Por James Fredy Bernal Peña
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Estimados hermanos, es un placer volver a ustedes con una nueva aventura. Sean siempre bienvenidos: esta cofradía se abre para recibirles y brindarles otra lectura. Reciban el saludo de este su hermano alzado en tinta y pluma.
Acomódense que el aquelarre de esta semana va a comenzar, acérquense al fuego de la calidez de las palabras, ajusten sus ropas y sostengan su café que ya nos vamos.
Para comenzar, retomemos donde habíamos dejado la parte histórica del artículo anterior. Como es bien sabido por quienes han seguido esta sección, el manga cobró un realce relevante cuando el dibujante incluyó a un escritor en su proyecto. Fue este último quien permitió que las historias fueran extensas y se pudieran reproducir en varios tomos; sin perder, claro está, los códigos éticos y morales del Bushido, creando un mundo narrativo y visual muy llamativo tanto para los nipones como para los extranjeros.
Desde el año 1910 y hasta finales de la década de 1920, la animación japonesa estaba en sus etapas más tempranas de desarrollo y se caracterizó por cortometrajes experimentales y técnicamente rudimentarios. Estos años fueron fundamentales para sentar las bases técnicas y narrativas que luego influirían en el desarrollo del anime. Japón experimentó un crecimiento en la industria cinematográfica y fue durante este periodo que se realizaron algunos de los primeros intentos de animación en el país.
Con los inicios del cine de animación en Japón, más exactamente en el año 1917, apareció un autor que marcaría un antes y un después en la historia de lo que conocemos hoy en día como anime: Jun’ichi Kōuchi. Este pionero cineasta no solo se atrevió a experimentar con este nuevo medio, sino que también nos regaló una obra que hoy en día se considera como una de las primeras joyas de la animación japonesa: “Namakura Gatana” (La espada embotada).
Con este primer cortometraje, las corrientes de la animación y el manga comenzaron a separarse. Por un lado, la lectura del manga ya se había constituido como una costumbre y la sociedad se volcó a dicho mercado tras encontrar historias cautivadoras que pueden llevar años en concluirse. Por otro lado, la animación, como una forma de expresión mucho más visual, comenzó a tomar fuerza, aunque aún debía afrontar los desafíos de la época.
Si bien “Namakura Gatana” es un cortometraje de apenas unos minutos y su animación es sencilla, su importancia radica en ser la piedra angular sobre la que se construiría la rica historia de la animación en el país del sol naciente. Kōuchi, con su visión innovadora, abrió la puerta a un mundo de posibilidades donde la imaginación y la creatividad no tenían límites. Esta obra maestra, aunque breve, nos muestra el potencial que tenían los japoneses en la animación para contar historias, entretener y emocionar. Quedando claro que este nuevo medio era mucho más que simples dibujos en movimiento, y que podía convertirse en una forma de arte poderosa y conmovedora.
Uno de los desarrollos más significativos durante esos años fue la fundación de los estudios de animación. En 1923, Seitaro Kitayama fundó el primer estudio de animación japonés, “Kitayama Eiga Seisakujo”, que produjo cortos animados experimentales. Aunque estos estudios eran pequeños y enfrentaban numerosos desafíos, sentaron las bases para la eventual expansión y profesionalización de la industria de la animación en Japón.
La industria del cine continuó creciendo en el país asiático y, de la mano con ella, también lo hizo el interés por la animación. Jun’ichi Kōuchi continuó realizando más cortometrajes experimentales, como “Katsudō Shashin” (Fotografía en movimiento) que vio la luz en 1925 y hoy en día es considerado el primer corto de animación sonoro en Japón.
Sin embargo, la animación en este período estaba limitada por la falta de tecnología y recursos, lo que resultaba en un estilo poco sofisticado en comparación con lo que vendría más adelante.
En resumen: Jun’ichi Kōuchi y su “Namakura Gatana” no solo marcaron el inicio de la animación japonesa, sino que también sentaron las bases para el desarrollo de una industria que hoy en día nos cautiva con sus increíbles historias y personajes.
Llegada la década de 1930 y durante la Segunda Guerra Mundial, la animación japonesa vivió una época de grandes contrastes. Por un lado, el gobierno japonés la utilizó como herramienta de propaganda, creando cortos y películas que exaltaban el militarismo y el patriotismo. Algunos ejemplos de esto son “Momotaro no Jutsu” (Las hazañas de Momotaro) y “The Eagle of the Sea” (El águila del mar).
No obstante, también hubo espacio para la creatividad y la expresión personal, aunque con algunas limitaciones. Artistas como Mitsuyo Seo y Kenzo Masaoka crearon obras que, si bien no eran abiertamente críticas al gobierno, sí exploraban temas como la paz y la esperanza en tiempos difíciles. Un ejemplo de esto es “The Day the Roses Bloom Again” (El día que las rosas vuelvan a florecer).
Cabe aclarar que las animaciones de esa época tenían las siguientes características:
Cortometrajes: la mayoría de las producciones eran cortos de no más de 10 minutos.
Animación simple: la tecnología de animación aún era rudimentaria, por lo que los movimientos eran básicos y los diseños sencillos.
Influencia occidental: se notaba la influencia de la animación occidental, especialmente en los diseños de personajes y la narrativa (cosa que para la sociedad nipona era llamativa y además era la manera de que estos cortometrajes fueran vistos en Europa).
Temas variados: a pesar de la censura, se abordan diversos temas, desde la comedia hasta el drama, pasando por la fantasía y la aventura.
A diferencia del manga, la animación japonesa en la década de 1930 y durante la Segunda Guerra Mundial fue una mezcla de propaganda y creatividad. Mientras que el manga tuvo un desarrollo de personajes y de la narrativa, la animación representó un desafío más grande, puesto que la limitación tecnológica superaba con creces las ganas y el esfuerzo de quienes se aventuraron en esta nueva empresa.
Luego de la segunda guerra mundial, y con el desastre social y económico vivido por Japón durante la década de 1940, la animación terminó por estancarse, así como también lo hizo el manga. No se conocen mayores cambios en ninguno de los dos tipos de arte durante dicho periodo, nótese que en ese momento cada corriente, por así llamarlo, tenía su propio estilo y era percibida de manera diferente por el público.
Estimados hermanos y viajeros ocasionales, Ya es tiempo de detenernos y dejar que las palabras reflexionen en nosotros.
Por esta vez, me despido deseando que los buenos augurios de la suerte nos reúnan en una próxima entrega.
Quien los quiere bien y espera volverlos a ver, se despide de ustedes.
Un abrazo y hasta la próxima.
Cuídense.
James “Sagara” BernalPeña.
*Correo del autor: james.linotipia@gmail.com
*Créditos de la imagen principal: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Anime_Monument_of_the_anime_movie_%22Hakujaden%22_at_Nerima_Station_Tokyo.jpg This is the monument of the anime movie “Hakujaden”(The Tale of the White Serpent,1958) at Nerima Station, Tokyo. They wrote “Nerima City, the birthplace of ANIME” on this monument.
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