Las aventuras de LinotipioLiteratura

Las intermitencias de mi vida

Por Linotipio Rodríguez

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Ha pasado mucho tiempo sin que nadie sepa nada de mí. El problema es que también ha pasado mucho tiempo sin que yo sepa nada de mí. Esta es una condena a la que nos vemos sometidos los personajes de ficción: dependemos de que nuestros creadores se sienten a trabajar en nosotros; en nuestras vidas; en nuestros presentes, pasados y futuros. Nunca tenemos la certeza de cuándo volveremos a estar vivos y, a diferencia de los seres humanos de carne y hueso, tampoco tenemos la certeza de que la muerte sea nuestro final, pues muchas veces nos matan y luego nos resucitan para que vivamos nuevas historias. Bueno, a mí no, porque todavía no he muerto ni una vez. Pero a otros sí, y a veces los sacan del cajón o del baúl de los recuerdos para exprimirlos hasta más no poder, poniéndolos en situaciones sin sentido que incluso llegan a dañar la gloria que lograron en su vida o en sus vidas pasadas. Es como si fueran una mano de obra que habita en el mundo de la imaginación y que tiene que estar ahí cada que a sus creadores —o a otros creadores que compren los derechos— les da la gana, sin siquiera poder tener el descanso que da un punto final bien puesto. Ojalá no me toque ese destino, pero eso sólo lo dirá el tiempo.

Sin embargo, como les decía, mi caso en la actualidad es diferente, ya que el tipo que me dio vida a través de las letras hace rato no escribe ni una coma con respecto a mí; todo son puntos suspensivos en este momento, metafóricamente hablando, claro está. Él dice que ha estado muy ocupado ¡Qué forma de engañarme y de engañarse a sí mismo! Ambos sabemos que la realidad (irónico que yo use esa palabra) es muy diferente: no ha escrito nada sobre mí porque no sabe qué carajos hacer conmigo, a pesar de  que, según sus afirmaciones, yo soy uno de sus grandes «proyectos de vida». Antes de dejarme suspendido en medio de la nada, este «artista de la palabra» intentó meterme en varios conflictos (tanto presentes como pasados) que no supo resolver. También me hizo conocer a un montón de personajes intrascendentes que no le aportaban nada a mi existencia. Luego, empezó a procrastinar el reto que suponía ponerle algo de emoción a mi paso por sus pantallas; hasta que finalmente me dejó de lado. No me olvidó del todo, a veces me aparecía por su cabeza. No obstante, huía de la idea de hacer algo con mi aburrida cotidianidad.

Llegué a sentir un gran resentimiento por mi creador. También maldije en incontables ocasiones al dios que le dio la capacidad de «parir» con el lenguaje, sin antes verificar que dicho sujeto estuviera a la altura de semejante responsabilidad. Pensé en aparecérmele en alguna pesadilla para que supiera que tenía una cuenta pendiente conmigo; para reclamarle que no le había bastado con darme una vida opaca y gris, sino que ahora me ignoraba sistemáticamente. No pude hacerlo y de poco hubiera servido, teniendo en cuenta que estamos hablando de una persona a la que se le suele olvidar qué soñó con el primer sonido del despertador. Creo que él también alcanzó a odiarme, me veía como una tarea más que se sumaba a las tareas que sí le daban algún beneficio económico; como una obligación adquirida por la que no quería responder.

Les cuento todo esto con la intención de anunciarles que ayer hicimos las paces. En el fondo, ambos sabemos que nuestro rencor mutuo se debe a que mirarnos el uno al otro es como mirarnos en el espejo. Yo soy la proyección de sus fracasos y él la encarnación de los míos. Somos dos seres que se sienten terriblemente inseguros con su capacidad de narrar cuyo mayor anhelo es dejar historias emocionantes como legado. Dos lectores con una muy precaria capacidad de concentración que quieren ser eruditos. Dos poetas que son «malditos» por su falta de disciplina y no por una obra polémica. Después de dialogar un buen rato en su cerebro, llegamos a la conclusión de que compartimos frustraciones, él en su mundo y yo en el mío, por lo que quizás podamos ser amigos. Espero que, con esta tregua, tanto ustedes como yo tengamos más temprano que tarde alguna historia en la que yo sea el protagonista.

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