimiento de mis padecimientos y para ayudarme en todas las tareas domésticas. Se llama Yusmary, venezolana, enfermera jefe con dos especializaciones, rebuscándose entre las formas de precarización laboral alguna oportunidad en Colombia. Fue un ángel. Le debo en gran parte mi recuperación porque estuvo conmigo día y noche y hasta compresas frías me aplicó en la frente para bajar una fiebre de 40 que me llevaba sin remedio a una convulsión. Las visitas no eran permitidas. A pesar de que los resultados de las pruebas decían que no, los síntomas decían inequívocamente que sí. Era mejor tomar las precauciones. La mamá de mi hijo me llevó al pequeño Felipe al parque del frente del edificio, de tal manera que yo pudiera verlo desde la ventana. Me sentía feliz y al mismo tiempo miserable por no poderlo abrazar. Tan solo podía hablarle desde un segundo piso mientras él me miraba hacia arriba como preguntando por qué no podía entrar, por qué nos teníamos que ver así. Ángela me miraba con pesar y en cada despedida estiraba la mano, como queriendo alcanzar la mía. Yo les enviaba un beso y los veía irse, añorando estar otra vez con ellos. Y sentía que, dadas las circunstancias, ellos también añoraban estar conmigo.

Fueron días retadores, de repensar la vida en cada una de sus fases. Días en los que los afectos se convirtieron en el ancla a la vida y todo lo demás pasó a un plano superficial, irrelevante. Mi mamá me llamó a diario para hacer un chequeo remoto de mi evolución. Mis hermanos esperaban a diario el reporte de mi estado de salud. Mis amigos enviaron mensajes de aliento y esperaban a que yo tuviera una bocanada de aire para poderles responder. Estaba acompañado en esa soledad tan infinita de las personas que siempre han estado allí, pendientes de mí, en las diferentes etapas de mi vida.

Fueron días tristes, de soledad obligada y de un temor constante por ser un foco de infección. Recoger las cosas en la puerta y dejarlas ahí mismo sumergidas en alcohol para proteger a la humanidad del mordisco zombie del COVID que invadía mi cuerpo. Recordé a todos esos conspiranoícos que se creen mucho más inteligentes que la media de la humanidad y que, a través de sus dones, han descubierto las intenciones ocultas de la una pandemia fabricada para favorecer los intereses de la logia de los illuminati del siglo XXI. Ellos lo han visto con claridad porque son más iluminados que los iluminados. Idiotas.

Pero también fueron días edificantes. Tirado en esa cama comprendí la importancia de mis prioridades y acepté que solo salir vivo de allí ya sería una meta cumplida, un propósito alcanzado, una prueba superada. Ahora poco me importa el entorno que va más allá de los afectos. Solo me interesa querer y ser querido por ese círculo pequeño que siempre me ha rodeado. La vida es como un avión, tiene una tripulación pequeña y muchos pasajeros que suben y se bajan sin dejar mayor huella. Pero esa tripulación, esa tribu que nos rodea, es la que mantiene nuestro viaje libre de peligros y nos lleva con amor a puerto seguro. Allí debe estar la energía de nuestros afectos.

Todo este martirio empezó el viernes 20 de noviembre con un malestar ligero. Han pasado 24 días y puedo decir que ya estoy recuperado después de días infernales y profundos desalientos, pesimismo y desasosiego. Sin embargo, puedo decir que valió la pena haber pasado el trance y haber salido vivo de allí. Hoy me importa poco todo. Tengo un techo en mi cabeza y un plato en mi mesa, el abrazo de mi esposa y los cariños de mis hijos. No necesito nada más. La vida austera en lo material y plena en lo afectivo debería ser un código de convivencia universalmente aceptado.

Hoy me levanté con ganas de escribir, sin protocolos, rigor ni orden, solo para plasmar de una manera un tanto torpe y atropellada lo que fueron estos días para mí. Me desperté tarde y vine al teclado sin mirar la hora. Escribí sin prisa y con pausa, relajado, sintiendo que sobreviví al capítulo siniestro de una pandemia que en cualquier momento nos va a sorprender de maneras inesperadas. Yo me volví conforme, aún más que antes, ahora sé que puedo vivir con poco porque la vida es frágil y se va sin previo aviso. Por eso prefiero el equipaje ligero y los abrazos sinceros, vivir cada día a la vez y saber que somos perecederos y débiles a pesar de lo que opine nuestro ego. Acá estoy de nuevo, escribiendo, esa medida que me indica que tan conectado sigo con mis días. Y sí, acá estoy, dándole a las teclas para sentir mis pulsaciones. Estoy vivo, no me importa nada más. El resto es ganancia.

Fotografía tomada de https://www.freepik.es/

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