Por Andrés Felipe Giraldo L.
El 29 de mayo de 2022 se celebran las próximas elecciones presidenciales. Si nada extraño sucede; en un país en el que suceden muchas cosas extrañas, como que una persona que no tenía mayor experiencia, le falta carácter y cumple órdenes de un expresidente en cuyo mandato se asesinaron 6402 personas en total estado de indefensión, amarradas y engañadas, solo por inflar las cifras de los resultados contra la guerrilla, resulte electo presidente con la mayor cantidad de votos hasta el momento; Colombia deberá estar eligiendo un nuevo mandatario, ojalá, uno muy diferente del que gobierna (desgobierna) en este momento.
Aún queda un año para que sepamos en la primera vuelta quiénes serán los candidatos que irán a disputarse la presidencia tres semanas después y para que sepamos, también, quiénes definitivamente ya no podrán aspirar a ocupar la Casa de Nariño. Si bien aún no se sabe a ciencia cierta quiénes serán los candidatos, los que se perfilan con claridad están definidos.
La extrema derecha, es decir, “la gente de bien” que gobierna (desgobierna) a Colombia en estos momentos, el uribismo, no tiene figuras prominentes que puedan representar al Centro Democrático. En realidad nunca las han tenido, porque si algo caracteriza al uribismo, es la pobreza de perfiles presidenciales en sus huestes. Por eso un tipo tan incapaz como Duque está gobernando. Sin embargo, cualquier zapato Croc que postule Uribe tendrá posibilidades en un país arribista, discriminador y camandulero por excelencia como Colombia. Por eso al candidato de esa secta siempre le llamaremos simplemente “el que diga Uribe”. Sin embargo, el plan B del uribismo es la coalición Char-Peñalosa-Gutiérrez, que encarna los valores (antivalores) de la derecha y el clientelismo colombiano. Seguro Uribe, consciente de que los candidatos del Centro Democrático no dan ni lástima, se la jugará por alguna de estas cartas. Quizá lo haga con disimulo, como cuando apoyó a Peñalosa mientras dejaba que Pachito se tostara con una votación paupérrima para la alcaldía de Bogotá, o quemando de frente a sus fusibles, como lo hizo con Ángela Garzón, a quien abandonó a su suerte para incorporar al delfín Uribe Turbay a su camada de jóvenes promesas.
El autodenominado “centro” tiene muchas más figuras identificables, que han ocupado cargos públicos y que, de alguna manera, huérfanos de poder, se quieren presentar como independientes. Entre estos, las figuras más prominentes son los excandidatos presidenciales Sergio Fajardo y Humberto de la Calle, que se acordaron (demasiado tarde), que de pronto unidos les iba mejor. Ya para qué. El resto de la coalición no vale ni siquiera mencionarlos en términos electorales. No tienen chance. Además, con leer a uno de la coalición es suficiente, todos escriben igual, piensan igual y básicamente tienen al mismo libretista. Solo hay que repasar sus trinos o sus actividades lúdico-repentinas mientras el país se incendia como los “meaculpa”. Pero si algo tiene “el centro”, diferente al uribismo, es que son más analíticos y han percibido, entre la desilusión y el desasosiego, que su caballo ganador está rengo. Fajardo se quita votos todos los días entre la candidez, la estupidez y la intrascendencia. Su desconexión con la realidad es evidente y su ya natural falta de posturas en este contexto tan convulsionado, desinfla cualquier esperanza en la coalición de la esperanza. Por eso se la han jugado toda por “seducir” al rector de Los Andes Alejandro Gaviria, que con su prosa elaborada y sus argumentos irrefutables (por obvios), se ha convertido en el mesías que podría domesticar a todos los mesías, en la verdad revelada que podría acabar con cualquier polarización, en el punto medio aristotélico entre todos los extremos. Y, ante el silencio elocuente de Gaviria, que no se define entre lo que algunos llaman campaña de expectativa, la última movida del “centro”, creo que con grandes dosis de desespero, ha sido la de desenterrar los huesos chamuscados de Vargas Lleras, a quien perfilan como el mal menor, como el peor es nada, como el ya qué carajos; porque claramente prefieren votar por Vargas Lleras o en blanco, si es necesario, antes de tener que votar por Petro, porque ese voto ya se les volvió una cuestión de honor.
Para terminar este espectro de posibilidades, tenemos una izquierda hiper-petrificada. Gustavo Petro ya está hablando de su “equipo de gobierno”, de una manera tremendamente arrogante y prematura, si tenemos en cuenta que los resultados de las elecciones en Colombia son impredecibles. Vargas Lleras, por ejemplo, duró ocho años haciendo campaña, y en 2018 hizo un ridículo monumental en las elecciones. Nada está dicho aún. Si bien las encuestas lo dan como seguro ganador, para nadie es un secreto que las encuestas en Colombia tienen ese efecto placebo algunas veces y manipulador en otros que maneja el electorado a su antojo. Si hay algo de lo que se debe desconfiar en Colombia es de las encuestas. Petro sin duda es el candidato que mejor se perfila, pero no se puede confiar como lo está haciendo. En primer lugar, debe generar consensos y atraer a los indecisos que él mismo ha alejado con sus posturas intransigentes, su falta de lealtad con los cercanos y su egolatría. El pacto histórico está llamado a ser incluyente y de base, atraer a los sectores marginados y vulnerables, incorporar a la vida política a esos liderazgos rurales que asesinan a diario para que tengan voz y voto en el concierto nacional, y comprender de manera estructural la coyuntura que tiene a los jóvenes en este momentos protestando en las calles y en las plazas para que estos no sean marginados, engañados y desilusionados una vez más. Ojalá ese “centro” que se está desgranando hacia una consciencia social inspirada en las marchas quiera y encuentre espacio en el pacto histórico porque aportaría mucho y, sobre todo, harían contrapeso a la figura omnímoda de Petro, que necesita contradictores para fortalecer su discurso dentro del debate democrático. Hablo de figuras como Camilo Romero, Inti Asprilla y Katherine Miranda que chillan en un Partido Verde desdibujado, al que la Alcaldía de Bogotá de Claudia López le ha hecho un daño tremendo, porque es absolutamente incoherente entre lo que dice y lo que hace, y que se ha dedicado más a una campaña imaginaria de la que no puede participar, ubicándose en el espectro de los candidatos que se dedican a atacar contradictores políticos, y no en el de la mandataria que es. Pero esta es otra historia.
El 2022 representa una oportunidad histórica para que en Colombia se puedan empezar a dar cambios estructurales desde el Gobierno. Las protestas actuales han llevado a muchas personas que se consideraban “apolíticas” empiecen a dimensionar la importancia de su voto y lo trascendental que es elegir bien. Si algo ha demostrado Iván Duque es que el desgobierno es caótico y que es una irresponsabilidad elegir un mandatario sin capacidad, sin criterio y sin personalidad como él. Lo que esperamos los electores en medio de este caos es que la democracia sobreviva, porque es un riesgo latente que no sea así. En este momento la Registraduría General de la Nación está en manos de un uribista y es sabido por todos que “el amor a la Patria” es comprendido por el uribismo como una patente de corso para hacer las más tremendas atrocidades y es un hecho notorio que la democracia está en peligro. La militarización actual del país no es una casualidad. Es un aviso de lo que están dispuestos a hacer por mantener “la autoridad y el orden”, rozando con una dictadura que podría incidir descaradamente en los resultados de las elecciones legislativas y presidenciales de 2022. Por eso hay que prender todas las alarmas, hacer todas las advertencias y convocar a todos los organismos nacionales e internacionales para que sean garantes de unas elecciones transparentes y democráticas en 2022. La única esperanza que le queda a Colombia son las próximas elecciones. Que se batan en franca lid los defensores del establecimiento y los que queremos cambiar el status quo en aras de un país más justo, democrático e incluyente. Que pugnen con votos los defensores de la Constitución de 1886 y los que queremos que de una vez por todas nos dejen disfrutar la Constitución de 1991. Pero que salgan de una vez y por siempre del poder los gobiernos opresores, intimidantes y totalitarios de “la gente de bien” que tanto mal le están haciendo al país. Hay que rescatar la democracia que es eclipsada por los tanques de guerra y la bota militar que ahora inunda las ciudades como para darnos a entender que en 2022 un anciano demente y genocida va a dejar de disimular su talante dictatorial para postrar lo poco que le queda a Colombia de democracia. No lo podemos permitir. Ojo con el 2022.
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