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Petro, el dictador

Por Andrés Felipe Giraldo L.

Es entre irritante, triste y tremendamente decepcionante, que después de cuatro años más de uribismo, muchas personas que uno percibe inteligentes sigan creyendo en el cuento del castrochavismo y que Petro será un dictador que se perpetuará en el poder como Chávez o, incluso, como Fidel Castro.

Dejarse meter el cuento de que Petro acabará con las libertades y la democracia cabe solo en las mentes más temerosas, ingenuas o desinformadas. Y por supuesto, en el discurso que quiere derrotar a Petro a través del miedo y la ignorancia, que abundan en Colombia.

Gustavo Petro se desmovilizó de la guerrilla en 1989 en un proceso de amnistía que adelantó el presidente del momento, Virgilio Barco, con el grupo subversivo M-19. De allí en adelante, todos los cargos que ha ocupado en el Estado han sido por elección popular. Desde representante a la cámara, senador y alcalde de Bogotá, su carrera política se ha cimentado sobre votos. Es decir, Gustavo Petro lleva 30 años de carrera política ininterrumpida, lejos de las armas que depuso después de un proceso de paz y se ha sometido a las reglas de democracia para ejercer cargos públicos. Pretender equipararlo con Hugo Chávez, que no era guerrillero sino militar, sí, militar, que pasó de una intentona golpista en 1992 a ser elegido por las amplias mayorías del electorado venezolano en 1998, que contó con el respaldo irrestricto de las Fuerzas Militares de su país desde que tomó el poder, que ganó las mayorías en la Asamblea de Diputados de ese país, y que lo primero que hizo fue cambiar la Constitución de Venezuela, apoyado por todas las fuerzas políticas que le rodearon, es un exabrupto que solo puede partir del desconocimiento de los procesos políticos de cada uno de estos países. Colombia no es Venezuela (aunque el uribismo ha hecho sus mejores esfuerzos para volvernos así) y Petro no es Chávez.

Petro ha sido respetuoso de las decisiones y de los fallos judiciales y fiscales que le han sido adversos. Todas las demandas en contra las ha respondido por la vía institucional e incluso, cuando fue destituido arbitrariamente por el procurador Alejandro Ordoñez de la Alcaldía de Bogotá, fueron el Consejo de Estado y las medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos quienes le devolvieron el cargo. Además, estaba preparado para enfrentar el proceso revocatorio que se venía impulsando por sus opositores políticos sin la menor resistencia para someterse nuevamente a las urnas, hasta que Ordoñez se las quiso tirar de héroe y lo destituyó.

Seguir con el sonsonete de que Petro se va a perpetuar en el poder y que “nos va convertir como Venezuela” apela a lo más burdo de la ignorancia y del desconocimiento que rodea el panorama político en Colombia. Petro claramente no contaría con el respaldo de las Fuerzas Militares, y sin Fuerzas Militares, no hay golpes de Estado. Bastó ver la cara de desconsuelo del “presidente interino de Venezuela” Juan Guaidó y su reo recién liberado Leopoldo López cuando pretendieron deponer a Nicolás Maduro mediante un golpe sin contar con las Fuerzas Militares. Fue un ridículo monumental, como la mayoría de acciones de la oposición en Venezuela.

Petro tampoco tiene mayorías en el Congreso para modificar la Constitución y hacerse reelegir. Quien sí hizo eso fue Álvaro Uribe Vélez, cuyos ministros sobornaron congresistas para cambiar “el articulito” y se hizo reelegir por un periodo más. Y se iba a hacer reelegir para un tercer período, si no fuera porque la Corte Constitucional se atravesó en sus planes imperiales y le recordó que en Colombia aún hay instituciones y otras ramas del poder público. Por eso es incomprensible y tremendamente cínico que los uribistas alimenten ese temor sobre la reelección de Petro, cuando saben que en Colombia existe toda una institucionalidad que se opondría a ello si esos fueran sus deseos.

Además, la principal resistencia para que Petro se perpetuara en el poder y restringiera libertades y derechos vendría de sus propios electores, que en un gran porcentaje no son focas aplaudidoras, sino personas críticas y deliberantes, capaces de criticar a su propio candidato.

No es posible garantizar que Petro hará un buen gobierno. No se puede garantizar ni de Petro ni de ningún otro gobernante, y mucho menos en Colombia, que ha sido escenario de gobiernos nefastos. Pero apelar a que Petro será un dictador dispuesto a perpetuarse en el poder es ingenuo y malintencionado. El riesgo real que corre un gobierno de Petro es que no lo dejen gobernar, como ya le pasó en Bogotá, que tuvo al Concejo, a los medios tradicionales y a gran parte del establecimiento en contra, haciendo tortuoso y accidentado su mandato.

Parece que a la derecha colombiana solo le gusta la democracia cuando ganan ellos. Cuando por fin la izquierda tiene un chance de llegar al poder, nos llenan de fantasmas con Venezuela, Nicaragua e incluso Cuba, omitiendo los gobiernos de alternancia entre la izquierda y la derecha que ha habido en Chile, Uruguay, Argentina o Brasil, en donde depusieron a la izquierda del poder con maniobras institucionales absurdas, destituyendo primero a Dilma Roussef y después metiendo a Lula a la cárcel para que no repitiera mandato. Y ahí están, con el ultraderechista Bolsonaro en el poder, mirando cómo hacen para atravesarse de nuevo a un posible gobierno de izquierda.

Si ha habido algún régimen perpetuo en Colombia no ha sido precisamente la izquierda. Desde que en Colombia se instauró el Frente Nacional en 1958 para que solo pudieran gobernar los partidos tradicionales y se le cerraron las puertas de la democracia a las fuerzas políticas de izquierda, los partidos liberales y conservador diluyeron sus fronteras ideológicas y se dedicaron a ser burócratas, a perpetuarse en el Estado, relegando a cualquier iniciativa democrática de la izquierda, que hasta ahora alza la cabeza. Más de 4 mil militantes de la Unión Patriótica fueron asesinados entre los años 80 y 90, acabando así con todo un partido político en un genocidio sin precedentes. Y hoy en día líderes sociales, defensores ambientales y desmovilizados, siguen siendo asesinados impunemente, sin que las autoridades aclaren qué pasa con estas muertes.

La izquierda en Colombia no pide que le regalen nada. Lo menos que se pide es que se entienda que en la contienda democrática también la izquierda tiene derecho a gobernar, un derecho que ha sido suprimido históricamente a bala y miedo. El riesgo actual no es que Colombia se vuelva como Venezuela. El riesgo es que Colombia siga siendo esa Colombia discriminadora, segregadora y violenta de los que reaccionan ante el menor indicio de cambio con temores infundados, agresividad y resistencia. Dejen que los colombianos decidan. Y dejen de meter cuentos, que ya estamos hartos de que nos metan balas. 

*Fotografía tomada de Lengua Caribe.

 

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