Por Andrés Felipe Giraldo L.
La joven francesa Julie Huynh llegó al país en 2016 para prestar un servicio social como voluntaria de una ONG internacional llamada “Proyectar sin Fronteras”. Su labor estaba orientada hacia poblaciones vulnerables, desplazados y algunos mencionan que también trabajó con reinsertados.
Los últimos seis meses trabajó en un colegio de un sector popular de la Capital, según afirmó el alcalde de Bogotá. Su vida terminó abruptamente el pasado sábado 17 de junio cuando un artefacto explosivo estalló justo a su lado, mientras estaba en un baño de mujeres del Centro Comercial Andino en el norte de Bogotá. La mamá de Julie, Natalie Levrand, resultó herida en el mismo incidente. Julie tenía 23 años y una vida prolífica en mundo, en experiencias y en vocación de servicio según cuenta su padre, Anthony Huynh.
La vida de Julie se interrumpió prematura e injustamente como consecuencia de la violencia demencial, sin sentido, fratricida, visceral y llena de odio que ha cundido en el país desde siempre. Aún las autoridades no dan con los responsables del atentado y ningún grupo o persona se ha adjudicado el ataque. Hasta el momento, a Julie y a dos víctimas más, las mató un misterio, ese misterio que mezcla ignorancia con odio, que son el compuesto absurdo de la violencia centenaria en el país.
Hasta allí no es más que un lamentable suceso como hay otros en el mundo de personas que encuentran la muerte lejos de su casa y de su país porque el terrorismo no conoce fronteras ni discrimina nacionalidades. Pero lo que me avergüenza, y por lo que le quiero pedir perdón a Julie y a su familia como una manifestación personal de solidaridad con ella y como rechazo con los imprudentes, irresponsables e irrespetuosos que la relacionan como sospechosa del atentado en el que murió, es que lejos de valorar el trabajo desinteresado de una mujer joven que le apostó a este país y que además lo amaba, según cuenta su padre, un sector radical, retardatario, fanático, ruin y poco ético de la prensa y de la opinión pública del país y de la región, han jugado con la dignidad y honra de una víctima que solo merece gratitud por parte de un país que no la merecía.
Algunos pseudoperiodistas como Ricardo Puentes, acabando con un principio básico del Derecho que es la presunción de inocencia, esperan que las autoridades “demuestren lo contrario” sobre la participación de Julie en el atentado. Es decir, le piden a una persona muerta en un acto terrorista que “demuestre” que no tuvo que ver en éste con base en meras suposiciones, conjeturas, prejuicios y sesgos absurdos que solo buscan satisfacer la ambición vana de tener razón para poder justificar así sus odios, de tal manera que puedan seguir incendiando al país con combustible cargado de sangre y dolor, lo que aman los buitres de la guerra y lo que los lleva a especular con teorías tan absurdas como la de incriminar a la joven Julie Huynh con su propia muerte.
El primer “indicio” que consideran válido y que dan como una regla de “expertos” sobre este tipo de atentados, es que la persona que está más cerca del explosivo es el principal sospechoso (¡¿?!). En lo personal creo, sin ser experto, que el responsable de un atentado dentro del contexto de nuestro conflicto y la dinámica de nuestra violencia, estaría parapetado sospechosamente a una distancia prudencial para verificar que se hizo el daño esperado y para escapar presurosamente del lugar sin ser detectado. Nuestros terroristas son cobardes, son mercenarios sin mística alguna y trabajan por plata para el mejor postor. Quizás esa teoría funcione para los terroristas yihadistas que se inmolan en su martirio sagrado porque ellos mismos son la bomba. Pero de Julie no se conoce antecedente alguno de militancia en estos grupos y su amor por la vida era incuestionable, de acuerdo con lo que han manifestado sus allegados.
Entonces “los expertos” a los que acuden los medios, no para averiguar la verdad, sino para sustentar sus prejuicios, aseveran que accidentalmente “se le explotó la bomba”. Si así hubiera sido, tendría rastros del explosivo en su cuerpo. De acuerdo con un reporte de Noticias RCN que accedió al informe preliminar de las autopsias, a ninguna de las víctimas se les encontró trazas de los químicos con los que fabricaron la bomba.
Con argumentos técnicos tan débiles y cuestionables, entonces las insinuaciones se empiezan a inclinar hacia las actividades de la fallecida, hacia los contactos necesarios que hay en el desarrollo de una labor social y por su devoción hacia los más débiles, lo que en un país como Colombia es de inmediato satanizado y relacionado con actividades de izquierda y por ser de izquierda, necesariamente, con terroristas. Porque acá se etiqueta con un rótulo perverso a la persona antes de conocerla simplemente por lo que hace, siente o piensa.
Entonces empiezan a tejer las fábulas de que como Julie trabajó con reinsertados, éstos la adoctrinaron y en tiempo récord de un año, la convirtieron en la nueva Tanja Nijmeijer francesa de la revolución bolchevique en Colombia, y que eso dio para que fuera a poner una bomba en un centro comercial de ricos, porque los pobres y los comunistas mamertos son así, resentidos. Esa teoría no solo es ridícula, sino que atenta contra la inteligencia, vocación de servicio y memoria de la víctima, que no tiene ningún antecedente de ningún tipo de violencia en ningún país, y que además se movía en círculos sociales ajenos a su labor social, vivía en compañía de una abogada según cuenta su padre y su vida no era soterrada ni clandestina, estaba a la vista de todos los que la conocían que solo dan buenas referencias de su actuar y proceder. Esta teoría no es más que una burda estigmatización sin fundamento, que no solo afecta a Julie, sino a los cientos de voluntarios extranjeros que están en el país tratando de aportar algo para nuestra sociedad con el único interés de que superemos la violencia que lleva carcomiéndonos por más de dos siglos, con una vocación natural de servicio y con un sacrificio increíble porque saben que no solo podrían terminar muertos, sino tachados de sospechosos por ser unos románticos revolucionarios que quieren un mundo mejor. En otras palabras, para los fanáticos extremistas en Colombia, terroristas.
Y por último, acusan de Julie Hyunh de haberse ido a Cuba a preparar este atentado. Qué mente perversa puede poner a Julie en ese plano cuando había sido una mujer cosmopolita a su corta edad y que se ha movido por su natal Francia, Vietnam, Estados Unidos, Inglaterra, Holanda, Marruecos y Bélgica, según reseña la Revista Semana. Cuba solo era un destino más, cercano a Colombia y tropical, en donde además se está negociando la paz y no la guerra, en donde era mucho más factible que le dieran un curso sobre los acuerdos de La Habana que sobre fabricación de explosivos. Esto solo se le ocurre a una mente parroquial y mentecata que ve un viaje a Cuba de una joven aventurera como un evento extraordinario plagado de enigma y perversidad. Hablar de estas sandeces como hipótesis deja muy mal parado al periodismo que las presenta, porque no resisten un análisis mínimo ni serio. Se caen por su propio peso.
Para terminar, una pregunta a cualquier terrorista nacional que me esté leyendo: ¿Usted llevaría a su mamá de paseo a un centro comercial para poner una bomba? ¿La expondría a una carga explosiva que lleva en una maleta con ella caminando a su lado?¿La haría sentir orgullosa saber que usted se inmoló o mató gente inocente por una causa revolucionaria que le embutieron en seis meses? No sé hasta donde pueden llegar de ser patéticas las conjeturas, pero eso de llevar a la mamá para que vea qué tan buen terrorista se ha vuelto su retoño, llega al límite del delirio.
Por todo lo anterior le quiero pedir perdón a Julie Huynh y a su familia que en este momento debe estar devastada. Y no lo hago a nombre de Colombia o de los colombianos porque la nacionalidad no es un atributo que me enorgullezca, ni la que me tocó ni ninguna en el mundo porque no creo en el concepto ni en el sentimiento. Le pido perdón como un ser humano débil, vulnerable y lleno de odios que también ha visto los fantasmas del terrorismo en donde no los hay, que también ha especulado injustamente y cuestionado la integridad de personas que no lo merecían y que ha cedido ante la tentación de juzgar a sus semejantes sin comprender su contexto social y sin investigar su historia de vida. Le quiero pedir perdón por haber dejado truncada su vida en un país que no la merecía, por estar siendo cuestionada y maltratada en su dignidad y honra cuando deberíamos estar llorando su muerte y agradeciendo su labor para intentar construir un país mejor a pesar de que no era el suyo.
Así pues, le quiero agradecer a Julie a nombre propio su valor para venir a este país para ofrendar su tiempo y su conocimiento a las personas que la necesitaban, por brindarse a los demás con tanto amor y dedicación y finalmente por habernos dejado su corta y provechosa vida como ejemplo a seguir. Ojalá en Colombia hubiera más francesas como Julie Huynh y menos colombianos como Ricardo Puentes. Eso nos haría un país mucho más amable y mucho menos absurdo.
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