Por Luisa Marcela Realpe Palacios
He vivido muchas cosas con las que he llorado de felicidad que se me vienen ahora a la cabeza. Por ejemplo, cuando estaba terminando el medio Ironman, cuando vi por primera vez las pirámides Chichén Itzá o cuando estaba en la cima de Table Mountain. Pero no he lagrimeado varias veces por el mismo evento, hasta lo vivido el 1° de agosto de 2021.
No sé cuántas veces le dije a mi entrenadora…—Talú, ¿me llevas a un nevado? —y la respuesta casi siempre fue: —Tienes que entrenar más —. Ahora sé por qué. También sé que no soy la más disciplinada. Admito que entreno por épocas, sin embargo, me gusta hacer ejercicio y disfruto el ambiente alrededor de ello. Aunque también admito que me gusta dormir, tener una cita a las 4:30 am para ir a entrenar es una motivación para salir de la cama y vivir una experiencia nueva cada día.
Talú, como entrenadora, siempre anda buscando retos nuevos, carreras y motivaciones en general, para que todos sus “pupilos” (como nos llama), vayamos a entrenar cada día. Como dice ella, “hacemos esto porque nos gusta, no porque nos obliguen”. Y es verdad, todos los que entrenamos somos felices o al menos eso parece. Lo veo en las caras, o más bien, en las expresiones y expectativas de: ¿y hoy qué locura vamos a hacer? Y lo peor (o lo mejor), es que le hacemos caso. “Mijitos, hoy vamos a hacer 100 kilómetros en bici”. “Mijitos, nos vemos mañana para cruzar la laguna de Tominé nadando ida y regreso (aproximadamente 1900 mts)”. “Mijitos, nos vemos mañana para hacer intensidad en el parque el Country”. Todos los días tienen una singular rutina que Talú logra que no lo sea. En especial los fines de semana, porque se tiene más tiempo que los días de andar corriendo para llegar a trabajar. Empiezan las bromas y comentarios: “Yo para qué vine”, “me hubiera quedado en la casa”; los más competitivos “¡vamos!”, “hágale”, “empecemos de una vez”, y uno de los mejores: “vamos, que quiero desayunar”. Aun así, pase lo que pase, cada que llegamos a entrenar, todos muy juiciosos, hacemos lo que Talú dice, ella sabe hasta dónde podemos esforzarnos y saca lo mejor de cada uno.
He tenido la fortuna de pertenecer a este grupo, Tri&Trail, desde hace más de seis años. Como dije, no soy la más juiciosa, he tenido pausas, unas cortas y otras largas, aunque siempre con la idea de ir al siguiente día a entrenar.
En mi familia siempre me han incentivado a realizar deporte. A grandes rasgos, mi “carrera deportiva” se resume en jugar fútbol cuando era pequeña (mis hermanos y yo contra mi papá). En el colegio recuerdo que practicaba varios deportes (ninguno extracurricular). En la universidad pertenecí al equipo de fútbol. Luego tuve la fortuna de encontrar un grupo de amigos con los que jugábamos fútbol una vez a la semana. Todo era muy esporádico, después aprendí que lo que hacía no era ejercicio, sino actividad física.
El día que ingresé al grupo, “un lunes de fortalecimiento”, llegué y me divertí. No fue un entreno de exigencias, sino de juegos enfocados en fortalecer el cuerpo. La gente fue muy querida y divertida. Llegó el final del entreno y me dijeron —mañana vamos a la pista y el miércoles nos vemos en la piscina —. Está bien, mañana voy. Y decidí empezar a entrenar día a día.
Así he logrado cosas increíbles, levantarme a las cuatro de la mañana para ir a entrenar seis y hasta siete días a la semana. En ocasiones, entrenar en la mañana y en la noche en el mismo día o levantarme para “subir patios”, una subida entre Bogotá y La Calera aproximadamente de siete kilómetros. Recuerdo la primera vez que fui, mucho antes de ingresar al grupo: me bajé de la bici unas diez veces y duré casi un año quejándome y diciendo que no iba a volver a subir “en mi vida”. No hubiera imaginado que un día como hoy, me levantaría a las 4:40 de la mañana para subir a patios en bici, antes de trabajar ¡Y mucho menos que lo disfrutaría!
El 21 de enero de 2021, Talú anunció lo que tanto había anhelado, y aunque me habían sugerido buscar por mi cuenta este reto, yo deseaba que fuera con ella y el grupo con quien lo intentaría. — Separen su tiempo, iremos a subir un nevado —. Ni siquiera miré el calendario y fui la primera en levantar la mano y decir —Yo voy —. Mis amigos se empezaron a animar y resultó un buen grupo; veinte personas aceptaron el reto de subir un nevado. ¿Cuál?, no lo sabíamos. ¿Qué debemos hacer?, entrenar.
Intenté estar en la mayoría de los entrenos enfocados al nevado, en especial los de altura: correr en el páramo el Verjón, el cerro de las tres viejas en Tocancipá, cerro Majuy en Cota, entre otros. No quería que me diera mal de altura, o soroche, como le llaman. Hace quince años fui al nevado del Ruiz, muy recreativa la subida, y me dio soroche, qué sensación más desagradable, sientes que no eres dueño de tu cuerpo, tienes mareo constante y dolor de cabeza intenso. Sentía que debía entrenar más, sentía que era de las últimas del grupo, aunque también sabía que paso a paso me acercaría a ese objetivo que tanto había soñado: coronar el nevado de Santa Isabel.
Llegó la semana del viaje. La mayoría éramos primíparos y empezamos con las preguntas: “¿Qué se debe llevar?”, “¿cuántas capas son?”, “y el maletín, ¿de cuánto peso debe ser?” llamadas van, llamadas vienen; compras van, compras vienen; préstamos van, préstamos vienen. “¿Entonces, toca llevar dos pintas y comida?”, “¿llevamos cámara o solo con la del celular?”, “¿guantes?”. En fin, todo listo.
Viajamos el viernes a Manizales, unos en carro y otros en avión. Llegamos dieciséis personas del grupo de veinte iniciales; unos faltaron por trabajo, otros por compromisos. Todos con ansiedad y expectantes a este magno evento. A dormir temprano, porque el sábado debíamos estar a las cinco de la mañana enfrente del hotel donde se estaba quedando la mayoría.
Uno de los dos carros que nos iban a llevar al lugar llegó un poco tarde. Momento perfecto para tomar fotos del nevado, subir maletas, hablar con unos, hablar con otros, comentarios por aquí, comentarios por allá, abrazos, saludos; todo detrás de esa sonrisa genuina de cuando vas a conocer algo nuevo y maravilloso.
Empezamos la ruta en una van y un jeep. Una ruta sencillamente mágica. Paisajes increíbles, día soleado, mariposas brillantes, árboles hermosos, cascadas en medio de las montañas, en medio de verde y más verde, hojas gigantes y demás belleza. Paramos en la vía a desayunar, en una casa en medio de la nada, con una comida deliciosa y una vista inigualable.
Después de un recorrido de más de dos horas en carretera destapada, llegamos a la entrada del Parque Nacional Natural Los Nevados. Realizamos el registro, nos dieron recomendaciones generales, fotos y más fotos y seguimos el camino. Ahora era aun más destapado, pero el conductor conocía la ruta y la mejor manera de pasar.
Llegamos a un sitio increíble, una cabaña en medio de la montaña, donde nos acomodamos y rápidamente nos dieron las indicaciones del uso de los elementos para el ascenso en nieve al día siguiente. Piolet, crampones, arnés y casco para cada uno. Me sentía como niña chiquita conociendo todo eso, intentando poner toda mi atención en lo que nos decían, pues no quería que se me fuera a olvidar nada: en qué orden se ponen los elementos, cómo se aprietan y ajustan. Cada uno debía guardar sus elementos y entregarlos al finalizar el recorrido.
Nos preparamos para una caminata de ambientación muy linda (como dijo un compañero, las fotos hablan mejor de lo que uno puede expresar). Dos horas caminando entre la naturaleza, con el objetivo de llegar a unos pozos en medio de la montaña. Los guías nos indicaron, una y otra vez, que por favor avisáramos si teníamos cualquier síntoma de mal de altura. Íbamos despacio, la intención era ambientarnos a la altura y los guías aprovecharon para analizar el estado físico del grupo.
Los guías hicieron comentarios de felicitaciones a Talú por tener un grupo fuerte y que avanzaba parejo. Por mi parte, sentía que debía ir despacio para no exigir mi cuerpo y que el malestar no se apoderara de mí. Terminé la caminata feliz de haber visto tanta belleza junta y, lo mejor de todo, ¡sin mal de altura!
Al finalizar la caminata, nos indicaron donde ver un atardecer único a más de cuatro mil metros de altura. Alcanzamos a comer algo antes del espectáculo… pero mi cuerpo se vino abajo. Empezó un dolor de cabeza intenso, sentí mucho mareo y supe que mi mal de altura no solo había llegado, sino que había llegado con creces. La incomodidad era tan desesperante que me puse a llorar. No podía moverme, porque me dolía la cabeza; no podía acostarme, porque me sentía mareada, y tenía demasiada sed, sin embargo, no podía tomar líquido, porque me daban ganas de vomitar.
En la mesa de noche vi vasos de suero, aromática, té de coca, café, agua, hidratante; tenía ganas de tomar todo, mi cuerpo me lo pedía, pero me lo impedía a la vez. Vomité, lloré y volví a llorar. La mejor enfermera que he tenido me cuidó, me consintió, me decía frases de aliento, me aplicaba aceites, me puso cobijas y más cobijas (decían que no podía gastar energía intentando calentarme, necesitaba que toda la energía de mi cuerpo se concentrara en adaptarse a la falta de oxígeno). Adri me salvó del frío con un termo con agua hirviendo. Mejor dicho… gracias, Adri. En serio, gracias.
El malestar era tal, que los guías me pusieron oxígeno, y por fortuna me pasaba el dolor de cabeza, volvía a ser persona, luego me quitaban el oxígeno y el dolor de cabeza se intensificaba. Escuchaba las voces de aliento y preocupación de mis compañeros. Desafortunadamente, yo solo estaba concentrada en buscar la mejor posición para no sentir tanto malestar, tanta resequedad y tanto dolor.
En un momento, todos se fueron a comer y escuchar la charla de recomendaciones para el día siguiente. Un guía se quedó conmigo y le volví a pedir oxígeno para disminuir el dolor de cabeza. Le pregunté qué pasaría conmigo en los diferentes escenarios; si seguía igual o si empeoraba mi malestar, ¿tenía que devolverme a Manizales?, o me quedaría en la cabaña mientras todos realizaban la cumbre, o, en el mejor de los casos, qué debía sentir para poder decir: puedo intentarlo. El guía me dijo —Debes dormir, debes descansar, tu cuerpo se va a estabilizar—. No obstante, el dolor y el malestar no me lo permitían.
Llegó la noche y todos empezaron a alistar la maleta. Yo solo quería llorar y llorar, anhelaba sentirme bien. Confieso que en ese punto ya ni me preocupaba por lograr la cumbre, solo por mejorar mi estado de salud. Talú y Adri alistaron mi maleta, la ropa y la comida, tenían la esperanza de que amaneciera bien.
Entre las dieciséis personas que emprendimos este viaje, se encontraban mis hermanos, dos personas maravillosas que amo y admiro por su personalidad, su forma de ver la vida, cada uno tan único y particular. Ellos son quienes me han enseñado a gozar la vida, entre música, deporte, amigos, familia y risas.
Mientras había movimiento en el cuarto, la gente ordenando maletas y acostándose para intentar dormir un par de horas, llegó mi hermano a la cama donde yo estaba y me dijo unas palabras enternecedoras, tuve la sensación de que me hablaba como a su hija, se me llenó el corazón y, con lágrimas en los ojos, saqué una sonrisa. Al rato, mi hermana se me acercó, la tomé de la mano y me dijo las mejores frases que he escuchado, esas que te dicen te amo sin necesidad de decirte te amo, esas que dicen daría la vida por ti. Esas que ni siquiera las puedo repetir, porque cada vez que las recuerdo lloro una vez más. Y por fin logré dormir, junto a ella, arrunchadas como cuando éramos pequeñas.
Hora de levantarse 00:30 am, escuché movimiento en la habitación, la gente se empezó a alistar, entonces abrí los ojos y sentí una voz que me preguntaba— ¿Cómo estás? —a lo que respondí— No lo sé… — No sé si deba levantarme, no sé si pueda levantarme. Llegó Adri con sus palabras mágicas, 1 vamos, desayunamos y miras cómo te sienta la comida —. Sí, tiene sentido; me levanté, bajé y logré desayunar un emparedado y una aromática. Mi panza no protestó. Perfecto, lo voy a intentar.
Nos subimos en los carros, los guías no daban crédito de que estuviera ahí. El médico del equipo me confesó que no daba un peso por mí. El conductor de la van me dio una pastilla para evitar el malestar; y a subir que para eso vinimos.
Empezamos la subida a las tres de la mañana, la ansiedad de todos se sintió en el ambiente. Vi el cielo: Un verdadero espectáculo, miles de estrellas, la luna gigante, estrellas fugaces, con deseo incluido de sentirme bien en la subida, y al fondo una tormenta, qué espectáculo. Los guías nos explicaron que la tormenta que se alcanzaba a ver era más allá de Manizales y nos auguraron un día despejado y soleado.
Admito que subí despacio, quería evitar que mi cuerpo se quejara, que no me dejara subir. Subí con precaución. Me empezaron a preguntar cómo estaba, y por fortuna, me sentía bien, intenté tomar sorbos de agua muy seguido, comí bocados pequeños para minimizar los riesgos de un malestar. De repente, empezó el amanecer, qué colores, qué cielo, qué nubes, qué paisajes, qué fortuna estar aquí, y nada más y nada menos que al lado de mis hermanos y alrededor de todas estas personas que quiero y están en la misma locura.
En un momento vimos a lo lejos un camino lleno de nieve y los guías dijeron —para allá no vamos, ese es el plan B —. Rodeamos una montaña y llegamos a esa última colina, que no era un camino, sino una pared y comenzamos a subir, casi escalando para ver al final semejante inmensidad, y vi la nieve, cerca del cielo, para allá íbamos. Empezamos a ponernos la indumentaria necesaria y luego nos pusieron a mis hermanos y a mí en la misma cuerda. Qué suerte tengo.
Entonces pensé: “Esto es real, llegué a la cumbre, tanto que lo soñé y lo logré, sé que debo ponerme el cuello, para disminuir el frío, pero con mi sonrisa no se queda en el lugar que debe. No paro de sonreír. Lo logré, llegamos, ¡lo logramos todos!, es real, abrazo a mi hermana y lloro de felicidad, grité, salté y volví a llorar, abracé a mi hermano y a todo el que estaba alrededor mío, esto es real”. Gracias infinitas a mi hermana Talú, por todo lo que hace para que logremos todo esto, no es solo el viaje, es el entreno, es la dedicación, son los detalles, es el conjunto de cosas que a veces parecen invisibles. Talú logró que los 16 que nos animamos a esta locura lleguemos a ver esta inmensidad, esta hermosura, este sitio tan maravilloso y único. Gracias.
Fotografía aportada por la autora.
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