Por Andrés Felipe Giraldo L.
El discurso de Vicky Dávila, muy lejos del periodismo y muy cerca de la militancia política de la derecha más radical, ya raya en lo peligroso, desestabilizante y ruin. Desde hace mucho tiempo esa trinchera ideológica y esa cloaca informativa en la que se convirtió la revista Semana, deliberadamente deformada por los Gilinsky para manipular a la opinión pública, está siendo una fábrica de desinformación, noticias falsas y opiniones viscerales encaminadas a minar la gobernabilidad y el mandato de Gustavo Petro. A esto no se le puede llamar periodismo y a Dávila ya no se le puede llamar periodista. Eso sería un insulto para un oficio que tanta sangre le ha ofrendado a este país en el esclarecimiento de las verdades más difíciles en contra de las fuerzas más oscuras que han dominado a este país durante décadas, fuerzas para las que ahora trabaja Dávila.
Entonces, para iniciar esta columna debo partir de dos premisas: La primera, que Semana no es un medio informativo sino un pasquín de la derecha. Y segundo, que Vicky Dávila no es una periodista sino una subversiva digital que usa un medio de comunicación para afectar la gobernabilidad de un Presidente en ejercicio elegido democráticamente en las urnas. Dicho esto, voy a centrar mi análisis en expresar por qué el manejo irresponsable y tendencioso de los medios de comunicación con fines políticos, especialmente en el caso de Vicky Dávila, puede representar un riesgo real para la estabilidad democrática de Colombia y el derecho fundamental que le asiste a todos los ciudadanos para elegir y ser elegidos.
Desde mucho antes de que Petro fuera elegido Presidente, Vicky Dávila y la Revista Semana iniciaron una campaña feroz para desprestigiar y ridiculizar al candidato, con portadas que iban desde hacerlo ver muy pequeño hasta otras que lo mostraban como un monstruo incendiario culpable de todos los males del país, un ser malévolo capaz de movilizar solito todas las protestas en contra del gobierno Duque y fomentar el caos. Sin embargo, esto no evitó que Petro ganara las elecciones, a pesar de todos los esfuerzos que hicieron para inflar a sus oponentes a punta de portadas y encuestas manipuladas (que es un pleonasmo). Desde que Petro ganó su lugar en la Casa de Nariño, Semana y su directora se dedicaron a ser profetas del caos y también una matriz inagotable de noticias falsas, desinformación, rumores y filtraciones, todas encaminadas a afectar al Presidente. En su momento, fue célebre la noticia de última hora de María Andrea Nieto (otra loba herida de Santos como Vicky Dávila), diciendo que el dólar se cotizaba a 5 mil pesos en las casas de cambio, una vez la tendencia en las elecciones era irreversible. Las elecciones fueron un domingo y el precio del dólar siempre se mantiene invariable los fines de semana. Así empezaron una cadena de mentiras que se alimentan todos los días de conjeturas, especulaciones, exageraciones, tergiversaciones y falsedades. Hoy incluso el dólar está por debajo de los 4 mil pesos, menos de lo que lo dejó el anterior gobierno.
Sin embargo, ante esta precariedad en la veracidad de la información y la falta de rigor que debe caracterizar el periodismo, Semana no sería más que un panfleto extenso de rumores y chismes sin mayor difusión ni impacto, si la elaboración malintencionada de sus pseudoreportajes e informes falsos no contara con el respaldo malicioso y soterrado de la Fiscalía General de la Nación en cabeza del Fiscal Barbosa, otro funcionario mediocre devenido en jurista, puesto allí por su mejor amigo Duque, sin más mérito que ese, que ha usado a esa Entidad como un fortín de la oposición y puesto de operaciones del Centro Democrático para perseguir judicialmente al Gobierno y para contribuir a esa atmósfera enrarecida, filtrando información para que Semana convierta simples conjeturas y testimonios sin soporte en noticias “explosivas”, el adjetivo favorito de esa mercenaria de la información llamada Victoria Eugenia Dávila.
Así pues, Vicky Dávila se ha encargado de armar noticias con base en suposiciones, valiéndose de fuentes de dudoso origen, para fabricar escándalos que parecen mayúsculos, pero que al final no terminan en nada. Hay que recordar todo el movimiento en torno a unos dólares que hace un tiempo se le robaron a Laura Sarabia, la entonces jefe de gabinete de Petro, alrededor de lo cual se edificó todo un mito que incluía constreñimientos, torturas, inducción al suicidio y otra serie de elementos propios de una novela de Agatha Christie, magnificada a partir de una “fuente anónima” de la que jamás se conoció rastro alguno y que al final no era más que pura ficción creada en la redacción de Semana. Se habló de cinco maletines en los que Laura Sarabia transportaba 3 mil millones de pesos que eran de Petro. Ni los maletines ni el dinero aparecieron y la tal fuente anónima jamás fue identificada. La situación le costó el puesto a Sarabia en su momento, pero al final Petro la pudo nombrar en un cargo aún más relevante al frente del Departamento de Prosperidad Social (DPS), porque no hubo impedimento legal alguno para que así fuera. El único damnificado de toda esta tramoya fue el Embajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti, un colado en el Pacto Histórico, incapaz de luchar contra sus mañas y adicciones, que terminó saliendo por la puerta de atrás del gobierno, amenazando ebrio con evidenciar ingresos irregulares a la campaña, cosa que jamás hizo.
Otro escándalo magnificado por Vicky Dávila y la Revista Semana tiene que ver con Nicolás Petro, el hijo díscolo de Gustavo, que apalancado por el poder que inmerecidamente le dio su padre en la política y en su campaña presidencial, se quedó con un dinero aportado por unos malandros de la Costa que en teoría deberían ir a las arcas de la campaña, pero que al final terminaron invertidos en un lujoso apartamento para él y para su esposa de aquel entonces, Day Vásquez. Las tenazas formadas por el Fiscal Barbosa y por Vicky Dávila pusieron a Nicolás a dar testimonios y a retractarse una y otra vez. Hasta el momento lo único claro es que Nicolás y su exesposa se enriquecieron con ese dinero. Hasta ahí. Más allá de las filtraciones que ilegalmente el Fiscal Mario Burgos, instructor del proceso, le dio a la Revista Semana, no hay prueba alguna de la cual se pueda inferir que el dinero entró a la campaña y mucho menos que el Presidente supiera.
Y por último (solo como un ejemplo más entre muchos otros), se recuerda el “explosivo” testimonio del exviceministro de defensa, General (r) Ricardo Díaz, quien habló, entre otras cosas, de algunos movimientos irregulares de Verónica Alcocer en la compra de unos aviones para la Fuerza Aeroespacial de Colombia, algo que no soportó con pruebas y por lo que está siendo investigado penalmente por calumnia. De nuevo, nada.
Así pues, es claro que la Revista Semana no es más que un arma apuntada contra el Gobierno desde los caprichos de un niño rico empotrado en los grupos económicos más poderosos del país, que contrató a una activista resentida, que poco a poco se desgasta perdiendo credibilidad y respeto entre la opinión pública, pero que aún es capaz de hacer mucho daño, porque Petro no es un tipo querido entre la gente divinamente de Colombia, ni en los círculos de poder, ni en las extensas clientelas de las casas políticas tradicionales. Si bien la información de Semana carece de todo rigor, es suficiente con que lancen un rumor para que la extrema derecha lo dé por cierto sin ninguna verificación y para que los tibios y pusilánimes hagan eco de ese material con toda la saña que caracteriza al biempensantismo nacional y le pidan al Gobierno explicaciones, en esa actitud pasivo agresiva que caracteriza a los cizañeros que tiran la piedra y esconden la mano. Además, mentir es fácil cuando la mentira se escuda en la “libertad de prensa”, que se ha convertido en el derecho que asiste a personas como Vicky Dávila para que mienta con total impunidad, bajo la protección de sus colegas que desde la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), que tienen el hacha afilada para rechazar cada crítica que el Presidente hace para que se respeten sus derechos como cualquier ciudadano, y que lo acusan de vuelta de perseguir a la prensa y atacar la libertad que les asiste de ejercer su oficio. La FLIP no ha entendido que la libertad de prensa no equivale a libertad para mentir y esta concepción es realmente peligrosa, porque la falta de autocrítica está llevando a una crisis sin precedentes sobre la credibilidad de los medios en Colombia. Pero esta es otra discusión.
Además, el respaldo soterrado de la Fiscalía General de la Nación a esa prensa malintencionada, que a su vez sirve de tribuna política para un Fiscal que más bien parece candidato de la oposición, vicia a la prensa y a la justicia, porque le quita credibilidad a las dos. Mientras el país debe estar concentrado en la pertinencia de las reformas legislativas, en los procesos de paz, en la correcta redistribución de la tierra y en muchos otros aspectos que hacen parte de la agenda del Gobierno, Semana y Vicky Dávila han logrado distraer a la opinión pública en escándalos insustanciales que ella adjetiva como “explosivos”, no siendo más que salvas que hacen mucho ruido pero que al final no tienen nada. El ruido que hace esa prensa tendenciosa es molesto y nocivo, no aporta, no construye, ni siquiera para la oposición, porque lo único que hace es distraer la atención sobre los problemas profundos que en realidad se deben discutir y que afectan las estructuras sociopolíticas y económicas del país.
Ahora el sirirí de Dávila es que Petro se va a radicalizar porque perdió las elecciones regionales. Y eso no es verdad. En las elecciones regionales pasó lo que siempre ha pasado, ni más ni menos, ganaron los mismos de siempre y eventualmente ganó la izquierda en algunas regiones del país. Eso es todo, ninguna novedad, nada extraordinario, siempre ha sido así. Y no contenta con decir que Petro se va a radicalizar, remata diciendo que los organismos nacionales e internacionales deben estar atentos porque Petro va a romper el orden constitucional. Esto es tan falso, que justamente Petro perdió las elecciones porque respetó la democracia y el orden constitucional. Se respetó el conteo en la Registraduría, no se fue la luz en medio de los conteos como sucedía cuando en realidad se robaban las elecciones y aceptó los resultados interpretando desde su perspectiva lo que para él fue un éxito. Justamente porque Petro respeta el orden constitucional es que se pudo votar en paz y en muchas regiones ganaron sus opositores. En eso consiste la democracia. Sin embargo, Vicky Dávila logra el objetivo de azuzar, de enrarecer el ambiente, de prender alarmas que ni siquiera existen.
En este orden de ideas, es necesario que una sociedad madura repudie esta clase de “periodismo” y le dé el lugar que merece, la basura. Es importante comprender que un “periodismo” así le hace un flaco favor a la verdad y al debate público que debe nutrirse de información seria, obtenida con rigor e interpretada con profesionalismo. Vicky Dávila no es nada de eso. Le dieron la que fuera la revista más importante del país para que la usara como una herramienta de sus propios caprichos alentada desde un grupo económico que lo quiere comprar todo, hasta la conciencia de los ciudadanos. Pero les está saliendo mal. Dávila ha degenerado tanto el oficio del periodismo que a la Revista Semana ya no se le puede tomar en serio. La adjetivación excesiva que en las facultades de comunicación sugieren evitar con ella se vuelve fastidiosa, un cliché amarillista que deforma la información y la convierte en una caricatura insostenible que se diluye cuando la verdad reluce, porque los medios ya no tienen el monopolio de la comunicación, un espacio que afortunadamente la globalización y las redes sociales han hecho poroso para que la gente tenga más acceso a fuentes más fiables, más precisas, más directas y menos manipuladoras.
A Petro aún le quedan poco menos de tres años de Gobierno. El Fiscal General, cómplice de Vicky Dávila en la manipulación de la información, se va en febrero. Al triciclo de la desestabilización que completan con la extrema derecha, se le cae la ruedita de adelante y no va a poder andar. No sé si eso vaya a radicalizar más a Dávila o sencillamente la debilite. Lo veremos en febrero. Lo que es cierto es que mientras Semana siga en manos de los Gilinsky y dirigida por Vicky Dávila, de allí no se puede esperar periodismo sino una militancia malintencionada y sesgada. Por ejemplo, de Vicky Dávila y de Revista Semana no podemos esperar nunca que hable de los Gnecco, ese clan familiar parapolítico con gran influencia en la Costa Caribe colombiana porque ella hace parte de esa familia, porque está casada con uno de ese clan. Tampoco podemos esperar que hable de los falsos positivos o de lo que descubre todos los días la JEP porque eso le tumba el tinglado de su propia fábula informativa. Por supuesto que eso le quita autoridad moral para posar de ética y correcta, cuando sus familiares están evadiendo la justicia o enfrentándose a ella. Vicky Dávila representa la decadencia del periodismo, la sombra larga de José Asunción Silva de lo que era un medio respetable, el resentimiento hecho noticia, la adjetivación innecesaria de una pila de basura informativa. Por el bien de la libertad de prensa, de la democracia y de un oficio que es tan necesario para un país que necesita un control ciudadano eficaz y bien informado, lo responsable es no leer ni ver nunca esa revista que se convirtió en un pasquín, en la entretención de un niño devenido en empresario al que su papi le regaló un medio de comunicación como si fuera un juguete.
Semana puede tener muchos lectores porque son capaces de aparecer en cada espacio digital que se abre porque eso también lo pueden comprar. Pero no tiene credibilidad, el único patrimonio que puede tener un medio respetable. A eso la ha llevado su directora, la activista de la extrema derecha y odiadora profesional de Petro, Victoria Eugenia Dávila. Ya no la llamen periodista. No le hagan ese mal al oficio.
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