Por Andrés Felipe Giraldo L.
Muchos dicen que quienes vamos a votar por Gustavo Petro somos adoctrinados, que vemos en él un mesías y que somos “extremistas”, una fuerza equivalente e igual de nociva que el uribismo que ha gobernado al país gran parte del siglo que vivimos con unas consecuencias desastrosas. En lo personal, no tengo mayores expectativas al votar por el candidato que he elegido para que gobierne a Colombia durante los próximos cuatro años, no considero ni apoyaría que quiebre el orden constitucional para perpetuarse en el poder, ni tampoco para romper el equilibrio de poderes entre las ramas del poder público con un ánimo dictatorial. Y no solo porque él no ha mostrado el menor interés en hacerlo, sino porque no podría, porque no contaría con apoyo para ello ni siquiera entre gran parte de sus propios electores. Mucho menos contaría con el apoyo del establecimiento que no será otro si él gobierna. Petro gobernaría a pesar del establecimiento y no con este.
Desmitificar esta visión de Petro no ha sido fácil, porque aún se usa como moneda cambio entre los criterios débiles que él apoyó a Chávez cuando inició su mandato. Cada vez que la prensa tradicional y la opinión de la derecha pueden, invocan este mantra para revivir el fantasma del “castrochavismo” que se activa cada cuatro años por esta época para recordarle al electorado que “nos vamos a volver como Venezuela” si gana el candidato de la izquierda.
Cuando Chávez inició su mandato, contó con la simpatía no solo de gran parte de su país, sino con el afecto de muchos demócratas de América Latina que comprendían que la corrupción que había gobernado a Venezuela entre adecos y copeyanos merecía un cambio, un nuevo aire. También en su momento, Uribe fue considerado un outsider capaz de unir al país para solucionar el problema de una guerrilla desbocada que ya dominaba las goteras de Bogotá y que amenazaba con tomarse el poder por la vía armada ante la gestión fatal de un fallido proceso de paz por un presidente incapaz, pusilánime y débil como lo fue Andrés Pastrana. Uribe, como Chávez, también intentó perpetuarse en el poder y modificó la Constitución para hacerse reelegir no una, sino dos veces (y quién sabe cuántas veces más si lo hubiese logrado), pero en Colombia la institucionalidad sí resistió y este anhelo imperial de Uribe quedó truncado. Sin embargo, Uribe siguió manejando la escena política nacional y su gran poder se ha manifestado haciendo elegir un homúnculo sin experiencia y sin carácter como Iván Duque o haciéndole una férrea oposición a su más célebre traidor, Juan Manuel Santos.
Mi voto por Petro no es un voto fanático exento de crítica. Por el contrario, seré el primer vigía para alertar si alguno de los vaticinios de sus detractores toma forma. Pero sí me ilusiona pensar que su gobierno podría implicar un cambio en la podredumbre que ha gobernado a Colombia durante los últimos veinte años, porque a pesar de que le debemos a Juan Manuel Santos un breve receso en la violencia del país con el proceso de paz con las FARC, y las maravillosas instituciones que surgieron de allí como la Justicia Especial para la Paz o la Comisión de la Verdad, es necesario reconocer que sus gobiernos no estuvieron libres de corrupción y que sus políticas siguieron favoreciendo un neoliberalismo descarnado que le endosó el país a las multinacionales y a los sectores económicos más poderosos en detrimento de la clase media y de los menos favorecidos.
Me decepciona de Petro que cuente para su proyecto con politiqueros de carrera y gobiernistas de todos los gobiernos como Armando Benedetti o Roy Barreras. Lamento que su campaña la manejen una peñalosista confesa como María Antonia Pardo o la mano derecha de Santos, Alfonso Prada. Me genera escozor ver a un homofóbico cristiano como Alfredo Saade atendiendo los temas relacionados con la familia y con la libertad de cultos. Y también mortifica ver cómo se suman a su campaña tipos como Julián Bedoya, quien está investigado penalmente por haber obtenido irregularmente su título de abogado. Son muchos los sapos que hay que tragarse con Petro y es un deber no desconocer que esto debilita los principios de su campaña. Sin embargo, esto no se equipara con los clanes políticos que apoyan a Federico Gutiérrez en masa y que han gobernado las regiones de Colombia a su antojo con las prácticas más deleznables desde hace décadas. Petro tiene personajes indeseables en su campaña, es verdad, pero Gutiérrez representa lo más repugnante de la política en Colombia que ha gobernado a través de la corrupción, las armas paramilitares, los terratenientes y el narcotráfico, a quienes se abraza sin pudor en todas sus correrías por el país buscando votos.
En contraposición a lo que decepciona de Petro, ilusiona ver a Francia Márquez como su fórmula, una mujer negra salida de las entrañas del territorio, hecha a pulso contra todas las adversidades, quien ha construido una carrera brillante en la defensa del medioambiente y de las comunidades más vulnerables del país, quien se atrevió a desafiar al establecimiento desde la política y quien cautiva con un discurso sencillo y directo, accesible para el pueblo que se identifica con su lucha.
Así mismo, pueblo es lo que le queda a Petro, porque una vez más la política tradicional, los grandes empresarios, los terratenientes y hasta el comandante del Ejército, que ha mostrado sus dientes interviniendo en política, han cerrado filas alrededor del candidato que los representa, Federico Gutiérrez. Una vez más están en la foto César Gaviria, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe defendiendo los privilegios de las élites con el apoyo que le dan a un candidato que se muestra autoritario y partidario del statu quo, como lo es Federico Gutiérrez, cuyo discurso no trasciende más allá de atacar a Petro, pero que está vacío de propuestas.
Por eso mi voto por Petro no es un voto contra la democracia sino a favor de ella, que surge de la convicción profunda de que la izquierda también tiene derecho a gobernar por las vías electorales y que ello justamente es lo que edifica una sociedad sana, deliberante y plural.
Como lo dije, mis expectativas de un gran cambio con respecto de un gobierno de Petro no son mayores, porque soy consciente de la enorme resistencia desde muchos sectores que le espera a su mandato, empezando por esa prensa servil a los grandes intereses económicos que se han convertido en la máquina de propaganda de los poderosos y que acaparan los canales de televisión y gran parte de los medios escritos. Pero me consuela saber que muchos de los corruptos que hoy gobiernan a Colombia con total impunidad, por fin verán amenazados los fortines burocráticos de las entidades públicas que usan como la caja menor de sus más bajas ambiciones y que se han apropiado del erario como si fuera de su propiedad.
No tengo miedo de votar por Petro. Mi miedo es que no lo dejen gobernar porque son muchos los intereses que se ven amenazados ante un eventual gobierno suyo. Por eso todas las maquinarias hoy se mueven en su contra a todo vapor, por eso los recursos del Estado se desvían sin pudor hacia el candidato del establecimiento y por eso las Fuerzas Militares están tan alerta sobre las próximas elecciones. La situación está entre mantener la inercia del poder de los últimos 200 años o pensar en un país en el que la mayoría podamos al menos a empezar a vivir sabroso, que no es más que la apertura de las oportunidades a más personas y en la propagación de los derechos para que dejen de ser el privilegio de unos pocos. Yo me la juego por vivir sabroso. Por eso voto, sin rabia y sin miedo, por Gustavo Petro y Francia Márquez.
*Fotografía tomada de As Colombia
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